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Viernes, 24 de abril de 2009

EPA

La coronita aprieta

La rubia no se está ahogando, no. No se agarra de las tetas para mantenerse a flote. De hecho, no están en el mar sino en una piscina. Algo que a la prensa sensacionalista –siempre sedienta de escándalos, y más si se trata de la realeza británica– le vino como corona a la cabeza. Y todo porque la princesa Eugenia de Inglaterra, hija del príncipe Andrés y de Sarah Ferguson, la muchacha detrás de los senos enormes, ¡hasta parece disfrutar del masajito! ¿O toqueteo? ¿O tanteo? ¿O caricia? Las fotos publicadas la semana pasada por el diario The Sun, que muestran a la princesita, de 19 años, de vacaciones en Tailandia con un grupo de amigos, ha reflotado el fantasma que cada tanto se florea sobre una institución que depende, como ninguna otra, de que sus descendientes se casen de la manera más tradicional y tengan hijos genéticamente incluidos en el matrimonio. Algo que parece importarle a la princesa Eugenia tanto como le importó a Manavendrasinh Gohil, príncipe de Rajpipla, quien se convirtió en el primer príncipe abiertamente gay de la historia. Soberano de un bastión al oeste de la India, fue desheredado en un principio por su familia y aceptado después de ser invitado al programa de Oprah Winfrey. Una rara avis en un universo en que la regla de oro parece ser, en muchos casos, cuidar a ultranza las apariencias. Y si no pregúntenle a Alberto de Mónaco, de quien tanto se ha dicho… Ejemplo de lo catastrófico que para la monarquía puede llegar a ser que en la palabra “trono” vaya una L en lugar de la N.

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