turismo

Domingo, 22 de diciembre de 2002

CHUBUT LA RESERVA DE PUNTA TOMBO

Ciudad pingüina

Una lengua de tierra que se interna en el mar de la costa chubutense alberga la mayor colonia de pingüinos fuera de la Antártida. El llamado de la especie llega a su punto máximo durante los meses de enero y febrero, cuando Punta Tombo se puebla con más de un millón delos pequeños y famosos “señores de frac”.

Por J. V.

El polvoriento camino de ripio cruza la legendaria estepa patagónica, ese ámbito de vastas planicies con pastos ralos y unos pocos arbustos desperdigados en la lejanía. Cada tanto aparece en la llanura un choique (ñandú petiso) con sus largos pasos de bicho desgarbado, seguido por su harén de varias hembras. Y el otro anfitrión infaltable es el guanaco, que también recorre las soledades patagónicas en tropilla, con media docena de hembras y sus crías.
Vamos hacia Punta Tombo y a medida que nos acercamos (son 80 kilómetros de ripio) en algunas curvas se empieza a divisar el azul del mar. Al alcanzar la angosta lengua de tierra de 3,5 kilómetros que se interna en el Atlántico, el camino desciende por una pequeña meseta y llegamos a la entrada de la reserva (hay una confitería y una oficina del guardaparque). El recorrido en auto continúa por un kilómetro, bordeando la costa a 100 metros del mar, entre las cuevas de los pingüinos. Finalmente aparecen frente a nosotros los famosos “señores de frac”, esos elegantes liliputienses que cruzan el camino con su andar chaplinesco, obligándonos a detener la marcha.
A la derecha del estacionamiento nace un sendero cercado a cada costado, de tal manera que los pingüinos puedan pasar por debajo del alambre. Ahora sí, se ven pingüinos a lo largo de toda la costa, hasta donde alcanza la mirada. Hemos arribado –qué duda cabe– al mundo de los pingüinos.

Hogares en la playa Un primer vistazo sugiere que estamos en una porción de la superficie lunar, rodeados de 600.000 cráteres que señalan las madrigueras de nuestros pequeños anfitriones. Nos rodean millares de dóciles pingüinos y transitamos por una “ciudad” rebosante de actividad, con sus bulliciosos habitantes viviendo en el hacinamiento (una vivienda por metro cuadrado). En los meses de primavera y verano hay más de un millón de pingüinos.
A menor distancia de la costa, mayor es la concentración de cuevas (las disputas territoriales son muy violentas), y cada mañana o atardecer se concentran allí fabulosas muchedumbres que se dirigen al mar. Para un pingüino, llegar al agua implica pisar territorios ajenos y sufrir un constante asedio de picotazos. En Punta Tombo la sensación es la de estar pisando otro mundo, construido por pingüinos y exclusivamente para ellos.

Proezas y panzazos El sendero de interpretación mide 200 metros y llega hasta una punta de piedra rojiza que ingresa en el mar, donde hay un cementerio de los indios tehuelches. Desde aquí algunos pingüinos realizan verdaderos clavados de baja altura, y se los ve pasar en grupos de caza nadando a gran velocidad (alcanzan los 24 km/h y una profundidad de 80 metros). Luego saltan como delfines para salir a respirar. Su cuerpo es hidrodinámico y las alas son en verdad aletas. El denso plumaje está dispuesto a la manera de escamas y las patas, situadas muy atrás, favorecen la natación, al tiempo que la cola oficia de timón. El cuerpo está cubierto por una capa de aceite que produce una glándula ubicada en la parte trasera para mantener el calor en las frías aguas del sur. Pertenecen al mar –incluso duermen en el agua– y sólo salen a tierra para cumplir con el ritual de la reproducción.
Fuera del agua demuestran una torpeza absoluta. Se lo ve parados en la costa —como a la expectativa— hasta que uno de ellos inicia un correteo y un grupo comienza a seguirlo y se zambullen de panza al mar, toscamente sobre una ola. Pero lo más complicado para un pingüino es salir del agua. Se acercan a la costa nadando como un pato y aprovechan alguna ola para llegar a la parte baja donde quedan varados en el pedregullo, tratando de levantarse lo más rápido posible. Pero claro, por detrás llega la traición y una nueva ola los tumba de bruces y vuelta a empezar...

Delicias conyugales Al recorrer la pingüinera el bullicio de graznidos es constante. Las parejas se llaman continuamente (siempre queda unoempollando en el nido –el macho o la hembra– mientras el otro va al mar en busca de comida). Su voz suena como un rebuzno y lo repiten y repiten extendiendo las aletas con el cuerpo arqueado para atrás y el pico abierto hacia el cielo. Los pichones hacen su aporte al alboroto y emiten un piar sibilante y continuado para reclamar por su alimento.
Los pingüinos son seres muy confiados. Si uno se acerca lentamente puede permanecer a un metro de ellos. A esa distancia comienzan a mover la cabeza en zigzag. De esa forma nos enfocan alternadamente con cada ojo lateral y se preparan para lanzar el picotazo, señal de que nos hemos atrevido demasiado. De más está decir que no hay que tocarlos.
A veces pareciera que nos persiguen. Pero no es exactamente así..., lo que buscan es nuestra sombra. El principal problema de los pingüinos es el sol (su cuerpo está preparado para contener el calor) y como en la pingüinera no hay sombra, se acercan jadeantes para protegerse de los rayos solares bajo la “sombrilla” de nuestra propia sombra.
Existen fósiles que certifican la presencia de pingüinos en la zona hace 35 millones de años. Y en el siglo XVI, Antonio Pigafetta –tripulante de la expedición de Magallanes– los llamó “extraños gansos”. Más tarde, fueron víctimas de barcos balleneros que los faenaban para obtener aceite. En una ocasión, los ingleses llegaron a sacrificar unos 1,3 millón de ejemplares. Las matanzas llegaron a tal punto que parecían condenados a la extinción. Hoy en día, su peor enemigo son las manchas de los barcos petroleros, que ocasionan la muerte de 40.000 pingüinos al año. El petróleo anula la función térmica de las plumas, por lo cual los pingüinos se ven obligados a buscar refugio y calor en la playa, donde mueren de hambre.
Pese a todos esos riesgos, la subsistencia de la especie está fuera de peligro. ¿Que los ha salvado? Según los naturalistas fue su popularidad, originada del hecho de que no haya otra ave de apariencia y comportamiento más humanos. No hay relato de viaje o documental que no se refiera con emoción y ternura a estas pacíficas aves, resaltando su gracioso caminar, la armonía de sus parejas y el cuidado de los hijos. Se sabe que por lo general son monógamos y se han comprobado parejas de hasta 12 años. Sin embargo –hay que decirlo– a veces son infieles.

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Amor pingüino. Se sabe que por lo general son monógamos y se han comprobado parejas de hasta 12 años.
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