turismo

Domingo, 28 de agosto de 2011

MEXICO. UN DíA EN CUERNAVACA

Primavera azteca

Cercana a la capital mexicana, Cuernavaca es un buen alto en la ruta hacia Taxco y merece una visita por sí misma, aunque sea breve: arte, edificios religiosos, tradición pictórica y un clima que la hizo famosa como la “ciudad de la eterna primavera” –según el apodo que le dio Alexander von Humboldt– invitan a descubrirla. Importante desde tiempos de los aztecas, también cautivó a Hernán Cortés, que tuvo aquí un palacio monumental.

 Por Graciela Cutuli

México DF, ese gran laberinto donde la historia precolombina, hispánica y moderna se van superponiendo en capas sucesivas cuya exploración podría llevar toda una vida, es un imán difícil de dejar para el viajero de otras latitudes y culturas. Tanto bullicio, tránsito y gente, sin embargo, también piden de vez en cuando un respiro: y a apenas 85 kilómetros, Cuernavaca –capital del vecino estado de Morelos– lo ofrece con gusto, arte e historia. No es que escape a los crónicos problemas de tránsito de la cercana macrocapital mexicana (dejar el DF ya puede ser toda una aventura), pero la bondad del clima y la abundancia de colores que le valieron el apodo de “ciudad de la eterna primavera” son de por sí un buen motivo para pasar el día, si no alcanza con su ubicación a medio camino entre Ciudad de México y Taxco, meca de los modernos turistas de la Ruta de la Plata.

El impresionante palacio de piedra de Hernán Cortés es hoy un museo sobre la historia local.

DE LA CATEDRAL AL PALACIO Aunque Cuernavaca fue fundada por los aztecas y en toda la región se conocen asentamientos anteriores de grupos toltecas, probablemente lo primero que conozca el viajero recién llegado sea muy posterior y revele la fuerza de la conquista española: es decir, la Catedral local, que nació en 1525 como convento dedicado a la Asunción de María y fue el quinto edificio consagrado al culto católico construido en México. Habían pasado apenas tres décadas desde el descubrimiento de América. Hace algunos años, la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad la Catedral de Cuernavaca junto con un grupo de catorce “Monasterios en las Faldas del Popocatepetl”, construidos en el siglo XVI como punta de lanza de la evangelización de los nuevos territorios. Curiosamente, no hay que buscarla frente a la plaza principal: a diferencia de la típica disposición colonial, la Catedral tiene una ubicación lateral y la distingue una sola torre. Hoy se conservan intactos sus muros de piedra y la decoración barroca del conjunto, levantado sobre un antiguo templo indígena y rodeado de jardines donde pasean los visitantes antes de cruzarse en busca de un recuerdo, o un refresco, a la concurrida calle de enfrente.

El otro edificio distintivo de Cuernavaca también tiene estirpe conquistadora sobre los cimientos indígenas: es el Palacio de Cortés, donde el guerrero español se instaló después de residir en Ciudad de México. Construidas con líneas muy semejantes a las del Alcázar de Colón, en Santo Domingo, las rígidas murallas supieron de destinos de lo más diversos: nacidas como palacio, fueron luego cárcel y sede de gobierno, e incluso despacho del efímero emperador Maximiliano I hasta que pasó a manos de la República. En todo caso, es el edificio civil más antiguo de México y hoy funciona como sede del Museo Cuauhnauac, cuyas 19 salas trazan la agitada historia del estado de Morelos desde los tiempos de las civilizaciones indígenas hasta la conquista, continuando con el período colonial y finalmente los años que siguieron a la independencia mexicana.

Sin embargo, uno de los grandes puntos de interés está plasmado en las paredes mismas del Palacio de Cortés: son los murales de Diego Rivera, pintados hacia 1930 por el artista en la terraza del segundo nivel del edificio, con imágenes de la historia de Morelos. Y como en todo México la historia no es un discurso abstracto, sino una presencia tangible, en el frente del Palacio y algunos patios dentro mismo del museo pueden verse todavía las ruinas de las construcciones tlahuicas originales.

Una de las dos pirámides gemelas del complejo de Teopanzolco, dedicado a los dioses aztecas.

ALMUERZO A LA MEXICANA Entre los residentes del DF, Cuernavaca es un destino popular por sus piletas, balnearios y parques de agua, donde se puede pasar el día o el fin de semana a la sombra de las “palapas” y en medio de toda clase de piscinas, toboganes y juegos acuáticos. Como difícilmente el turista que viene desde más lejos y con menos tiempo pueda dedicarle un día a esta actividad, probablemente el descanso de la ajetreada “vida viajera” se limite a la hora del almuerzo: hay que aprovechar entonces para que sea bien mexicano, aun a costa de convertir la experiencia gastronómica en una auténtica formación para dragones, dado el picante al que son aficionados los herederos de los aztecas. El Madrigal, una construcción nueva pero al estilo tradicional y con hermosos jardines; Casa Hidalgo, con una ubicación ideal cerca de la Catedral y el Palacio de Cortés; La Gringa, recomendado por sus tacos; y Los Colorines, con música mexicana y bastante popular entre los turistas, son algunos de los restaurantes donde se pueden probar las especialidades locales, es decir, todo tipo de tacos con distintos guisos, tamales, clemole (un guisado de carne con tomate y chiles), mixiote (carne con chile envuelta en pencas de magüey) y cecina, carne secada al sol. Sin duda, México es el lugar ideal no sólo para descubrir nuevos sabores, sino también un vocabulario gastronómico completamente distinto, una auténtica cocina de fusión forjada a lo largo de los siglos que obliga al visitante a detenerse y preguntar, a pesar del idioma en común, qué es la mayoría de los platos que se le ofrecen.

Vegetación bien tropical en una callecita de “la ciudad de la eterna primavera”.

UNA TARDE DE HISTORIA Volviendo a la visita de Cuernavaca, muy cerca de la Catedral se encuentra el Jardín Borda, sobre la Avenida Morelos: el sitio se le debe a la inspiración de un conocido minero de Taxco, José de la Borda, pero el hombre nunca llegó a vivir en el lugar, que más tarde se transformó en jardín botánico –se dice que aquí se cultivaron los primeros árboles de mango– y residencia veraniega de los emperadores Maximiliano y Carlota. Ambos se mudarían después a su residencia oficial de la calle Matamoros, hoy jardín etnobotánico y museo de hierbas, instalado en una casita donde el emperador había instalado a su amante, la “india bonita”.

Siempre en el área céntrica, detrás de la catedral está la “casa de la torre”, una mansión que antes formaba parte del conjunto del antiguo convento pero en los años ‘60 pasó a manos del artista Robert Brady: allí reunió una importante colección de arte que incluye trabajos de Frida Kahlo y Rufino Tamayo. Para los que disponen de poco tiempo en la ciudad, es un buen complemento a la visita de la Catedral y el Palacio de Cortés.

Finalmente, el día en Cuernavaca puede terminar en el asentamiento prehispánico de Teopanzolco, un conjunto de dos pirámides gemelas dedicadas a los dioses aztecas Tláloc y Huitzilopochtli. Es lo único que queda en realidad de la antigua ciudad tlahuica, de modo que vale la pena llegar hasta el lugar si hay interés en la arqueología mexicana (queda al este de la estación de tren local) y se quiere identificar las semejanzas con el Templo Mayor de Tenochtitlán. En total son 14 monumentos, entre ellos dos circularesz

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