turismo

Domingo, 16 de octubre de 2011

CHILE. PARQUE NACIONAL LAUCA

Esencia del altiplano

Ya sea en Bolivia, Perú o Chile, el altiplano no hace diferencias: oxígeno escaso, los mismos camélidos, ancestrales poblados de comunidades aymaras y docenas de volcanes, montañas, lagunas y humedales que marcan un punto único del planeta. El Parque Nacional Lauca, en Chile, resume perfectamente el carácter de esta vasta meseta.

Cualquiera que cierre los ojos por un buen tiempo, o mejor aún, que despierte en este lugar sin saber cómo llegó, probablemente no podría adivinar jamás en qué país se encuentra. Si su primera visión al abrir los ojos nuevamente fuera uno de los tantos bofedales que tiñen de verde una porción del desierto, mientras se ve rodeado de cientos de alpacas, guanacos y llamas, seguro se preguntaría qué nación se enorgullece de esos parajes perfectos para realizar un “safari fotográfico”. Si se despertara en cambio en una aldea de piedra de origen precolombino, cuyos pocos habitantes hablan aymara, se dedican al pastoreo y conviven en armonía con su entorno natural, todavía estaría pensando ¿no es Bolivia la que ostenta tal hermosura en la altura? Y si amaneciera a orillas del azulado lago Chungará, hábitat de miles de aves, a los pies del imponente volcán Parinacota, lo más probable es que desconozca que se encuentra en uno de los más bellos parques nacionales del extremo norte de Chile, en el límite con Bolivia.

Pero el país aquí no es lo importante. Sí lo es la geografía altiplánica, la fauna andina y el patrimonio cultural que conserva el Parque Nacional Lauca. Terrenos afortunadamente protegidos, tanto por el Estado chileno hace 41 años, como por la Unesco, organismo que viendo el valor de este tesoro ecológico lo declaró integrante de la Red Mundial de Reservas de la Biosfera en 1981. Y aunque el Parque Nacional Lauca protege bellezas en un perímetro de 137.000 hectáreas, incluyendo variados poblados que salpican el altiplano, basta con una pincelada entre sus cuatro y seis mil metros de altura para descubrir cómo es la vida en el techo de Sudamérica.

La iglesia de Parinacota, en el centro del silencioso poblado, rodeada de muros y arcos de piedra estucados y pintados a la cal.

TIERRAS AYMARAS El mejor avistaje del Lauca comienza en la madrugada, cuando el sol es sólo un proyecto y el movimiento de luces y sombras va despertando el desierto más seco de la Tierra. Esto explica el peregrinar de automóviles por la Ruta CH 11: esta carretera internacional que conecta la ciudad de Arica –puerto marítimo y capital de la Primera Región de Chile– con La Paz atraviesa el Parque Lauca antes de llegar a la frontera. El tránsito de las 4x4 y otros vehículos comienza bien temprano, adentrándose por el asfalto en un valle agrícola en pleno desierto de Atacama.

A 149 kilómetros de Arica se acaba el valle y comienza el ascenso abrupto por las faldas de docenas de quebradas y los primeros cordones montañosos que desembocan y rodean al Parque Lauca, ubicado a 14 kilómetros. Antes existe, sin embargo, un desvío de cinco minutos que lleva al poblado de Putre: además de servir para aclimatarse a la altura (aquí se está a 3500 metros) y de ser el último lugar donde proveerse de comida y combustible, Putre es el principal pueblo de la zona que mezcla la cultura colonial con la precolombina. La misma que durante dos horas se habrá visto por la ruta, manifestada desde geoglifos (pinturas rupestres) y tambos (refugios), hasta pucarás (fortalezas).

Aunque fue fundado en 1580 por los primeros conquistadores que se adentraron por el norte hacia Chile, Putre por entonces ya funcionaba como aldea y refugio de los aymaras, pueblo que desde tiempos remotos ha sido el soberano de estas planicies y montañas, cultivando humildes huertos, subiendo y bajando a los animales hasta los verdes y más altos prados.

En Putre se vive una fusión colonial-precolombina, que queda de manifiesto al comprobar que la mayor parte de sus 1500 habitantes son aymaras. Los mismos que, cada día, se saludan con los contados chilenos que deambulan por las antiquísimas y adoquinadas calles con acequias al medio o en el interior de casas, que combinan el uso de la piedra y el adobe.

Calles de Putre, aldea aymara que mezcla la cultura colonial con la precolombina, a unos 3500 metros de altura.

LAS PUERTAS DEL CIELO Subiendo por la ruta CH 11 y dejando atrás impresionantes miradores del valle del Lauca, se abren paso eternas pampas tapizadas de arbustos de ramas rígidas que se suceden uno tras otro hasta llegar a las faldas de las montañas. En estos parajes se encuentra la entrada al Parque Nacional Lauca, que toma su nombre del río que nace y serpentea entre estas planicies y quebradas.

El área protegida recibe al visitante con un primer obsequio: los bofedales, típicos humedales del altiplano producidos por el deshielo de las cumbres nevadas, lo que hace surgir una particular flora de altura. Es el caso de la emblemática “llareta”, planta que crece apenas 20 milímetros al año y actúa como un colchón de musgo tapizando de verde la pradera, en fuerte contraste con la sequedad del lugar. En el Lauca son numerosos los bofedales, un escenario que agradecen especialmente rebaños de llamas, vicuñas y guanacos, junto a vizcachas y zorros que se turnan para posar pastando ante las cámaras o corriendo en manada hasta perderse en la meseta.

Internándose por el bofedal de Parinacota, a 50 metros de la carretera y a ocho kilómetros adentro del parque, se encuentran las aguas termales de Las Cuevas, piscinas naturales donde el agua aflora de la tierra a 31 grados. Una tentadora temperatura a esa hora de la mañana, cuando el sol comienza recién a levantar vuelo y el termómetro no piensa elevarse de cero.

A un kilómetro se ubica la primera de las tres guarderías del parque, que ofrece la oportunidad de realizar un circuito de trekking de 1,5 kilómetro de extensión y 35 minutos de duración. Este sector cuenta también con un atractivo histórico: los petroglifos, dibujos grabados en la piedra que muestran evidencias humanas de unos 5000 años de antigüedad. Eran cazadores que, ya en esos tiempos, ocupaban estos sitios para descanso y pastoreo, antes de descender hacia los valles o la costa en busca del trueque de alimentos. Otros legados de la historia viven todavía: son las aldeas de origen precolombino, con toques coloniales, que hasta hoy mantienen sus tradiciones ancestrales.

La fauna del altiplano se deja ver y fotografiar en los senderos del Parque Nacional Lauca.

PUEBLO DE VALIENTES El caso más bello de estos poblados es el de Parinacota, a 25 kilómetros de la guardería, entre silenciosas pampas y montañas. Al recorrer sus calles de polvo volcánico, caído hace 16.000 años, puede parecer un pueblo fantasma: de hecho aquí sólo viven 25 aymaras, que como sus antepasados ocupan la segunda altura del planeta después del Himalaya, en condiciones que pocos pueden resistir. Y pese a que esta aldea se ubica a 4392 metros, es uno de los principales centros de reunión aymara de la zona. En especial los días de fiesta, cuando sus 50 casas son ocupadas por gente venida de distintas comunidades dentro del mismo parque para rendir culto a la Virgen de la Natividad o a diversos fenómenos de la Pachamama.

Declarado zona típica, el pequeño pueblo de Parinacota es un fiel exponente del tipo de edificación del altiplano, donde se combina piedra y adobe blanqueado con cal, a lo que se le suma la vieja tradición aymara de instalar paja brava en el techo.

La mejor forma de conocer esta peculiar arquitectura es visitando la iglesia, no muy difícil de encontrar, ya que se levanta en el centro de la aldea junto a una plaza silenciosa. Rodeada de muros y arcos de piedra estucados en barro y pintados de blanco con cal, cuenta con un particular y macizo campanario en una de sus esquinas. Todo ello adornado, cómo no, de paja brava. Y aunque la iglesia original corresponde al siglo XVII, poco y nada quedó luego de uno de los tantos terremotos habituales en la región. El templo actual data de 1798, posee un portal de piedra tallada y en el interior frescos de santos del 1600 junto a objetos de arte religioso coloniales. Se la considera además la más emblemática iglesia de esta zona del altiplano (todas ellas, muy similares, son candidatas a ser declaradas en conjunto Patrimonio de la Humanidad).

Por ser punto obligado de detención de turistas, en Parinacota se encuentra la segunda guardería, que además es el punto de inicio de otro sendero que recorre durante una hora bofedales, un pequeño salar y algunas lagunas. El sitio cuenta con un centro de información ambiental donde se puede conocer un poco más sobre la naturaleza, los distintos circuitos de trekking y el valioso patrimonio cultural que protege este recinto ecológico.

Dúo inolvidable. El lago Chungará y el cono coronado de blanco del volcán Parinacota.

CHUNGARA Y PARINACOTA Saliendo de Parinacota, luego del ascenso a un par de quebradas, se llega tras diez kilómetros a un mirador con una vista infartante de las lagunas Cotacotani. Un conjunto de lagunas interconectadas que abarcan 600 hectáreas bajo la atenta mirada de la serie de volcanes superiores a los 6000 metros, entre ellos el Guallatire y el Acotango.

La vista parece el único sentido en funcionamiento ante este paisaje grandioso, una verdadera pintura fauvista llena de intensos colores, donde se destacan las aguas verde esmeralda del conjunto de lagunas, los tonos ocres de los bofedales y el blanco de las enormes montañas que vigilan el místico paisaje. Aquí sólo se oye el sonido del silencio, interrumpido por ráfagas de viento seco y el trinar de algún que otro pájaro, aunque no se vean muchos.

La explicación se encuentra tras la última subida, ya casi llegando a la frontera con Bolivia, a 4570 metros de altura: aquí se encuentra el espectacular lago Chungará, uno de los más altos del mundo y lugar donde, además de los camélidos andinos –a estas alturas auténticos anfitriones– se presentan tres especies de flamencos, patos de variados tipos, perdices de puna, incluso ñandúes y cóndores. Aves que han echado raíces en estas alturas extremas, junto a las aguas azules del Chungará. Cada uno de los miles de pájaros corresponde a una de las 130 especies que existen en este sector, lo que hace del Lauca uno de los Parques Nacionales de Chile con mayor variedad y cantidad de aves.

Pero el mejor paisaje del parque no se limita al lago Chungará: falta mencionar a su pareja, su complemento, aquel elemento con el que conforman la postal referente de esta zona de Chile. Se trata del volcán Parinacota, cuyo cono perfecto de nieves eternas emerge justo detrás del lago Chungará, empinándose hasta los 6342 metros de altura. Es una de las cumbres más emblemáticas del altiplano y un famoso centro de peregrinación de andinistas con la experiencia necesaria para llegar hasta su cráter de 300 metros de diámetro.

Para aquellos sin experiencia, en cambio, son recomendables los dos senderos que se inician desde la tercera guardería junto al lago. Un circuito de 20 minutos, perfecto para practicar birdwatching con la avifauna que se relaja en el Chungará, y otro de una hora que continúa internándose por las faldas del Parinacota hasta el volcán Pomerape (6282 metros). Ambos volcanes forman los llamados nevados de Payachatas, que en lengua aymara significa “gemelos”. Un par más de los tantos tesoros que se esconden en la esencia del altiplanoz

Informe: Julián Varsavsky.

Fotos: Ignacio López.

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Paisaje de bofedales, humedales del altiplano producidos por el deshielo de las cumbres nevadas, con una particular flora de altura.
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