turismo

Domingo, 6 de marzo de 2011

ALEMANIA. UNA VISITA A LA CAPITAL ECONóMICA DE EUROPA

Desembarco en Frankfurt

Si Bruselas es la capital política de Europa, con título de tal, Frankfurt no tiene título pero es la capital económica del continente. Y no por sus industrias, sino por las decenas de bancos que albergan sus rascacielos. Pero hay mucho más: edificios de otras épocas reconstruidos con precisión germánica, la impronta museológica junto al río Main y hasta un barrio ideal para redescubrir la sidra.

 Por Astor Ballada

Frankfurt tiene cuarenta y pico de barrios, casi la misma cantidad que Buenos Aires. Pero sus dimensiones mucho más pequeñas facilitan la recorrida, sobre todo teniendo en cuenta su moderno y eficiente sistema de transportes. Aunque ir de un lado a otro a pie o en bicicleta tampoco es mala idea en esta ciudad del oeste alemán que, pese a sus numerosos habitantes y su imparable actividad, sigue teniendo para el visitante una escala humana.

Monumento-cartel del euro, con el Banco Central Europeo de fondo.

Independientemente del medio de transporte elegido, la referencia esencial será el río Main, que la divide en norte y sur. Desde este curso de agua siempre se podrá llegar al núcleo urbano donde se concentran más de dos millones de personas. El itinerario puede comenzar en la Eschenheimer Turm, la más importante de las torres medievales que marcaban el perímetro de la ciudad: actualmente hay doce, pero hasta que se derribaron las murallas –a comienzos del siglo XIX– eran más de cincuenta. No estamos lejos de la Hauptwache, principal estación del metro y sitio ideal para tomar algo en el bistró-bar (no somos originales: cerveza tirada y salchichas) que mira hacia la plaza homónima, la misma que sin darnos cuenta nos conecta con la peatonal Zeil.

Si de negocios y marcas se trata, no se podrá encontrar en Frankfurt una mejor propuesta que andar por esta peatonal, una herencia de los tiempos en que los edificios de la zona no habían sido derrumbados por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Los locales de Zeil no sólo ofrecen ropa y joyas: el abanico de consumo del siglo XXI incluye electrónica, diseño, objetos, juguetes. Así, a izquierda y derecha se alinean las tiendas más sofisticadas, pero también se agrupan hacia lo alto, como en el centro comercial Zeilgalerie, cuyos ocho pisos de fisonomía vanguardista ya de por sí son una tentación para el paseante.

La peatonal atraviesa diversas arterias, y entre ellas una que desde su nombre homenajea al hijo dilecto de la ciudad: Goethe. Pero no tardaremos en comprobar que hay más referencias a él.

El casco histórico y antiguo Ayuntamiento (Römer), hoy reacondicionado.

AYER HISTORIA, HOY DINERO La Zeil quedó atrás. Caminamos sin destino fijo y comprobamos que la estación Hauptwache vuelve a estar ahí nomás, lo mismo que la conocida zona financiera, tal vez el mejor ejemplo de reconstrucción en la Frankfurt post armisticio. Hacia allí nos dirigimos: pronto, la pulcritud del dinero que está y no se ve se revela en las fachadas plateadas de los lujosos rascacielos. Aquí en el suelo, a nuestra altura, también nos llama la atención el cartel-logo del euro en la puerta del edificio Eurotower, sede del Banco Central Europeo. Pero la mirada hacia arriba se impone. Ante nuestros ojos tenemos ahora al edificio más alto de Europa, sede del Commerzbank (258 metros), o las espejadas torres gemelas del Deutsche Bank (158 metros). Suponemos que sin duda habrá que tener una razón más fuerte que la curiosidad turística de “conocer” para entrar y subir hasta el último piso de alguno de estos gigantes. El inconveniente queda saldado con la Maintower: pagamos los correspondientes 4,5 euros por persona para ascender sus 200 metros y obtener una estupenda vista de Frankfurt.

Otra vez en la vereda, seguimos deambulando y vuelve Goethe: esta vez no es su calle, sino su casa-museo, ubicada exactamente en el 23 de Grosser Hirschgraben. En rigor, averiguamos luego de entrar, el espacio es realmente aquel donde el escritor nació en 1749 y concibió obras como Las desventuras del joven Werther y la primera versión del Fausto, pero su edificación corresponde a una réplica exacta, mobiliario barroco incluido, de la casa que fue destruida por los bombardeos de la Segunda Guerra.

El recorrido, por un terreno en suave declive, nos lleva luego a otro mojón de antaño inmerso en la moderna Frankfurt. Esta vez es el antiguo Ayuntamiento, o Römer (por el nombre de la familia de que mercaderes que lo ocupó durante largo tiempo), también reconstruido tal como era en sus años de apogeo medieval. Todo el espacio, con plaza y algunas casas originales incluidas, fue recreado con precisión obsesiva. Seguimos caminando hasta dar con la orilla del río Main, y en ambas márgenes nos llena la vista una inusitada cantidad de museos –de la Comunicación, de la Arquitectura, de las Culturas, del Cine, de Artes– para potenciar el sesgo cultural de la ciudad, que llega a su apogeo cada octubre con la Feria del Libro de Frankfurt. La cita, convocatoria mundial para todos los editores, tiene como aperitivo un mes antes la “Museumsuferfest”, una multitudinaria celebración de música, alcohol y comida a orillas del Main.

En el perfil urbano a orillas del río Main, emergen algunos rascacielos.

ITINERARIO BARRIAL Uno de los seis puentes que unen norte y sur de la ciudad por encima de las aguas nos lleva al barrio más tradicional y movido, el Sachsenhausen. No faltan aquí los bares y restaurantes, pero si algo llama la atención son las sidrerías, oportunamente simbolizadas con manzanas sobre algunos adoquines de las calles. Esta bebida, en alemán Apfelwein, es tradición en toda la región de Hessen, de la cual forma parte Frankfurt. Se sirve en jarras de loza blanca, muy parecidas a las que se utilizan para la cerveza, pero más panzonas. La compañía habitual es el “queso con música” (Handkäs mit Musik), muy fuerte, condimentado con cebollas, comino y vinagre. Lo de la música viene a cuento por la necesidad de disimular las consecuencias intestinales de esta comida en conjunción con la sidra o la cerveza... Entonces, si se buscan disminuir los peligros escatológicos, una buena opción es la Frankfurter grüne Sosse, una salsa verde y cremosa realizada con diferentes hierbas, que se come con papa y huevo duro.

Con menos dinámica urbana, otros barrios a visitar son Messegelände y Bockenheim. En el segundo, como buen suburbio universitario, Goethe vuelve a hacerse presente, esta vez como casa de altos estudios. Por su parte Messegelände da cuenta de Frankfurt como principal destino ferial de Europa (entre los múltiples encuentros se destacan mundialmente el Salón del Automóvil y la Feria del Libro). La torre Messeturn, de 244 metros de altura y con fisonomía de la Nueva York de los años ’20, se destaca como ícono local.

Los emblemas de Frankfurt, sin embargo, parecen no terminar. Se podrían mencionar sus dos palacios de la Opera, el nuevo –un edificio modernista, construido en los ’60– y el antiguo, la Alte Oper, reconstruida tal como era la original de fines del siglo XIX. Pero no hay que olvidar tampoco el Ebbelwei Express, un tranvía histórico sumamente colorido, que propone recorrer los principales atractivos de Frankfurt de una manera muy original: con música alemana de fondo, comiendo Breseln (nuestros conocidos pretzels) y bebiendo sidra o jugo de manzana. Podrá ser excesivamente turístico, pero el sello de Frankfurt, entre tradición y futuro, resultará otra vez inconfundiblez

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Antigua Opera (Alte Oper). Bombardeada en 1944, fue reconstruida como era originalmente.
Imagen: Jadul Molteni
 
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