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Viernes, 22 de mayo de 2009

ENTREVISTA > RODRIGO BELLOTT

Perfidia y dependencia

Autodefinido como cosmobolita, Rodrigo Bellott, el primer director boliviano nominado a un Oscar, encuadra su cine más allá de las fronteras y también se dedica a hacer casting para otros directores como Almodóvar o Steven Soderbergh, autor de la saga del Che Guevara. Acaba de estrenar Perfidia, donde habla por primera vez sobre la identidad gay desde un punto de vista bastante atípico.

 Por Diego Trerotola

¿Cómo fue que empezaste a hacer cine en Estados Unidos?

—Llegué a EE.UU. para estudiar artes visuales y me topé con un movimiento afroamericano, latino, gay and lesbian de mucho activismo, de una presencia y un compromiso político muy grande. Y siempre digo que llegué a EE.UU. y ahí recién me di cuenta de que era negro, que era latino, porque me crié en una sociedad boliviana de clase media alta con muchos privilegios. Empecé a trabajar con eso, con la construcción de mi masculinidad a partir de agentes externos sociopolíticos, económicos y culturales. Lo que significa construirse como hombre latino, latinoamericano, negro, blanco, gay, etcétera.

¿Y de allí a ser nominado a un Oscar?

—Lo primero que hice fueron performances en la universidad y en pequeñas galerías que aceptaban trabajos de estudiantes. Tenía 18 años y todo se basaba en mi latinidad, era el primer boliviano en esa universidad. Luego empecé a trabajar el tema del jugador de fútbol americano, que me parecía una figura muy violenta. Tomé un curso de cinematografía e hice una performance con una Bolex 16mm: me filmé en mi casa la primera vez que me rasuré la cabeza y juego con la construcción de quién eres a partir del punto cero, tabula rasa. El trabajo se llamó Destierro (Exile), un profesor lo mandó a la Academia de Hollywood y quedó entre las cinco nominadas de 2000 a mejor película estudiantil. La Academia tiene los premios grandes y un día antes entregan los premios técnicos y los Oscar a mejor película estudiantil. Soy el primer boliviano nominado al Oscar.

Y luego viene Dependencia sexual que fue un éxito en festivales de cine lgbt.

—Dependencia sexual es la primera película digital boliviana, es un proyecto más estético que responde más al videoarte que al cine. Pero ganó el premio Fipresci en el festival de Locarno, luego Bolivia la nomina como representante para los Goya y el Oscar, y entonces me convierto en director. Es la historia de cinco adolescentes lidiando con su identidad sexual, pero no tiene nada gay: una mitad es en Bolivia y la otra en Nueva York, es la primera coproducción boliviana-americana. Es una película en pantalla dividida durante una hora cuarenta y cinco; la pantalla izquierda está fotografiada por un boliviano y la derecha por un americano. Había una historia con un chico, un personaje secundario, que lo obligan a acosar a otro compañero para probar que es hombre. Y ese temita llamó la atención y me invitaron a todos los festivales gays-lesbians del mundo. Y me parecía raro, porque no era una película gay en ningún sentido, eran historias de chicos heterosexuales teniendo su primera experiencia con chicas, y chicas teniendo su primera experiencia con chicos. Cuando se estrena en EE.UU. fue un éxito grandísimo, The New York Times y la revista Times la pusieron entre las mejores películas del año, me compararon con el Gus Van Sant de Mala noche.

¿A partir de allí todos fueron éxitos?

—Después de estas críticas tan buenas firmé con una agencia grande en Hollywood y empecé a desarrollar un proyecto de cinco millones de dólares que se llamaba Domingos de fútbol, una investigación sobre las academias de fútbol en Bolivia que traen alumnos de intercambio americanos y toda la construcción de la masculinidad a partir del soccer latinoamericano: los hinchas, los padres que llevan a los hijos a las academias, la homofobia, la construcción de tu cuerpo a través de la mirada curiosa, bicuriosa, homoerótica, la represión de la homosexualidad en el deporte. Alguien dice que el deporte es a la violencia lo que la pornografía es al sexo, creo que es Galeano o Barthes, ambos han escrito sobre el deporte como una estructura de control social del género. Trabajé en esta película casi cuatro años pero nunca se hizo. Terminé muy frustrado.

¿Cómo llegaste a Perfidia, tu última película?

—La escribí en un viaje a Buenos Aires, luego de terminar una relación muy dolorosa. Perfidia es una película de veintitantos planos secuencia, de un solo actor en una sola locación, sin diálogo. Un tipo que con pelo largo, barba larga, llega a un hotel en medio de la nada, en la nieve, en Nueva York, y empieza a raparse la cabeza, a rasurarse, y hace una serie de rituales como reinventándose en esta habitación una soledad muy grande. Es una película de cómo te levantas después de haber perdido el amor de tu vida.

Es una película gay bastante atípica...

—Tengo un amor-odio con las películas gays, que empecé a ver mucho porque con Dependencia... voy a festivales gays and lesbians. Y llegaba un momento en que me peleaba con directores, programadores y críticos porque hay una estética del cine gay que es el hombre-músculo y los estereotipos, no solamente de la construcción de la identidad gay sino también del hétero que se hace pasar por gay para conseguir a la mina. Y hay todo un tratamiento sobre el miedo a la soledad o el miedo al sida, el sida como castigo para el gay, toda esas mierdas. Con Perfidia quería hacer una película que hable sobre qué es sentir la soledad sin este miedo tradicional, que hable desde una homosexualidad que no es una cuestión sexual o física, es más una cuestión emocional o intelectual.

¿Y Perfidia es una producción boliviana?

—Chileno-americana. Yo tengo doble nacionalidad chilena: mi papá es chileno criado en Bolivia y mi madre es alemana criada en Bolivia. Mi papá trabajaba como agrónomo y ganadero en Brasil y entonces yo iba mucho durante mi infancia. A los dieciséis años me voy a Nueva York y vivo doce años ahí. Soy parte de una generación que no se identifica nacionalmente con nada y con todo. De hecho, bromeo siempre con que soy “cosmobolita”.

Foucault plantea que el gay es radicalmente desterrado, porque la mayoría de la gente nace en una familia heterosexual y para encontrar la identidad gay tiene que salir de la tierra del padre, de la patria. Eso hace del gay un migrante. Y veo esto como centro de tu obra.

—Dependencia sexual es eso también: un chico que se va de Bolivia buscando una nueva manera de vivir, pero no por una cuestión de identidad sexual. Foucault es una influencia muy presente, leí la Historia de la sexualidad antes de cumplir los veinte.

¿Por qué crees que Dependencia ha sido catalogada dentro del cine lgbt?

—En un momento hicieron una retrospectiva de los últimos años de cine gay en el MOMA, donde entraba desde Almodóvar hasta Gus Van Sant, y metieron Dependencia. Y voy a hablar con el curador: “¿Por qué me incluyes entre películas de temática gay?”. Y me dice: “Porque tú eres gay”. “¿Pero cómo sabes que soy gay?” “Porque me contaron”, me responde. Y mucha gente empezó a leer Dependencia... desde el rumor o el conocimiento de que yo era gay, entonces la lectura es completamente diferente. Sobre todo porque en la época en que la hice yo estaba en pareja con una mujer, una artista muy conocida, y tener que resolver este tema era complejo. Justamente he sido muy militante en separar mi vida personal de mi trabajo por el miedo a cómo se pueda leer mi trabajo o se malinterprete. Y por eso no quiero ser abanderado de mi bolivianidad, de mi urbanidad, ni de mi homosexualidad. Otro punto es que Dependencia sexual fue la primera película boliviana donde había desnudos masculinos y mucha gente se quedó prendida de eso: “Ah, debe ser gay porque no se muestran tetas, pero sí se muestran culos de hombres”. Y era una cuestión de indagar en una desnudez, en una fragilidad al tener sexo por vez primera. En Bolivia jamás hablo de mi vida personal, no sé hasta qué punto la gente asume si soy o no soy. Y ahora que hice Perfidia, que se estrena en mayo en Bolivia, la primera película que habla desde una identidad gay, tengo miedo de cómo va a ser recibida mi obra.

¿Pero por qué miedo? Que sea leída como una película gay no sería nada malo.

—Es el mismo miedo que tienen las mujeres directoras de que se lea su trabajo como feminista.

Pero algunas son feministas y quieren ser leídas como tales y no tiene nada de malo.

—El problema es que te cierra la lectura.

O la abre.

—Pero cuando he leído de críticos o curadores que asumen que soy gay, de lo único que hablan es de la parte gay.

Entonces habría que tenerle más miedo a un crítica reduccionista que al hecho de que digan que es gay. Igualmente, cualquier lectura siempre es un juego complicado.

—Mi sueño es que la gente me considere director de cine o artista, pero no director gay o director boliviano. Pero fijate que, curiosamente, mandé Perfidia al Out Fest de Los Angeles, donde he estrenado películas que no son gays y me responden que no es lo suficientemente gay, porque no hay ningún beso, porque es un hombre que es gay pero no tiene relación con otra persona. No emboco una.

Siempre decís que tus películas son autobiográficas.

—Sí. En Dependencia hay una historia de un chico que va a EE.UU., y todos dicen que ahí está la parte autobiográfica. Y no, lo autobiográfico está en la negrita que violan al final. Ahí estoy yo, soy la negra; no me violaron, pero tiene que ver con identificarte con una otredad y escribir desde esa mirada. La parte personal de Perfidia no es la parte gay, sino es la parte de vivir cinco años en hoteles de una soledad tremenda, de nunca estar más de dos semanas en un país, lo que imposibilita tener una relación con un ser humano, lo que te genera un montón de problemas.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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