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Viernes, 2 de enero de 2009

ENTREVISTA > LUIS DE GRAZIA

Modelo para desarmar

Hace apenas un mes se presentó el cuadernillo “Salí del closet”, una guía de recursos para que chicos y grandes puedan cruzarse con sus prejuicios y sus miedos en el marco de una lectura a contrapelo del discurso homofóbico. El coordinador del Area Jóvenes de la CHA, donde se gestó este trabajo que llevó cinco años de elaboración, reflexiona sobre esta guía que nopretende ser un manual de instrucciones pero sí una ayuda para quienes “están adentro”.

 Por Patricio Lennard

¿Hay una fórmula para salir del closet?

–No, yo no diría que hay una fórmula. Lo que hicimos con el cuadernillo fue brindar una ayuda. Tratar de explicarles a gays, lesbianas, bisexuales y trans por qué, de qué modo y en qué circunstancias es bueno salir del closet. Esta guía, que presentamos en noviembre en el Colegio Nacional de Buenos Aires y que es producto de cinco años de trabajo con jóvenes en el marco de la CHA, busca también hacerles entender a aquellos que no necesitan salir del closet que hay quienes sí necesitan hacerlo. Y allí queda claro que cualquier acción política que aliente a los demás a hacer pública su condición sexual debe basarse en una fuerte crítica hacia toda forma de discriminación. En este sentido, salir del closet no es renunciar a la privacidad sino entender que la privacidad, la discreción y la intimidad no son una opción sino una imposición, una forma opresiva de silenciamiento.

La salida del closet está cercada por miedos y prejuicios que tienen que ver con los demás y con nuestro entorno. Pero ¿cuáles son los miedos y prejuicios más comunes que uno tiene ante sí mismo?

–Cuando la sexualidad es algo castigado, sobre todo en la pubertad y en la adolescencia, salir del closet es como empezar de nuevo. Y si bien el miedo al rechazo o a ser discriminado es el principal obstáculo a la hora de decidir exponer mi sexualidad ante los otros, también hay miedos y prejuicios que distorsionan el sentido que la propia sexualidad puede tener para uno mismo. Relacionar la diversidad sexual con las enfermedades, o creer que cuando llegue a viejo voy a estar solo y triste, que no voy a poder formar una familia, son temores que la homofobia, tantas veces internalizada, insiste en inculcarnos desde chicos.

Por eso salir del closet implica aprender a enfrentar las prácticas que nos excluyen y nos discriminan. De acuerdo con tu experiencia y tu trabajo con jóvenes, ¿cuál es la mejor forma de lograr ese aprendizaje?

–Eso tiene mucho que ver con la información que uno maneja. Internet, en este sentido, ha puesto al alcance de la mano un montón de información inmensamente útil. Aunque es preciso saber afinar la mirada también, ya que pretender documentarme sobre diversidad sexual entrando a la página de alguna organización católica no es lo que se diría de lo más recomendable. Tampoco se trata de escupir que soy gay o lesbiana sin medir las consecuencias. Si intuyo que hablar abiertamente de mi sexualidad con mi familia puede acarrear problemas más o menos graves, una sabia decisión tal vez sea esperar a ser independiente económicamente. Por otro lado, valerme de mi salida del closet para dañar al otro o generarle culpa tampoco es algo bueno. Y menos aún –si uno así lo prevé– para provocar situaciones de violencia. En este punto quizá no esté de más aclarar que salir del closet no soluciona per se los conflictos que uno pueda tener con la propia sexualidad. Sí soluciona, en gran medida, la manera en que uno se mueve en el mundo. Además, la salida del closet no es algo que uno haga de una vez y para siempre. Es un proceso que en esta sociedad nos acompaña casi toda la vida.

Hay grandes diferencias entre la experiencia generacional de quienes tienen alrededor de treinta años y en la de quienes hoy son adolescentes, los medios masivos hasta hace muy poco, por ejemplo, no brindaban referentes ni modelos gays que salieran de las típicas ridiculizaciones. ¿Cómo influyeron estos cambios en la mentalidad de los gays y las lesbianas más jóvenes?

–Que un programa homofóbico como el de Tinelli tenga a dos o tres travestis trabajando no deja de ser llamativo. Pero la televisión argentina no ha dejado de ser homofóbica y es en el chiste fácil donde la diversidad sexual sigue presentándose como algo irrisorio. Basta ver las coberturas que se hacen de la Marcha del Orgullo para convencernos de ello. Aunque si pensamos en el televisión norteamericana y en series como Will & Grace o Queer As Folk, o en aquellos programas de la TV argentina que fueron metiendo personajes gays y lesbianas que no son ni la marica escandalosa ni la lesbiana machona, queda claro que las nuevas generaciones vienen con referencias incorporadas que denotan una mayor aceptación social y hasta incluso cierta impronta cool donde antes sólo había ridiculización y estigma.

De hecho, hoy en día es bastante común que en el colegio secundario se sepa quién es gay o lesbiana en el curso, sobre todo en escuelas de grandes centros urbanos. Algo que hasta no hace mucho era casi impensable...

–Al grupo de jóvenes de la CHA vienen chicos de 14, 15 años. Y está buenísimo ver cómo ellos elaboran su sexualidad con mucha más facilidad, incluso sin que el tema les haya significado nunca un conflicto. Hoy los adolescentes se permiten mucho más que antes todo ese juego de descubrimiento de su sexualidad, de sus cuerpos, del erotismo. Incluso, juegan con su imagen y con cierta ambigüedad sexual, como en el caso de los floggers y los emos, lo cual me parece súper positivo. Este año, por ejemplo, se acercó a la CHA un chico que es de zona sur y que hace poco cumplió 16 años, y que lo echaron de su casa. El es gay y lo tiene bien claro, y lo bueno –más allá de que esto le haya traído problemas– es que no quiere ocultarlo bajo ninguna circunstancia. Y eso le valió que su padre le pegara incluso, aunque ni aun así se sintió amedrentado. Y si bien uno puede ver allí una situación de violencia familiar que no se justifica, es importante alentar a la gente a salir del closet pero sin dejar de ver que no todas las situaciones son igualmente propicias.

¿Qué tan presentes están las cuestiones referidas a sexualidad e identidad de género en la educación sexual que se imparte en las escuelas?

–Muchas veces depende del establecimiento. En las escuelas del Estado, podría decirse que es casi nula. Hubo una buena intención con la nueva ley de salud sexual, pero la verdad es que el panorama no cambió mucho que digamos, porque la ley únicamente propone tópicos –dejando librado a la decisión del colegio o el docente cómo los llena de contenido–. Es decir, en las escuelas católicas se va a seguir enseñando que el preservativo no te cuida del VIH, que el VIH traspasa los poros del latex y que la única forma de cuidarse es ser célibe. Allí se va a seguir enseñando que la diversidad sexual es algo perverso y que la única forma de vivir es siendo heterosexual, reproduciendo de ese modo la misma tradición de educación sexual que siempre hubo en la Argentina –incluso en las escuelas no católicas–, que consiste en hablar de educación sexual en términos de salud reproductiva. Y del placer, bien gracias. Vos fijate que hay un montón de chicos –y no necesariamente de colegios pobres, como pretenden algunos– que creen que la pastilla anticonceptiva te cuida del VIH. ¿Cómo puede llegar un chico a creer un disparate semejante? Es gravísimo eso. Y ahí se nota la deficiencia que hay en la enseñanza de educación sexual en las escuelas. Aunque hay excepciones. Hay colegios que nos han llamado para ir a dar charlas, y haber presentado el cuadernillo en el Nacional de Buenos Aires, que no es cualquier colegio, da cuenta de que hay cosas que están cambiando. Para seguir contribuyendo a esos cambios nuestra aspiración es imponer el cuadernillo como material de lectura en las escuelas.

La creación de un área de jóvenes dentro de la CHA es signo de un cambio generacional en marcha. ¿Qué tan dispuesta ves a la gente de tu generación a acercarse a la militancia?

–Eso es una cuestión que tiene que ver con algo social. Yo no veo gente joven dispuesta a acercarse a la militancia en ningún sentido. Ya sea en los centros de estudiantes, en la facultad, en el barrio, donde sea. Creo que esa es la principal ganancia que tuvo la dictadura: terminar de destruir toda conciencia o necesidad de salir a la calle e intentar cambiar las cosas militando políticamente. Los años de la dictadura y la década menemista fueron la fórmula perfecta para que eso sucediera. De hecho, hoy en día la gente tiene una mirada cuestionadora y desconfiada sobre la militancia. Si en el trabajo buscás acercarte a tus compañeros con la intención de organizarlos para generar algo, enseguida te tildan de sindicalista. ¡Como si eso fuera algo negativo! Si cortás la calle por algún motivo, sos de lo peor porque para la gente es más importante el derecho a transitar que el derecho a protestar por una situación injusta. Y por malentendidos como éstos, que a esta altura se han vuelto casi parte del sentido común, es que hay que felicitar y apoyar más que nunca a la gente que milita. Porque ser militante no es nada fácil hoy en día. Incluso puede cerrarte un montón de puertas. Te puede cerrar las puertas del trabajo. Si vos sos visible como militante (de hecho, es algo que he vivido en carne propia), eso es algo que te puede jugar en contra. Cualquier empresa que sepa que sos militante y que no tenés problema en ir a la Legislatura a hacerle un escrache a Macri, no lo piensa mucho antes de no contratarte. Pero la realidad es que somos muchos en el área de jóvenes de la CHA. Y eso es signo de que hay voluntad de cambiar de las cosas.

La sensación de que el reconocimiento de los derechos de gays, lesbianas y trans está cada vez más al alcance de la mano puede restarle, para muchos, sin embargo, sentido a la lucha política. ¿Percibís algo de eso entre los jóvenes?

–Yo creo que a los jóvenes, en general, no les interesa todo lo que tiene que ver con unión civil y matrimonio porque no forma parte de su realidad. Un chico o una chica que tiene entre 15 y 30 años no está pensando en estas cosas. Por ese lado, probablemente, no se genera la necesidad de militar. Pero desde otros lugares sí. Hay diez provincias argentinas que todavía tienen códigos de faltas que criminalizan explícitamente a gays y travestis, y son leyes de la época de la dictadura. Sigue habiendo una necesidad muy grande de militancia, sobre todo en el interior del país. Hay una necesidad de que militen más compañeras trans, de que haya más lesbianas visibles. Y éstas son cosas que se discuten en el grupo también: entender la política como lo que cruza cada acto cotidiano. No esa idea de la política como algo negativo, como un ámbito de advenedizos o de chantas. La política no es sólo Lilita Carrió versus Cristina Kirchner. La política también es lo que hacemos cotidianamente en nuestro propio espacio. Salir a la calle de la mano con tu novio es un gesto político. Ante un sistema que todo el tiempo genera sujetos despolitizados, hay otra lucha que debemos librar. Y esa lucha es generar conciencia política.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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