turismo

Sábado, 24 de diciembre de 2011

CORDOBA. ALREDEDORES DE LA MANZANA JESUíTICA

Navidad colonial

Dos arterias del corazón de La Docta dan vida a un circuito de fe, historias, arte y regalos navideños. Templos de los siglos XVII y XVIII, viviendas coloniales convertidas en boutiques y un paseo de compras peatonal con bares, artesanías y gastronomía criolla.

 Por Cristian Walter Celis

Córdoba les debe gran parte de su identidad a las órdenes religiosas que sembraron su tierra de templos, conventos, universidades y edificios coloniales. En vísperas de la Nochebuena, las callecitas empedradas que rodean a la Manzana Jesuítica logran un sincretismo entre lo pagano y lo religioso. Tranquilos templos recuerdan en su interior al Niño Dios, mientras en las veredas el bullicio de fin de año se asienta en los bares. En las vidrieras, las artesanías y las marcas de ropa se codean con las obras de arte de artistas locales.

Tras cruzar la transitada 27 de Abril y dejar atrás la Catedral, dos pintorescos edificios atraen las miradas en la vereda derecha de la calle Independencia. Rosadas paredes son delineadas con detalles amarillos en tonos pasteles. El primero de ellos es el Museo de Arte Religioso “Juan de Tejeda”, que aunque está cerrado por refacciones, obliga a detenerse frente a su fachada barroca y el portón con grandes cerraduras. En el dintel se lee “Año de 1778”. Allí vivió Tejeda, el primer poeta argentino, y allí también surgió el primer monasterio de Carmelitas Descalzas del país, en 1628.

LA IGLESIA DE SANTA TERESA A diez pasos aparece la entrada de la iglesia de Santa Teresa, junto al actual monasterio San José de Carmelitas Descalzas. El templo fue diseñado por el jesuita Andrés Blanqui a mediados del siglo XVIII. En una de las paredes del interior, una pequeña imagen del Niño Jesús trae a la memoria la Navidad. La escultura tiene una corona en la cabeza, su mano derecha está en actitud de bendecir y la izquierda sostiene un mundo. Santa Teresa, quien en 1562 fundó esta orden en Avila (España), impulsó la imagen del Niño Jesús en templos y conventos. La monja quería destacar la humanidad de Cristo y, en el lenguaje artístico, eso se expresó mediante la fragilidad y la ternura del Niño Dios.

Cerca del altar, el dulce perfume a jazmines se mezcla con el olor a madera envejecida, mientras los pájaros del patio interrumpen la paz del templo. A la derecha del retablo impresiona el diseño ceñido de una enorme reja, detrás de la cual las religiosas escuchan misa cada mañana. Afuera empieza a atardecer, pero la luz del sol aún se da paso por dos vitreaux con imágenes de Santa Teresa, quien también aparece en una gran escultura del altar mayor y una portentosa pintura cuzqueña del siglo XVII. Deslumbran la riqueza visual del techo y las paredes con murales realizados a principios del siglo XX. Debido a su decoración, el interior de esta iglesia tiene la capacidad de despertar tanto el espíritu religioso de los creyentes como la curiosidad de los ateos.

En el monasterio adyacente viven las monjas de clausura, dedicadas a una vida de oración y contemplación. Desde hace nueve años, dos de ellas también aprovechan el telar para tejer atractivos diseños, que siguen las tendencias de moda. Hace casi 28 años que Teresa Riego es una de las carmelitas cordobesas. Sus ojos, algo achinados, acompañan una franca sonrisa. “Me gusta trabajar con las manos, crear, ver colores, sentir texturas. Dar forma. Siempre me gustaron la moda y el diseño. Lo aprendí de chica, haciendo ropa a las muñecas, y luego haciendo la mía propia. Me gusta el arte en general, y vestir a una mujer es una obra de arte. Por otra parte, en nuestra forma de vida tenemos muchas horas de trabajo mental y espiritual; tejer representa un equilibrio, un cable a tierra”, comenta Teresa. En la actualidad, es posible visitar el monasterio, conocer sus artesanías y llevarse algunos de sus “tejidos con alma” como regalo navideño.

HISTORIAS ENMARCADAS Durante la época colonial, las damitas cordobesas que aspiraban a formar parte del convento de las Carmelitas debían ofrendar dotes mediante objetos y esclavos. Según documentos históricos, a mediados del siglo XVIII las monjas contaban con cerca de 300 esclavos, que vivían en los alrededores del monasterio dentro de un sector llamados rancherías, construcciones hechas con adobe y techos de caña. Hoy, a sólo metros del actual convento, aún existen rastros de esas rancherías en el edificio de la Galería Cerrito, ubicado en Independencia 180.

La casona de 1625, una de las más antiguas de Córdoba, pertenecía al monasterio. El inmueble fue recuperado hace cinco años para instalar allí una galería de arte. Entre cuadros y esculturas, aún se aprecian detalles originales como paredes de calicanto y bloques de adobe, fornidas vigas de algarrobo y bovedillas de 400 años.

Por estos días, en la Galería Cerrito –una obra de arte en sí misma por su patrimonio arquitectónico– se presentó una feria navideña con más de 215 obras, entre cuadros y esculturas de 40 artistas locales y de otras partes del país. Una oportunidad para ver y regalar arte en la próxima Navidad. “En la feria se mostraron todos los lenguajes, desde vanguardias, técnicas mixtas y paisajismos hasta mosaiquismos. Hay diversidad de temas y los artistas son de primer nivel, cuenta el escultor cordobés Rafael Cerrito, director de la galería.

CON LA COMPAÑIA DE JESUS A esta altura, el tour colonial sólo lleva recorrida una cuadra, pero el viento cálido de la tardecita cordobesa entusiasma para detenerse en los primeros bares del Caseros Paseo de Tiendas, en Independencia y Caseros. Este corredor sirve de excusa para probar un fernet, otra de las “bellezas” cordobesas. Tonadas extranjeras van y vienen entre las mesas vecinas: españoles, brasileños, alemanes. Desde las sillas se entrevé el campanario de la Compañía de Jesús, el templo más antiguo del país.

La cercanía con la Manzana Jesuítica le da un toque cosmopolita a este paseo peatonal integrado por una veintena de negocios de marcas destacadas y una perfumería, alojados en antiguos caserones con enrejados y farolas en sus veredas, rodeados de restaurantes con sugestivas cartas de gastronomía criolla que reafirman el perfil colonial de la zona.

Al final de la callecita empedrada aparecen locales donde se puede comprar ropa y artesanías hechas por manos cordobesas y de Perú, Bolivia y México. En esta época, los ojos de los turistas se detienen en pesebres de arcilla o paja con rasgos aborígenes.

Cafeto es uno de los bares más pintorescos de la zona. Al ingresar, el olor a café recién hecho se anticipa a los mozos. Su subsuelo guarda otro secreto de la Docta colonial: entre botellas de vino y las mesitas de la cava hay vestigios de la red de agua corriente del siglo XVIII construida por el Marqués de Sobremonte, gobernador de Córdoba en esos años. Más adelante, los encuentros de fin de año se multiplican en La Alameda, que le rinde culto a la amistad con humeantes empanadas y paredes repletas de papelitos con saludos, y en Mandarina, donde se le saca el jugo al pan de jengibre y los sandwiches de pan casero.

A la izquierda, otras mesas dispuestas en la Plazoleta de la Compañía, bajo la sombra de enormes palos borrachos cuyas raíces sobresalen del empedrado, invitan a una última pausa. Los amantes de la lectura pueden conocer los textos propios de la Librería 1918, ubicada en un gran contenedor de hierro y vidrio. Al frente de la librería universitaria se levanta la iglesia de la Compañía de Jesús (1671), de sobria fachada románica. Felipe Lemaire, un constructor naval, fue quien le dio la forma de quilla de barco invertido a la bóveda de madera. Dicen que los jesuitas, para hacerse entender con los nativos y superar las limitaciones del idioma, usaban esta arquitectura como mensaje. “Hay que ser como este templo: austero por fuera y rico por dentro”, decían. Y vaya si queda clara la metáfora cuando, al ingresar, la magnificencia del barroco colonial absorbe la mirada

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La sobria fachada románica de la iglesia de la Compañía de Jesús (1671).
Imagen: Cristian Walter Celis
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