turismo

Domingo, 9 de marzo de 2003

BRASIL EN EL NORDESTE, JERICOACOARA Y CAMOCIM

El Sahara brasileño

El estado de Ceará encierra una región de kilométricas dunas que conforman un verdadero desierto junto al mar. Y en la costa, hay pueblitos de pescadores como Jericoacoara, que por su difícil acceso ha podido mantener el encanto de lo virgen y lo intocado. Menos agreste y muy estrellado, el Resort Boa Vista en Camocim.

Por Julian Varsavsky

Llegar a las mejores playas Ceará desde la ciudad de Fortaleza, capital de ese estado brasileño, implica un cansador viaje por caminos que atraviesan dunas y pueblitos costeros que parecen calcados uno del otro. Pero éste es el precio por llegar a Jericoacoara, un oasis en medio del desierto, que sigue siendo una de las tantas aldeas de pescadores del nordeste brasilero, con calles de arena y modestas casas con tejas rojas. Para tener una idea de lo que significa esta playa, un dato revelador es que recién el año pasado llegó la luz eléctrica al pueblo. Por las calles revolotean libremente las gallinas y el medio de transporte local por excelencia son los tropicales buggies, que junto con las 4x4, son los únicos medios de locomoción que puede atravesar las dunas. Aquí la industria del calzado ha prosperado poco y nada, ya que la mayoría de sus 6.000 pobladores usan las ojotas. Además, cuesta bastante trabajo encontrar a una sola persona con pantalón largo.
En Jericoacoara no hay hoteles de lujo, ni mucho menos un shopping. Sólo se construyeron unas 40 posadas y pequeños hoteles de estilo rústico que hoy son la base de la economía del pueblo.

Travesía al paraíso perdido
Fortaleza es la quinta ciudad en tamaño de todo Brasil y es el punto de partida para llegar a Jericoacoara. Desde la “Terminal Rodoviaria” de esa ciudad parten a las 9 y a las 21 horas unos autobuses que tardan 7 horas hasta el pueblo de Gijoca, donde se realiza un trasbordo –incluido en el ticket– a un camión de doble tracción con carrocería de madera y techo, pero no ventanas, a la manera de los vehículos para safaris. Restan sólo 28 kilómetros hasta Jericoacoara, y estas potentes “jardineras” son el único medio para atravesar un camino de tierra que en pocas horas puede quedar cubierto por una duna que habrá que sortear a la manera del Camel Trophy.
Hasta Jeri –como la llaman los lugareños– se llega en medio del viento y el calor del desierto, de modo que vislumbrar sus palmeras y su refrescante playa implica de hecho, arribar a un oasis. Al llegar, se tiene la sensación de estar en algún paraíso perdido, aislados del mundo, donde el tiempo transcurre tan lento y despreocupado como el paso de los pescadores.
La playa de Jericoacoara –también un paraíso para windsurfistas– es más bien pequeña, al pie de una duna gigante que forma una media luna. Según las mareas, las olas llegan hasta la duna, pero por la tarde las aguas se retiran dejando a los barquitos de los pescadores flotando en pequeñas lagunitas. Durante cada puesta de sol, los visitantes del pueblo suben hasta lo alto de la gran duna en una suerte de ritual para contemplar el atardecer color naranja que tiñe las arenas.
Durante la noche los barcitos y pubs de Jeri se pueblan con un ambiente bohemio y relajado donde se comen camarones fritos en brochetas y se baila el tradicional forró, un melodioso baile en pareja con música de acordeón y veloz percusión, que se lo podría comparar con el chamamé. El local más popular se llama, naturalmente, Bar do Forró.
Uno de los personajes célebres de Jericoacoara –ya entrevistado por numerosos canales de televisión– es Tía Angelina, una mujer que recorre el pueblo con una canasta de crocantes tortitas de banana sobre la cabeza, quizá el mayor manjar de este lugar. Al pasar por su casa se la ve a la sombra de una palmera, rayando coco para sus dulces cocadas o preparando la masa de trigo con manteca y banana que luego ofrecerá, recién horneada, en la playa.

En buggy por las dunas
Una vez repuestos del largo viaje hasta Jericoacoara, es momento de alquilar un buggy. Al alejarnos apenas unos metros del pueblo, se impone un paisaje de belleza sencilla: una ancha autopista de arena lisa junto a la costa –resultado de la bajamar– y un desierto de dunas que parece infinito. Y nada más, ni siquiera un pequeño arbusto ni matiz alguno que contraste con el único color del paisaje. A lolejos, sobresale la duna de Por-do-sol, que sorprende con sus 60 metros de altura.
Luego de una hora subiendo y bajando médanos, llegamos a una lagunita de agua dulce acumulada entre las dunas. La belleza del lugar sigue siendo tan austera como deslumbrante: agua, arena, y un pequeño puesto de madera donde se venden camarones fritos y cachaza con miel y limón. Después, ya no queda mucho para hacer, salvo recostarse en las hamacas colgadas entre dos palos clavados dentro del agua, y dejar fluir el tiempo.

Camocim y su resort
Quienes deseen explorar la zona de dunas del estado de Ceará, y al mismo tiempo disfrutar del confort de un moderno resort 4 estrellas al que se pueda llegar en avión, pueden optar por instalarse en el poblado de Camocim, ubicado 34 kilómetros al norte de Jericoacoara y 369 kilómetros de Fortaleza. Este pueblo de 120 años es netamente pesquero y no vive del turismo. La primera y única inversión turística importante, realizada por un grupo italiano, fue la construcción de un lujoso resort llamado Boa Vista, con departamentos que rodean una gran piscina frente al mar. La principal ventaja de instalarse en Camocim es el sumo confort del resort –imposible de encontrar en Jericoacoara– y el hecho de que no haya que internarse en las dunas para llegar. La desventaja es que las playas de Camocim no son tan paradisíacas como en la agreste vecina, y las excursiones desde aquí son muy largas.
Todo huésped de Camocim visita, casi de manera obligada, Jericoacoara durante su estadía. Otro paseo en buggy imperdible es el que llega hasta Barra Dos Remedios, una gran playa agreste a la vera de un río y al pie de unas espectaculares dunas de 50 metros de altura. Desde esta perspectiva, suena creíble la historia que atribuye el nombre de Ceará –impuesto por los portugueses– al paralelismo con el desierto del Sahara, con acento en la última “á”. Ceará.z

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El placer de tenderse en una hamaca sobre el agua entre las dunas y dejar que el tiempo fluya tranquilo.
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