turismo

Domingo, 17 de octubre de 2010

ECUADOR. SOBRE LA COSTA DEL PACíFICO

Mar, cielo y Montañita

Atávico pueblito del este ecuatoriano, Montañita ofrece lo típico de una joven villa playera y turística, pero también tiene un costado donde la vida pasa con calma. Lo principal gira en torno de dos actividades que aprovechan su riqueza natural, como el surf y los vuelos en parapente.

 Por Pablo Donadio

Montañita es un lugar plenamente turístico, pero todavía tranquilo. Muchos creen que es cuestión de tiempo: si el pueblo sigue creciendo con la velocidad de estos últimos años, quizá haya que empezar a hablar rápidamente de turismo sustentable y otras formas de preservación. Pero hoy es hoy, y este pequeño pueblo que alberga a visitantes de todo el mundo es aún un remanso de sol y playa. Ubicado en el Cantón Santa Elena, al norte de Libertad, a Montañita se lo encuentra en algunos mapas como “Punta Montañita” (mientras en otros ni figura) y es más conocido como el paso previo a Puerto López, destino por excelencia en la zona, unos cuarenta kilómetros al norte.

En sus inmediaciones, la acción pasa por dos disciplinas que fusionan parte de su riqueza natural con el deporte: el límpido cielo es un recreo para los coloridos parapentes, que se dan cita desde los morros costeros. En tanto, sus bellas costas son escenario cotidiano del surf, que desafía con piruetas de avezados tablistas las olas altivas del Pacífico. El resto es similar a otros pueblos playeros: cierto aire hippie, muchas caras “gringas” y tranquilidad hasta las horas de la noche, cuando bares, restaurantes y boliches se encienden y proponen comenzar con la diversión. Entonces la villa se alborota un poco y los tragos tropicales y la música al aire libre son moneda corriente hasta la salida del sol.

Los vuelos en parapente son el otro gran atractivo de este pueblo turístico.

UN FERRUGEM INCIPIENTE Similar, aunque con mucha menos difusión, Montañita podría ser un pequeño Ferrugem pero del otro lado del continente. Claro que con los ritmos del malecón y bastante reggae en reemplazo del age y la bossa, y donde además el agua cálida de la ruta del spondylus (la famosa concha de mar local) congrega también a familias y no sólo a los jóvenes.

A simple vista, quizá no es un lugar que atraiga si no se es surfista, pero algún extraño canto de sirena mar adentro transforma el clásico “día de paso” en una parada que suele prolongarse más de lo previsto. “Hace dos meses que estoy por acá, y eso que vine a surfear un poco nomás”, cuenta Miguel, un argentino que está paseando por Latinoamérica, casi sin equipaje, pero ahora con una inseparable tabla a cuestas. “El que no es surfista aquí se hace”, agrega.

Es muy común ver a extranjeros, pero también ecuatorianos que escapan sobre todo de Guayaquil y otras urbes atestadas para darse un respiro y no hacer nada más que descansar y zambullirse en el mar. A nivel servicios, Montañita tiene buena infraestructura de hospedajes y clásicas posadas o cabañas, y en sus restaurantes se comen productos frescos de mar, con combinaciones que siempre los tienen presentes, como la fabulosa pizza de camarones.

Para destacar, sí, es la atención de los locales con cada uno de los visitantes, preguntando y conversando como si realmente les agradara que uno esté allí. Un detalle sobresaliente para el que recién llega y que pinta un poco al pueblo es su calle principal: adornada a pleno y con un surtido de artesanos de cada rincón latinoamericano, no queda otra más que bajar el ritmo y caminar lento, mientras se exhiben pinturas, trabajos en madera y mucha bijouterie, como en una gran feria al aire libre. El camino sigue así hasta la playa y hay que levantar un poco la vista de lo expuesto en el piso para dar cuenta de la vegetación tropical y ese toque selvático bellísimo que envuelve la bahía. Entonces aparece el mar y algunos complejos hoteleros bastante nuevos entrometidos entre espacios limpios y casas rústicas, que parecen ser de pescadores nativos. Sobre la costa, lo que nunca falta es algún surfista “leyendo” el mar, parado sobre la arena o apostado en carpa, esperando ese gran “tubo”.

Hostales, bares y casas de surf con el toque hawaiano que sobrevuela la villa costera.

DIAS DE SURF Por la mañana temprano el tráfico está sobre la playa, no en las calles. Pero poco a poco se disipa cuando los hombres de tabla bajo el brazo van tomando las primeras olas y, entonces, como sucede en otros pueblos costeros que se llenan de barquitos pesqueros, Montañita muestra su mar salpicado de tablas hawaianas, tablitas de bodyboard y tablotas de punta redonda: “Esas son para los principiantes, para que se paren más fácil y se sostengan mejor”, aclaran. Dicen que las horas de la madrugada son las mejores, pero a veces cuesta estar allí, ya que pocos quieren prescindir de la vida nocturna y sólo los religiosos de la tabla se acuestan temprano. Su espectáculo es sencillamente sorprendente: se deslizan, saltan y, sobre todo, se sostienen largos minutos ante el golpe de la ola que parece va a tragarlos una y otra vez. Pero no, siguen allí y la gozan hasta la orilla, cuando muere y regresa nuevamente mar adentro. Así pasan los días, horas y horas, con la esperanza de domar algún tubo más importante que el océano les regale. Hasta tal punto que surgió un negocio nuevo: “Yo me paro y los miro, y cuando veo que viene una ola grande les saco fotos. Después voy a la compu, les grabo un CD y se lo vendo a 10 dólares”, afirma otro argentino viajero que ha encontrado de qué vivir en Montañita. También, cada tanto se dan retos amateur inesperados, como el de estos días entre el “gringo” John y Vilma, también gringa pero conocida aquí como “La Sueca”, ambos llegados de su país de origen para conocer las bellezas del continente y vueltos repentinamente eximios surfistas. Corren, como ellos le llaman a la actividad, y se muestran bajo parámetros de una competencia real, tratando de demostrar quién es el mejor e impresionar a la gente, que también se vuelve protagonista de esta historia.

La Punta, un kilómetro al norte del centro, es conocida como la más rápida, fuerte y extensa rompiente que entrega el Pacífico, por la forma en que soplan los vientos que entran al continente. Es una de las olas más respetadas de Ecuador, llegando a los tres metros de altura en días en que las condiciones se dan a la perfección. Allí está la posibilidad de correr olas tipo beach-break, de izquierdas y derechas, veloces y divertidas con fondo de arena, ya que en varios sectores hay mucha piedra que baja de los morros. Pero por más que lo parezca esta playa no es exclusiva de expertos ni mucho menos. Aquí el surf es la onda y hay quienes son grandes corredores, pero están también los principiantes. A orillas del mar, muchos instructores enseñan a los que sólo quieren aprender a jugar en el agua algunos trucos clave para primero subirse y, después, no caerse. Con eso basta para empezar. Y ahora mejor que nunca, ya que de octubre a abril es la temporada de buenas olas.

Amanece en Montañita, “la hora” –dicen– en que las olas comienzan a crecer extrañamente.

EL CIELO, MAR DE ARRIBA Esta vez el mar queda abajo, pero no de la tabla. El viento, protagonista clave para las olas, es también un aliado para el otro gran lujo de la zona: el parapente. Y es extraño eso de volar, sobre todo sobre las aguas del océano, cerca de las gaviotas que suelen verse siempre desde abajo.

Alejo es el único instructor certificado desde hace 20 años por la Federación Aeronáutica Internacional de Ecuador y cuenta con unos diez más de experiencia en monomotores. Escucharlo da seguridad, la necesaria para lanzarse al vacío de La Reja, al sur de Montañita; tanto como de San Pedro, al norte, sus dos puntos de salida para la experiencia de conquistar el aire. “Para mí no es cuestión de dinero. Soy muy malo en eso. Es cuestión de energía, de sentir el vuelo como una pasión”, afirma. Y es cierto: a precios de aquí, salir con él y pasar largo rato flotando en el cielo de Montañita cuesta lo mismo que tomar algo sencillo en la playa, cuando se conoce el parapente como una actividad costosa. “Mi padre comenzó con esto y me traía de chico, cuando recién llegamos aquí desde la ciudad”, agrega. El no deja nada al azar, y para terminar de comprobar sus presunciones en la entrada de vientos, la presión y demás temas climáticos, primero se lanza solo, pega unos giros y regresa. “Ok”, dice, y entonces empieza a explicar de qué tratará la aventura, mientras coloca personalmente los equipos a cada uno de los turistas que lo acompañarán a volar. Su lema, repetido hasta el cansancio, remite a esa infancia de morros y vuelos: “La aventura continúa”, cuenta a cada uno que llega hasta allí. Cuando el flaco y extenso paracaídas se abre y toma altura, un fuerte sacudón golpea el pecho. De repente el piso desaparece y uno patalea, hasta que el temor se va y el velo se corre para dejar ver toda la costa y, a lo lejos, la entrada a Puerto López y el Parque Nacional de Machalilla, el único parque costero del Ecuador, con un total de 550 km2 en tierra y 20.000 hectáreas en el fantástico mar del Pacífico. Algo pequeño, comparado con la magia de volar

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Desafiantes olas en la costa de Montañita, un paraíso ecuatoriano para el surf.
Imagen: Adrian Cardozo
 
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