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Viernes, 10 de julio de 2009

SON

Vulnerables

Buena parte de la retórica que se puso en juego a partir de la expansión de la pandemia de gripe A toca de manera especial a las personas que viven con vih. No sólo porque este nuevo virus podría afectar su salud, sino porque actualiza viejos estigmas que, paradójicamente, gozan de buena salud.

La reiteración de la palabra "virus". La retórica del miedo que se acumula entre el recuento diario de muertes y un reflejo arcaico frente a lo desconocido. La expansión de la paranoia, las teorías conspirativas; la incredulidad, también, frente la posibilidad de que esto –la pandemia de una nueva cepa del virus de la gripe– esté pasando. La necesidad de ubicar un culpable: el virus y el código alfanumérico que lo identifica no son suficientes, los culpables necesitan nombre y apellido, al menos un rostro humano, un "tipo" de rostro humano, en el mejor de los caso, que no se parezca al propio. Todo esto que se enumera a vuelo de pájaro, primera impresión después de una tarde de televisión, tiene reminiscencias claras para quienes vivimos con vih. Hay cierto déjà vu en estos discursos e imágenes omnipresentes en estos días. Nosotros, más allá de la época en que cada cual se haya infectado con el virus del vih (esta sigla ahora hasta parece un anacronismo o un error de tipeo), sabemos qué fácil es convertirse en una amenaza para los otros o las otras, aun cuando la amenaza sea un microorganismo que no lleva nuestro nombre sino el propio. Nosotros, nosotras, sabemos del temor a la enfermedad y la muerte. Aun cuando los tratamientos hayan aplazado ese fantasma, su presencia es un vaivén que a veces acaricia de improviso. Sabemos, además, cuán fácil es enmascarar la disciplina moral en razones científicas: no bebas, no fumes, no cojas, no beses, no consumas drogas. O mejor: no cojas con personas que tienen vih, ninguna práctica tiene riesgo cero –¿algo en la vida tiene riesgo 0?–, etc., etc. De alguna manera, este bagaje podría convertir a las personas que vivimos con vih en una especie de Viejo Vizcacha, al menos frente a los discursos del pánico. Por mi parte, cuando tuve la primera noticia sobre la gripe A (H1 N1) y leíamos en rueda de amigos las normas de prevención, esperaba que la enumeración llegara a donde llegó: evitar el contacto con otros, no besarse. Como si el beso fuera en sí mismo peligroso, como si lo que hubiera que decir –que el virus de esta gripe se transmite muy fácilmente cuando se toma contacto con las secreciones de una persona que haya enfermado– fuera tan complicado que resulta mejor arrasar con una costumbre amorosa antes que dar las explicaciones del caso. Es curioso, se promueve la desconfianza hacia los otros cuando en realidad el cuidado mutuo y la responsabilidad social son las herramientas más valiosas para enfrentar una pandemia. Y no deja de ser curioso, también, que esas cosas que –las más de las veces– aprendimos dolorosamente quienes vivimos con vih otorguen tan pocas herramientas frente a esta nueva pandemia. Tal vez la experiencia sea apenas una brújula díscola en medio de un mar de miedo. De valor relativo, claro, cuando se toma conciencia de que todos aquellos estigmas que se imprimieron durante las peores épocas de la crisis del sida (¿habrá pasado esa crisis?) permanecen como callos que la mayoría de las veces no se sienten pero cuando se los fuerza, duelen.

Las personas con vih, en tanto inmunocomprometidas, son (somos) más vulnerables a las complicaciones que pueda acarrear infectarse con el virus de la gripe A. Es nuestro derecho, entonces, tomar una licencia por 15 días para prevenir esas posibles complicaciones. Pero, claro, esta chance está ligada a las posibilidades de develar su diagnóstico que cada uno o cada una tenga en su trabajo. Pocas, claro. Menos ahora, época en la que claramente un trabajador o trabajadora con vih es una persona incómoda, de hecho ya podría faltar quince días seguidos a su lugar de trabajo. La vigencia de aquellos estigmas, entonces, se actualiza. Y también la de los viejos temores a la enfermedad y la muerte. Con experiencia, sí, pero vulnerables...

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