turismo

Domingo, 26 de diciembre de 2010

GRECIA. ITINERARIO EN LA ISLA DE CRETA

Mitos del Mediterráneo

La gran isla griega despliega su belleza natural, pero también atesora los vestigios de una mítica civilización que hace 4000 años fue cuna de la cultura europea y albergó, siglos más tarde, la influencia directa de otros pueblos. Hoy sus fronteras están abiertas a visitantes de todo el mundo, con el eterno Mediterráneo como telón de fondo.

 Por Astor Ballada

Grecia posee alrededor de 2000 islas de arenas doradas y fértiles colinas que emergen de las aguas del Mediterráneo. Apenas 200 de ellas están pobladas, entre ellas la muy famosa Mykonos, conocida en razón de atributos propios pero también por la atracción que ejercen el turismo del ocio y el lujo ajenos. La más grande, sin embargo, es la ancestral Creta, que alcanza los 360 kilómetros de largo y cuenta con los mismos encantos naturales, pero les suma un increíble magnetismo histórico y cultural.

Vayamos más despacio y comencemos a conocer Creta desde su capital y enclave administrativo, la ciudad de Heraklion, situada en el norte a la altura del centro del territorio. El punto de partida aquí es el puerto, cuya fisonomía –de estilo y herencia veneciana, ya que la Serenísima ejerció dominio sobre la isla entre los siglos XIII y XV– habla del valioso eje estratégico que ha sido y es Creta, con una ubicación privilegiada a la hora de relacionar desde el mar a Europa Oriental, Asia Menor, Cercano Oriente y Africa. Bien es cierto entonces que allá por la Edad Media los mercaderes venecianos dejaron su impronta en clave de comercio marítimo: pero es el germen del pasado clásico griego el que pasa rápidamente a concitar la atención del viajero, a través de las cercanas ruinas del Palacio de Knossos, levantado unos dos milenios antes de nuestra era y cuna de la civilización europea.

Embarcaciones en el puerto veneciano de la ciudad de Heraklion, capital de Creta.

EL PALACIO DE KNOSSOS Apenas seis kilómetros separan el centro de Heraklion de las ruinas de Knossos, es decir unos 15 minutos en el bus número 2. Después, por menos de diez euros se puede acceder al conjunto arqueológico donde se conservan los restos de la civilización minoica o cretense, que tuvo su esplendor hasta la erupción y el posterior maremoto causado por el volcán Santorini en el 1400 a.C. En ese pasado, lo mítico se confunde con lo real y lo arqueológico con lo histórico.

Sigamos. Se trata de 17.000 metros cuadrados de espacios laberínticos dispuestos en unas 1500 habitaciones (según los guías, alguna vez contó con 1000 esculturas) para conformar el principal de los palacios cretenses. Luego de la erupción, este conjunto tuvo numerosas reconstrucciones, hasta que a comienzos del siglo XX el arqueólogo británico Sir Arthur Evans lo desenterró definitivamente. Fue este hombre de ciencia y aventurero quien relacionó las construcciones con el mito del rey Minos –de allí lo de cultura minoica–, a partir de los repliegues del trazado del palacio en paralelismo con el encierro laberíntico del Minotauro. El legado del rey Minos, cuya impronta originó el mito, aunque todavía se discute si en realidad con ese nombre se designaba a todos los monarcas cretenses, puede recorrerse a lo largo del día y, aunque por ahora no hay guías en español, nada impide deslumbrarse paso a paso. Ahí están la sala con el trono de alabastro, múltiples objetos de uso diario y enormes murales como el del salón de la reina. Cabe observar que en torno de las deslumbrantes pinturas murales, reflejo de cuestiones cotidianas como la belleza femenina, se ha discutido sobre los límites de la restauración e intervención arqueológica: muchas de ellas fueron repintadas con colores estridentes, distintos a los originales.

A la visita del palacio hay que sumarle el valioso y cercano Museo Arqueológico de Heraklion, que cuenta con aquellos hallazgos de la época minoica que por cuestiones de conservación no pueden exhibirse en el Palacio de Knossos (orfebrería, cerámicas, estatuillas). Allí se exhiben asimismo objetos del Neolítico o de la época de los romanos, que también dominaron Creta alguna vez, como luego lo hicieron los venecianos y más cerca en el tiempo los turcos, ya en el siglo XVI. Hay que recordar que, al fin y al cabo, recién en 1913 Creta pasó a formar parte de Grecia.

Pintoresco carruaje, junto a la mezquita de Los Jenízaros.

CHANIA El mismo bus que nos lleva a Knossos sigue bordeando la costa y llega en unas dos horas a Chania, la antigua capital de Creta y tal vez la parte más atractiva del paseo. Si Heraklion tenía ritmo urbano y sesgo cuasi administrativo, la villa griega de las películas dice presente en la apacible Chania. Como no podía ser de otra manera en todo lugar de esta isla longitudinal que es Creta, los principales rincones de Chania tienen en un puerto su carta de presentación. En este caso, el referente costero fue fundado por los venecianos en el siglo XVI, y hoy a su alrededor vale la pena hacer una parada en alguno de los tantos bares y restaurantes. Este puerto pesquero –no hay barcos amarrados, sólo llegan los ferries turísticos– sobrevivió a los bombardeos y ocupación alemana de la Segunda Guerra Mundial, como antes lo había hecho al saqueo de piratas como Barbarroja en 1537.

El boca a boca nos lleva al cercano barrio de Splántza, ideal para perderse callejeando entre las arterias angostas. En las laderas los balcones de madera, siempre mirando al Mediterráneo, dan cuenta de la influencia otomana en Creta, lo mismo que la mezquita turca de Jenizara, con su correspondiente cúpula sobre base cuadrada, que convive desde hace siglos con templos católicos y ortodoxos. Otro inevitable de Chania es el parque de la Garganta de Samaria, una bocanada de agua de 18 kilómetros de largo y tres metros de ancho que desemboca en Agia Rumeli, una de las playas cretenses más hermosas.

Volvemos a tomar el bus costero. Esta vez rumbo a Rethimo, un pequeño pueblo que ya desde el puerto invita a comprar algún recuerdo entre la numerosa oferta de vasijas ornamentadas y artesanías en cuero, como sandalias y carteras. Mientras tanto, la Forretza o Fortaleza veneciana de Rethimo, construida en la segunda mitad del siglo XVI, ya no busca repeler al extranjero, sino todo lo contrario, con el corolario de sus siete torres dedicadas a otros tantos santos cristianos. El trazado urbano de Rethimo se desanda entre iglesias de distintos credos, fruto de una situación muy particular, ya que –según averiguamos primero y luego comprendimos desde la mirada panorámica– algunos templos pasaron de una creencia a otra (lo más común es que la ocupación turca convirtiera en mezquitas a las iglesias católicas venecianas).

Creta continúa, pero hay una presencia permanente: cualquiera sea el recorrido, como toda isla también tiene una relación simbiótica con el agua, y en eso los puertos y fortificaciones –ahora nos damos cuenta– son apenas postas. Uniendo un punto con otro siempre están las playas de mar azulado, que a veces aparecen con aviso, como Pánormos o Bali (nada que ver con su homónima oriental) y otras de sorpresa, como las playas del extremo oeste y sur de la isla, verdaderos paraísos solitarios. Tal es el caso de Preveli, Elafonisi o Falasarma. Esta última se expande y se abre como una bahía, para apuntalarse en el Mediterráneo, exactamente como Creta todaz

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Panorama de la “serpenteada” disposición de los edificios del palacio de Knossos.
Imagen: Natalia Romay
 
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