turismo

Domingo, 17 de abril de 2011

TURQUIA. ESTAMBUL

La ciudad de los tres nombres

Estambul, la ciudad más grande y occidentalizada de Turquía, no deja a nadie impasible. La ex Bizancio y ex Constantinopla es una de las ciudades más bellas del mundo; también es la única que se divide entre dos continentes, Asia y Europa, que forjaron su historia y su identidad.

 Por Mariana Lafont

Pocas ciudades generan tanta atracción como Estambul. Por algo fue invadida, destruida, saqueada y reconstruida por tantos pueblos a lo largo de los siglos. No es para menos: posee una geografía privilegiada y al estar repartida entre dos continentes ha sido, desde siempre, punto de encuentro de culturas y civilizaciones. Por su posición estratégica fue capital de los imperios Romano de Oriente y Otomano, y luego de la República de Turquía hasta 1923. Si bien ese año la capital pasó a Ankara, Estambul conserva su protagonismo económico y cultural y su nombre actual –adoptado en 1930– también lo refleja: viene del griego “eis tin poli” que significa “a la ciudad”.

Resumir su historia no es fácil. Primero se llamó Bizancio, nombre dado por colonos griegos que se establecieron en 667 a. de C. Luego pasaron persas, espartanos, atenienses y macedonios, y en el 191 a. de C. se alió con Roma. En el año 330 su valiosa ubicación atrajo al emperador romano Constantino I El Grande, quien la refundó, la llamó Nueva Roma o Constantinópolis y la convirtió en capital imperial. El término Constantinopla prevaleció hasta el fin del imperio en 1453 y fue usado en Europa hasta el siglo XX. La caída en manos de los turcos fue tan trascendental que marcó el fin de la Edad Media y el comienzo de la Modernidad. Para la ciudad fue un cambio de 180 grados, ya que pasó de ser bizantina, imperial y cristiana ortodoxa a otomana e islámica. Los primeros grandes cambios se reflejaron en la arquitectura, como en Hagia Sophia (la Iglesia de la Divina Sabiduría), que se transformó en mezquita, al igual que otros templos.

Lamparitas de colores en el Gran Bazar. Un laberinto de tiendas que existe desde 1461.

ENTRE EL BOSFORO Y EL CUERNO DE ORO El estrecho del Bósforo no sólo divide en dos a Estambul –conectando el Mar de Mármara con el Mar Negro–, sino que separa físicamente Asia de Europa. Dos puentes lo cruzan, el Bogazici y el FSM (Fatih Sultan Mehmet Köprüsü), para unir la parte europea de Estambul con los distritos asiáticos vecinos de Üsküdar y Kadiköy. Y además se está construyendo un túnel de 14 kilómetros para tener un paso subterráneo que se sume a los tradicionales ferries. Por su parte, el Cuerno de Oro es un estuario de 7,5 kilómetros que se une al Bósforo justo en el punto en que el estrecho entra en el Mar de Mármara, formando una península cuya punta alberga la vieja Estambul. En cambio, la ciudad moderna es más amplia y está en los lados europeo y asiático del estrecho. Este accidente geográfico forma un magnífico puerto natural que ha protegido de los ataques navales durante siglos a griegos, romanos, bizantinos y otomanos. Durante el Imperio Bizantino, para proteger a Constantinopla se levantaron muros a lo largo del litoral, y a la entrada del Cuerno había una gran cadena tensada de la antigua Torre de Gálata, impidiendo el paso de barcos enemigos. Esa torre se destruyó en la Cuarta Cruzada, en 1204, pero se construyó otra en otro lugar: la ahora famosa y homónima Torre de Gálata. En el ocaso, esta torre de 61 metros de alto se llena de turistas que quieren retratar las siluetas de los minaretes y las mezquitas de la vieja ciudad, una de las mejores vistas de Estambul.

Otro punto obligado con una buena panorámica es el Puente de Gálata. Desde allí se ven la Mezquita Nueva, la Torre de Gálata, el Palacio Topkapi a lo lejos y los alminares de la mezquita de Suleiman. El puente está muy cerca del puerto de Eminönü, próximo al Bazar de las Especias, desde donde parten los ferries y los cruceros turísticos que surcan el Bósforo. Es un buen lugar para contemplar la ciudad mientras los pescadores copan el puente; también de noche es muy bonito para ver la ciudad iluminada desde los restaurantes turísticos de la parte inferior. Un buen sitio también para descansar y tomar un café con una vista envidiable.

Deslumbrantes salas del Palacio Topkapi, una de las mayores atracciones de Estambul.

JOYAS ARQUITECTONICAS Estambul conserva extraordinarios palacios y templos religiosos, sobre todo en el barrio histórico y turístico de Sultanahmet, como la Iglesia de Santa Sofía, obra cumbre del arte bizantino. La antigua catedral cristiana de Constantinopla fue convertida en mezquita en 1453 y en museo en 1935. Construida de 532 al 537 por Justiniano I, sus arquitectos –Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto– hicieron un diseño único. La planta cuadrada fue cubierta con una cúpula central sobre pechinas, y reposa sobre cuatro arcos sostenidos a su vez por columnas. Dos semicúpulas hacen de contrafuerte de la cúpula central y los muros abiertos están asegurados por contrafuertes. Cuando los otomanos la convirtieron en mezquita, le agregaron cuatro minaretes y medallones decorativos en el interior, dándole su aspecto actual.

Enfrente está la Mezquita del Sultán Ahmed o Mezquita Azul, hermosa por dentro y por fuera. Su tamaño y majestuosidad impresionan a cualquiera. Fue levantada entre 1609 y 1617 donde estaban el Gran Palacio de Constantinopla y el hipódromo. En el interior hay una atmósfera especial, gracias a los miles de azulejos azules de Izmir hechos a mano y a la luz natural que se filtra. Por último, esta mezquita es la única de Estambul con seis alminares: cuando se supo ese número se criticó al sultán por presuntuoso, ya que en aquella época tendría la misma cantidad de minaretes que la de la Kaaba en La Meca. El sultán solucionó el tema construyendo un séptimo minarete en la Cava.

El Palacio Topkapi fue el centro administrativo otomano de 1465 a 1853 y se construyó, por orden del Sultán Mehmed II, entre 1459 y 1465. El palacio –de 700 mil metros cuadrados y rodeado por una muralla bizantina – está entre el Cuerno de Oro y el Mar de Mármara con una gran vista del Bósforo. Este complejo de pequeños edificios unidos por patios y jardines se usó hasta 1853, cuando se trasladó la residencia del sultán al Palacio de Dolmabahçe. Topkapi es una de las mayores atracciones de Estambul y hay que visitarlo para imaginar cómo era la vida palaciega otomana.

Se entra por la Puerta Imperial, luego se ve la Puerta de la Acogida y el primer patio con la iglesia de Santa Irene. Cerca de allí está el patio de ceremonias para actos protocolares, pero lo fascinante son sus diversas colecciones: armas con dagas, puñales, escudos y hachas que van del siglo VII al XIX. También hay una colección de porcelana y cristal con más de 10 mil piezas, pero lo más espectacular es el Tesoro conformado por regalos de mandatarios extranjeros, joyas de sultanes, botines de guerra y herencias. Una de las piezas más famosas es el puñal Topkapi con oro, diamantes, esmeraldas y piedras preciosas, “protagonista” del film homónimo de 1964 con Peter Ustinov y Maximilian Schell.

El Dolmabahçe –construido entre 1842 y 1853 en la costa europea del Bósforo– fue sede del Imperio Otomano de 1853 a 1922. Fue el primer palacio de estilo europeo y los sultanes se mudaron aquí porque era más moderno. El palacio (donde está prohibido sacar fotos) se divide en tres partes: habitaciones para hombres, salas ceremoniales y el harén donde vivía la familia del sultán. Las tres zonas cubren 45 mil metros cuadrados, con 285 habitaciones, 46 salones, seis cuartos de baño (hamam) y 68 toilettes. Al entrar sorprende la famosa “escalinata de cristal” con forma de doble herradura, de cristal de Baccarat y caoba. Además se puede ver la habitación de Mustafa Kemal Atatürk, padre de la patria, fundador y primer presidente de Turquía, que falleció aquí el 10 de noviembre de 1938 y en cuyo lecho se despliega una gran bandera turca.

Una delicada atmósfera impregna el interior de la Mezquita Azul.

DEL ZOCO AL HAMAM Así como el Palacio Topkapi era el centro político de los turcos, el Gran Bazar en la ciudad vieja era el centro económico. Tras incendios y terremotos, sigue en pie desde 1461 y sus calles son un laberinto para pasar horas entre alfombras, lámparas, molinillos, sedas y miles de artículos más. Mientras los turistas deambulan, los puesteros los atraen hablándoles en el idioma que sea con tal de vender. No hay que sorprenderse si alguien dice en español: “¿Hola, no necesita una alfombra?”. Están tan acostumbrados al turismo que reconocen enseguida la nacionalidad de la gente.

El Gran Bazar, tal como su nombre lo indica, es el más importante de la ciudad y uno de los más grandes del mundo: 58 calles, 4000 tiendas y más de 300.000 visitantes. Aún conserva su organización en “gremios” y las tiendas se agrupan por actividad. Hay zonas de joyería, orfebrería, cueros, especias y alfombras; las calles llevan el nombre del gremio que las ocupa. Si bien es demasiado turístico y por lo tanto pierde algo de encanto, no se puede no ir a esta pequeña ciudad. Quien quiera comprar algo debe asesorarse antes, y sobre todo prepararse para regatear ferozmente, ya que los precios están un poco inflados.

En Eminönü, a pasos del Puente de Gálata, está el Bazar Egipcio o de las Especias. Aunque no se compre nada, este colorido zoco es un placer para los sentidos gracias al perfume a especias que se huele al entrar y la cuidada decoración de los puestos. Este mercado de 1663 es más pequeño que el anterior y se siente un poco menos turístico, con gente local comprando. El bazar tiene aproximadamente 100 tiendas, que antiguamente vendían artículos y especias de Egipto. Sin dudas es “el” lugar para adquirir dulces, frutos secos, tés o “viagra turco”.

Finalmente, una visita a Estambul no estaría completa sin ir a un hamam o baño turco en alguno de sus antiquísimos edificios, como el famoso Cemberlitas de 1584. Esta variante húmeda de sauna se relaciona más con los baños romanos, ya que el objetivo principal es limpiar el cuerpo y relajarse. Hay zonas para hombres y mujeres, y los pudorosos pueden llevar malla. La rutina consiste en hacerse un lavado completo de cuerpo, un peeling y recibir un masaje para luego ir a un cuarto de enfriamiento y relax. Todo un lujo

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El atardecer dibuja el perfil de la Iglesia de Santa Sofía, obra cumbre del arte bizantino.
Imagen: Mariana Lafont
 
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