turismo

Domingo, 2 de enero de 2011

CHILE. LA RECUPERACIóN DEL CAMINO DEL INCA

Huellas del Cápac Ñan

El emblemático Camino del Inca en su tramo chileno, que pasó casi 500 años prácticamente olvidado, vuelve a la vida gracias a un proyecto que busca rescatar su antiquísimo recorrido, abierto entre hermosos parajes altiplánicos de la región de Antofagasta.

“El Camino del Inca es Patrimonio Cultural de la Humanidad.” Esta es la frase que las autoridades de los países latinoamericanos por donde pasaba la antiquísima ruta conocida como “Cápac Ñan” anhelan escuchar durante 2012, luego de presentar todos juntos una solicitud ante la Unesco. Y aunque en Chile el Camino del Inca no pasaba de ser un sendero secundario dentro del sistema administrativo y de transporte que cubría 4000 kilómetros del vasto imperio, el país transandino no quiere permanecer al margen de esta iniciativa: por eso mismo se puso a trabajar en uno de los cuatro tramos más olvidados de esta senda que recorría su territorio desde Arica hasta el río Maule.

Se trata de la zona ubicada al noroeste de Calama, que fue utilizada por los incas como ruta de tránsito hacia Bolivia. Una zona enmarcada por la cuenca de los ríos Loa y Salado, donde se están realizando desde hace cuatro años estudios medioambientales, arqueológicos y etnográficos con el propósito de sacar a la luz la riqueza patrimonial tanto inca como atacameña.

Este trabajo no se limita sólo a la postulación ante la Unesco, sino que también permitirá desarrollar el llamado “Turismo Consciente”, un proyecto que se está trabajando junto con las comunidades atacameñas del área para que sean ellas mismas las que manejen esta ruta turística, una alternativa a la popular zona que rodea a San Pedro de Atacama (ubicado en el valle continuo y que, por cierto, también cuenta con ruinas incaicas).

¿Qué diferencia a esta zona? Que antes de la influencia inca ya guardaba una importante riqueza patrimonial de pueblos y fortalezas, a los que se sumaron luego las iglesias más antiguas de Chile y fiestas religiosas que se quedaron a teñir de colores el desierto, tras el paso de Pedro de Valdivia y Diego de Almagro, quienes ocuparon este tramo del Camino del Inca para dirigirse hacia el sur.

En el árido norte de Chile perduran las huellas abiertas por el dominio incaico.

CHIU CHIU PARA TODOS Treinta y un kilómetros por la asfaltada ruta 21 separan Calama de Chiu Chiu, un fértil oasis donde confluyen el Loa y el río Salado. Debido a su ubicación estratégica, este fue un importante punto de tráfico comercial ya desde los tiempos de los primeros indígenas que habitaron el lugar. Por eso mismo los incas, a su llegada a mediados del siglo XV, decidieron continuar con esta ruta comercial instalando distintos enclaves hacia la cordillera, además de ubicar en Chiu Chiu un punto de descanso (“tambo”) para los mensajeros (“chasquis”) que recorrían el Camino del Inca.

Por entonces en la zona existía un pucará, mezcla de aldea y fortaleza, ubicado a dos kilómetros del pueblo actual. Hoy quedan algunos vestigios de este lugar donde habitaban los atacameños, que pasaron a servir al imperio andino hasta la llegada de los españoles 150 años después. Los conquistadores establecieron un régimen colonial que modificó profundamente la vida de los atacameños, y en particular fundaron aquí Atacama La Chica, que pasaría a llamarse Chiu Chiu.

El pueblo también se convirtió en un punto de gran importancia para el imperio español, uniendo las ciudades señoriales de Potosí y Salta con el Pacífico. El auge comercial de Chiu Chiu derivó en la construcción de calles empedradas, plazas, casonas con corredores y un atractivo no menor: la iglesia más antigua de Chile, levantada aquí en 1611 en base a murallas de adobe y madera de cactus en el interior.

Los alrededores de Chiu Chiu también invitan a la exploración: en particular el Pucará de Lasana, al que se llega por el cajón del río Loa, luego de pasar quebradas que guardan 76 petroglifos. Después de recorrer nueve kilómetros, surge sobre un acantilado el pucará, una fortificación que data del año 1100. Este es uno de los legados atacameños mejor conservados, que da cuenta de una arquitectura íntegramente de piedra, con callejuelas y 110 edificaciones, cuyo despoblamiento coincide con la llegada española. El lugar es administrado por la comunidad del pueblo de Lasana, que también ha habilitado un museo histórico y cultural.

Otro de los escenarios naturales que merece la pena conocer se ubica a cinco kilómetros de Chiu Chiu. Se trata de la laguna Inca Coya, antiguo sitio ceremonial incaico, cuyo nombre proviene de la leyenda que narra el amor entre el emperador Tupac Yupanqui y una atacameña que le dio un hijo, y que habría saltado a estas aguas luego de ser traicionada por el rey.

Las diabladas de Ayquina, uno de los pueblos por donde pasa el Cápac Ñan chileno.

RIO MISTICO Subiendo junto al río Salado, tres son las localidades que destacan en el sinuoso camino hacia las faldas precordilleranas, zona de dominio de atacameños, incas y españoles.

El primero es Caspana, a 3200 metros de altitud, adonde se llega tomando el desvío que se encuentra a 47 kilómetros de Chiu Chiu. El pueblo, de 400 habitantes, se inserta en un pequeño valle junto al río que lleva su nombre, y se destaca por sus hermosas casas de piedra liparita labradas en canteras con techos de paja y barro. Un estilo que se mantiene en su iglesia de 1641 y en el puente peatonal construido por la comunidad, mediante el cual se accede al museo etnográfico local. Allí se puede ver, de martes a domingo, una muestra de los antiguos habitantes del lugar. Al lado del museo se encuentra la comunidad ckolamtur, que ofrece productos artesanales elaborados con tejidos de lana de alpaca y madera de cactus, además de comidas típicas como la cazuela de quinoa y asado de llama.

Tras 15 kilómetros por el profundo cañón aparece, arriba de una quebrada, el pueblo de Ayquina, cuya arquitectura continúa la línea de piedra y paja de Caspana. La influencia incaica se deja ver en su sistema de cultivo en terraza, pero es la distribución de casas y calles desoladas –que forman un verdadero laberinto– lo que le da su estilo particular. Una impresión que se acentúa cada noche cuando el generador eléctrico deja de funcionar, dejando al pueblo iluminado sólo por millones de estrellas. En Ayquina viven 40 personas a lo largo de todo el año. Una cifra que cambia radicalmente a principios de septiembre, cuando el pueblo recibe a una multitud de 70 mil personas para la fiesta de la Virgen de Guadalupe. La celebración data de 1646 y es muy similar a la de La Tirana, con peregrinos y grupos venidos de todo el norte y también de países vecinos, quienes se disfrazan con coloridos vestidos y máscaras para bailar diabladas durante una semana.

La última parada es Turi, hoy un pequeño caserío rodeado de enormes montañas, pero donde se encontraba antiguamente el pucará atacameño más importante del norte de Chile. Declarado monumento nacional, el sitio era una verdadera ciudadela de 3,5 hectáreas, con calles, plazas, casas rectangulares con techo de paja, templos de sacrificio y grandes torreones de vigilancia, que no sirvieron para frenar el ataque inca a fines del siglo XV. Así los recién llegados arrasaron con gran cantidad de estas construcciones con el fin de afianzar su dominio en lo alto de esta zona, a 3100 metros sobre el nivel del mar. Sobre las ruinas se levantó un “Kallanka”, que era un hospedaje para funcionarios incas, además de servir de bodega de alimentos. Hoy el Kallanka también está en ruinas, pero el místico caserío de Turi merece una visita para encontrarse, además de su excepcional queso de cabra y sus baños termales, con los últimos vestigios atacameños e incas antes de cruzar a Boliviaz

Informe: Julián Varsavsky.

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El pucará de Turi, un caserío que tuvo la principal ciudadela de la región.
Imagen: José Ignacio López
 
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