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Domingo, 5 de octubre de 2008

INDIA > HISTORIA MONGOL

La ciudadela del emperador

Testigo del esplendor del Imperio Mongol, la fastuosa ciudadela de Fatehpur Sikri vivió el apogeo durante casi dos décadas. Construida por el emperador Akbar, fue abandonada abruptamente a causa de una sequía. Hoy es un territorio fantasma, sólo visitado para la oración.

 Por Pablo Donadio

En el patio algunos fieles se resguardan del sol en las hujra, los sacros espacios para la oración. Y cuentan que hay quienes desaparecen entre lápidas e incontables puertas laterales, buscando aquella que según la leyenda conduce mediante pasadizos hasta Pakistán y Delhi.

En lo alto del cerro y ungidas de misterio se sostienen las ruinas de Fatehpur Sikri, la perfecta ciudadela que fue la capital del Imperio Mongol durante un breve período. Su fugaz historia está unida a su creador, el emperador Akbar, que trasladó su corte hasta la colina del Sikri como ofrenda al santo Shaikh Salim Christi. A unos 40 kilómetros de la ciudad hindú de Agra, en el estado de Uttar Pradesh, Akbar erigió su complejo palaciego. Pero tan sólo diecisiete años después la señorial Fatehpur fue abandonada y pasó al olvido.

HOMBRE DE PALABRA Apenas 13 años tenía Akbar cuando llegó al trono de un reino fuerte, heredado de su padre y su abuelo, que convirtieron a Agra en una gran capital. Su juventud, pese a lo que se creía, sirvió para reafirmarla y unificar más el imperio producto de las riquezas que los triunfos militares aportaban. A partir de allí se vivió un extenso período de paz, que generó un impulso cultural y artístico sorprendente, y un bienestar soñado para su pueblo. Sin embargo, los intentos frustrados por conseguir descendencia lo perturbaban, hasta que el sufí Shaikh Salim Christi le predijo que llegaría el heredero. Dos años después del nacimiento de su primer hijo, Akbar cumplió la promesa hecha al sufí e inició la construcción de una mezquita y un palacio sobre la colina de Sikri, donde el santo vivía. Fue el primer paso hacia la ciudadela, que los nobles de la corte completaron construyendo sus casas en las cercanías. Poco después ya existía un poblado de 11 kilómetros de circunferencia, seis de los cuales estaban amurallados. En 1573, y con motivo de la conquista de Guyarat, Akbar bautizó al lugar Fatehpur, o “Ciudad de la Victoria”.

Su extraordinaria arquitectura refleja la visión del que quizá fue el más grande de los mongoles, perteneciente a una dinastía medieval que durante doscientos años dominó el territorio, aunando las tradiciones hindú e islámica. Una serie de pabellones y patios rectangulares unidos entre sí, y agrupados en terrazas en la cima de Sikri, dibujan una obra tan bella como detallista. La puerta de acceso a sus entrañas sigue siendo la Naubat Khana, donde se anunciaba con redoblantes la entrada del emperador. Detrás de sus tres arcadas está el patio elegido para celebrar las famosas audiencias. Lo primero que sobresale son los 40 metros de altura de la Bulland Darwaza, la enorme puerta de entrada a Jama Masjid, la mezquita mayor, construida sobre el modelo de La Meca, y capaz de acoger a más de diez mil fieles. Integrado a otras salas y cuartos de piedra de arenisca roja (lo más llamativo junto a su diseño), el complejo sigue atesorando la calma que reinó tras sus muros.

LUGAR PARA TODOS El color no es poca cosa en Fatehpur Sikri. El rojo mate domina paredes, columnas, curvas y bordes de un bosquejo perfecto, que pese al saqueo de algunos adornos tras su abandono permanece intacto. Como la mayoría de los palacios indios de la época, su construcción albergó sitios dedicados exclusivamente a mujeres y a hombres. Para el público en general estaba la Diwan-i-Am, o Sala de Audiencia Pública, donde Akbar ocupaba un trono en el centro del pabellón, recibía al pueblo e impartía justicia. Su palacio privado constaba de varios edificios frente a un estanque, y en el primer piso tenía una biblioteca y una oficina, además de la Cámara Real Khawabgah (lugar de los sueños), con espectaculares pinturas persas y caligrafías musulmanas. Otras construcciones como la residencia de su madre, Mariam Makani, exhibían bellísimas pinturas. Los restos del santo Shaikh Salim Christi, muerto unos años después de la mudanza, se encuentran en una tumba revestida de mármol blanco, y aún es visitada por fieles que llevan ofrendas de flores e incienso, y nudos de lana para quienes buscan un hijo.

La más llamativa de las construcciones es el Panch Mahal, un pabellón de cinco plantas, con forma de templo budista, que culmina en una terraza sostenida por 176 columnas esculpidas. Este edificio estaba íntegramente dedicado a las mujeres, y era un lugar de descanso de las esposas de Akbar. Se cree que el Birbal Bhavan, un palacio cercano, perteneció a su cortesana hindú favorita, y que otras destacadas como Jodhai-Bai, madre de sus hijos, tenían lujosos palacios privados. Algunos relatos hablan de pasajes secretos que unían su habitación con el harén, donde habitaban cerca de 500 esposas.

FUGACIDADES Como una expresión más de su poderío, Akbar creó su propia religión, amalgamando todos los credos de la época. Decía que se basaba en el principio de Sulh-i-Kul (paz para todos), y el término es consecuente con el retrato que muchos hacen de él. Algunos seguidores lo describieron como un soberano sabio y justo, que se rodeó de artistas e intelectuales de su tiempo para fortalecer el imperio. A pesar de que sus campañas militares fueron tan cruentas como cualquier otra en esos tiempos, se lo recuerda por su tolerancia, representada en sus múltiples esposas cristianas e hindúes. Sus intenciones místicas no prosperaron, pero ése no fue el motivo que llevó al emperador a instalarse al Norte de India: hacia 1587, diecisiete años más tarde de la majestuosa construcción, Fatehpur Sikri quedó desierta. Muchos historiadores coinciden en que el desalojo fue producto exclusivo de la naturaleza: la ciudad dependía de un gran lago que se extendía hacia el noroeste, hoy completamente seco. Otros afirman que las napas de agua se agotaron y que la supervivencia en el lugar se tornó una empresa imposible. Construida lejos de un río, los ingenieros de Akbar no lograron remediar los problemas de irrigación, y la ciudad debió ser abandonada.

En la actualidad, Fatehpur es un auténtico museo a cielo abierto, y a pesar de haber sido robados muchos de sus tesoros, conserva intacta su fineza. Rojiza y soberbia sobre la cima del Sikri, para acceder aún se utiliza la misma carretera que fuera trazada por el entonces gran mongol, el legendario Akbar.

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Naubat Khana, la puerta de entrada donde se anunciaba con redoblantes la entrada del emperador a Fatehpur Sikri.

El patio interior del Panch Mahal, el palacio de las esposas del emperador.
 
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