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Viernes, 2 de mayo de 2008

¡EXTRA!

Amor a la mexicana

El amor no discrimina, pero ¿quién se anima a ponerle nombre al deseo por un o una transexual? Por suerte, hay amores que no han sido nomenclados.

Una noticia llega de México. Se titula “Matrimonio de dos transexuales”. ¿Por qué esta noticia es, justamente, una noticia? Ni qué decirlo –últimamente cualquier cosa que hagamos, pero cualquiera, es, o podría ser, una noticia (no necesariamente buena, es cierto). Será porque somos una comunidad a la que en general le pasan pocas cosas –como no sea las que nos pasan siempre, más bien poco novedosas y en general feas– que cuando pasa algo, ya está, con eso alcanza. Cada vez que una persona trans tiene un trabajo como la gente (es decir, como el del resto de la gente), u obtiene un título universitario, o escribe un libro, o tiene un hijo, o consigue que el Estado le cambie su partida de nacimiento, o logra la cirugía que tanto desea, o se casa, bueno: ahí está la noticia. Imagínense lo monótonas que deben ser nuestras vidas –y las de ustedes– para que el matrimonio de dos transexuales sea una noticia.

Bueno: no es el matrimonio solamente. También es el día: se casan el 17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia. Además, están las tarjetas de invitación (cien, dice la noticia), enviadas con esta leyenda: “El amor no discrimina”. Y no sólo las tarjetas –la pareja imprimió carteles (doscientos cincuenta) con la misma leyenda, “para convocar a este festejo a familiares, amigos, diputados federales y locales, representantes de organismos defensores de los derechos humanos, activistas y miembros de la comunidad lésbico, gay, bisexual, transgénero y transexual”, dice la noticia. “Ven a nuestra boda y apóyanos con tu presencia”, dicen los carteles y yo les digo que si pudiera ir y tuviera qué ponerme seguro que iba.

Después empeora. Lo siento mucho, pero empeora. Al parecer las invitaciones dan cuenta del nacimiento estadístico de bebés (uno entre treinta y cinco mil) que nacerán “con la identidad contraria a su cuerpo físico”. ¿A quién se le ocurre, en una invitación, una estadística? Está claro: a la novia y el novio, qué remedio. Y luego empeora más –aunque esta vez es el Estado mexicano nomás–. Como los novios no tuvieron la posibilidad legal de cambiar sus nombres deben casarse ella con su nombre legal de varón y él con su nombre legal de mujer. Ella y él los consignan en la invitación –yo, que sólo recibí la noticia, no pienso repetirlos–. Que la gente se vea obligada a recursos como éstos no es algo nuevo. Que las personas trans nos veamos obligadas a estos y otros recursos desesperados, menos que menos. Que de vez en cuando haya instancias estatales que nos apoyen –como, en este caso, la Conserjería Jurídica y de la Dirección General del Registro Civil de Coyoacán– tampoco. No es una noticia que la gente quiera casarse, ni que, eventualmente, se case. Tampoco es un notición que alguien transexual quiera casarse, y se case. Lo que a mí me parece fabuloso, en cambio, es lo que se cuela a través de cada oración y de cada párrafo, en cada invitación y cada cartel, a pesar de la estadística y de los nombres invertidos. El amor, esa es la noticia. Por el amor en sí, por supuesto, pero también porque ese amor “no discrimina”.

Y es que una de las experiencias más difíciles del reconocerse como trans es la de darse cuenta de que somos, como dice Raven Kaldera, individuos que no se supone que se calienten, se enamoren y se casen entre sí. Hacé la prueba, vos que estás leyendo. ¿A quién te imaginás al lado nuestro? Seguro que a un hombre o una mujer y no a otra persona trans. ¿Acaso el deseo por nosotros tiene el nombre de alguna orientación sexual conocida? (Eso, claro está, en el caso de que te imagines a alguien a nuestro lado, por eso, repito: el amor es la noticia.)

En fin: Qué vivan los novios. Yo mientras tanto espero que sea cierto eso de que el amor verdadero no discrimina, y que venga entonces ese amor a tocarme la puerta. Ahora mismo.

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