turismo

Domingo, 27 de noviembre de 2011

COSTA ATLANTICA. MIRAMAR TODO EL AñO

Serena estaba la mar

Una escapada a Miramar para recorrer esta ciudad balnearia de la mano de sus personajes más entrañables, que nos guían a través de sus bosques, dunas y playas y nos sorprenden con su oferta gastronómica. Crónica de un fin de semana movido en tierras de arenas apacibles.

 Por Guido Piotrkowski

“Miramar es un lugar que remite a experiencias fundacionales. Tu primera vez en bicicleta, tu primera cabalgata, tus primeras salidas nocturnas. Hay lugares que existen hace treinta o cuarenta años, como Mickey, con sus famosos panqueques, o Popeye. Y hay familias que llevan cuatro generaciones viniendo”, dice Carlos Pagliardini, director de Promoción Turística del municipio.

Este cronista bien lo sabe. Aquí vio su primer recital de rock, a mediados de los ochenta. Aquella tarde-noche de febrero tocaban Los Fabulosos Cadillacs, en pleno ascenso al estrellato, en el teatro Gran Rex.

Miramar siempre fue conocida como la ciudad de los niños, tal como indica una escultura emplazada en la Plaza del Inmigrante. Y es verdad que es un lugar ideal para visitar con chicos, pero esta ciudad también podría ser rebautizada como la ciudad de los jóvenes. Es que las nuevas generaciones miramarenses, contrariamente a lo que ocurre generalmente en pueblos o ciudades chicas, quieren quedarse aquí, a pesar de tener una gran ciudad como Mar del Plata, a pasitos nomás, o Buenos Aires, a 450 kilómetros. Apuestan al crecimiento de su lugar en el mundo, que ha mejorado notablemente su oferta turística. Gastronomía de muy buen nivel, hotelería en ascenso y una nueva terminal de ómnibus que comenzó a operar en agosto, acorde con las necesidades de una ciudad de 30 mil habitantes que en verano multiplica su población hasta los cien mil.

En este rincón de la Costa Atlántica, los visitantes pueden encontrar paz y armonía en el Vivero Dunícola, un bellísimo bosque de 500 hectáreas creado en 1923, donde se plantaron eucaliptos, pinos y acacias, siendo así el primer medio ambiente artificial en experimentación de América latina. También una cuota de adrenalina, acelerando un cuatriciclo entre los médanos, o en los vuelos de bautismo en avionetas y planeadores que se ofrecen en el aeroclub a precios realmente accesibles.

Andando por Miramar se puede uno encontrar a Vero, una señora francesa de 55 años que viaja por el mundo manejando un gigantesco motorhome. Le gustan tanto la ciudad y su gente que cada tanto hace un alto y se queda un tiempo. Si hasta tiene un lugar reservado exclusivamente para estacionar su camión rodante frente al mar. También puede uno ir a surfear y toparse en la cresta de la ola con el mismísimo intendente, el joven Patricio Hogan, quien se zambulle bien temprano en la mañana antes de ir trabajar. “Es uno más de nosotros”, dice la gente en la calle.

Miramar, asimismo, ofrece la alternativa de pasar un fin de semana saludable en algún spa y un calendario de actividades culturales cada vez más nutrido en esta ciudad que atrajo moradores de la Capital y alrededores en busca de un remanso junto al mar.

Porque Miramar no sólo existe en verano. Vale la pena pegarse una vuelta durante el resto del año también y conocer este balneario de la mano de algunos de sus personajes más entrañables. Pasen y vean.

Esculturas en la Plaza del Inmigrante.

EL CUCHILLERO DE LA COSTA “El cuchillo era el BlackBerry de los gauchos. Además de utilizarse como herramienta y para defensa personal, era un símbolo de status”, define Juan Carlos Ortiz, maestro autodidacta en cuchillería artesanal.

Juan Carlos es de Monte Grande. Tenía un estudio jurídico junto su esposa, hasta que en 2004 decidieron venir a Miramar con sus hijos Nahuel y Ayelén, a fijar su residencia y taller aquí. Hoy, trabaja codo a codo con Nahuel en la confección artesanal de cuchillos a partir de materiales reciclados. “Uso sierras sin fin, discos de arado, guadañas en desuso. Mi especialidad es hacerlos con tijeras de tusar, herramientas que se usaban en el campo para cortarle las crines a los caballos, o para esquilar las ovejas”, explica el hombre en su luminoso taller del apacible barrio Los Pinos.

Todos y cada uno de los variados diseños de Juan Carlos son únicos e irrepetibles. “Dos iguales no me salen”, dice, amargos de por medio. Para reciclar esos viejos metales que junta por ahí, utiliza la forja. Antes, pone los desgastados fierros al rojo vivo y luego martilla y martilla, como para ir dándoles forma y convertir ese metal inutilizado y oxidado en un nuevo, flamante y brillante cuchillo. Un trabajo que le lleva unas 35 horas. Juan Carlos, además, hace las vainas de forma personalizada. Así como aprendió, hace no mucho años, el arte de hacer cuchillos, también aprendió a trabajar el cuero, y rotula los estuches como el comprador quiera. El trabajo puede demorar de uno a tres días, depende del dibujo “Quiero que el cuchillo tenga el gusto del comprador en la vaina”, enfatiza.

Juan Carlos jura y perjura que al cuchillo hay que tratarlo como a un plato, llevándoles la contra a los puristas que dicen que nunca hay que lavarlo. “El mito de que el cuchillo no se lava, no se toca, que es impoluto, no es así. Hay que sacarle la grasa, si no te pica la hoja y tenés un masacote con distintos olores y costras de los últimos asados”, revela este artesano bonachón.

“¿Podés creer que hay gente que tiene quinientos cuchillos? ¿Que cambian la casa para tener un lugar donde mostrarlos? No, no lo creo. “Sí, es toda una afición.”

El “cuchillero de la Costa” en su luminoso taller.

AVENTURAS EN EL VIVERO Un gran personaje miramarense es Javier Gómez, al que todos conocen, simplemente, como Chapu. Todo un atleta, nacido y criado en estas playas, este ex triatlonista devino en campeón de mountain bike casi de casualidad. “Yo corría triatlón, competí en el Iron Man varias veces. Resulta que se iba a hacer un clasificatorio para traer el primer Campeonato Argentino de Mountain Bike a Miramar. Durante un asado, mis amigos me dicen tenés que correr”, relata entusiasmado. Chapu no tenía bicicleta, ni siquiera sabía de qué se trataba el Mountain Bike. De todas maneras se atrevió, y hasta jugó una apuesta con sus amigos. “En el patio había una bici que le había regalado a mi mujer. Estaba toda oxidada, sin cambios, con pedales de plástico, y hasta tenía el canastito de los mandados. Se pensaban que era una broma. ¡Y largué con eso!” Resulta que competían los mejores corredores del país y Chapu, con su desvecinjada bicicleta, ganó la competencia. “Pusieron la bici en el palco con un cartel que decía ‘se vende: 2000 dólares’”, recuerda y se ríe. A partir de ahí, una marca líder de mountain bike lo contrató para competir y se fue a pedalear por el mundo.

Hoy, Chapu, ya retirado de la alta competencia, entrena algunas jóvenes promesas y está abocado a su emprendimiento turístico, el mismo que lleva adelante desde hace quince años, Chapuaventura, ubicado desde el año pasado en medio del maravilloso entorno del vivero dunícola.

Desde la base de operaciones, donde hay una tirolesa y una confitería, parten rumbo a los médanos y más allá las excursiones en cuatriciclo, siempre con él como guía. También las caminatas diurnas y nocturnas, en las que se hacen fogatas y mateadas. “Salimos a las 10 de la noche con pulseras luminosas. Es emocionante.”

Excursiones guiadas en cuatriciclo por el vivero dunícola.

EL HOMBRE DE LOS CABALLOS Don Holguín lleva toda una vida al pie de las dunas. Vive en una casita alejada en medio del bosque que acaba de pintar de amarillo. Pasa los días junto a su mujer, varios perros que deambulan por ahí y un gato curioso que se acerca y se mete entre las piernas de los caballos que descansan amarrados a un árbol frente a su rancho. Don Holguín, campero, igual que su padre y su abuelo, a quienes ayudaba a arriar el ganado, organiza cabalgatas hace unos cincuenta años y conoce los rincones del vivero como ningún otro. “Vamos por acá”, enseña el camino entre tantos otros que se abren y bifurcan en medio de este bosque maravilloso que desemboca en la playa. Holguín tiene tantas historias para contar a lo largo de las dos horas de cabalgata, historias que hilvana una tras otra, que es imposible retenerlas todas. Recuerda cuando de niño rodaba con sus amigos por estas mismas montañas de arena que ahora surcamos a caballo. También recuerda que en cierta ocasión un embajador quiso llevarlo a Brasil, pero él y su esposa prefirieron quedarse en Miramar. “Podía haber conocido todo el mundo yo –se ufana–, pero no nos queríamos ir”, dice, mientras su jauría nos sigue a sol y sombra por los senderos del vivero, antes de salir al médano mayor, que regala una hermosa panorámica de la playa.

La suave playa de una ciudad tranquila frente al mar.

SOBRE EL NIVEL DEL MAR Si hay algo que da una perspectiva totalmente diferente de un lugar, es una vista aérea. El aeroclub de Miramar ofrece vuelos de bautismo, en avionetas o planeadores, a precios realmente accesibles. Es una hermosa mañana de domingo y el piloto Juan José Galante nos espera al pie del Cessna 182 a bordo del cual surcaremos los cielos atlánticos en breves instantes. Juan José, que promedia los cincuenta, es oriundo de estas playas y pilotea desde los 17 años. “Es un día espectacular para volar. Hay muy buena visibilidad”, asegura, entusiasmando a los tres pasajeros que lo acompañaremos.

Con semejantes perspectivas abordamos la simpática avioneta. Un pequeño carreteo y, en segundos nomás, estamos sobrevolando las aguas del Atlántico, que desde arriba se ven tan mansas. Un giro y las playas miramarenses de frente, los edificios costeros, el golf, un nuevo emprendimiento hotelero, las sierras al fondo. “Del otro lado, está Balcarce”, señala Juan José y apaga los motores para dejar que el avión planee, ya que, asegura, las condiciones son “óptimas”. No queda otra que relajarse y confiar. La vista es maravillosa.

Surf sobre las olas de la “perlita” del Atlántico.

GIRA GASTRONOMICA “¿Vas a lo de Nanni? ¡Qué ricoo! ¡Qué bien se come ahí!” Esa es, palabras más, palabras menos, la frase que todo el mundo, al unísono, repite cuando uno dice que va a comer a lo de Nanni. Resulta que Nanni, además de cocinar como los dioses, es un tipo amable, un cocinero sin ínfulas que te recibe en la cocina y te cuenta que el plato “estrella” de su restaurante, los ravioles verdes fritos –altamente recomendables– surgió de casualidad, por la equivocación de un ayudante.

No son casualidad, sin embargo, el resto de los platos del variado menú que, además de ser exquisitos, vienen en abundantes porciones. Nanni es un tipo que al final del servicio sale al comedor a charlar con sus comensales. “Acá no había cultura gastronómica. Todos hacían lo mismo, la clásica suprema Maryland y esas cosas. No podía llegar y cambiar los gustos de la gente de un día para el otro. Porque acá no trabajo sólo con turistas, yo trabajo con la gente del lugar. Pero de a poco fui introduciendo cambios y la gente les fue tomando el gusto a las cosas distintas”, asegura el cocinero.

Otro lugar altamente recomendable es el asador criollo La Villa, seguramente uno de los mejores asadores de toda la Costa Atlántica. Por algo será que la gente se viene a comer especialmente desde otros balnearios. Apenas uno se sienta comienzan a llegar los platos. Primero la ensalada y las papas fritas de las que todo el mundo habla. Luego, achuras. Chorizo, morcilla, chinchulines. Y en seguida, las carnes. Todo tipo de cortes. Tira, vacío, cerdo, costillar. Todo, hasta que uno diga basta, no puedo más, muchas gracias.

Por la tarde, la merienda tiene que ser en Las Tolvas, propiedad de María Pereira Sierra, quien comenzó haciendo tortas en su casa para los amigos, y luego para otras confiterías, hasta que se decidió a abrir su propio local. Además de la variedad de tortas, exquisitas, este cronista recomienda el frapuchino de chocolate.

Los amantes de la noche tienen sus rincones también en Miramar. A pesar de no ser un lugar con cientos de bares y boliches, hay dos sitios a los que no se puede dejar de ir. El Kilmurry es un pub irlandés, donde hacen su propia cerveza artesanal. “En verano despacho unos 80 litros por día”, confiesa Gerardo Manso, su dueño. Y le creo, simplemente porque es muy buena. En Kilmurry hay shows en vivo y desde este verano comienza a funcionar también como restaurante.

El otro imperdible es Mezcal, el boliche preferido de los surfers y los más jóvenes. Pichi Bollini y su hijo Matías, quien hace tablas de surf, manejan este local que estalla cada fin de semana y durante todas las noches de verano.

Pasen y vean. Miramar, sus playas, sus personajes, su buena vibra. Todo el año


Fotos: Guido Piotrkowski y gentileza Secretaria de Turismo de General Alvarado

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