turismo

Domingo, 27 de abril de 2008

SUDáFRICA > ENTRE CIUDAD DEL CABO Y JOHANNESBURGO

Tierra de safaris

Es el destino más elegido de quienes arriban por primera vez a Africa. Con muy buen clima durante todo el año y una infraestructura turística de altísimo nivel, su territorio sumerge al visitante en los secretos de la vida salvaje, donde reinan los cinco grandes: el león, el leopardo, el rinoceronte, el elefante y el búfalo.

 Por Pablo Donadio

La palabra “asombro” despliega todo su potencial no bien se piensa en el mítico continente africano. Es cierto que hoy los medios acercan imágenes casi a diario de esos “otros” mundos antes tan lejanos, pero es imposible desprenderse del extrañamiento que provoca lo distinto. Y ese sentimiento se le juega al hombre en cada paso de su camino. Por eso si el viaje a Sudáfrica es de día, apenas la azafata anuncie el momento del aterrizaje, toda la fortuna será para quien más cerca esté de la ventana: pequeños islotes irán dando paso al continente y su costa accidentada, con redondeados picos marrón intenso, donde chocan una y otra vez las turquesas aguas de los océanos Atlántico e Indico. Si el vuelo es nocturno, las radiantes luces de Ciudad del Cabo nada habrán de envidiarles a otras grandes capitales del mundo. El tiempo de la ansiedad entonces dará paso al tiempo de aventura, con los famosos safaris que parten hacia la vida salvaje, las playas de aguas frías y arenas doradas y una urbe luminosa y cosmopolita, para certificar que la elección ha sido realmente buena.

EN CIUDAD DEL CABO Es la capital legislativa del país, donde se ubican tanto el Parlamento nacional como muchas otras sedes gubernamentales. Es la tercera ciudad más poblada (era la más grande hasta el crecimiento de Johannesburgo y Durban) y donde todo comienza en Sudáfrica. Uno de sus slogans turísticos afirma que se está en una “tierra de sorpresas”. Y vaya si es así. En pleno centro, visible entre enruladas autopistas y gigantes torres de edificios, lo primero que llama la atención es una montaña. La solemne figura de la Table Mountain (montaña de la mesa) se levanta hasta los 1086 metros de altura donde su forma muestra un abrupto corte en forma de meseta. Para colmo, suele estar cubierta con un manto de nubes que constituyen su famoso “mantel”. Se puede acceder a ella mediante el cable carril y recorrer sus balcones naturales, que permiten tomar excelentes fotos de los alrededores. Abajo la cosa no es menos llamativa. Los antiguos edificios coloniales se confunden con flamantes rascacielos, lo que habla a las claras de una evolución que no ha arrasado completamente con la historia. Se dice que fue un navegante holandés quien llegó en el siglo XVII para hacer de ese suelo el primer asentamiento europeo que abastecía a los barcos holandeses que navegaban rumbo a Africa oriental, India y Asia, más de doscientos años antes de la apertura del Canal de Suez en 1869. La ruptura con el colonialismo le ha venido muy bien a Sudáfrica también en materia de derechos humanos: lograr la integración social entre blancos y negros fue el gran desafío de las últimas décadas, encarnado proyecto del célebre Nelson Mandela, que la generación más joven vive ya con plena normalidad. La abolición de las leyes discriminatorias ha establecido otro tipo de contacto entre los sudafricanos, y eso se manifiesta en la esencial pero también cambiante ciudad costera.

Con la fuerza de una teoría sociológica, cabe decir que toda curiosidad viajera comienza en la plaza. Greenmarket Square, ubicada en la zona nordeste de la ciudad, entrega infinidad de artesanías de las propias manos de los maestros en manualidades. Con fines decorativos, utilitarios o meramente artísticos, sus trabajos en madera son el punto destacable de las creaciones de la plaza. Pequeños animales o grandes veladores con forma de jirafa, ceniceros labrados o enormes máscaras indígenas salen a la luz cada día gracias a la creatividad de los grupos residentes que se reúnen en torno de unas pipas y comparten infusiones de vaya a saber qué, mientras atienden personalmente a sus compradores. Siguiendo camino es probable escuchar la palabra “oro”: Sudáfrica es también reconocida internacionalmente por su calidad y buen precio. Por ello en las calles suelen pulular vendedores ambulantes que pertenecen en muchos casos a las grandes casas que extraen y venden el mineral.

Llegando la tarde la visita ideal será camino del puerto, con parada exclusiva en el Victoria & Alfred Waterfront, la zona portuaria más moderna (comparable quizá con Puerto Madero) de Ciudad del Cabo. Allí se ha desarrollado un importante centro comercial y de entretenimiento con más de 250 negocios entre los que sobresalen los restaurantes. Cangrejos, camarones, almejas y otros manjares acuáticos se disfrutan cada noche en los excelentes paradores con vista al agua, que varían desde lo informal hasta la alta cocina gourmet, y son visitados por cientos de turistas. El Acuario Two Oceans y las exhibiciones y espectáculos al aire libre en las empedradas calles del Waterfront, redondean un lugar para pasarla más que bien.

Si la noche continúa, el centro es nuevamente el lugar indicado, aunque algunos hoteles y agencias suelen ofrecer salidas y cenas en las afueras, donde las luces de la metrópoli reflejan su encanto en el mar.

En cuanto a la seguridad, hay que tomar los recaudos propios de quien está lejos de su hogar y no conoce los códigos y horarios límite. Más allá de eso la movida nocturna es similar a lo que puede conocerse aquí. Los bares se llenan de turistas de todas partes del mundo (muchos australianos y europeos) y proponen la previa hasta cerca de las dos de la mañana, cuando suele darse paso a los boliches. Otros espacios, en general más diminutos y tranquilos, ofrecen en cambio los show especiales, con danzas locales y cena incluida.

VIDA SALVAJE

Si bien la Reserva Natural del Cabo de Buena Esperanza ya ofrece varias y atractivas especies de animales y vegetales, lo ideal a la hora de un safari es llegar a Johannesburgo. Es la ciudad más grande de Sudáfrica y la indicada para visitar los famosos parques nacionales de Kruger y Pilanesberg. Allí comienza aquello que verdaderamente se fue a buscar y pocos sitios del planeta pueden ofrecerlo: un mano a mano con grandes animales que desfilan en libertad y a escasos metros ante los atónitos ojos turistas. Por supuesto, los paseos están supervisados por los guardaparques, pero el contacto con animales que tal vez nunca se tuvo cerca ni siquiera en un zoológico, impresiona. El parque Kruger, creado hace más de cien años, está ubicado en la frontera con Zimbabwe y Mozambique y es la reserva nacional más antigua. Su extensión abarca casi dos millones de hectáreas, en la que viven su vida salvaje 33 especies de anfibios, 114 de reptiles, 50 de peces, 507 de aves y 147 de mamíferos, entre los que sobresalen los denominados cinco grandes: el león, el leopardo, el elefante africano, el rinoceronte y el búfalo, a los que pueden sumarse en importancia las siempre simpáticas jirafas, las cebras y los elegantes antílopes.

A unos 180 kilómetros al noroeste de Johannesburgo se encuentra el Pilanesberg. Mucho más pequeño (apenas 50 mil hectáreas), el parque nació en 1979 como un complemento de Sun City, una suerte de Las Vegas en la sabana sudafricana. Aquí lo habitual es hacer las travesías por tranquilos senderos que de pronto se convierten en el cruel escenario de caza de un leopardo, o en un mero obstáculo para un antílope que pasa veloz y se pierde entre los pajonales.

De regreso al centro de la ciudad, una pasada por el Gold Reef City invita a adentrarse en el otro corazón de Johannesburgo. Esta combinación de museos, restaurantes, galerías y hoteles es el delirio de quienes no gustan de la vida natural y prefieren un día a puro glamour en los antiguos edificios victorianos.

POR LA PENINSULA DEL CABO

En la lista de imperdibles, detrás de los safaris se encuentran las playas sudafricanas. Toda la costa central es un oasis de colores, que comienza con el tono verdoso y por momento celeste de sus frías aguas (sólo en los días calurosos es posible bañarse sin apretar los dientes), pasando el dorado de sus arenas y concluyendo en un marrón oscuro de montañas y acantilados, que caen de pronto en los dominios del océano. Esto, sin embargo, genera pequeñas lagunas donde el agua se renueva con menos frecuencia, se calienta más rápidamente y son utilizadas por muchos como una suerte de paso intermedio a las del océano abierto. Un punto alto de la recorrida llega con el Circuito de la península del Cabo, que incluye vistas inolvidables y el castigo de la conciencia para quien no haya llevado una buena cámara de fotos. No muy lejos, otro espacio de vida silvestre destacable: el Jardín Botánico de Kirstenbosh que alberga cerca de 6000 especies de plantas indígenas y un rincón llamado Dell con pequeños arroyos “decorados” con decenas de helechos. Bajo ese marco suelen brindarse conciertos de grupos y bandas musicales regionales casi todos los domingos.

DOS OCEANOS SE UNEN

La frutilla del postre es sin lugar a dudas el Cape Point, el extremo más extremo del sur de la Península (y el continente). Si el tiempo acompaña, alguna huella salina en la unión de las aguas de los océanos Atlántico e Indico es posible de apreciar desde las alturas de su morro. Una caminata ascendente y algo prolongada por senderos de piedra es la única dificultad para acceder. Para quien no se amigue con el paseo a pie, un carrito conectado en dos rieles (como los que habitualmente hay en los centros de esquí) facilita el trayecto. El Cape Point está dentro de los límites de la Reserva Natural del Cabo de Buena Esperanza, que también muestra su flora nativa con sus más de 1200 especies de plantas y 160 especies de aves, además de curiosos grupos de antílopes, cebras de montaña y familias de monos babuinos. Desde lo alto de los acantilados se puede disfrutar de un café o almorzar, mientras se observa uno de los quiebres montañosos marinos más alto del mundo. De regreso al hotel y cayendo la tarde, un vistazo por Chapman’s Peak, donde hay pequeños puestos de artesanos que ofrecen sus trabajos en madera. Los pingüinos de la playa Boulders, la bodega de Groot Constantia (la más añeja de Sudáfrica) y el museo naval son otros tres sitios interesantes para concluir el paso por suelo africano.

FUTBOL EN SUELO DE RUGBIERS

Sudáfrica será sede del deporte más popular. Diez estadios del país albergarán en 2010 la ilusión máxima del fútbol, convirtiendo al país en el primero del continente africano donde se jugará la copa del mundo. Los 32 conjuntos disputarán las fases clasificatorias y de eliminación directa hasta que los dos finalistas se enfrenten en el estadio Soccer City de Johannesburgo, con capacidad para 95.000 personas. Otros estadios de las ciudades de Bloemfontein, Durban, Nelspruit, Polokwane, Port Elizabeth, Pretoria, Rustenburg y Johannesburgo (con dos sedes) completarán un marco fantástico para la gran fiesta del fútbol. Pero, sabido es, Sudáfrica es especialista en la ovalada más que en la redonda. Su seleccionado, los famosos Springboks de camiseta verde, son los actuales campeones del mundo (triunfaron en la final frente a Inglaterra, tras dejar en el camino de las semifinales a Los Pumas argentinos). No es un detalle menor el del rugby. La cultura rugbystica está encarnada al sentimiento sudafricano como pocas cosas, y sus aficionados lo consideran parte de su cultura, más que un deporte. Los Springboks compiten en el famoso Tres Naciones, un torneo anual al que aspira también el seleccionado argentino (aun sin el esponsoreo suficiente, además del mal necesario lobby internacional) en el que se comparten duelos con los hombres de negro, los afamados All Blacks de Nueva Zelanda, y los Wallabies de Australia. Los clubes más fuertes del país disputan la Currie Cup, y el Súper 14, este último junto a las potencias de Nueva Zelanda y Australia. Por todo esto, es interesante recorrer el museo del rugby que se encuentra en el magnífico estadio de Western Province, a unos kilómetros de la ciudad.

DATOS UTILES

  • Cómo llegar Malaysian Airlines (www.malaysiaairlines.com.my, 5411 4313–4981) vuela desde Ezeiza a Ciudad del Cabo los miércoles y domingos a las 20.25. Las tarifas más económicas arrancan en 1020 dólares, más tasas de impuestos (en este caso se cobra combustible, lo que encarece cerca de 300 dólares más el vuelo) y el tiempo de arribo estimado es de ocho horas. Si el viaje puede planificarse con tiempo, pueden conseguirse interesantes promociones que la compañía malaya suele ofrece cada tanto.

  • Dónde dormir Como toda gran ciudad, Ciudad del Cabo y Johannesburgo ofrecen excelentes servicios hoteleros. En Cape Town por ejemplo se encuentran desde posadas a grandes cadenas como The Best Western. Su complejo Cape Suites (www.capesuites.co.za), de cuatro estrellas y a cuadras del centro, tiene todo lo necesario para disfrutar al máximo la estadía.

  • Más información Embajada de Sudáfrica en Argentina: www.sudafrica.org.ar, (011) 4317-2900. Organismo sudafricano de turismo: www.southafrica.net

  • Página oficial del seleccionado de rugby: www.sarugby.net

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Una jirafa come las hojas de la copa de un árbol en el atardecer sobre el monte africano.
En el Parque Kruger. Dos pequeñas cebras miran a prudencial distancia el paso de un safari.
Imagen: Pablo Donadio
 
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