turismo

Domingo, 3 de julio de 2011

COSTA ATLANTICA. INVIERNO FRENTE AL MAR

La mejor Mar del Plata

Sin la saturación estival, solitaria y tranquila, la gran ciudad costera permite que afloren con plenitud los sonidos del océano y haya tiempo para saborear sin prisas las clásicas delicias del puerto. Buena época también para recorrerla y descansar al abrigo del frío.

 Por Pablo Donadio

Hay algo que este cronista puede asegurar: el invierno invita a la mejor Mar del Plata. Las razones, siempre subjetivas, son varias. El invierno convierte sus playas en largas franjas de arena para recorrer de punta a punta, para intentar la pesca desde la orilla, para improvisar un picadito playero con amigos, correr o animarse a un chapuzón pechador. Y también para descansar con un único sonido: el del mar.

La menor cantidad de visitantes permite, a su vez, disfrutar más a pleno de clásicos como el casino, la peatonal San Martín o el faro, sin esperas y con servicio disponible garantizado, al igual que en restaurantes insignia como Manolo, que en sus dos locales (costa y Rivadavia) suele tener colas veraniegas de una cuadra. El puerto también da tiempo para llegar hasta las dársenas, donde descargan los barcos que realizan su colosal tarea en altamar. Si el día amanece plomizo o una llovizna visita la ribera, la rambla desierta, el paseo de la costanera y el mirador oceánico de la avenida Colón adquieren un aire de nostalgia perfecto para un café con alfajores. O para caminar atento a detalles de una ciudad costera de arquitectura notablemente bella, invisibilizada ante el verano playero, que reluce cuando la acarician los fríos vientos del océano.

El histórico carrusel de la plaza Colón, la avenida que pareciera sumergirse en las aguas del Atlántico.

EL NACIMIENTO Costa Galana, Lobería Chica, Región del Vulcan, Punta Lobos... muchos nombres tuvo la zona antes de ser Mar del Plata. Antiguamente fueron tribus de indios pampas quienes se afincaron allí por la buena pesca, la caza y la recolección de frutos que les proveía la región. Se cuenta que el primer español en costas marplatenses fue Fernando de Magallanes, que a principios del siglo XVI bautizó Punta de Arenas Gordas a la actual Punta Mogotes. Hacia fines de ese mismo siglo, Juan de Garay realizó la primera entrada por tierra, pero en ninguna de sus dos expediciones dejó una población permanente.

Quienes concretaron algo parecido a un pueblo fueron los jesuitas Matías Strobel, Tomás Falkner y José Cardiel, estableciendo en 1747 su misión a orillas de la laguna Las Cabrillas, en la vecina localidad de Sierra de los Padres. Desacuerdos y enfrentamientos con los habitantes originarios la tornaron insostenible, hasta que fue cerrada. En 1857 un consorcio brasileño-portugués adquirió tierras en la región para un saladero, que logró un lento pero progresivo núcleo poblacional llamado pronto Puerto de la Laguna de los Padres. Esa planta fabricaba trozos de carne que se envasaban y enviaban a Brasil y Cuba como alimento de esclavos. Cambios políticos y la progresiva decadencia de la actividad hicieron morir el negocio, de modo que las tierras fueron vendidas a Patricio Peralta Ramos, que solicitó de inmediato al gobierno bonaerense el reconocimiento de aquellos pobladores.

Así nacería Mar del Plata, como un nuevo pueblo adosado al Partido de Balcarce, y ya en 1879 trasladado al Partido de General Pueyrredón. Pedro Luro, pionero a cargo del saladero, la grasería, el molino y un nuevo muelle, dinamizará la agricultura y el comercio, impulsados definitivamente con la llegada del ferrocarril en 1886. A esa altura Mar del Plata ya caminaba hacia un centro urbano moderno, con una sociedad establecida de manera permanente y que en principio fue patrimonio de familias adineradas que tomaban sus vacaciones de noviembre y hasta Semana Santa.

Corrían los primeros años del siglo XX y, al ser el espacio de ocio preferido por elites aristocráticas de la sociedad argentina, tuvo un gran dinamismo edilicio, con obras de época que definieron su estilo arquitectónico. La irrupción del Hotel Bristol, la forma medieval del Torreón del Monje y las mansiones inglesas de La Perla y Los Troncos fueron delineando de a poco sus pretensiones. Hoy algunas de estas obras sobreviven bajo jurisdicción municipal, como el chalet de Ana Elía Ortiz Basualdo (Colón y Alvear), hoy Museo de Arte Juan Carlos Castagnino; la casa de Victoria Ocampo (manzana de Matheu, Lamadrid, Arenales y Quintana) o la quinta de Emilio Mitre (Matheu, Lamadrid, Formosa y Las Heras), actual Archivo Histórico Municipal. Asimismo, entre las décadas de 1930-50 se levantaron los típicos chalets de influencia californiana, que definieron “lo marplatense”, implementado poco después en Miramar y Necochea. Para esos años, y a medida que la afluencia de veraneantes fue mayor, muchos adinerados comenzaron el éxodo hacia el sur de la ciudad, instalándose en Playa Chica, Playa Grande, Cabo Corrientes y el Golf para no mezclarse con el resto. Pero Mar del Plata adquiría ya un carácter popular que la marcaría por siempre.

La noche sobre la avenida costera, buena hora para ir al puerto a comer mariscos y pescados frescos.

AL PUERTO Allí conviven el turismo, los habitantes estables y una fuerza industrial a base de la pesca que ha hecho de Mar del Plata un polo nacional en materia de establecimientos técnicos. Inaugurado en 1923 por el propio Pedro Luro como puerto artificial y provincial, está encerrado por las imponentes escolleras Norte y Sur, y conformado por diversas entradas (dársenas) y espigones de aguas tranquilas.

Si bien está admitido como puerto petrolero, cerealero y de explotación turística, la actividad pesquera es claramente la preponderante. A cada rato pueden verse barquitos amarillos cuya actividad comienza de madrugada, cuando se alejan unas 15 millas para recolectar la pesca del día. En el escalafón siguiente se encuentran los barcos de media altura de colores rojizos y amarillentos, que navegan unas 90 horas, alejándose hasta 100 millas de la costa. El tercer escalafón es el de los barcos de casco rojo (una a dos semanas de navegación), que vuelven con las especies más importantes para la oferta inmediata, y los buques factoría, con embarcada de más de un mes, completando un férreo y concatenado trabajo diario con el que el puerto asegura la entrada de pescados y mariscos frescos del Atlántico.

Claro que después de ver los barcos, comprar especias y caracoles raros en algunos comercios, la cita se da en los paradores gastronómicos, reinaugurados en 1983 como Centro Comercial Puerto. Sushi y parrilladas de mariscos (salmón rosado, lenguado y langostinos) son las especialidades de Minipez, mientras Mediterráneo es especialista en paella, cazuela con calamares y arroz con mariscos. Soufflé y empanaditas de pescado completan una apetecible carta. El Centellón y Santa Rita aportan los manjares de la pesca del día, donde no faltan las clásicas rabas, cornalitos, calamaretis y bastones de calamar, en tanto que el famoso Chichilo desborda con mesadas frías y calientes donde hay que probar el salmón blanco con salsa de limón y verduras, camarones al ajillo, mejillones cocidos en su cáscara, langostinos y camarones. Se recomienda entonces a los comensales un poco de caminata, quizá hasta Juan B. Justo, la tradicional avenida donde se consiguen pulóveres, tejidos de punto y prendas de cuero para volver bien abrigado.

Antes de partir, mucho más si se está en vehículo personal, una escapada hacia Miramar y Necochea permite disfrutar de cabalgatas y los misterios del bosque energético; o hacia Santa Clara y Mar Chiquita, que con la pesca de embarcado y la caza del lenguado como emblemas completan un programa perfecto a sólo unas horas de Buenos Aires

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El paseo costero en auto, un clásico de la recorrida invernal.
Imagen: Pablo Donadio
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