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Viernes, 16 de enero de 2009

G. B. JONES

Deliciosas criaturas

G. B. Jones ha sido catalogada por muchos —y a simple vista— como la reencarnación femenina de Tom de Finlandia, con la doble apuesta queer que implica ser una bisexual declarada que retrata mujeres pulposas con mirada de dudosa masculinidad. Pero ella no termina aquí: nacida en los ’60 y educada en el universo del rock y el punk canadienses, esta actriz, música, directora de cine, socia de Bruce La Bruce en la polución del queercore en los ’80, presentó el año pasado su film The Lollipop Generation, luego de 13 años de work-in-progress, y expuso en Berlín su último trabajo en busca del queer perdido.

 Por Liliana Viola

Una colección de pechos turgentes, culos que explotan, caderas redondeadas subidas a motocicletas o expuestas al látigo sostenido por bíceps poderosos, ponen en evidencia, si ya no en jaque, aquella masculinidad al palo denunciada y festejada por Tom de Finlandia en los ‘70. Pero al narrarse sobre cuerpos de amazonas, este fetichista juego de sexo y poderío redobla la apuesta queer. La misma apuesta que lanzó en los años del punk ochentoso la diseñadora británica Vivienne Westwood diseñando esas camisetas a la moda con dibujos de Tom de Finlandia, tan fetichista él, tan pervertidos ambos, tan quebrantadores de los límites de cristal que encierra al mainstream. Con estas escenas callejeras donde las chicas se someten y son sometidas luego de haber pasado una vida entera en el gimnasio, una década después, G. B. Jones, la Tom mujer, se rió de lo mismo, protestó por lo mismo, mientras disfrutó por las mismas cosas que él. Pero no es él, es ella encabalgada sobre su voz. Sus mujeres se han preparado tanto como aquellos, sus hombres, para ejercer el placer joven y militar. Pero lo han hecho después, a imagen y semejanza, entre ellas. Fetiche doble.

Chica punk

Estos trabajos que comenzaron en fanzines (el vehículo favorito de la generación de esta artista) ya tiene un libro editado y prohibido en su tierra, Canadá. “Para empezar, lo catalogaron en la sección ‘Bondage’, aunque hay sólo dos dibujos con personas en situación de bondage; uno es una oficial de policía que somete a dos chicas para no hacerles la boleta porque ellas estacionaron mal su motocicleta, y la otra es una guardacárcel que intenta hacerlo con una prisionera. No quisiera especular demasiado sobre lo que ellos piensan sobre lo border, pero sí creo que hay algo con el tema de ver mujeres en situación de bondage, el lugar y los roles que ocupan ellas, incomodan. De hecho hay pornografía mucho más dura que mis dibujos circulando por ahí, y nadie la censura.” No importa tanto el tema de la censura a esta altura de la web, quien los quiera puede encontrarlos en www.queer-arts.org. De todos modos, es uno de los tantos recursos de esta artista, cantante, actriz y música nacida y criada en el punk más violento, precursor y reaccionario. Su objetivo: poner la vida queer en evidencia y la homofobia en su lugar. Sus estrategias recorren la dirección de cine, el guión, la actuación, la música, y sobre todo el registro obsesivo de todo lo que ocurría en el mismo living de su casa en aquellos locos ‘80, desde el sexo hasta las redadas en las que caía la policía. La entrada en la cárcel y la salida. En 1985, Jones redactaba junto con Bruce La Bruce un manifiesto para Maximum Rock’n’Roll: “No ser gay, o cómo aprendo a no aburrirme más y cogerme punks por el orto”. Con ellos dos y unos cuantos más nacía entonces el queercore, movimiento revulsivo en el centro mismo del punk más reaccionario. Durante largos diez años y hasta fines de los ‘90, Jones, entre otras actividades, tocó la guitarra y la batería en Fifth Column, el grupo post punk integrado por mujeres, mientras a su vez creaba junto con La Bruce el fanzine J.D.s (Delincuentes Juveniles) que se convirtió en un bastión de la avanzada queer en el antro del punk y del underground. La misma chica pelirroja actuó en No Skin off my Ass del mismo La Bruce en 1991 y como fanática que es del Súper 8, así como también de las publicaciones artesanales, ha realizado casi toda su obra en estos soportes. Entre ellos, numerosos cortos y sobre todo revistitas de corta vida y largo alcance como Double Bill. Ella misma opina que todos estos mil intentos se encuentran integrados y deberían leerse como fueron pensados, en el caos y en la interrelación entre vida y registro. “Es muy difícil separar la escena de los fanzines, de las bandas y de las películas. Todo esto está interconectado, y las películas son el documento de aquellos días, escenas en tiempo real, donde la pantalla está realmente enfrente de uno”. The Lollipop Generation, luego de 13 años de work-in-progress, apareció en 2008 retratando, como ella misma sintetiza, “la historia de Georgia (Jena von Brücker), que debe decirle adiós a su pequeña muñeca y dejar su deplorable hogar para terminar en las calles enloquecidas de una gran ciudad plagada de perversos y vividores. Enseguida hace tres amigos: Peanut (KC Klass), a quien han echado de su casa y vive en la calle; Janie (Jane Danger), una chica que modela para Lollipop Magazine; y Rufus (Mark Ewert), que ha sido raptado y forzado a actuar en una película porno para un maléfico director (Johnny Noxzema) junto con una drag queen (Vaginal Davis), hasta que por fin Georgie logre rescatarla. Todos juntos intentarán encontrar el verdadero camino en este mundo oscuro”. Así relata la misma autora este documental ficticio sobre unos eternos adolescentes expulsados de la burguesa normalidad hacia la burguesa vejación.

Adiós a las armas

Hace ya una década que Jones ha abandonado a sus chicas inspiradas en Tom de Finlandia para centrarse en motivos bastante más oscuros y con mucho menos sentido del humor. Edificios en ruinas, choques de autos —que hacen sentir la tragedia en cámara lenta, aunque no exista la menor posibilidad de cambiar el rumbo— y toda una investigación sobre imágenes religiosas y paganas. También se alejó de sus grupos de rock integrados por chicas, esos intentos exaltados por la crítica, pero privados de estrellato (“dicen ‘qué divino’ un grupo de mujeres, mientras también piensan ‘todas las mujeres son unas brujas’”, reflexiona cuando le consultan sobre el asunto).

La vida entendida como bricolage, lo queer entendido como modo de vida y espectáculo convierten en un gesto entrañable y político este robo a mano armada de una leyenda falsamente finlandesa. Estas mujeres de Jones son un desafío a una imaginación atormentada por el deber ser de las mujeres. I am a Fascist Pig (“Soy una cerda fascista”) es el título de una de las series de sus chicas Tom más famosas, donde se puede ver a una señorita atada a un árbol, deducir que acaba de ser violada por sus vengadoras policías que huyen en motocicleta mientras el resto se pregunta cuál es el orden del mundo, si es que algo ha cambiado aquí, dónde han quedado los bultos mientras el cuero y el jean permanecen. Jones, que robó el trazo adolescente y la mano alzada de Tom para reproducir escenas básicas de películas de clase C que engendraron fantasías lésbicas hasta el ridículo, ahora piensa en otra cosa. Pequeños gestos que inviten a buscar los siete errores siempre presentes en la molesta calma.

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