turismo

Domingo, 22 de mayo de 2011

NEUQUEN. TURISMO PALEONTOLóGICO

¡Cuidado con el dino!

En la ribera del río Neuquén, la ruta del vino, las manzanas y los dinosaurios forman un particular circuito para hacer agroturismo y a la vez descubrir fósiles de gigantes prehistóricos. Una opción para todo el año, ideal para recorrer en auto e ir parando en sitios de un asombroso valor para los arqueólogos y los simples aficionados a la paleontología.

 Por Graciela Cutuli

En medio de la estepa, un cartel avisa a los automovilistas: “Cuidado con los dinosaurios...”. Esta insólita escena ocurre al borde la RN 237, que recorre todo el sur de la provincia de Neuquén, a pocos kilómetros de una villa pequeña y perdida a orillas del Embalse Ramos Mexia. Este es, sin embargo, sólo uno de los tres puntos de un recorrido fantástico que se puede hacer en el Este neuquino para hundirse en la noche de los tiempos, retroceder millones de años y conocer los seres más grandes que hayan pisado la tierra jamás: el Giganotosaurus, el Argentinosaurus y los demás dinosaurios que reinaron sobre el mundo hasta su misteriosa desaparición. Villa El Chocón, Plaza Huincul y el sitio de campo Los Barreales son a la vez complementarios en los “bichos” que muestran y las maneras de abordar la paleontología. En los Barreales el Proyecto Dino permite ver cómo se hacen las excavaciones, y conocer los lugares mismos de extracción de los fósiles. En Plaza Huincul se encuentra un museo clásico levantado en torno del más grande de los herbívoros descubierto hasta el momento. Mientras que en El Chocón se puede ver un museo que trabaja también en la reconstitución de los dinosaurios.

EL PROYECTO DINO La historia empieza así: “Hace 90 millones de años...”. Una cifra colosal y difícil de imaginar. ¿Por qué no empezar, entonces más bien, así? “Había una vez la desértica estepa neuquina, que era entonces una selva tropical. Los Andes no se habían levantado y los pantanos, los bosques y las praderas eran habitados por animales que podían llegar a medir más que un petit hotel de la Recoleta, con un peso tan importante como el de varios camiones con acoplado... todos juntos.” Una historia fantástica, en todos los sentidos de la palabra, el guión ideal para hacer una remake argentina de la serie cinematográfica de Jurassic Park. Sólo que habría que titularlas “Cretassic Park”, para coincidir con la época de oro de los dinosaurios neuquinos.

El lento movimiento de las placas tectónicas, el levantamiento de los Andes, el cese de las lluvias desde el Oeste desertificaron lentamente las mesetas de la región, mientras los mares que la cubrieron depositaron capas y más capas de sedimentos que el viento se llevó más tarde, cuando las aguas dejaron finalmente al descubierto estos suelos áridos y frágiles. El proceso llevó millones de años, un tiempo tan largo que los huesos de calcio de los dinosaurios se mineralizaron y se transformaron en fósiles. Un mar de fósiles, una selva de fósiles, que afloran a medida que la erosión –sobre todo los vientos– avanza y labra la superficie de la meseta. Es el paraíso de los paleontólogos y de los chicos. Una enciclopedia a cielo abierto, un bestiario gigantesco y monstruoso a la vez. En el Este de la provincia del Neuquén se encontraron los restos a la vez del mayor dinosaurio conocido hasta el momento y el mayor carnívoro. Dos “superdinos” que se pueden conocer en El Chocón y Plaza Huincul.

Pero es mejor que el viaje empiece por donde empieza también esta historia, donde se encuentran los fósiles y trabajan los paleontólogos para sacar a la tierra los secretos de su lejanísimo pasado. En Los Barreales, al Noroeste de Neuquén capital y a orillas del lago del mismo nombre, el Centro Paleontológico depende de la Universidad Nacional del Comahue. Es un campamento a lo Indiana Jones, el lugar ideal para aprender, ver, conocer, preguntar. El Proyecto Dino, dirigido por el doctor Orlando Calvo, es a la vez un centro de extracción de fósiles, un centro de investigación, un museo de sitio y un centro de capacitación. ¿En qué otro lugar del mundo los guías son verdaderos científicos que muestran su trabajo y las piezas que encontraron, en un galpón que fue acomodado como una muestra permanente? En Los Barreales se vive con la mente 90 millones de años atrás. Cuando los visitantes ven espinillos, rocas sedimentarias y polvo árido soplado por los vientos, los científicos ven lagos con tortugas y peces, lujuriosas selvas llenas de vida, plantas de formas extrañas que se perdieron en la larga cadena de la evolución de la vida.

Reconstrucciones de dinosaurios, en los matorrales de Los Barreales.

Además de observar distintos sitios de trabajo, donde los técnicos limpian los suelos con herramientas de precisión y pinceles, se puede recorrer un sendero explicativo acompañado por uno de los científicos –cuando no es por el mismo doctor Calvo– para ver fósiles dejados en el sitio mismo donde fueron encontrados, aprender sobre las técnicas de extracción y dejarse sorprender por algunas réplicas de dinos escondidos entre los altos pastizales a orillas del lago. La visita se prolonga en el galón donde se exponen numerosas piezas, entre paneles que dan más explicaciones sobre los animales encontrados allí y la época en que vivieron. Los cinéfilos se complacen con el Megarraptor, el malo de las películas, que podía correr parado sobre sus potentes patas traseras y engullir a sus presas con sus temibles mandíbulas. Más impresionante aún es el Futalongkosaurus, cuyos restos dejan adivinar su tamaño, con un largo que podía alcanzar la tercera parte de una cuadra...

LOS DOS TITANES Y sin embargo eran presas fáciles para el Giganotosaurus Carolinii, el mayor carnívoro conocido hasta hoy en la superficie de la Tierra. Solamente el tamaño de sus colmillos era una pesadilla. Se lo puede ver expuesto en el museo Ernesto Bachmann, de Villa El Chocón, tal como fue encontrado en la estepa.

La historia de este hallazgo es digna de ser contada. El mecánico y paleontólogo autodidacta Rubén Carolini lo encontró en sus andanzas por los cañadones de la estepa, a bordo de un buggy de su propia fabricación. El hombre es todo un personaje, y presencia frecuente en el museo con su sempiterno sombrero de alas anchas, contando a quien le pregunte las anécdotas de sus andanzas y el relato de su hallazgo. Es que se encontró el 80 por ciento de la osamenta del Giganotosaurus (“giganoto”, como lo llaman con familiaridad en El Chocón), un caso excepcional para una ciencia que muchas veces tiene que darse por satisfecha con pequeños fragmentos de huesos fosilizados para reconstituir un cuerpo entero. El museo fue construido a medida para recibir el esqueleto y se enriqueció con otros dinos, reconstituciones plásticas de la cabeza del “giganoto” y colecciones sobre la historia geológica y humana de la región. Además, el museo se convirtió desde hace unos años en un centro de modelado de cuerpos de dinosaurios en fibra de vidrio con armazón metálico, gracias al trabajo de científicos y artistas plásticos. Se arman en el museo piezas que son vendidas o exhibidas en todo el mundo, y cuya elaboración se puede ver in situ.

No todo lo que hay que ver, sin embargo, está en el museo en El Chocón. Aquí también se puede optar por una de las visitas más atrapantes que se puedan imaginar, un encuentro directo con un mundo desaparecido hace casi cien millones de años. A orillas del lago y en un cañadón cercano, en dos sitios muy distintos, se pueden ver huellas de pisadas de dinosaurios: estas huellas quedaron impresas en una capa de barro que luego se solidificó y transformó en roca, pero parece como si hubiera sido creada ayer. Las que están a orillas del lago con las más cercanas, pero a veces –cuando el embalse sube su nivel– quedan bajo el agua y no se pueden apreciar muy bien. Las del cañadón se ven de lejos, pero impactan porque es posible imaginar sin interferencias que el dinosaurio ha pasado recién por allí y que está tomando agua en la orilla... Es realmente una experiencia increíble. Pero hay que pedir consejos a los lugareños para llegar, ya que se trata de un camino a campo traviesa, que por algo se llama Cañadón Escondido.

Luego del “giganoto”, este viaje al Cretácico sigue y termina en el pueblo de Plaza Huincul, uno de los principales centros petrolíferos del país. Es que hay que guardar lo más grande para el final, el mayor de todos sin temor a cualquier comparación: el dinosaurio que está en el museo Carmen Funes fue el mayor ser vivo conocido hasta hoy que vivió sobre nuestro planeta. Fue encontrado no muy lejos del pueblo y sus fósiles están exhibidos en una sala igual de gigantesca. El desmesurado bicho, descubierto en 1987 por Guillermo Heredia, fue bautizado Argentinosaurus Huinculensis. Sus medidas: media cuadra de longitud, cinco metros de alto y un peso estimado de 80 a 100 toneladas. No pasaba inadvertido, ni siquiera en las densas selvas tropicales de su época. Con tal tamaño, es todo un trabajo encontrar la manera de encuadrar al esqueleto para que entre entero en el visor de la cámara. Hay que pensar que sólo las vértebras pueden llegar a medir un metro y medio, más que un niño y como muchos adultos. A pesar de semejante tamaño, se especula sin embargo que el Argentinosaurus fue un pacífico herbívoro. Tal vez por eso no hay carteles en la entrada de Plaza Huincul para advertir “cuidado con los dinosaurios”

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El colosal Argentinosaurus, en Plaza Huincul.
Imagen: Graciela Cutuli
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