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Viernes, 2 de mayo de 2008

PRIMER AMOR

A una nariz pegado

Trabajaba en una disquería. En “la” disquería de San Miguel de Tucumán. Tenía 29 y todavía tenía suficiente aire en el clóset, tanto que hasta entonces ni siquiera me había enamorado. Pero entonces lo ví, bah, me lo mostró un amigo ni bien entré a la disquería. Estaba parado detrás del mostrador exhibiendo su nariz curva, potente, inmensa en su cara; sin ninguna vergüenza. No entendía cómo. Con una nariz así ni siquiera hacía falta mirarle el bulto. Además esas piernas retaconas, ese desteñido villero en la punta de su pelo oscuro, ese amor por Racing. Es cierto, a mí el fútbol jamás me importó, pero cuántas imágenes proveyó entonces para mis noches en vela en compañía de mi mano. Él era muy macho, muy de gritar los goles... pero conmigo se transformaba. Algo en la voz, la dulzura con la que pronunciaba “Green, grupo Green” ¡Qué importaba que yo no entendiera, que no supiera que ese era su grupo de cumbia favorito! Que me lo diga mil veces, que me lo diga al oído, que me apoye la nariz en el cuello; así era mi discurso enamorado, así, así hasta que le daba todo lo que tenía... en mi mano. Él nunca supo de mis manualidades. Tampoco de mi amor. Lo busqué por el barrio para salir del ámbito de trabajo, pasé mil veces por su cuadra, jamás me lo crucé. Con el tiempo me curé. Con el tiempo también supe que su nariz prometía lo que no podía cumplir. Fue una chica, Paloma, la que me contó lo que vio una noche en que él se emborracho y sobre la mesa de un bar hizo un striptease: nada, tan nada que nadie quiso pagar la apuesta que le había bajado los pantalones. o

*Diseñador gráfico

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