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Viernes, 6 de marzo de 2009

LGTTBI

Jactancia

 Por Mauro Cabral

Hay pocas, poquísimas cosas de las que puedo jactarme. Y una en particular: yo soy el tipo que cambió de sexo sin mudarse de país, ni de provincia, ni de ciudad, ni de barrio, ni de manzana, ni de cuadra, ni de casa. Eso significa, entre otras cosas, que soy el tipo que cambió de sexo viviendo al lado de los mismos vecinos que eran ya vecinos de sus abuelos, los mismos que siguen siendo visitados por los mismos tíos que ya no lo visitan. Algunas cosas han cambiado. La gente que durante años me dijo puta ahora me dice puto, por ejemplo, es decir: han cambiado, pero no demasiado.

Ser parte de una familia que vivió tantos años en esta casa tiene sus ventajas. A pesar de que todo el mundo se conoce —y conoce las historias de todo el mundo—, lo cierto es que a esta altura del partido nadie se acuerda muy bien cuál es la historia de cada quién. ¿Cuántos hermanos éramos, y quién nació primero? ¿Quién se mudó, y cuándo? ¿Quién es el novio o la novia de quién? ¿Alguien se casó? Seguro, pero, ¿hace cuánto? Todos mis vecinos vinieron al casamiento de mis padres, pero, ¿fue en esta casa? Es difícil saberlo: el espejo medialuna de mis abuelos donde mi madre se miró el tocado está en el dormitorio de los vecinos de al lado. Es comprensible entonces que nadie sepa muy bien si soy yo el que cambió de sexo, o si siempre he sido mi hermano (o, quién sabe, sólo un hermano).

A veces me cruzo en la calle con una mujer que debe haber pasado ya los setenta años. Cuando yo era chico la llamaba tía, lo mismo que a su hermana (en algún momento alguien me explicó que no eran parientes, sólo amigas de la familia). Su madre había sido la mejor amiga de mi abuela; tejían y conversaban echadas en una cama doble con respaldo de bronce. Tomé la merienda en su casa la tarde que siguió a un entierro, y luego volvimos a hablar poco y nada. Ahora nos saludamos en la calle, y la veo vacilar en el saludo. ¿Quién soy? Alguien del pasado.

Hay quienes llaman y preguntan. Preguntan por ella. Preguntan por mí, aun delante mío. Casi nunca estoy, para nadie. Me he ido. Estoy de viaje. Les explico: ella está de viaje, y no tengo la menor idea de cuándo ha de volver. Pueden dejarle mensajes conmigo, yo voy a dármelos apenas regrese (pero es difícil, muy difícil que responda). Le ofrecen promociones que, aseguro, a ella no le interesan. La invitan a cambiarse de prepaga, de telefónica, de conexión a Internet, de banco; la urgen a comprar autos, a contratar seguros, a irse de vacaciones a lugares. No insistan, yo respondo. Ella no va a atender. No va a devolverle el llamado. ¿Cómo lo sé?, me preguntan. Es obvio. Hace 37 años que compartimos la misma casa.

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