turismo

Domingo, 31 de octubre de 2010

TURISMO AVENTURA. EXCURSIONES EN 4X4

A rodar por el país

Del ripio patagónico a la tierra roja misionera, propuestas de diversas excursiones en 4x4 por la Argentina. El Camino del Monte Zeballos en Santa Cruz, un viaje entre los volcanes de La Payunia, un paseo por las entrañas del Parque Nacional Iguazú, una subida a la Cordillera de los Andes en La Rioja y una travesía a la puna catamarqueña.

 Por Julián Varsavsky

Salir a recorrer un país en una 4x4 es una de las formas modernas de viajar que, a su vez, permite recuperar el espíritu originario del viajero que exploraba los vericuetos más intransitados de algún confín, sin un mapa de ruta ni un calendario demasiado fijo. Así, con una camioneta se puede avanzar por paisajes desolados donde no hay caminos y la fauna vive en libertad, casi sin contacto con la especie humana. Por lo general, los fanáticos de las 4x4 combinan la destreza al volante con una enorme cuota de contenido lúdico que, de alguna manera, les permite seguir jugando con los autitos como cuando eran chicos. Pero ser dueño de una camioneta doble tracción no es condición excluyente para disfrutar de estos paseos por algunos de los sectores más alejados y poco transitados de la Argentina, ya que existen empresas que ofrecen servicios por uno o varios días a precios bastante accesibles. A continuación, cinco alternativas por diferentes regiones de la Argentina.

Un alto en el camino por la selva misionera para observar mariposas.

SAFARI MISIONERO La excursión comienza frente al portal de visitantes del Parque Nacional Iguazú en una 4x4 que nos aleja de las grandes multitudes que visitan las cataratas. El vehículo se desvía por un senderito de tierra roja misionera que parece abrirse como un boquete entre la vegetación para conducirnos hacia las entrañas salvajes de la selva.

Este sector del parque fue catalogado como un área reservada para un bajo impacto humano, es decir que el ingreso de turistas está limitado a tres excursiones diarias con alrededor de 10 personas cada una. “No es un paseo para todo el mundo –asegura el guía– ya que fue pensado para quienes no se conforman con llevarse solamente la hermosa postal de las cataratas sino que se interesan también en una mirada ecológica de la selva.” Por otra parte, algunos sectores de este sendero llamado Yacaratiá están entre los mejor conservados del parque, donde la selva se puede percibir en su más puro estado original.

El angosto sendero Yacaratiá –donde apenas pasa el jeep rasguñado por algunas ramas– fue abierto en 1921 por quien era el propietario de las tierras que abarcan el actual Parque Nacional, un terrateniente de origen vasco que se dedicaba a la explotación de madera. Por fortuna estas tierras fueron compradas por el Estado nacional en 1928 cuando todavía quedaba mucho por depredar.

El jeep avanza sin apuro por una selva en galería que se cierra como un techo por encima del camino. Pero el traqueteo se hace sentir y las patinadas sobre los charcos rojizos sacan de vez en cuando al vehículo del sendero. Lo primero que el guía hace notar es la diferencia entre los sectores donde la selva es muy compacta y aquellos en donde hay claros evidentes porque el propietario hizo una tala selectiva de cedros, lapachos y petiribíes, los árboles de mayor porte y valor maderable. En estos claros sin árboles se da un fenómeno muy singular, que es la proliferación de cañaverales de bambú de muy bajo porte, una especie que se reproduce con mucha rapidez invadiendo espacios tentadores que ofrecen una gran cantidad de luz. El problema de esta intervención humana es grave, ya que produce un corte en la continuidad de la selva, que se acentúa porque los bambúes crecen encima de los renovales de árboles de otras especies, ahogándolos hasta la muerte o limitando su crecimiento. Para que un sector de la selva talada recupere su variedad de especies autóctonas se necesitan más de 200 años.

Más adelante el guía detiene la marcha para observar con atención un árbol ibirá pitá, uno de los grandes colosos de la selva que monopolizan por su altura el acceso a la luz. El ejemplar que tenemos enfrente mide 25 metros de alto y su tronco tiene un diámetro de un metro y medio. Pero aprovechándose de su privilegiada altura, numerosas especies se instalan a vivir entre las ramas de este anciano de 200 años, conformando verdaderos jardines colgantes. El actor principal de este espectáculo visual en lo alto es el güembé, cuyas semillas son puestas en la copa de los árboles por el viento, las aves y ciertos mamíferos. Allí crecen sin parasitar al árbol, usándolo simplemente como soporte. Pero como necesitan alimentarse, sus raíces empiezan a bajar como cables que envuelven el tronco del árbol hasta llegar a la tierra.

La excursión por la selva dura entre dos horas y dos horas y media, de acuerdo con los gustos y el interés del viajero. En varias oportunidades el jeep se detiene para que el turista pueda caminar sin apuro por algunos senderos muy estrechos. La idea es que cada cual pueda tomar con tiempo las fotos que desee y explore los aspectos que más le llamen la atención, algo que es imposible en el resto del parque. En un sendero el guía reconoce las huellas de unos tapires que se acercan con frecuencia a remojarse en un bañado. Pero además su oído atento le permite percibir el canto de un pájaro frutero overo, y con vista de lince lo descubre en la copa de un ficus.

De nuevo sobre el jeep avanzamos en nuestro trayecto de 20 kilómetros por las profundidades de la selva, cuando de pronto nos invade la sensación de haber cambiado de dimensión. Nadie sabe explicarse bien por qué, pero es evidente que estamos en una selva distinta de la de hace un rato. Por suerte está el guía para aclararlo: en este sector el hombre casi no intervino para extraer madera y todo se mantiene en el estado de equilibrio ideal, alcanzado a lo largo de miles de pacientes años. Vemos por lo tanto renovales de árboles jóvenes y también árboles gigantes que en su conjunto conforman una densidad difícil de penetrar. No proliferan en cambio los invasores bambúes, que están presentes sólo en su justa medida. A pocos pasos de los caminantes pasa corriendo un agutí, un roedor de gran porte que habita el estrato inferior de la selva. Más adelante el guía detecta las huellas fantasmales de un puma marcadas en el barro. Cuando nos detenemos un instante para guardar silencio, los sonidos producen la sensación de que nos rodea una fauna rampante muy cercana pero invisible, al acecho de los intrusos.

Los manchones de nieve aparecen en el punto más alto del viaje a la puna catamarqueña.

CAMINO DEL MONTE ZEBALLOS En el extremo noroeste de Santa Cruz, el pueblo de Los Antiguos es el punto de partida para avanzar por el Camino del Monte Zeballos, un fragmento de la Ruta 41, una de las más espectaculares de toda la Patagonia. Es el camino más alto de la provincia, partiendo a los 200 metros sobre el nivel del mar –con los caracoleos del río Jeinimani al fondo de un valle– hasta llegar a los 1500 en el punto más alto. Al comienzo se atraviesa la pura estepa con su escasa vegetación, y cincuenta kilómetros más adelante aparece un bosque de 900 hectáreas con muchos ñires y algunas lengas. El lugar es ideal para hacer un picnic agreste junto a un manantial en medio del bosque.

La ruta asciende de a poco y la vegetación se hace más profusa por la mayor humedad. Pero al llegar a El Portezuelo –el punto más alto, a 1500 metros– la vegetación desaparece otra vez por la falta de oxígeno. Así como al principio se atravesaba un desierto de estepa, ahora predomina un desierto de alta montaña. Y es también el lugar más asombroso del trayecto, donde están unas extrañísimas formaciones naturales llamadas diques basálticos, que son como dos murallas paralelas que suben hasta la cima de la montaña. A simple vista resulta difícil creer que su origen no sea humano. Están fragmentadas por la erosión y se asemejan a aquella otra famosa muralla, la china. Por eso inducen a detener el auto y subir a pie por las áridas laderas, para dilucidar cómo surgió esa muralla en un lugar tan insólito. A los 15 minutos de caminata ya se divisan sus ladrillos negros de basalto, que parecen encajados con la exactitud de una pared edificada por el hombre.

Hace 65 millones de años, cuando surgía la cordillera y la Patagonia era un infierno de volcanes en erupción, se formaron estos “diques basálticos”. Su emplazamiento actual es el de una grieta que ya no existe, por la cual brotaba lava a borbotones. En cierto momento la lava dejó de salir y la que se endureció sobre las dos paredes de la grieta se resquebrajó tomando la forma de una pared de ladrillos. En los miles de años siguientes la erosión fue horadando las laderas para dejar al descubierto aquellas dos resistentes paredes de basalto.

A partir de El Portezuelo comienza el descenso a la cuenca vecina, y a la vera del camino aparecen lagunas color turquesa habitadas por patos y cisnes de cuello negro. Gran parte del Camino del Monte Zeballos atraviesa lo que fue el interior del cráter de un volcán gigante, del que desapareció toda una mitad. Uno de los imponentes picos de ese cráter es el Monte Zeballos, cuyos 2748 metros se divisan desde gran parte del camino.

En La Rioja, el camino a la Mina La mejicana entre cerros pelados con sus minerales al desnudo.

CHILECITO RIOJANO En el centro-norte de la provincia de La Rioja, desde la localidad de Chilecito, se visitan en 4x4 los restos de un cablecarril abandonado en 1920 que ascendía a más de 4000 metros de altura en la montaña transportando oro y plata extraídos de la mina La Mejicana. Si uno no tiene el vehículo adecuado puede contratar la excursión en las ciudades de Chilecito o Famatina, para subir la montaña hasta la base de operaciones abandonada de La Mejicana. En el trayecto se avanza por unas sinuosas serranías y al llegar a la Cuesta Blanca se despliega frente a la camioneta un colorido panorama de montañas que dejan ver sus minerales al desnudo por la nula vegetación que hay en la altura.

La aventura continúa con el vehículo subiendo hasta más de 4000 metros en La Cueva de Pérez para llegar a la fantasmal Estación 9 del cablecarril, llena de transportes de carga abandonados, rieles destruidos, carteles desperdigados por el suelo, las ruinas de las casillas de los trabajadores y un gran socavón con los despojos del sistema de andamiaje. Y finalmente el paseo se interna en la Quebrada del Caballo Muerto para detener la camioneta en el filo más alto de la montaña.

En la vacía inmensidad del paisaje rumbo a la puna de Catamarca.

VOLCANES MENDOCINOS Al recorrer las extensas planicies rodeadas de volcanes de La Payunia, en el departamento mendocino de Malargüe, pareciera que se avanza entre los restos de aquella gran bola de magma burbujeante que fue la tierra alguna vez. Ya no hay más humo ni lavas ardientes, pero reinan el silencio y la reseca desolación de un gran cementerio geológico, donde sólo quedan las renegridas marcas de un cataclismo universal. Entre volcán y volcán, ásperas lenguas negras de lava endurecida dividen al medio la inmensidad de los valles del sur mendocino.

A medida que la camioneta 4x4 se interna por La Payunia, desfilan tras la ventanilla los majestuosos volcanes de perfecta forma cónica, cuyas entrañas estallaron durante un “apocalipsis” de fuego hace muchísimo tiempo. Los hay desde los 200 hasta los 3000 metros de altura. Y prácticamente la totalidad del terreno está cubierta por restos volcánicos. Al pie del volcán Santa María –en el Campo de Bombas– hay una extensa planicie cubierta por millones de piedritas negras de unos tres centímetros que se acumulan formando un extraño arenal negro de gruesos granos. Su origen es la lava del volcán, que se fue degradando hasta partirse y desmigajarse por todo el suelo. Al caminar por el terreno se descubren desperdigadas por el suelo numerosas piedras redondeadas del tamaño de las antiguas balas de cañón, que adquirieron su forma cuando la furia del volcán las despidió por los aires al rojo vivo.

Con una densidad de 10,6 volcanes por cada 100 kilómetros cuadrados, La Payunia aspira al cetro de ser el campo geográfico más prolífico en volcanes de todo el mundo. Y según los estudios científicos, probablemente lo sea. Al valor geológico de La Payunia se le suma una importancia ecológica de primer orden. El aislamiento geográfico y la falta de agua han mantenido a La Payunia prácticamente deshabitada, salvo por la presencia de algunos puesteros aislados, uno de los cuales ofrece un excelente alojamiento. Este ambiente es entonces un área segura para diversas especies animales que la eligieron como refugio. La más común y numerosa es el guanaco. Por eso, no es difícil ver a algunos de los 11.000 ejemplares que viven en La Payunia correteando a la par de la camioneta a lo largo de todo el viaje

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Los diques basálticos son una rareza a la vera del Camino del Monte Zeballos.
Imagen: Julián Varsavsky
 
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