turismo

Domingo, 14 de diciembre de 2008

SIERRAS BONAERENSES > TANDIL, AZUL Y SIERRA DE LA VENTANA

Cumbres de la pampa

Si a mayor altura menor calor, las sierras son la opción más refrescante para el verano. La curiosa Ventana, la exquisita Tandil, las más discretas de Azul. Entre bosquecitos y arroyos hay senderos para todos los gustos.

 Por Graciela Cutuli

En el sur de la provincia de Buenos Aires, el paisaje no es tan llano como aparenta en el mapa. El horizonte se ve ondulado en capas de colores ocres, más tenues a medida que se alejan de la vista, mostrando las antiguas formaciones montañosas que un día surgieron en esta parte de la Tierra y todavía resisten, interrumpiendo la monotonía de la llanura sin fin. Si para algunos el verano es sinónimo de playa, estas sierras son en cambio las favoritas de quienes buscan refugiarse del calor entre sus frescos pliegues, siempre dispuestos a una propuesta de aventura, a una caminata entre los bosques, a una siesta al borde de un arroyo. Es tan idílico como parece, y es muy cerca de Buenos Aires, aunque en tranquilidad la distancia parezca de varios años luz. La primera escala de este recorrido es en Tandil, en pleno corazón de las que fueron tierras indígenas, nacida sobre el emplazamiento de un antiguo fortín y hoy convertida en una de las mecas del miniturismo por su cercanía y la diversidad de servicios.

ERASE UNA VEZ LA PIEDRA ¿Cómo no asociar Tandil con la famosa piedra movediza que un día se cansó de hacer equilibrio y rodó cuesta abajo hasta quedar partida en tres pedazos al pie de la montaña del prodigio? Hace casi dos años, después de muchos intentos y proyectos, la piedra reapareció en su lugar: una réplica, claro, pero con un poco de fantasía se podría pensar que todo está como antes de aquella tarde fatídica de 1912. El parque que hoy alberga la réplica está a sólo cuatro kilómetros del centro, en el cerro La Movediza, y es una de las excursiones clásicas de la visita a Tandil. Que tiene cierta vocación por las piedras, si se recuerda que en el Cerro El Centinela, también a pocos kilómetros de la ciudad, se levanta un enorme peñasco vertical de casi siete metros, sobre una base curiosamente pequeña para semejantes dimensiones. Por encima de los pinares y canteras del cerro se extiende una aerosilla, que ofrece una excelente panorámica sobre los alrededores.

El agreste paisaje tandilense está particularmente protegido en la Reserva Natural Sierra del Tigre, que abarca unas 150 hectáreas de cavas, canteras, pircas de los antiguos picapedreros y sobre todo flora y fauna autóctona: por aquí andan llamas, guanacos, pumas, zorros, carpinchos, zorrinos y otras especies, que se pueden conocer en la Estación Biológica del acceso a la reserva. Sin olvidar que el lugar también es región de víboras, algunas bien peligrosas, como se puede descubrir en el serpentario local. Lo que no se verá ya es el yaguareté, una especie autóctona de la familia de los tigres que aunque dio nombre a la Reserva hoy ha desaparecido de Tandil y se encuentra en peligro de extinción en otros lugares del país. Y la imagen más romántica de las sierras es la que se desprende de Las Cascadas, un punto de convergencia de varios cursos de agua que provoca una vertiente sobre las rocas: no se tarda mucho tiempo para llegar, alrededor de media hora, pero a veces hay que tener cierta habilidad para mantener el equilibrio y ayudarse con las manos. En todo caso, la vista lo vale...

Más allá del encanto de sus bosques y sierras, hace tiempo Tandil se consolidó como destino gastronómico gracias a la calidad de sus propuestas en embutidos y quesos. Hay numerosos lugares donde probar tablas de picadas y cervezas artesanales, pero durante una visita no hay que dejar de conocer Epoca de Quesos, porque además de sabores y aroma tiene una larga historia a cuestas. En la época en que los trayectos se hacían sólo en carreta –en tiempos del Fuerte Independencia–, nació con el nombre de Posta del Centro como lugar de descanso para caballos y arrieros; luego se convirtió en almacén de ramos generales y ahora, en lugar de venta y degustación de excelentes productos tandilenses. Es una de las construcciones más antiguas de Tandil y –para la libreta de curiosidades– también la única sin ochava.

A UN PASO, BARKER A la tradicional propuesta de aventura tandilense –cabalgatas, trekking, escalada en roca, rappel, todo lo que permite imaginar el relieve serrano– se sumó hace pocos años la vecina localidad de Barker, una comarca que tiene algo más de 3000 habitantes y un entorno extraordinario para el turismo activo. Con un clima semejante al de Tandil y al de esta región serrana bonaerense en general –días soleados y cálidos en verano, pero noches felizmente más refrescantes– Barker tiene bosques, cerros, arroyos, cavernas y manantiales para quien los quiera descubrir. Para los aficionados al turismo espeleológico es un pequeño paraíso, declinado en la Cueva del Aguila, de la Pirca, del Gato o la Cueva Plateada de los Helechos, una suerte de castillo rocoso que termina en una pileta natural rodeada de helechos y musgos. En el paisaje domina, sin embargo, la silueta de las Sierras de la Tinta, una formación que está entre las más antiguas del continente y por eso tiene una forma amesetada, antiguamente cubierta por el mar que dejó pequeños caracoles como testimonio de su paso. Independientemente de las ansias de aventura, aquí también es posible sumarse a la tendencia del turismo rural gracias a la Estancia Siempre Verde, cuyo casco data de principios del siglo XX y que hoy ofrece alojamiento, salidas de trekking, cabalgatas y safaris fotográficos. Y por si fuera poco, también los golosos tienen un motivo para conocer Barker: es su plantación de frambuesas, sobre una superficie de siete hectáreas rodeadas de eucaliptos. Aquí se obtienen anualmente más de 20.000 kilos de los pequeños frutos rojos, que son celebrados cada mes de febrero en la Fiesta Provincial de la Frambuesa.

LA CURIOSA VENTANA En este macizo se encuentran las sierras más altas de la provincia, escenario tradicional de estancias productoras de ganado, de cascos construidos como castillos franceses y de las últimas resistencias indígenas en tiempos del general Roca. Las sierras de Ventania tienen orígenes muy antiguos, en torno de 200 millones de años atrás: aún conservan sedimentos marinos y restos de morrenas de los glaciares que las vieron nacer. Para los geógrafos, son una de las piezas en el rompecabezas de Gondwana, el continente del que nacieron Africa y América. En todo caso, perduran hasta hoy las huellas de su formación, visible en los sucesivos pliegues del terreno, en las capas de cuarcita y en la variedad de colores y minerales. Tantos millones de años después, son un paisaje perfecto para disfrutar de la placidez de la sierra, de la fauna agreste que aquí se refugia, del avistaje de aves y del rumor de los arroyos que corren, más o menos visibles, entre las laderas de las formaciones montañosas.

No se puede negar que el famoso hueco del Cerro Ventana –que no es el más alto, ya que sus 1134 metros son superados por los 1239 del Cerro Tres Picos– es un elemento decisivo en el “marketing turístico” de la región. Es tradicional intentar el ascenso, aunque conviene que lo hagan piernas bien entrenadas. Aunque no se pueda subir para sacarse la foto asomado a la gigantesca ventana de piedra, vale hacer al menos la parte que se pueda desde el Centro de Interpretación del Parque Provincial Tornquist, donde se levanta el cerro. Desde allí también se pueden hacer excursiones al Cerro Bahía Blanca, a la Garganta del Diablo y a la Cueva del Toro y de las Pinturas Rupestres. En distintos parajes se cruzan arroyos, cascadas, bosquecitos, rincones idílicos que intentan preservar el ecosistema originario de la región, el pastizal pampeano, invadido por especies exóticas. El abra de la Ventana, sobre la RP 76, permite ver con claridad un corte natural transversal en la formación intensamente rojiza de las sierras: es una de las vistas más lindas cuando se recorren en vehículo las rutas de los alrededores.

Muy cerca de Sierra de la Ventana, un pequeño valle alberga la encantadora Villa Ventana, entre los arroyos Las Piedras y Belisario: aquí las cabañas y casitas asoman entre la vegetación, entre calles de ripio y jardines florecidos, que también son el punto de partida para llegar a un balneario sobre el arroyo Belisario, y más allá a las ruinas del ex Club Hotel, que alguna vez fue el más lujoso del país y después de una historia de incontables vicisitudes terminó misteriosamente incendiado en los años ‘80. Desde Villa Ventana también se accede a la Fuente del Bautismo, una roca erosionada por una cascada que terminó formando una gran pileta natural donde se puede nadar o pescar.

Cerca de Sierra de la Ventana, vale la pena pasar por Saldungaray, un pueblo pequeño pero de valor histórico: aquí se encuentra el Fortín Pavón, en la margen del río Sauce Grande, y un cementerio cuya entrada fue realizada por el arquitecto Salamone con ese mismo estilo monumental que usó en otros edificios públicos de la provincia. Otra de sus obras es la torre del edificio municipal de Tornquist, cabecera de partido, en cuyo centro se destaca la iglesia Santa Rosa de Lima. Por voluntad del fundador, Ernesto Tornquist, la iglesia fue ubicada aquí y no junto al casco de su estancia, hoy en las afueras de la ciudad.

SIERRAS DE AZUL En las últimas semanas, Azul dio que hablar por las Jornadas Cervantinas, gracias a su estatuto de segunda Ciudad Cervantina de América. Pero además de su importancia como centro cultural del sur de la provincia y la elegancia de un casco histórico que exhibe la histórica prosperidad agrícolo-ganadera de la región, Azul también está en el corazón de un sistema de sierras, pertenecientes a Tandilia, que atraviesan todo el partido de sudoeste a noroeste.

Saliendo de la ciudad a las rutas aledañas, se divisa el “país azul” del que hablaban los indios pampas, jalonado de sierras y campos ondulantes: en la llamada Boca de las Sierras, sobre la RP 80, se ven claramente los afloramientos rocosos, no muy lejos del monasterio de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia. La iglesia del monasterio se puede visitar y merece un alto por la belleza y armonía de su despojado interior (el resto del monasterio, en cambio, no se puede visitar sin autorización previa).

A pocos kilómetros de allí, en el límite entre Azul y Tandil, el recorrido puede terminar en Pablo Acosta, un pueblito pequeño al borde de un arroyo donde no hay que perderse El viejo almacén, una antigua tienda de ramos generales que hoy ofrece sentarse a probar una picada o comer un asado. Es como si el tiempo no hubiera pasado, y aún el reloj marcara alguna hora perdida en los años ‘30: no queda más que recordar las palabras del poeta y pensar, como él, que “todo está como era entonces, / la casa, la calle, el río / los árboles con sus hojas / y las ramas con sus nidos...”.

DATOS UTILES

Cómo llegar desde Buenos Aires:

  • A Tandil: Por la RN 3 hasta Las Flores y luego la RP 30 o por la RP 29 hasta Ayacucho y luego la RP 74.

  • A Barker: Por RN 3 hasta Benito Juárez y luego RP 74. También se puede ir desde Tandil por la RP 74.

  • A Sierra de la Ventana: por la RN 3 hasta Azul y luego la RP 76.

  • A Azul: por la RN 3.

Precios de cabañas: a partir de $ 150 por día y sobre la base de dos personas.

  • En Tandil: Epoca de Quesos, San Martín y 14 de Julio.

  • En Barker: Excursiones con Viento Blanco: [email protected]

  • En Azul: Monasterio Trapense: se encuentra en la RP 80, km 42, en la localidad de Pablo Acosta. Tel.: (02281) 498005.

Biblioteca Popular y Casa Ronco: para conocer la colección de obras de Cervantes. San Martín 362, abierta de martes a sábados, de 16 a 20.00. www.casaronco.com.ar

Viejo Almacen de Pablo Acosta: informes al (02281) 497-413.

Sitios web: www.tandil.com; www.barker.gov.ar; www.sierradelaventana.com; www.azulesturismo.com.ar

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Las plantaciones y cultivos contrastan con las onduladas capas de colores ocres.

Cerro Ventana. Es tradicional el ascenso, pero conviene hacerlo con piernas bien entrenadas.
Imagen: Graciela Cutuli
 
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