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Domingo, 20 de marzo de 2011

CHILE > EXCURSIóN EN BALSA POR EL RíO BAKER

Aguas patagónicas

175 kilómetros tiene el río más caudaloso de Chile, que hoy puede recorrerse en balsa casi desde su nacimiento hasta su desembocadura. Crónica de una excursión que lleva al turista a la esencia de la Patagonia, codeándose con paisajes e historias de colonos que habitan recónditos parajes.

¿Conocen ustedes el Baker? Es la pregunta con que uno de nuestros guías nos da la bienvenida. Las respuestas van desde ser “el río emblemático de la Carretera Austral”, “el más importante de la Región de Aysén”, hasta su cartel de “río en peligro de extinción” por la posible instalación de centrales hidroeléctricas.

Pero pese a ser el Baker el más mediático y polémico de Chile en el último tiempo, nadie de los presentes conoce el Baker. Un desconocimiento que radica en su aislamiento, en la dificultad de acceder a un río esquivo incluso por el mapa.

La única opción para conocerlo es navegándolo. Y aunque existen paseos en kayaks y balsas que recorren algunos sectores, ningún servicio turístico lo había abarcado en su totalidad y tampoco se contemplaba la posibilidad de tomar contacto con las costumbres y la forma de vida de los pocos colonos que habitan junto a su cauce.

He ahí la gracia de embarcarse en balsas y lanzarse a la aventura de recorrer este río casi desde su origen en el lago Bertrand, hasta su desagüe en el Pacífico cerca de Caleta Tortel. Es la propuesta de dos jóvenes emprendedores de Puerto Bertrand, Christian Medina y Patricio Astudillo, quienes hace cuatro años fundaron una empresa de ecoturismo y comenzaron con el rafting por los rápidos clase 3 en el nacimiento del Baker. Desde diciembre pasado ampliaron su oferta –gracias a su asociación con la Casa del Turismo Rural de Coyhaique e Indap– a bajadas a lo largo del río.

El viaje de cuatro días por el Baker invita a ponerse cómodo, pues mientras Christian y Patricio conducen las dos balsas como peces en el agua, nosotros tenemos la oportunidad de apreciar postales deslumbrantes de la Patagonia y vivir experiencias únicas que suceden tras cada curva de este río que corre de norte a sur.

PRIMER DIA: TRIBUTARIOS DEL BAKER Dejando atrás la confluencia del río Baker con el Nef, la Carretera Austral nos lleva hasta el Chacabuco, el segundo río que desemboca en el Baker y que ofrece una playa perfecta para echar las balsas al agua.

La bajada por este río no tiene obstáculos hasta llegar al Cañadón. Ahí una angostura produce unos rápidos que nos obligan a descender, mientras los guías trasladan las balsas sujetándolas con cuerdas.

Tras 30 minutos de navegación, salimos a las aguas turquesas del Baker, río que poco antes de su fusión ofrece rápidos ideales para los kayakistas y donde Hidroaysén pretende colocar una de sus represas.

Pasado ese tramo, las aguas del Baker descienden tranquilas, justificando plenamente el floating, aunque da para pensar cómo puede ser que sea el río más caudaloso de Chile. La explicación no radica en la velocidad de su cauce sino en la cantidad de agua que corre por su cuenca, lo que se acentúa con los ríos que tributan en él, determinando un caudal medio de 1500 metros cúbicos por segundo.

El viaje por la estepa patagónica es silencioso. El sonido de los remos chapoteando en el agua resulta una terapia que se potencia con la vegetación que cubre cada centímetro de las montañas que nos rodean, muchas de las cuales se encuentran en la Reserva Nacional Tamango, refugio de huemules.

A la altura de Cochrane, la Carretera Austral se aleja y con ello el último vestigio de la civilización.

El Baker continúa abasteciéndose de afluentes. Ahora es el turno del Cochrane que ensancha aún más el río que bajamos hasta dividirlo en distintos brazos que se abren paso entre islotes. Aquí bandurrias, caiquenes, avutardas e incluso flamencos invitan a realizar una excelente sesión de avistaje de aves.

Al llegar el atardecer, un cuarto afluente sale al ruedo. Es el Colonia, que viene del glaciar homónimo y que en temporadas de desagüe aumenta tanto su caudal que llega a subir por el Baker. Cerca del lugar de confluencia, en un paisaje abierto y agreste, donde se construiría otra represa, instalamos el campamento luego de seis horas de viaje.

SEGUNDO DIA: HISTORIAS DE PILCHEROS El día comienza con el Baker tomando más velocidad a medida que se encajona entre montañas que hacen surgir los rápidos González. Rápidos de nivel 2 que generan adrenalina de rafting por algunos minutos, tras lo cual se vuelve a navegar placenteramente, haciendo un aro para una merienda y chequear los equipos antes de entrar en los Ñadis, zona famosa por sus vientos en contra.

Tras dos horas batallando llegamos a la zona del Saltón del Baker.

El Saltón del Baker es similar al Cañadón del Chacabuco. Pero esta vez la fuerza colosal del agua que se aprieta entre dos acantilados hace imposible cruzarlo con cuerdas. La única opción es llevar las balsas a tierra, desinflarlas, sacar el equipo y ponerlo todo arriba de pilcheros, caballos de carga pertenecientes a don Nelson Gallardo, baqueano del Baker, quien presta servicios de portero en este viaje.

Caminamos entonces por un bosque de coihues, lengas y ñires, cruzamos arroyos y, tras media hora, llegamos a un morro encima del saltón.

Mientras guías y cocineros arman carpas y preparan la cena, algunos caminamos con don Nelson por 20 minutos hasta el Cruce de San Carlos. Antigua huella de arrieros hecha a punta de picota en la piedra, con túnel incluido, y que corre por un acantilado de 90º con una vista impresionante del río y el saltón. El peligroso sendero fue construido por compañías ganaderas que trabajaban en la zona entre 1920 y 1930, siendo usado para transportar animales y productos. Hoy es un atractivo turístico que vale la pena visitar.

tercER Y cuarto DIAs: BAKER PROFUNDO Luego de bajar las balsas mediante cuerdas por un acantilado hasta una pequeña playa, volvemos al agua para entrar al sector más desconocido del Baker.

Sigilosamente nos adentramos entre gigantescas montañas que aportan al caudal con saltos de agua de hasta once escalones. Un escenario que podemos compartir con algunos cóndores que planean arriba de esas cumbres nevadas. A ellos se les suma la presencia de un par de colonos que nos invitan a tomar “unos mates”, costumbre con que el patagón sociabiliza alrededor de su cocina a leña sin mayores prisas.

Nuevamente el Baker se bifurca en muchos brazos. Uno de ellos nos lleva al sector donde reside Santiago Vargas, otro colono involucrado con este proyecto turístico y que instaló su casa en un entorno que quisiera cualquier lodge o resort en la Patagonia: emplazado en prados verdes, rodeado de gigantescos cordones montañosos y con el Baker serpenteando a su lado. Aquí haremos el último campamento, pudiendo conocer cómo vive un patagón.

Don Santiago lleva una vida simple junto a sus perros, sus ovejas, su huerto en invernadero, su acordeón que lo acompaña por la noche y un generador eléctrico que abastece de energía un equipo de radioaficionado, muy común por estos lados, para comunicarse con la familia y los vecinos.

El hombre nos recibe con un asado de cordero al palo, que resulta perfecto para sentarse junto al fuego a escuchar historias de colonos, tomar vino en bota, otra costumbre patagónica, y admirar un techo de estrellas como quizás nunca se ha visto.

El último día de floating se hace corto al navegar por una zona que no decae en verdor y espesor. Hoy las riquezas naturales se asoman tímidamente entre gotas de lluvia, se descubren con un sol radiante y se vuelven a esconder tras nubes negras. Es el clima de Aysén.

Entramos al delta del Baker en su peregrinaje final hacia el Pacífico. Uno de aquellos brazos nos lleva al muelle de Caleta Tortel, poblado declarado zona típica por su emplazamiento arriba de pasarelas de ciprés y donde el Baker puede descansar luego de habernos mostrado uno de los tesoros más aislados y vulnerables de la Patagonia chilenaz

Informe: Julián Varsavsky.

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