turismo

Domingo, 8 de agosto de 2010

TRAVESIAS. CRUCEROS DE AVENTURA

Ecoturismo a bordo

Cruceros alternativos para visitar la Amazonia brasileña, el Pantanal paraguayo, los fiordos de la Patagonia chilena, el mundo blanco de la Antártida y, en nuestro país, el Parque Nacional Los Glaciares.

 Por Julián Varsavsky

Hay cruceros glamorosos donde todo está cuidadosamente organizado para entretener al huésped desde la mañana a la noche a bordo de esas moles flotantes de hasta 14 pisos con casino, spa, teatros, peluquerías y piscinas. Y hay cruceros de los otros, más pequeños e intimistas –y también muy confortables–, orientados hacia el ecoturismo y a compenetrarse con algún paisaje específico, ya sea la Antártida, el Pantanal, el mundo de los glaciares patagónicos o el laberinto de fiordos chileno. Se los conoce como cruceros de aventura, y allí donde un crucero clásico ofrece un musical con bailarines y acróbatas, el otro puede brindar una conferencia sobre los aborígenes Onas de Tierra del Fuego o un debate sobre el calentamiento global y la reducción de los hielos antárticos.

La propuesta de estos cruceros diferentes es poder interpretar el paisaje e interactuar con él. Para ello se desciende de los barcos en seguras lanchas que colocan al viajero a metros de la fauna autóctona, observando su comportamiento como en un documental en vivo. Así transcurre la reposada aventura de navegar en un crucero alternativo, con el interés enfocado fuera del barco, tanto en la belleza del paisaje como en conocer algo más acerca de la problemática ambiental.

La mejor forma de entrar a la densidad verde de la selva amazónica es por el agua.

CONFINES DE LA ANTARTIDA Un viaje a la Antártida implica internarse en el desierto de hielo más inhóspito y deshabitado del planeta con las temperaturas más bajas de la Tierra, los vientos más poderosos y los mares más turbulentos y profundos (3500 metros en el Pasaje de Drake). Es un continente al extremo donde claramente somos unos intrusos no aptos para la vida en ese lugar. Y de allí su magnetismo para la inconformidad del hombre, para quien esa “imposibilidad” es un cebo que atrae cada año a unas 140 expediciones turísticas con viajeros tozudos que, probablemente, se aburrirían bastante en un crucero 5 estrellas por el Caribe, mientras que en la Antártida encontrarán acaso el viaje de su vida.

Los cruceros zarpan desde el puerto de Ushuaia y resulta inevitable preocuparse un poco –aun hoy, cuando los barcos son muy seguros– ante la idea del finis terrae, que hace cinco siglos era el terror de los navegantes temerosos de caerse del planeta en los abismos del universo. El primer tramo es de 36 monótonas horas a través del Pasaje de Drake, donde los vientos de 80 km/h producen olas de 5 metros. Recién al día y medio de navegación aparece a estribor el manchón gris del conjunto de rocas de las islas Cormorán. Y dos días después se llega a la península Antártica para el primer desembarco.

Llegado cierto punto el crucero zigzaguea por un laberinto de témpanos gigantes con forma tabular que a veces obstruyen el paso y obligan a dar la vuelta. En el trayecto es común cruzarse con alguna ballena jorobada, petreles gigantes, lobos marinos, agresivas focas leopardo y ejércitos de miles de pingüinos de siete diferentes especies.

Después de 10 días explorando el continente antártico –la zona menos explorada de la tierra y el mayor reservorio de agua dulce que existe–, se regresa a la bahía de Ushuaia con la extraña sensación de haber visitado otro planeta; como si ya no quedara mucho más por descubrir en el reino de este mundo. Próximo destino: la Luna.

Fiordos chilenos. Un desembarco en gomón en la isla Magdalena.

FIORDOS CHILENOS Desde las ciudades de Ushuaia y Punta Arenas en Chile, parte un crucero que une ambos puntos internándose en la geografía inhóspita del extremo sur de la Patagonia, atravesando fiordos, canales y los legendarios estrecho de Magallanes y el cabo de Hornos. Además de su belleza natural, el sector más austral de la Patagonia encierra un magnetismo especial para los amantes de libros de aventuras como El faro del fin del mundo de Julio Verne, o quienes hayan leído al borde del trance los diarios de Antonio Pigafetta, el cronista que acompañó a Magallanes.

Hoy en día las rutas de aquellos legendarios navegantes –en las que hubo unos 800 naufragios– se pueden surcar con total seguridad en dos cruceros que hacen trayectos de cinco días: el Via Australis y el Mare Australis. Partiendo desde la ciudad de Ushuaia, el primer desembarco se realiza al segundo día en la isla de Hornos, junto al famoso cabo donde chocan las masas de agua del Pacífico y el Atlántico. Un gomón lleva a los viajeros a caminar sobre la isla donde se erigió un monumento “A los hombres de mar que perdieron su vida en el cruce del cabo de Hornos”.

La primera noche es la más movidita, pero luego todo es calma y contemplación de paisajes en las hospitalarias aguas de los canales y los fiordos. Esta geografía irregular se asemeja a un delta con una intrincada red de islas, pero sin ningún río desembocando en el océano sino con mares que ingresan centenares de kilómetros en el continente.

El viaje se ameniza con caminatas para ver glaciares fulgurosos, buenos documentales en pantalla gigante y tragos de whisky con hielo de témpano. En la isla Magdalena se hace el penúltimo desembarco –en pleno estrecho de Magallanes– para visitar una pingüinera con 62 mil parejas de pingüinos. La travesía termina en la elegante ciudad de Punta Arenas, con su arquitectura europea de una época de oro en que barcos de todo el mundo recalaban aquí en su periplo de pasar de un lado al otro del planeta; un itinerario que quedó en el olvido cuando se abrió en 1914 el canal de Panamá.

Antártida. El crucero navega por las heladas aguas del Continente Blanco.

PANTANAL GUARANI El Pantanal es el mayor humedal del mundo, con una superficie de 200 mil km2 de los cuales un 15 por ciento de su extremo sur pertenece a Paraguay. Los argentinos suelen visitar esta gigantesca región inundable a través del estado brasileño de Mato Grosso do Sul, pero pocos saben que también se lo puede hacer en Paraguay y con un medio de transporte muy interesante: un crucero de ecoturismo que zarpa de la ciudad de Concepción y navega por el río Paraguay a través del Gran Chaco.

El crucero Paraguay es una copia de los históricos vapores que aún hoy surcan el Mississippi. Mide 58 metros de eslora, tiene un salón con pantalla de cine, una piscina y 27 camarotes con aire acondicionado. Así que las condiciones son ideales para una relajada travesía de seis días por ese gran río de apariencia inmóvil que se conecta con el Pantanal.

El primer día de viaje se hacen salidas en lancha para recorrer los afluentes del río Paraguay, donde aparecen algunos carpinchos, yacarés y varios tipos de garzas. Al día siguiente, el guía da una conferencia sobre las dos eco-regiones que atraviesa el crucero: el Pantanal y el Chaco Húmedo. Explica que el Pantanal se formó en una gran depresión de la superficie terrestre, producto del surgimiento de la cordillera de los Andes. Allí confluyen varios ríos y mucha lluvia, conformando un vasto delta cuyo nivel de agua sube y baja según la época. Además de ser parte del acuífero guaraní –una de las mayores reservas de agua dulce del planeta–, el Pantanal tiene una biodiversidad increíble: 3500 especies vegetales, 650 de aves, 95 de mamíferos, 50 de reptiles, 240 de peces e incontables insectos y microorganismos. Algunas especies emblemáticas son el yaguareté –en peligro de extinción–, el carpincho, el tapir, la anaconda, el tucán y el guacamayo azul.

El plato mayor de este viaje llega cuando uno se levanta en medio de un brumoso amanecer, ya en pleno Pantanal. A partir de allí no será extraño avistar monitos carayá y capuchinos en la copa de los árboles, algún ciervo que cruza a nado un riacho, carpinchos en familia y tres tipos de fastuosas guacamayas: las azules, las rojas y las amarillo azuladas.

DORMIR FRENTE AL GLACIAR Cuando se visitan los glaciares de Santa Cruz con una excursión tradicional, uno está sujeto a los rigores de un horario y a la necesidad de los grupos numerosos. Además no hay reparos contra las ráfagas de viento frío ni demasiados lugares tranquilos donde sentarse a contemplar el cambiante color del hielo de un glaciar. No ocurre lo mismo cuando se aborda un crucero que recorre los glaciares Perito Moreno, Upsala y Spegazzini.

Las ventajas de conocer los glaciares desde el agua son varias. Por un lado, se navega con poca gente –el crucero Santa Cruz dispone de 22 cabinas– y se visitan ciertos lugares a donde no llega nadie más. Pero la gran diferencia es que se disponen de tres días y dos noches para dedicarse a contemplar los témpanos y las paredes de hielo desde la comodidad de un sillón ubicado frente a un gran ventanal al calorcito de una salamandra, o por la ventana del camarote.

Al tomar el brazo norte del lago Argentino hacia el glaciar Upsala aparecen los primeros témpanos flotando a la deriva como galeones celestiales. Más tarde se navega frente al glaciar Spegazzini, que se pierde viboreando como una lengua de hielo hacia el fondo de un gran valle. Y frente al Perito Moreno uno puede estar sentado en la cubierta y ver como una columna de hielo con la altura de un edificio de ocho pisos se desprende del glaciar, cae hacia adelante como un árbol, se hunde en el lago y luego sale a flote para irse navegando convertida en un témpano descomunal.

Una vez en tierra firme, ya no habrá forma de librarnos nunca del misterioso influjo de un glaciar, ese microcosmos de traslúcidas formas cambiantes digno de acompañarnos hasta el fin.

El Cabo de Hornos. Un hito del itinerario náutico hacia los fiordos chilenos.

ENTRAÑAS AMAZONICAS Al viajar a la ciudad de Manaos en avión, la selva se ve desde el cielo como un oscuro laberinto verde. El río Amazonas serpentea con su brillo plateado dividiendo en dos mitades la inmensa masa vegetal. Y una vez embarcados en un crucero para surcar sus entrañas, veremos que a cada costado se levanta una muralla de árboles alineados tronco a tronco hasta el infinito.

Navegar por el Amazonas significa atravesar al mismo tiempo el mayor río y la mayor selva tropical del planeta, poblada por una biodiversidad vegetal y animal como tampoco hay en ninguna otra región del mundo. Por eso aventurarse en un crucero por este río legendario implica penetrar cómodamente la tremenda densidad de un reino de sombras que, en épocas no muy lejanas, podría habernos tragado para siemprez

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El Pantanal se puede recorrer navegando en crucero desde Concepción, Paraguay.
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