turismo

Domingo, 24 de junio de 2007

NOTA DE TAPA

Gira por la Mesopotamia

Un viaje en auto por las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones de dos semanas de duración. Las termas de San José y el Palmar de Colón, los Esteros del Iberá, los Saltos de Moconá, las famosas Cataratas del Iguazú y la selva misionera. El detalle de las rutas, propuestas de alojamiento y precios.

 Por Julián Varsavsky

Las vacaciones de invierno son la temporada alta de la Mesopotamia, la vasta región de más de 400 mil kilómetros cuadrados que abarca las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones, limitada por los ríos Uruguay, Paraná e Iguazú. Este contorno fluvial que une y en parte aísla a las tres provincias explicaría un poco el hecho de que tengan identidades tan fuertes. Entre Ríos es la más gauchesca, ligada a la pampa húmeda y en sus orígenes a la expansión porteña hacia el norte. Corrientes y Misiones, en cambio, pertenecen al universo guaraní y en su complejidad actual son casi un país aparte, con rasgos propios de religiosidad e incluso de un idioma como el guaraní del que, aunque minoritario, perdura su musicalidad en la entonación del castellano. Y las dos provincias del extremo noreste del país tienen también su propia música –el chamamé– y gastronomía. Pero por sobre todo, se distinguen por la personalidad de su gente de campo, tan notablemente calma como explosiva, a quienes el enervante clima les templa el espíritu y les da cierta aura de indómitos, de apasionados y violentos, casi siempre con el facón en la cintura como “arma” de trabajo.

Una de las más impactantes maravillas de nuestro país: las colosales cataratas.

A Entre Rios

El viaje comienza desde Buenos Aires por la Ruta Panamericana, atravesando el Puente Zárate Brazo Largo para tomar la Ruta Nacional 14, el eje principal de este viaje. La primera noche en la provincia de Entre Ríos se puede pasar en el complejo termal del pueblo de San José, cercano a la ciudad de Colón. Las aguas termales de Villa San José se descubrieron el 10 de diciembre de 2004 con una excavación que, a la larga, derivó en la construcción del complejo termal, un predio de 36 hectáreas junto a la ribera del río Uruguay. Los servicios incluyen piscinas con hidromasaje, juegos de agua y tratamientos de fangoterapia y masajes. El sector de piletas cubiertas y al aire libre con temperaturas altas y templadas abarca tres hectáreas y medias. Además hay dentro del complejo un conjunto de cabañas y un hotel.

Desde San José, se puede visitar el Parque Nacional Palmar de Colón, ubicado a unos 35 kilómetros del complejo termal.

Camalotes correntinos: una imagen casi emblemática de nuestro Litoral.

En tierras correntinas

Al tercer día la travesía continúa hacia el norte, rumbo a Corrientes por la Ruta Nacional 14, casi bordeando el río Uruguay. Las planicies de la pampa húmeda se transformarán en pocas horas en un gran humedal pantanoso donde la vegetación, muy de a poco, será cada vez más espesa. Antes de ingresar a Corrientes proliferan junto a la ruta unos altarcitos rojos rodeados de cañas tacuara clavadas en el suelo con un banderín triangular en la punta, dedicados al Gauchito Gil, que preanuncia la llegada a la provincia.

El destino final de esta jornada es Colonia Pellegrini, que sirve de base para visitar los Esteros del Iberá. Pero antes conviene hacer una parada en las afueras de la ciudad de Mercedes para conocer el altar principal del Gauchito Gil, a la vera de la Ruta 123, donde está su tumba. Cada 8 de enero se dan cita allí unas 100 mil personas que llegan a pie, a caballo y en 200 micros, incluso desde países vecinos, para venerar al Gauchito. El santuario es una pequeña ermita de chapa bajo la cual yacerían los restos de este gaucho “canonizado” solamente por los correntinos. A su alrededor se levanta una precaria parafernalia de puestitos de venta con toda clase de iconografía del gauchito –llaveros, gorras, cintas–, mates, baratijas varias y por sobre todo velas rojas que luego arden de a centenares junto al santuario chorreando todo con su cebo.

Las mariposas del Parque Nacional Iguazú revolotean entre las piernas de los turistas.

La historia de Antonio Mamerto Gil Núñez –matizada por la tradición oral–- dice que este gaucho desertó del Ejército Argentino a mediados del siglo XIX para convertirse en un bandido rural que les robaba ganado a los estancieros ricos y les daba una parte del botín a los pobres. El día que lo atraparon –el 8 de enero de 1878–, cuando ya lo tenían colgado de los tobillos en un algarrobo que aún sobrevive junto a la tumba, le advirtió al sargento que lo iba a degollar que, si no lo enterraba, al llegar a su casa aquel hombre encontraría a su hijo moribundo. Y la maldición se cumplió, así que el sargento regresó presuroso a darle sepultura y al volver a su casa su hijo ya se estaba sanando. Según lo certifican las incontables chapitas de agradecimiento clavadas en el histórico algarrobo, parece que el gaucho Gil sigue haciendo milagros y por millares.

Desde las termas de San José hasta Colonia Pellegrini hay unos 450 kilómetros que se recorren por la RN 14 hasta Paso de los Libres, luego por la provincial 123 hasta la ciudad de Mercedes y por último la provincial 40 (120 kilómetros de ripio).

Ubicados en pleno centro de la provincia, los Esteros del Iberá son un gran humedal pantanoso formado en una hoyada de apenas dos metros de profundidad que abarca un área donde cabe 65 veces la ciudad de Buenos Aires. Una vez instalados en alguna de las posadas que rodean la laguna de Iberá, el resto del día conviene dedicarlo a descansar.

La primera salida es a la mañana siguiente, desde el amarradero de la posada. A los 15 minutos de navegación se llega a la zona de los estrechos canales donde habita la fauna de la reserva. Al aminorar la marcha el encuentro con los animales es inmediato. Los primeros en aparecer son los carpinchos, unos roedores que se pasan todo el día inmersos en roer y roer los pastos.

La presencia de las aves es la más ruidosa y contundente. Los chajaes acostumbran a posarse en actitud vigilante en la rama más alta de algún arbolito seco. Una de las aves más vistosas es el cuturí, con sus alas negras y una franja verde fosforescente en la parte inferior. Entre las multitudes de camalotes color lila, anda a los saltos el gallito de río, siempre mirando al suelo y picoteando insectos con su pico desproporcionadamente largo.

Para muchos el leit motiv de los esteros es la zona donde proliferan los yacarés. Llegado cierto punto hay decenas de ejemplares a la vista, que parecen a la expectativa de algún festín. Algunos miden hasta dos metros y a veces lanzan una especie de soplido terrorífico que hiela la sangre.

El espléndido yaguareté. Un temible felino muy difícil de ver en el trayecto.

Al quinto día se puede hacer una cabalgata corta por los alrededores de los esteros, una buena oportunidad para conocer las casas de adobe –sin luz ni agua– desperdigadas en las afueras de Colonia Pellegrini, donde el mismo tendal de la ropa sirve a veces para colgar la carne salada para secarla al sol (el charqui). A medida que uno se adentra en las zonas anegadas proliferan las palmeras yatay y aparecen los teros, los chajáes e infinidad de cotorritas. Pero lo más interesante de este paseo es poder compenetrarse un poco con la cultura gaucha local, siempre y cuando uno se las ingenie para lograr hacer hablar a los paisanos. Y el que no lo logre tendrá que contentarse observando la indumentaria particular del gaucho correntino. La silla de montar se llama cirigote en Corrientes y el rebenque, “cola de lagartija”. La bombacha de estos gauchos es siempre oscura, usan camisa de algodón marrón o azul y una faja tipo vasca que a su vez ajusta un cinto ancho con dos a cuatro hebillas. El cuchillo va del lado derecho de la cintura, entre la faja y el cinto. Y por último el sombrero, siempre de paño negro, de copa chata y redonda. Por lo general, calzan alpargatas, a las que les agregan espuelas ya que las botas de cuero no son muy prácticas en zonas anegadizas.

El sexto día se puede seguir viaje hacia Misiones y se observará tras la ventanilla del vehículo cómo la vegetación baja de los esteros se va elevando hasta convertirse en selva.

La salida desde Iberá hacia Misiones puede complicarse un poco los días de lluvia si se viaja con auto común. Sin lluvia se puede ir tranquilamente hacia el norte por el ripio de la ruta provincial 40, que desemboca en la Nacional 14 y atraviesa toda Misiones. Y si llueve, quienes vayan con camioneta 4x4 no tendrán problema, pero con auto común deberán bajar hacia el sur por la provincial 40 y luego tomar la provincial 123 hasta la Nacional 14 en Paso de los Libres, haciendo un rodeo más largo.

Un viaje para adentrarse en los paisajes de la Mesopotamia y conocer su fauna.

Rojo y verde misionero

La Ruta Nacional 14 es una vía alternativa para llegar a Iguazú que atraviesa la provincia por la zona central (por lo general se va por la Ruta Nacional 12, que en este itinerario se recomienda para el regreso). La primera parada misionera se hace en la localidad de Aristóbulo del Valle, casi en el centro exacto de la provincia, a 160 kilómetros de Posadas. Cerca de allí hay un lodge en medio de la selva llamado Tacuapí, que sirve de base para visitar los Saltos de Moconá. El lodge tiene tres cabañas construidas con madera recuperada de la selva y una pileta. Una alternativa más económica es alojarse directamente en el Refugio Moconá, cercano a los saltos.

Camino a Moconá el pasto crece hasta el borde del asfalto y parece a punto de invadirlo. El fragante verdor de los pastizales impregna el aire y pareciera que se cumple una orden suprema de tapizar con vegetación cada centímetro del terreno sin dejar claros. Aunque en verdad cada vez más aparecen manchones de la hermosa tierra colorada misionera, que hace apenas cincuenta años estaban cubiertos por la selva. A la altura del poblado de El Soberbio –al que se llega luego de abandonar la Ruta 14 para tomar la provincial 13–, aparecen las primeras casas de madera con techo a dos aguas y frente inglés, pintadas con vivos colores por los colonos europeos. En la ruta, es frecuente cruzarse con numerosos carros “polacos” de madera tirados por dos bueyes que van a paso de tortuga, conducidos por lugareños de pelo rubio y piel extremadamente blanca y enrojecida.

Saltos de Moconá. El insólito quiebre longitudinal del lecho del río Uruguay.

Los Saltos de Moconá se formaron hace millones de años, resultado de una falla geológica que produjo un hundimiento del terreno dejando al descubierto un gran escalón de piedra que mide tres kilómetros de largo por quince de alto. Al pasar por allí, el curso del río Uruguay se quiebra por la mitad y cae sobre sí mismo en una catarata larga y continua. El fenómeno es único en el mundo. Después de los altos, el río avanza encerrado entre dos paredes de oscuro basalto por donde los viajeros navegan disfrutando de un espectáculo natural muy llamativo.

El día 9 de viaje ya es momento de partir hacia Iguazú y dedicar unos tres días completos a realizar las imperdibles excursiones por el Parque Nacional Iguazú y vivir la inolvidable experiencia de estar frente a las colosales cataratas.

El día trece, supersticiones al margen, ya se puede emprender un regreso tranquilo hacia Buenos Aires, esta vez por la Ruta Nacional 12 haciendo algunas paradas en las localidades de Montecarlo y Jardín América, pero especialmente en San Ignacio para visitar las famosas ruinas jesuíticas. Según el cansancio se puede dormir en Posadas –implica un breve desvío no del todo conveniente– o retomar ya la Ruta 14 y hacer noche en alguna localidad de Entre Ríos, antes del envión final que conduce, con muy pocas escalas, de la selva verde a la “selva” de concreto.

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