turismo

Domingo, 21 de noviembre de 2010

JAMAICA. OCHO RíOS Y MONTEGO BAY

Jerk, reggae y patwa

“Out of many, one people.” La historia jamaiquina reunió en esta espléndida isla caribeña el legado arawak con el aporte africano y la colonización inglesa: “A partir de muchos, un solo pueblo”, el mismo que hoy levanta la bandera verde, amarilla y negra del reggae en todo el mundo.

 Por Graciela Cutuli

Sobre el azul espléndido del Caribe que la rodea, Jamaica pinta virtualmente los colores de una bandera: verde, amarillo y negro, los colores de esa “tierra que amamos” (land we love), como dice su himno nacional, aunque la música que suena desde el primer momento en nuestros oídos sea sobre todo el reggae del profeta Marley. Hasta los más profanos, los que andan por la vida ignorando el abanico musical que va del ska al dub, el dancehall, el ragga jungle y el rocksteady, tienen en su memoria auditiva el estribillo de “No woman, no cry”. Y está garantizado que, a la vuelta, tendrán muchísimo más grabado en los oídos y en las retinas, porque el paisaje jamaiquino de selva y mar está destinado a instalarse para siempre.

Público jamaiquino atraído por el “jerk” de Scotchie’s, un bar-restaurante de Montego Bay.

MONTEGO BAY Con perdón de Marley, la llegada a Montego Bay –a apenas una hora y cuarto de vuelo desde Miami– despierta el eco de una canción de los Beach Boys que servía de cortina a los malabares de Tom Cruise en “Cocktail”, un hit de los ‘80: “Aruba, Jamaica, ooo, I wanna take ya / Bermuda, Bahama, come on pretty mama / Key Largo, Montego / baby why don’t we go”. La postal caribeña se refuerza con una chimenea blanca y roja del Carnivel Conquest, amarrado por el día en “Mo’Bay”, como le dicen por aquí. Y esa será una de las primeras lecciones, ya que si bien el inglés es el idioma oficial y lengua franca, los jamaiquinos se comunican ante los oídos ajenos en un rápido “patwa” o “patois”, como se llama la lengua mixta nacida en la isla a partir del arawak originario, el inglés que se superpuso, y los otros idiomas del Caribe, el francés y el español.

Montego Bay, sobre la costa norte de Jamaica –Kingston, la capital, está sobre la orilla sur– es uno de los grandes destinos turísticos de la isla junto con Ocho Ríos, a unos 100 kilómetros de distancia. “Golfo del Buen Tiempo”, llamó a la región con acierto Cristóbal Colón, y sobre las Blue Mountains –la cadena de montañas que atraviesa toda la isla y que será una presencia constante de un lugar a otro– el cielo tan azul y despejado como el mar parece darle la razón. Las orillas de Montego Bay son el territorio de los grandes resorts: pequeños mundos en sí mismos, están orientados al viajero en busca de all inclusive y playa privada. Pero también hay hoteles más pequeños para vivir una experiencia más próxima a la tierra jamaiquina.

No importa dónde sea, una de esas primeras experiencias será el “jerk”, es decir, la especialidad local. La técnica es bien particular: las carnes –pollo y cerdo, pero también chorizo, vaca y pescado– se frotan, frescas o deshidratadas, con una mezcla de especias donde sobresalen distintas variedades de pimientos, además de cebollín, nuez moscada, tomillo, ajo, clavo de olor y canela. Lo suficiente para transformar al turista en un improvisado dragón... Antiguamente el “jerk” se ahumaba a la leña; hoy día es más frecuente prepararlo en parrillas al carbón o en barriles metálicos partidos al medio. En todo caso, nada mejor que probarlo en alguno de los bares que frecuentan los propios habitantes, algunos bien provistos de convenientes dreadlocks, sentados alrededor de un quincho redondo y cerveza en mano. Una Red Strip bien helada, como manda la tradición. “Perfect, man”, es el “gracias” que ya aprendimos con solo unas horas en Jamaica. Y la camarera del Scotchie’s Bar devuelve una sonrisa blanquísima en una cara que es un oxímoron de negrura.

Bob Marley aún sonríe desde las remeras, al son de su herencia musical.

EL NUEVO PUERTO Por la mañana, dejamos Montego Bay para visitar Falmouth, una de las más antiguas e interesantes ciudades de Jamaica. Hay que salir con tiempo, siempre: en parte porque el tránsito (que circula a la inglesa, por la izquierda) es lento y los trayectos llevan tiempo aunque sean cortos, y en parte porque este clima caribeño puede sorprender con un chaparrón en cualquier momento. Que así como viene se va, dejando la selva más verde y todo el resto tan seco como antes, gracias a la fuerza del sol.

Entre una parada y otra, cuando llegamos a Falmouth es la hora de la salida del colegio. Los vistosos uniformes azules de las chicas se hacen ver por todos lados en esta ciudad que se considera como una de las ciudades caribeñas mejor preservadas, y cuyos edificios auténticamente georgianos –construidos entre 1760 y 1840– forman parte del Patrimonio Histórico Nacional jamaiquino. Damos una vuelta a pie, sorteando autos (muchos de los conductores parecen más atentos al reggae que propalan a todo volumen que al paso del peatón) y pasamos de los locales de recuerdos, con la sonrisa de Bob Marley a la cabeza, a los puestos callejeros de “jerk” donde la gente se reúne a comer y charlar en grupitos. Todo, absolutamente todo, es color local.

Subida por los peldaños de Dunn’s River Falls, una cascada que lleva el agua del río hasta el mar.

Falmouth, además, está en plena obra en estos días: es que aquí –la ubicación es estratégica, equidistante de Montego Bay y de Ocho Ríos– se inaugurará en enero del año próximo el primer puerto histórico-temático de cruceros en el Caribe. La obra, impulsada por un acuerdo entre Royal Caribbean y la Entidad Portuaria de Jamaica, está a toda marcha y es imponente por pretensiones y dimensiones: el “Historic Falmouth Cruise Port”, que se considera el primer puerto temático del Caribe (además de ser uno de los más grandes) se extenderá sobre 13 hectáreas, con capacidad para recibir dos barcos en forma simultánea; es decir, unos 9000 pasajeros al mismo tiempo. Para ellos el proyecto tiene en marcha una serie de calles peatonales rodeadas de edificios que se inspiran en las estructuras industriales, residenciales y comerciales de la isla, para que los visitantes tengan durante su estadía un contacto directo con la herencia inglesa de los siglos XVIII y XIX.

Esa herencia está asociada, claro, con la esclavitud. La historia de Jamaica es tan dolorosa como imprescindible para entender su presente. En ese pasado no tan lejano, la isla era uno de los principales exportadores mundiales de azúcar y ron, con decenas de barcos mercantes llegando y saliendo del puerto de Falmouth cada día...

En Trelawny, cerca de Falmouth, hay que visitar la Good Hope Estate para remontarse a aquellos tiempos. Esta antigua finca se formó en 1744 a partir de una concesión otorgada al coronel inglés Thomas Williams, nieto de uno de los primeros pobladores establecidos tras la conquista inglesa. Más tarde la propiedad, que abarca unas mil hectáreas, pasó a manos de John Tharp, quien se convirtió en el mayor terrateniente y propietario de esclavos en Jamaica. Hoy está a punto de convertirse en el punto de partida para una serie de excursiones de aventura en la zona –travesías en trineos tirados por perros, tubing en los ríos cercanos, cabalgatas, recorridos en 4x4– pero conserva intacta su elegancia colonial y el verde paisaje que la rodea invita a imaginar, como si el tiempo no hubiera pasado, cómo era la vida en las plantaciones jamaiquinas del pasado.

Caribe: playa y aguas azules, todo un paraíso a lo largo de la costa norte.

DUNN’S RIVER FALLS Ocho Ríos es nuestro siguiente destino: esta ciudad puerto es el punto de llegada para numerosos cruceros, y resulta por lo tanto un excelente punto de partida para varias excursiones por los alrededores. La que hay que hacer sí o sí es la que lleva hasta Dunn’s River Falls, una cascada que figura sin duda entre los lugares más atractivos y visitados de Jamaica (además tiene un “pasado Bond”, ya que fue escenario de las aventuras del Satánico Dr. No).

Por familiar que resulte el nombre en castellano, escucharle pronunciar “Ocho Ríos” a un jamaiquino lo hará irreconocible. La confusión lingüística sin duda no es nueva: originalmente los españoles llamaron “Las Chorreras” a este lugar, precisamente por la cascada del río Dunn, y los ingleses interpretaron “Ocho Ríos”.

La cascada tiene en total unos 300 metros de altura, pero están escalonadas como si fueran una gigantesca escalera que termina su pendiente en el mar. Entre unos peldaños y otros se forman además varias ollitas naturales, rodeadas de una vegetación exuberante: no es de extrañar entonces que subir y bajar esta escalera sea una de las actividades favoritas de los turistas, que se empapan alegremente en el intento, si es preciso con ayuda de los guías del sitio. En todo caso no hay riesgo alguno, ya que en el lugar se alquilan o venden zapatos antideslizantes, y las propias piedras que sustentan la cascada están ásperas por la erosión. Al final, para descansar del esfuerzo, se puede bajar a la playa, esa playa jamaiquina de mar azul que encanta no solo por el paisaje sino también por la cordialidad de la gente. Un buen lugar, claro, para llevarse un recuerdo al final del día: máscaras talladas en madera, remeras en batik que aseguran “Jamaica no problem”, collares con cuentas rojas, negras y amarillas que el vendedor quiere convertir de plástico en coral, y toda la parafernalia Marley. O una gaseosa cola, que no deja de exhibir la leyenda “Podly produced in Jamaica”

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Máscaras de inspiración rasta en Dunn’s River Falls.
Imagen: Graciela Cutuli
 
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