“Estoy a dos meses de ser la primera de mi familia en terminar el secundario, y también sueño con ser la primera en ir a la universidad. En Tucumán, donde nací, esto es para gente de plata y por eso me excita la cuestión”, dice Alma Fernández, otra de las egresadas del Mocha Celis que logró cruzar ese rígido umbral que la situaba del lado de lo abyecto: el de la educación. “Ser travesti es un asunto de clases. Ser travesti es ser negra, gorda, india, migrante, pobre, matancera”, dice en coro histórico con las voces de Lohana, de Diana, de Marlene, sus horizontes políticos, las que “abrieron las puertas por donde hoy pasamos todas”.  
Durante su cursada en este Bachillerato Popular, Alma se transformó en una referente de su Centro de Estudiantes y egresadxs y también del movimiento trans dentro de la escuela. Su historia podría ser la de tantas compañeras que hicieron del pasto de las plazas un colchón y del margen un centro para la supervivencia. Tenía trece años cuando llegó a Buenos Aires en un camión: “Fue en  noviembre del 2001 y en diciembre terminé en la calle. Como nunca me interesó la prostitución preferí hacer cualquier otra cosa, como robar celulares. Vivía de eso y dormía en Plaza Flores. En Tucumán, cuando mis otras pares se venían a Buenos Aires, era como si cumplieran un sueño en Europa. Volvían operadas, con electrodomésticos nuevos. Yo vine a hacer eso y a mí no me pasó”.
Pero te pasó llegar al Mocha Celis, ¿cómo fue?
-Un día estaba con mis compañeras y pasaron unos chicos y les dijeron que eran de una escuela trans que funcionaba en Chacarita. Me dieron un papelito que me guardé como loca esa noche. Y al otro día, después de despertarme en un banco de la plaza, algo me hizo click cuando vi el nombre de la escuela. Me hizo pensar en mi familia, donde somos doce hermanos, treinta primos, viviendo en el mismo lugar. Y la única que veló por nosostrxs fue mi tía que le decíamos La Mocha, porque en Tucumán se les dice así a las personas con rulos. Además el apellido de mi abuela es Celis. Y tuve una corazonada. Por eso empecé a estudiar. 
¿Qué cambió para vos al entrar a la escuela?
-Me cambió la vida, me volvió un sujeto de derecho, me hizo conocer personas interesadas en que salgamos de la prostitución y de la noche. Por eso es importante que este proyecto se multiplique: tengo más de treinta nombres de amigas que se murieron para ponerles su nombre a más de treinta escuelas que hay que crear. Entiendo que mis compañeras todavía no puedan hacer ese proceso. La educación es un arma poderosa, estudiar te dignifica. Yo soy una transformación real dentro de mi colectivo por obra de la educación. Yo hubiera terminado muerta o en la cárcel, porque necesitaba sobrevivir.  
¿Cómo surgió el centro de estudiantes?
-Se puede decir que soy la que creó el primer centro de estudiantes trans del mundo dentro de una escuela. Nació de una necesidad de participación política. Las pibas necesitaban sentir que empezaban a formarse militantemente. El logo de nuestra escuela es un Sarmiento trans, porque representa una educación que nos dejó fuera del sistema educativo. Lo travestimos para resignificarlo y generar una transformación real en la educación. El centro de estudiantes funciona con una cúpula de doce personas, pero somos la voz de todo el estudiantado. Esta es nuestra forma de participación pedagógica porque también creemos que lxs estudiantes tenemos decisiones. Nosotras necesitamos nuestra formación pero también organizarnos para pagar cosas de la escuela, insumos, alquiler. El Estado no subsidia los bachilleratos populares. El gran desafío es alejarnos de ese modelo tradicional de escuela al que estamos acostumbradxs y del que muchxs fuimos expulsadxs. Desde el centro de estudiantes importa que todo sea colectivo, porque si no es así, va a venir alguien a controlar nuestra escuela, que no es una escuela tradicional. 
¿Cómo vive el Mocha este momento de ajuste económico? 
-Está en una situación de emergencia; nos llegaron 45 mil pesos de luz. En estos tiempos demanda más estar parada en la calle y estudiar va quedando a un costado. Nuestro centro de estudiantes está pensando en conseguir bolsones de comida o una vianda, porque estudiar también se vuelve parte de otra cosa, incluso de alimentarnos. Si no con la educación todo bien, pero no termina transformando nada si solo vengo a estudiar a un espacio. Está pasando que las chicas no están viniendo porque no hay plata. Sostener el bachillerato no es fácil, de hecho este mes todas nos prostituimos porque faltaba para las expensas del lugar. Tristísimo. Estamos ante un desmantelamiento de políticas públicas de un estado antipopular que nos persigue y nos va a reprimir en algún momento. Y el centro de estudiantes tiene como función hacerle frente a todas las adversidades. 
Antes del Mocha, ¿habías intentado estudiar?
-Nunca tuve una experiencia educativa porque soy pobre y fui hasta segundo grado. Pero sí te puedo decir que antes ir a la escuela era ir a otro baño, era formarse en otra fila, era pasar por la burla, pensar que había una institución que no te entendía ni aceptaba. Para mí y para muchas ir al secundario es recuperar una etapa perdida que no pudimos pasar porque vivimos en un Estado que nos arrojó a prostituirnos, que no nos dio las oportunidades, sino que fuimos expulsadas de todos los sistemas. ¿Cuántas travestis cardiólogas, abogadas, juezas conocés? No muchas. Ser travestis es una cuestión de clases. Ser trans es ser de clase media y queda bien. Siendo travesti se dice que somos narcos y prostitutas, pero no nos olvidemos del peso político de la palabra travesti, en Argentina y en Latinoamérica, con figuras como Lohana que alzaron esa bandera que ahora nos toca a nosotras enarbolar.