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Viernes, 12 de junio de 2009

ENTREVISTA > ALEJANDRO FREYRE

Montada para jurar

Con auténtica vocación política, Alejandro Freyre sueña con el día en que la historia lo corone como el primer legislador abiertamente gay de la Argentina. En solidaridad con sus compañeras travestis, se imagina “montada” como una reina para una ceremonia que la intención de votos convierte en esquiva. Sin embargo, con un solo paso comienza cualquier marcha y aquí se lanza nuestro Harvey Milk en busca de su (mejor, seguro) destino.

 Por Patricio Lennard

¿Cuántos votos serían necesarios para que fueras electo legislador porteño y te convirtieras en la primera persona abiertamente gay que accede a una banca parlamentaria en la Argentina?

—No lo sabría explicar matemáticamente, pero podríamos estar peleando el cuarto legislador con una cantidad de entre quince y veinte mil votos. Aunque hay casos en los que con menos también lo estás peleando. Además son cuatro las listas que van a estar disputando el tercer lugar en la Ciudad de Buenos Aires: la nuestra, la de Pino Solanas, la del partido de Aníbal Ibarra y la de Carlos Heller.

¿Y lo ven posible?

—Personalmente tengo las fichas puestas no sólo en la comunidad Glttbi sino también en todo nuestro entorno afectivo y en las personas heterosexuales que están de acuerdo con que las listas de los partidos incluyan la diversidad. No estoy buscando solamente el voto de lesbianas, gays o el de las personas trans, sino el de todas las personas que sin tener un hijo o un hermano gay quieren una ciudad más inclusiva. No digo que haya que votarme a mí por ser gay, pero sí hay que votar al Partido Socialista por tener un candidato gay, algo que otros no tienen. En otros partidos una persona gay puede militar, puede volantear, puede ser fiscal de mesa, parte de un equipo de asesores, pero no candidato.

¿Y a qué se debe esa limitación?

—A la homofobia tradicional de los partidos. A que ser “padre o madre de familia” constituye una parte fundamental de la idea de lo que un político con perfil de candidato debe tener, mientras que nuestros modelos de familia no son vistos como familias. Y eso lo demuestra que la ley de matrimonio esté cajoneada, que a nivel presupuestario la ciudad no tenga partidas para la diversidad, que las personas travestis sean perseguidas, que las personas gays no podamos donar sangre, que gays y lesbianas tengamos dificultades cuando nos hacemos visibles en nuestro trabajo o en la escuela. Cuando el Partido Socialista me ofreció integrar la lista, lo analicé con todo el equipo de la Fundación Buenos Aires Sida, de la que soy coordinador, y con la gente de la Federación Argentina Glttbi, cuyo trabajo parlamentario el Partido Socialista apoya desde hace tiempo. El Partido Socialista es el primer partido que creó un área de diversidad sexual donde sus militantes gays, lesbianas y trans son parte de su estructura, militan dentro del partido y pueden también proponer candidatos.

¿Y cuáles dirías que son las principales dificultades de hacer política, más allá de las organizaciones que defienden los derechos de las minorías sexuales?

—Lo primero es la cómoda distancia que tienen quienes no están interesados en incorporar la diversidad sexual a su agenda política. La cómoda distancia, digo, porque sus partidos no se lo exigen y porque tanto en la Legislatura como en el Congreso hay una pacatería que contribuye a que nuestros temas se posterguen porque no son vistos como urgentes. El hecho de que existan mujeres en la Legislatura es significativo a la hora de discutir leyes que incluyan la cuestión de género. Del mismo modo, la ausencia de gays, lesbianas y trans es altamente significativa a la hora de poder generar políticas que incluyan también a la diversidad. No es lo mismo que haya una persona gay o que no la haya, porque para llegar ahí hay un recorrido, y si no estamos ahí es porque en el recorrido están las barreras.

¿Y no hay nada que le recrimines a la militancia Glttbi en la Argentina?

—La militancia es parte del colectivo Glttbi, de eso no hay dudas. Entonces, recriminarles a personas que son víctimas de una discriminación sistemática, que no han podido traspasar muchas de las barreras que se nos imponen en la vida cotidiana, sería bastante injusto. Quizá podría tener observaciones, pero no recriminaciones. Creo que tenemos que avanzar más. Pero para eso hace falta militancia y activismo: personas que consagren parte de su tiempo, como lo hacemos nosotros, que le robamos tiempo a nuestra vida y hacemos de esto nuestra vida, en algunos casos. Hacen falta parejas homosexuales que hagan lo que hicimos con José María, mi novio, cuando en abril fuimos a un registro civil a pedir fecha para casarnos sabiendo que iban a negárnosla. Tener la valentía de ir a un registro civil a que los discriminen para luego presentar un recurso de amparo. Y, sin embargo, son pocas las personas que se atreven a dar ese paso de militancia.

Si por algo es reconocida la gestión kirchnerista es por su política en materia de derechos humanos. ¿Trasladarías ese reconocimiento a lo que atañe a las minorías sexuales?

—Yo soy parte de la función pública del gobierno nacional porque soy asesor de VIH-sida del Inadi, así que reconozco el avance que se ha hecho en materia de derechos humanos. Sin embargo, teniendo mayoría parlamentaria para votar las leyes que interesan, el proyecto de matrimonio sigue durmiendo en los cajones. No se puede decir que esa política de derechos humanos se haya derramado también en nuestro colectivo. La verdad que no, es una materia pendiente. Creo que el gobierno actual ha hecho avances muy significativos, pero en materia de diversidad sigue habiendo huecos.

Vos tenés VIH y tu militancia ha tenido mucho que ver con la problemática social que entraña la epidemia. ¿Notás que en los últimos años las personas con VIH han perdido protagonismo en las organizaciones Glttbi?

—Hay datos que son preocupantes: el porcentaje de personas Glttbi con VIH no ha descendido. No se ha movido esa prevalencia y ahí hay otro reflejo de la homofobia: la falta de campañas sobre VIH-sida para la población en general y la ausencia total de campañas para nuestra comunidad. Creo que las organizaciones Glttbi han tenido que ocuparse de la agenda del VIH por haber sido el primer grupo golpeado por la discriminación y también han tenido que tomar esa agenda como un tema urgente. No diría que hemos soltado la agenda del VIH, pero sí que estamos abarcando una agenda más amplia. De hecho, ya no son organizaciones gays –como históricamente lo fueron– sino organizaciones de lesbianas, gays, bisexuales y trans en las que la agenda trans es hoy prioritaria por la alta vulnerabilidad que esas personas tienen no sólo con respecto al VIH sino también en materia de educación, empleo y vivienda.

¿Y de qué modo el hecho de tener VIH incidió en que tomaras el camino de la militancia?

—Cuando recibí el diagnóstico era muy joven, tenía 20 años (hoy tengo 39), y ya tenía un compromiso social porque había participado activamente en el centro de estudiantes de mi escuela cuando era adolescente. Sin duda, el VIH cambió el eje de mi trabajo. Hizo de mi involucramiento social un compromiso de 24 horas al día porque yo no puedo dejar de tener VIH ni siquiera cuando duermo. Cuando me enteré de la noticia tuve que hacer muchas modificaciones en mi vida, incluyendo a mi familia y mis amigos, y mi decisión de ser honesto con respecto a mi identidad sexual, y la decisión de no morirme y sobreponerme a la noticia de que me iba a morir en un plazo de tres años (así me la dieron, hace 19 años), hizo que ambas cosas se potenciaran. Eso me permitió crecer como persona y como activista, y luego vinieron la creación de la Fundación Buenos Aires Sida (en la que trabajamos para que exista la ley nacional de sida que hoy tenemos, que hace que la medicación sea gratuita en cualquier hospital público, al igual que el testeo) y la mediatización de nuestro trabajo (cuando Mirtha Legrand me invitó a su programa y tomó de mi copa; cuando fui al programa de Mariano Grondona y le llené el escritorio de preservativos; cuando en 2005 le pusimos un preservativo al Obelisco).

¿Y qué fue lo más duro de hacerte tan visible como alguien que tiene VIH?

—Antes de hacerlo trabajé educando a mi familia y a mis amigos. No fue que un día me desperté y dije: “Hoy quiero salir en la tele”. Fue un proceso. Cuando le conté a mi familia que tenía VIH, si bien no hacía mucho que sabían que era gay, sí había pasado el tiempo suficiente y por eso mis padres me acompañaron a buscar el resultado. No tuve que darles la noticia después o contarles juntas las dos cosas, como les pasa a muchas personas. Yo soy una persona muy extrovertida, pero también soy tímido, y no deja de llamarme la atención que haya quienes piensan que cuando yo me expongo como una persona gay que tiene VIH estoy desnudando mi intimidad. Pero no creo que eso sea así. Hablar de mí es otra cosa. De hecho, el momento en que estuve más cerca de exponer mi intimidad fue cuando fuimos con José al registro civil a que nos discriminaran en público.

En campaña, los políticos suelen hacer promesas que después no cumplen, y que incluso hacen sabiendo de antemano que no van a cumplir. En tu caso, ¿cuál sería esa promesa si pensamos en los votantes Glttbi? Te estoy pidiendo que nos mientas un poco...

—Nunca estuvimos tan cerca de que un candidato gay pueda acceder a una banca parlamentaria en la Argentina. Por eso le hice un desafío al partido: si soy electo legislador, el día que asumo voy “montada”. No sé si es una promesa que vaya a cumplir, pero por lo menos está en mi deseo buscar maneras de ir más allá de que un gay ocupe un espacio en la política pública.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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