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Domingo, 8 de junio de 2008

COSTUMBRES > DE ORIENTE A OCCIDENTE

El camino del té

Una recolectora examina la hoja, la toma entre sus manos y cierra los ojos. El aroma invade su cuerpo y certifica que es el momento de la cosecha. Tiempo después sus hebras habrán de viajar miles de kilómetros hasta una lejana mesa, a distintos platos gastronómicos y hasta modernas bebidas con alcohol. Placer, tradiciones y leyendas en el milenario camino del té.

 Por Pablo Donadio

En general se suele hablar de té de boldo, de peperina o de menta, cuando en realidad no son más que infusiones. Para ser verdaderamente té, las hebras tienen que provenir del arbusto Camelia Sinensis, cuya selección suele ser tan especial que de toda una planta sólo se cosechan un par de hojas, consideradas las más “nobles”. Así, por cada kilo de té pueden llegar a contarse hasta 2700 hojas.

Sin duda, los mejores tés, sea blanco, verde, semifermentado o negro (el más conocido en Occidente) se adquieren en distintas regiones de Asia, como Sri Lanka, ubicado al sudeste de la India. Por su clima y la antigüedad de las plantas, Sri Lanka es considerado el mejor lugar del mundo si se habla de té, y su producción representa una tercera parte del total de las exportaciones del país. Otras regiones como Darjeeling, India, en la cadena inferior del Himalaya, es internacionalmente famosa por su industria del té. Sus plantaciones datan de mediados del siglo XIX, debido a la influencia británica en la zona. Allí los cultivadores locales desarrollan híbridos especiales de té negro y modernas técnicas de fermentación, logrando mezclas consideradas como las mejores del mundo.

CUENTA LA HISTORIA Si bien la mayoría de las opiniones coinciden en que la palabra té proviene de la antigua civilización china, las leyendas están a la orden del día. Quizá la más conocida atribuye su descubrimiento al legendario Sheng-Nong, emperador del tercer milenio antes de Cristo. Se cuenta que Nong había comprobado que en algunas regiones de su imperio donde sólo se bebía agua hervida sus pobladores no sufrían como en otras zonas el embate una enfermedad parecida a la viruela que acechaba en aquellos tiempos. El emperador adoptó el “remedio” y ordenó que se hiciera lo mismo en todo su reino. Un día de otoño, sentado bajo un árbol, cayeron en su cuenco hojas secas que dieron color y aroma al agua. Así descubrió la bebida que sería su deleite y el de las posteriores generaciones.

Realidad o apenas una leyenda, el té se extendió rápidamente por todo el sur de China, y en la época de las seis dinastías (200 d. C.) fue conocido como bebida medicinal por todos los habitantes del valle del Yang Tse Kiang. Bajo la dinastía Tang (618-907 d. C.) el té dejó de ser una medicina para consumirse como una bebida. Las hojas se hervían al vapor y luego se machacaban en un mortero hasta hacer una pasta que se mezclaba después con otros ingredientes. En esos años también aparecieron cantos y poesías que describían los placeres de la ceremonia del té.

Tiempo después, el ascenso del comercio internacional divulgaría sus propiedades por toda la región y el té se consumiría entre mongoles, tártaros, turcos y nómadas tibetanos. Surgiría después el famoso Libro del Té, escrito por Lu Yu hacia 890 d. C., con descripciones sobre los utensilios necesarios para la preparación de las hojas, los métodos para su infusión y los bebedores más ilustres. Por la profundidad de su escritura, el autor del libro es concebido como el “Santo Patrón del Té”. Tres siglos más tarde, la concepción casi religiosa de la bebida haría eco en “El tributo del té”, costumbre establecida bajo la dinastía Song, según la cual se entregaba a la corte imperial una cierta cantidad de un tipo muy especial de hojas de té, recolectadas por jóvenes vírgenes enviadas a las plantaciones durante la tercera luna del año. Pero será durante la dinastía Ming cuando Europa conocerá el té, a través de relatos de viajeros y misioneros. Más tarde, las nuevas rutas hacia Oriente y el comercio de la seda y las especias abrirán finalmente el mercado para que el té impregne con su aroma a Occidente. Así se extendería comercialmente y como nunca una filosofía de vida donde la calma, la reflexión y la paz pueden sintetizarse en una taza de té.

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