turismo

Domingo, 20 de abril de 2008

JUJUY > VIAJE A HUMAHUACA

Diez días en la Quebrada

La tierra jujeña de los mil colores es la postal del Norte argentino. Sus paisajes, las comidas típicas, el encanto de su gente y la música del Altiplano terminan por enamorar hasta al corazón más duro. Un lugar para disfrutar y reflexionar a fondo sobre nuestras raíces.

 Por Pablo Donadio

“Si por Jujuy te fui buscando una mañana / y por Tilcara te encontré al atardecer / no era lo mismo / nuestro amor era distinto / ya no era el valle / la quebrada era esta vez. / Aunque el tiempo te ha llevado de mi lado / quisiera en Jujuy / quererte otra vez.” Quizás ésta sea la interpretación más linda del conjunto Los de Jujuy, pero las palabras siempre son escasas cuando se quiere explicar aquello que queda grabado en el corazón. Quien ha pisado estas tierras bien lo sabe: el Norte enamora. Y en esa inmensidad de texturas y tonalidades, la Quebrada de Humahuaca es la que mejor exhibe la multiplicidad de elementos culturales que le dieron vida y testimonio a la raíz local. Creencias, celebraciones, usos y costumbres, música, adaptaciones del lenguaje, manifestaciones religiosas y tradicionales, modos de vida y hasta algunos de sus sistemas productivos son parte de un legado histórico que se ha reproducido como un documento inalterable por años.

Sólo 170 kilómetros de caprichosas formas ponen al descubierto las distintas capas de roca y desnudan sus colores en un puñado de pueblitos. Bellísimas capillas coloniales, el culto a la Pachamama, el adobe como pieza clave para la construcción y la alegre música del Altiplano son apenas destellos de lo que puede impregnar en el visitante el paso por Jujuy. Tan grande ha sido su encanto que cuando la Unesco resolvió en 2003 (y por unanimidad) incluirla dentro de los sitios considerados Patrimonio de la Humanidad, tuvo que crear una nueva categoría a la que denominó “Paisaje Cultural”. Los testimonios de ocupación humana más antiguos del lugar corresponden al 8000 a.C., sin embargo su etapa de esplendor se dio entre los años 850 y 1480 d.C., bajo el dominio de las diferentes tribus omaguacas. Estas les dieron nombre a las tierras que circundan al río Grande, y formaron su hogar en este suelo prodigioso.

DESDE LA CAPITAL En general el viaje por la quebrada comienza en San Salvador de Jujuy, capital de la provincia. Allí se llega con algo más de dos horas de vuelo, o las 19 que requiere el viaje en ómnibus desde Buenos Aires. Si bien no es muy pintoresca, mirada desde arriba Jujuy se halla rodeada de cerros y quiebres montañosos en el triángulo que forman los altos de Nieva y los ríos Chico y Grande. Eso equivale a una visión fabulosa de sus formas, las que le valieron el metafórico apodo de “Tacita de Plata”. Fundada en 1593 por Francisco de Argañaraz y Murguía, San Salvador recibe la gracia de la quebrada por cercanía, y por estar en registro común con uno de sus detalles más llamativos: las iglesias y capillas. En medio de la ciudad, por ejemplo, está una de las catedrales más lindas del país, que en su interior atesora un viejo púlpito labrado completamente en materiales preciosos. El barroco Palacio de Gobierno y El Salón de la Bandera son otros atractivos a conocer en el primer día del viaje. Si el arribo ha sido en avión, puede seguirse camino sin problemas hacia los primeros poblados de la quebrada. Y si se llega en auto, se recomienda dormir el primer día en alguna posada, hotel o camping de la ciudad. Sin riesgo de salirse del presupuesto (el Norte en general se caracteriza por ser más barato que otros destinos), la mañana siguiente se disfrutará a pleno después de un buen descanso.

EL COLOR DEL ASOMBRO El debut de tonalidades ya lo establecen los poblados de Volcán, Yala, La Posta de Lozano, León y Tumbaya (este último primero de una serie de asentamientos prehispánicos de los indios omaguacas) que dan paso al increíble cerro De Los Siete Colores. Purmamarca –pueblo de tierra virgen, en lengua aimara–, porta un resplandor único e irrepetible. Es, ingenua y silenciosa, la parada más emotiva de la Quebrada. Pese a la gran cantidad de visitantes que la desbordan cada año, allí todo sucede bajo su pacífica magia. Magia que transmiten su gente, sus colores, su música, los campings y posadas, que conmocionan de inmediato a quien llega con aires de ciudad. Su villa conserva aún el aspecto intacto de siglos pasados. Su mercado improvisado decora la plaza central con mantas de telar, ollas de barro cocido, abrigos de lana de llama e infaltables instrumentos de viento, que completan su movida musiquera, justo enfrente, en la casa de charangos. Frente a la plaza, tradición de tradiciones si las hay, están la Municipalidad y también la iglesia local. La parroquia Santa Rosa de Lima muestra en su interior ornamentos y pinturas realizadas por nativos, pero además del espacio dedicado a sus fieles, ofrece un espectáculo conmovedor. Cada tarde, los “misachicos” (niños locales), se toman uno a uno las manos y al ritmo de quenas y tambores realizan el rito previo a la misa cantando y bailando durante largo rato.

La calidad –más que la cantidad– de recorridos hacen de Purmamarca un lugar para estar al menos dos o tres días. En principio para disfrutar del Camino de los Colorados, una caminata que desnuda por delante y por detrás la gama de ocres, verdes, anaranjados, púrpuras y rosados que se combinan en las laderas del Siete Colores, contrastando su perfección con la aridez del paisaje, cubierto de cactus y cardones. También para realizar la típica visita a Las Salinas Grandes, el mar blanco de la zona, cuya excursión se contrata en cualquiera de las callecitas céntricas e invita a conocer el Paso de Jama, el punto más alto de Jujuy a 4170 m.s.n.m. A la hora de la comida, en sus restoranes no faltan los tamales, humitas y empanaditas caseras, que se degustan con rapidez ante un infalible olor caserito. Tal vez como despedida, una buena cena en la peña de Claudia Vilte rescate también el sabor de las chacareras locales, y algún que otro relato de lugareños apasionados por sus pagos. Antes del adiós, una nueva pasada por la feria de la plaza permitirá cargar un poco más los bolsos con algún poncho de lana de vicuña o llama, bufandas y gorros tejidos, tapices, sonajeros de semillas, collares o miniaturas de mujeres collas cargando sus ollitas de barro, entre otros souvenires.

CAMINO A LA ALEGRE TILCARA Siguiendo camino ascendente aparece Maimará, a cuyas espaldas se ubica un cerro con estratos multicolores de roca conocido como Paleta del Pintor. Esta pequeña localidad está situada a 2383 m.s.n.m., en pleno centro de la quebrada. Su cementerio “de altura” decorado con flores hechas de papel llama la atención de inmediato. A un lado corre río Grande, mojando algunas casitas de adobe. La antigua casona colonial Hornillos, que fuera posta obligada en la ruta que unía el Alto Perú con el Virreinato del Río de la Plata, donde descansó el general Belgrano tras las victorias de Salta y Tucumán, constituye el gran atractivo. En Maimará existen quintas que abastecen de frutas y verduras a las localidades cercanas, y no es casual que allí se realice el Festival del Choclo, muy celebrado con música folklórica y otros deleites gastronómicos. Si el lugar atrae, dos hosterías y un camping ofrecen pernoctar. En caso contrario, unos ocho kilómetros más por la ruta 9 darán paso a la siempre radiante Tilcara, donde las tradiciones del baile local se dan cita cada noche en sus peñas. Con fuerte impronta colonial, la ciudad cobra una calidez especial tras la hora de la siesta, cuando los enormes faroles de hierro negro se encienden e iluminan sus calles de piedra hexagonal. Además de los circuitos turísticos de interés cultural y arqueológico se ofrecen caminatas y cabalgatas por la zona, donde suele verse antiguos pobladores dedicados todavía a la agricultura directa. Cuentan por ahí que sus ancestros eran también expertos tejedores y alfareros, y esas enseñanzas se han trasladado a los puesteros que hoy exponen sus creaciones en el mercado de la plaza central.

Denominada “capital arqueológica de la provincia”, Tilcara tiene el famoso Pucará, la mejor conservada de una serie de fortalezas indígenas de la época preincaica. Si la visita intenta ser exhaustiva, habrá que reservarse un par de días para conocer el Jardín Botánico de Altura (con enormes cactus y plantas de la zona) y el Museo de las Ermitas, que exhibe escenas del calvario de Jesús pero en paisajes puneños. Para el final, en una salida que ocupa un día entero por distancia y cansancio, queda la Garganta del Diablo, una inmensa cascada que en un tramo ha sido encauzada para alimentar a la ciudad. Se llega allí por el mismo camino que conduce al Pucará, pero desviando a la izquierda por un sendero que asciende varios metros de altura. La caminata dura cerca de dos horas, y cuando se llega al precipicio en cuya base corre el agua de la cascada, es posible hacer prácticas de rappel, como paso previo a un chapuzón de verano.

CON AIRES DE HISTORIA Al dejar Tilcara el camino continúa por Huacalera, el establecimiento colonial más antiguo de la quebrada y en cuyas serranías un monolito indica el cruce del Trópico de Capricornio. La próxima referencia es Uquía, a casi 3000 m.s.n.m., donde se encuentra la iglesia más atractiva de la zona, portadora de un altar tallado a mano en el siglo XVIII, un campanario y antiguas pinturas de la escuela cuzqueña que muestran los nueve ángeles arcabuceros. Se encuentran en Uquía las reservas arqueológicas, ruinas y pircas de una población indígena prehispánica asentada en Peñas Blancas y el rojísimo cerro Las Señoritas, paso previo al fin del itinerario. En Humahuaca, la ciudad cabecera de mayor población de la quebrada, culmina el recorrido con un promedio de tres días. Las casas de adobe y las calles estrechas dominan un pueblo adoquinado existente desde 1596, y en el que alcanza con poner un pie para que unos pequeños ofrezcan, por unas pocas monedas, desde hojas de coca para mitigar los efectos de la altura, hasta “una buena coplita humahuaqueña”.

En pleno centro la visita a la plaza remite indefectiblemente a nuestra historia. Su trabajo en piedra y el monumento a la Independencia son la base del gigantesco indio de hierro que se apoya sobre imágenes de los hombres que libraron aquella batalla. Varias anécdotas hay al respecto, aunque la que más sobresale cuenta que fue el general Manuel Belgrano, en una curiosa estrategia militar, quien mandó vestir a los cardones como soldados para impresionar a los realistas que venían del Norte.

También Humahuaca se destaca en materia musical, donde sobresale el Carnaval Norteño, uno de los encuentros más famosos del país, celebrado en toda la quebrada durante el mes de febrero. En el yacimiento arqueológico de Coctaca, unas 40 hectáreas de ruinas precolombinas (las más extensas del NOA) y el museo Folklórico Regional, con una colección de erques, charangos y bombos –claves para el famoso carnavalito–, son otros dos paseos cercanos.

Y vale la pena hacer, quizá como despedida, las cinco cuadras que separan la plaza del otro icono humahuaqueño: “La magia de mi raza”, la casa del maestro Ricardo Vilca, fallecido el año pasado, donde cada noche se congregan los amantes de la música. Después de un largo período en silencio, sus amigos decidieron continuar el legado del cantante y compositor jujeño, “quien mejor comprendió que la música es un elemento más de la naturaleza”, según palabras del actual referente de su conjunto. Comidas regionales y encuentros bien musiqueros animan las veladas al sonido de guitarras, quenas, charangos y sikus. Del otro lado de la ciudad, en la peña De Ahicito, ardientes chacareras y la sensualidad de la zamba se hacen presentes hasta el amanecer en las bellísimas mozas jujeñas y los bailarines del pago, que suelen enseñar los pasos fundamentales a todo aquel que se anime a las danzas criollas.

DATOS UTILES

Cómo llegar: Aerolíneas Argentinas (www.aerolineas.com.ar / 0810-222–86527) ofrece tarifas promocionales para residentes (con estadía mínima de una semana y de dos de máxima) desde $700. En ómnibus varias líneas parten de Retiro para un viaje que dura aproximadamente 19 horas (www.tebasa.com.ar). En auto se puede llegar a Jujuy principalmente por las rutas nacionales 9 y 34. La primera de ellas une la Capital Federal con La Quiaca, pasando por ciudades como Rosario, Santa Fe, Córdoba, Tucumán, Salta y San Salvador de Jujuy.

Dónde dormir: A lo largo de toda la quebrada hay una importante oferta de hospedajes, en los que sobresalen las posadas de estilo regional y los campings. Los precios van de $10 por persona (camping) a $40 (posada) la noche.

Más información: Secretaría de Turismo: http://www.turismo.jujuy.gov.ar, (0388) 422-1326. Terminal de ómnibus:(0388) 422-6299. Aeropuerto: (0388) 491-1109.

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Colores, texturas y la imponente dimensión de los pliegues cordilleranos de la Quebrada.

El bombo y los tamborcitos son piezas clave en el “duelo” de coplas del encuentro purmamarqueño.

El cerro De los Siete Colores, en Purmamarca, es la postal norteña por excelencia.
Imagen: Pablo Donadio
 
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