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Viernes, 13 de marzo de 2009

La dulce amnesia del amor

El primer aniversario de una pareja que firmó la unión civil, pero hubo que recordarles cuándo.

 Por Marta Dillon

”¿Ya un año? Mirá vos...” Marina Muñoz se excusa: si ni siquiera puede recordar los cumpleaños de la gente que quiere, menos podrá con el aniversario de la unión civil que firmaron. ¿Cuándo? “El 8 de abril”, apunta Fernanda Francos, y si “mi señora dice que es el 8, será el 8”. Lástima, chicas, con el memotest no iban a hacerse millonarias. Se casaron el 1º de abril, según consta en las actas de este suplemento que fue testigo de su boda –ok, algo así– y hasta arrojó arroz en el patio del registro civil. De ese día sin número se acuerdan en cambio de las palpitaciones en el viaje de ida en moto, de una emoción rebelde que apareció aunque no la esperaban, de los familiares, de los amigos y las amigas. Para ellas iba a ser un trámite, querían compartir la obra social y el papel les iba a facilitar las cosas. Eso. De ahí la sorpresa por el modo en que el corazón hizo su galope una vez enfrentadas a la evidencia de que su vínculo iba a quedar registrado en los archivos de la Nación. “Pero la verdad es que el papel no me pesa”, dice Marina a medias, en serio. “Aunque cada vez que me quejo ella me dice: ‘Jodete, vos firmaste el papelito’”, siendo que ella no es Ella –la que lleva el anillo que intercambiaron aquel día– sino su secretaria y casi hija adoptiva de la pareja, a pesar de haber pasado largamente la mayoría de edad. Es que así son las familias: deformes, pero fuertes como el amor.

En este año, Marina y Fernanda tuvieron su obra social compartida en la que figuran como matrimonio. “Una obra social cualunque, donde nos atendieron bien y rápido. Se ve que al señor le encantó que fuéramos tortas”, dice Fernanda sin aludir a las fantasías del señor sino a una bonhomía que ella siempre presume a priori. “Pero antes habíamos ido al Hospital Británico –cuenta Marina– y ahí una chica muy elegante nos dijo que teníamos suerte porque todavía aceptaban parejas de lesbianas, pero no de gays, porque tienen más riesgos de enfermedades que terminan tratando en el hospital. Por supuesto que nos fuimos de ahí de inmediato, no íbamos a ser cómplices de esa bestialidad.”

Que el año se pasó volando es un lugar común que usan estas dos mujeres, a pesar de que una de las suegras necesita, cada día, de más atención; a pesar de una estafa que las dejó en la lona por poco tiempo –el ánimo guerrero es lo último que se pierde–; de esas pequeñas pérdidas cotidianas que dan la certeza de que lo único que puede acumularse es la experiencia. Y eso sólo porque también es posible olvidarla en el momento indicado. Por eso, porque Fernanda y Marina saben que todo lo que tienen es ahora, en plena crisis se van de viaje tan lejos como puedan. “Entonces renovamos la cédula y el pasaporte; y resulta que las dos seguimos figurando como solteras”, cuenta Marina algo desilusionada. “Yo le dije a la mina que estaba casada con ella”, agrega Fernanda. La empleada de Policía Federal, impertérrita, hizo su devolución: “Eso acá todavía no sirve”. ¿Todavía? Hasta en la oficina de pasaportes se sabe que hay derechos que vendrán, de manera inexorable.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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