turismo

Domingo, 4 de octubre de 2009

ESCOCIA > LA FIESTA DEL REGRESO

Kilt, scotch y golf

Durante todo 2009, Escocia conmemora los 250 años del nacimiento de Robert Burns, su máximo poeta. Una ocasión para celebrar también su herencia celta y sus aportes a la cultura popular, desde el whisky hasta el monstruo del lago Ness. Un mundo por descubrir, romántico y remoto, entre las brumas del norte de Gran Bretaña.

Por Graciela Cutuli Fotos:

Por primera vez en su historia, Escocia celebra este año la gran “fiesta del regreso”. Las conmemoraciones del “Homecoming Scotland 2009” comenzaron en enero, tomando como punto de partida los 250 años del nacimiento de Robert Burns, su principal poeta, y continuarán hasta el fin de noviembre, en coincidencia con las fiestas de San Andrés, patrono de la nación escocesa.

Fría y brumosa, con el romanticismo que le brindan la lejanía y la historia, Escocia se unió a Inglaterra en 1707 para dar origen a Gran Bretaña: pero desde entonces, las manifestaciones de su espíritu independiente y las reafirmaciones de su propia identidad siguieron modelando su carácter. Basta recordar que aquí la reina Isabel II es conocida, simplemente, como “Queen Elizabeth”: es que nunca existió una Isabel I de Escocia. La única Isabel I fue de Inglaterra, hija de Enrique VIII y justamente quien envió al cadalso a María Estuardo, reina de los escoceses, en 1587. A pesar de aquella y otras tragedias, la convivencia se lleva flemáticamente, por encima de los diferentes sistemas legales y educativos, los diferentes idiomas (aunque lo poco que queda del gaélico escocés sufre frente a su poderoso vecino) y las diferentes selecciones nacionales de fútbol. Inglaterra-Escocia es todo un clásico...

El aniversario de Robert Burns, cuyo poema “Auld Long Syne” es un conocidísimo himno de adiós traducido a todos los idiomas y acompañado de una melodía inconfundible, se convirtió así en la ocasión ideal para celebrar los grandes aportes de la cultura y las tradiciones escocesas: este año, entonces, también están de fiesta el golf, el whisky y el tartan, todos símbolos informales de la antigua nación celta y asociados a sus principales rutas turísticas. Edimburgo, Glasgow, los Highlands, el lago Ness: sobran los motivos para conocer o regresar a Escocia, como lo hicieron este año miles de descendientes de escoceses que viven dispersos por el mundo. Tantos, que se dice que si volvieran todos juntos no habría lugar suficiente para albergarlos en el territorio que vio partir a sus antepasados.

WHISKY SE DICE SCOTCH Es muy probable que, de visita en Escocia, el viajero pruebe una lata de Irn-Bru, conocida como “la otra bebida nacional de Escocia” y lo suficientemente popular como para hacerle frente a la todopoderosa Coca-Cola. Pero “la” bebida es el whisky, tan absolutamente escocés que los norteamericanos lo llaman, sencillamente, “scotch”. Sus orígenes son remotos, probablemente allá por el siglo IV o V, cuando llegaron a esta región las técnicas de destilación traídas desde el continente: lo cierto es que hoy hay que ser un experto para interpretar las etiquetas, tantas son las variantes y los tiempos de añejamiento que indican las distintas calidades.

Las regiones más asociadas con el whisky son Campbeltown, alguna vez conocida como “la capital mundial” del scotch; Islay, la más meridional de las islas Hébridas, que tiene ocho destilerías; los Lowlands; Speyside, cuna de los famosos Glennfidich Whiskies; y los Highlands o “tierras altas”. Casi todas las variantes se pueden ver juntas en Whisky Shop, un local especializado de Edimburgo con sucursales en varias ciudades británicas. Sobre todo la escocesa Inverness, ineludible para quienes vayan a la caza de leyendas: es que allí está el lago Ness, morada de un misterioso monstruo acuático que dio tela a infinidad de conjeturas, fraudes y fantasías desde que fue avistado, fotografiado o imaginado por varios testigos desde mediados del siglo XIX. Será difícil volver con una foto del verdadero “Nessie” (ya que el monstruo tiene hasta un apelativo cariñoso), pero al menos se podrá regresar con la imagen de una imponente réplica que se encuentra en el vecino pueblo de Drumnadrochit. De paso, hay que pasar por el célebre castillo de Urquhart, que impresiona con su maciza estructura medieval (y que, sin saberlo, le prestó el nombre a un personaje de Harry Potter).

Pero no sólo de whisky se vive en Escocia. La mesa local tiene muchas especialidades, que en virtud del clima frío no son precisamente livianas: desde el “haggis”, un picadillo de carne de oveja con harina de avena que se come tradicionalmente en la Cena de Burns, el 25 de enero, hasta el “shortbread”, unas exquisitas aunque casi letales galletitas de manteca. Además la “Dundee cake”, con almendras y frutos secos; el salmón en caldo; el porridge y la mermelada de naranjas. También es, por supuesto, el mejor lugar para probar un auténtico Aberdeen Angus (pero, por las dudas, el “scotch egg” sólo tiene de escocés el nombre).

KILT Y TARTAN Disputándoles el primer lugar en popularidad simbólica, la tela escocesa está cabeza a cabeza con “Nessie” y el whisky. Claro que se trata de una denominación simplificada para algo muy complejo: el tartan, auténtico nombre de esta tela, es la interpretación textil de la organización social de los Highlands desde tiempos inmemoriales. La población estaba dividida en clanes, cada uno de ellos bajo la autoridad de un patriarca: y para identificarse, los miembros de estas tribus se vestían con telas de diseños específicos. Al primer golpe de vista, los expertos pueden identificar por el tamaño y el color de los cuadros el tartan de los Stuart, los Frazer, los MacLeod, los MacKenzie, los MacDonald y muchas otras familias (dicho sea de paso, “mac” es prefijo típico de los apellidos gaélicos, escoceses e irlandeses, que significa “hijo de”). Poco reverente, el movimiento punk impuso en los ‘70 un fuerte “revival” del escocés, esta vez en clave rebelde.

Los aficionados a la trama cuadriculada encontrarán un lugar ideal en el Tartan Gift Shop de Edimburgo, un tradicional negocio que convierte los motivos escoceses en el leitmotiv de sus kilts (la falda escocesa), pero también de toda clase de accesorios: llaveros, corbatas, zapatos o alfombras. Sobre Chambers Street, en el centro de la capital, el Museo Nacional de Escocia permite pasar de lo anecdótico a las verdaderas raíces del tartan, el kilt y la cultura escocesa en general, entendida en un sentido tan amplio que hay lugar incluso para la ultramediática oveja Dolly.

En sentido más estricto, Escocia tiene motivos para estar orgullosa de su legado al mundo. Era escocés Robert Stevenson, que desató la imaginación de varias generaciones con La isla del Tesoro, y lo era Arthur Conan Doyle, creador del inefable Sherlock Holmes. El filósofo David Hume nació en Edimburgo, en tanto el economista Adam Smith era oriundo de Kirkcaldy y estudió en Glasgow. Y siguen en la lista Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina; John Baird, el inventor de la televisión; Sir James Barrie, el autor de Peter Pan; Alexander Graham Bell, el inventor del teléfono; Andrew Carnegie, el magnate del acero; Sean Connery, el agente 007; John Dunlop, el hombre clave en el desarrollo de los neumáticos; Sir Walter Scott, el autor de Ivanhoe; John Napier, el inventor del punto decimal y descubridor de los logaritmos; Alexander Selkirk, el inspirador de Robinson Crusoe.

Durante todo este año, también ellos son homenajeados en los eventos que de una punta a otra de Escocia recuerdan su frondoso patrimonio cultural, con la figura de Robert Burns a la cabeza. Un brindis conmemorativo se puede hacer en el pub Tam O’Shanter de la histórica ciudad de Ayr, bautizado con el nombre del poema épico de Burns sobre un buen bebedor que un día termina, de tanto empinar el codo, perseguido por un auténtico aquelarre. Claro que no hace falta llegar a tales extremos etílicos, por muy atractivas que resulten las incontables variantes de un buen scotch.

AQUI NACIO EL GOLF El “Homecoming 2009” también celebra especialmente otra de las razones que hicieron famosa a Escocia en el mundo: el golf, un deporte que encontró su relieve ideal en las colinas del norte británico y ya lleva unos seis siglos de historia desde que apareció mencionado por primera vez en dos actas del Parlamento escocés (y no por buenos motivos, sino para prohibir su práctica). Se reconoce a Escocia como el primer lugar donde hubo un campo de golf permanente, y donde se formaron los primeros clubes; también es la cuna del primer reglamento escrito y de los primeros torneos. Hasta la desdichada María Estuardo, en sus tiempos felices, jugó al golf.

Hoy existen en Escocia cientos de campos para practicar este deporte, más difundido y accesible que en cualquier otra parte del mundo: por eso, los aficionados sólo tienen la dificultad de la elección. En el Cairngorms National Park de los Highlands hay doce circuitos y numerosos pases posibles para disfrutarlos todos; en la costa de Angus son famosos Monifieth, Panmure Barry y Carnoustie; cerca de Edimburgo la Eric Grandison Golf School permite iniciarse o perfeccionar la técnica hasta regresar hecho un experto. Así se podrán sumar los palos de golf a los recuerdos acumulados en la valija después de este año dedicado a Escocia: por lo menos un kilt, una caja de shortbread, una botella de whisky y un libro de Burns.

DATOS UTILES

Cómo llegar: En avión vía Londres o cualquiera de las principales capitales europeas. A partir de US$ 1600 (Buenos Aires-Edimburgo).

-En tren desde Londres (sólo ida): desde US$ 150.

Consejos de viaje: El horario de almuerzo suele ser temprano, entre las 12 y las 14, y también la cena, a partir de las 18. El sello EatScotland (www.eatscotland.com) es un indicativo de calidad.

-La mayoría de los negocios cierra a las 18, aunque el horario puede ser algo más extendido en las ciudades turísticas, y los jueves también se cierra más tarde.

-La ropa impermeable es una buena aliada: el clima es frío, y aunque en los dos meses de verano se vuelve más templado y soleado las precipitaciones son frecuentes.

-Más información en www.visitscotland.com

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El escritor Walter Scott vivió en Abbotsford House, un castillo en la orilla sur del río Tweed.
Imagen: VisitScotland/ ScottishViewpoint
 
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