turismo

Domingo, 22 de enero de 2012

ESCAPADAS. CASONAS ANTIGUAS DE FIN DE SEMANA

Con aire señorial

A un paso y con estilo: en Tigre, Tandil, San Miguel del Monte y Los Cardales, alternativas para pasar unos días de campo con pileta en casonas de estilo antiguo, con herencia colonial y señorial. El rastro de un pasado que sabe transformarse para convertirse en hoteles de charme, en la inmensidad de la pampa.

 Por Julián Varsavsky

Con el correr de los años, muchas de las grandes viviendas y palacetes señoriales que se construían en la provincia de Buenos Aires para disfrute personal se fueron volviendo una pesada carga para las familias propietarias, a veces venidas a menos, que como forma de mantenerlos en buen estado y no desprenderse de ellos decidieron abrirlos al turismo. En algunos casos esas familias siguen viviendo en el lugar y habilitan algún ala de su propiedad para los huéspedes; en otros, las casonas son reacondicionadas como hotel. Y a veces se las construye desde cero, recreando las líneas antiguas de la arquitectura bonaerense y remontándose incluso a la sobriedad estética de la Colonia.

A continuación, cinco alternativas para pasar el verano al aire libre y junto a la pileta, en un ambiente tradicional no exento de sentido lúdico, con algo de viaje en el tiempo.

Villa Julia. Una mansión de 1913 en el Paseo Victorica de Tigre, frente al río Luján.

CASONA SEÑORIAL En la zona continental de Tigre, frente al río Luján, en una esquina del Paseo Victorica, una mansión con aires del neoclásico italiano llamada Villa Julia ofrece espaciosas habitaciones. El edificio data de 1913 y fue diseñado por el ingeniero Maschwitz. El costado lúdico de la propuesta implica sumergirse en el tiempo pasado gracias a una decoración con aires señoriales que se remonta al tiempo del Tigre Hotel (ubicado unos metros más adelante), meta de la oligarquía porteña para jugar al casino en tiempos de la belle époque.

Basta con poner un pie dentro de Villa Julia para ingresar en un ambiente como de película, que remite a la década del ’30, cuando lo más granado de la alta sociedad porteña construía sus casaquintas en la zona de Tigre. La mansión tiene tres pisos con exteriores revestidos en piedra París. Las galerías exteriores que rodean la casona se distinguen por las columnas toscanas, y sus luces se encienden todavía con las llaves originales, unas palancas giratorias de baquelita con marcos redondeados de bronce. Las escaleras que conducen a los cuartos conservan sus sujetadores de alfombra forjados en bronce con remates decorativos. Y los intrincados picaportes de la puerta de las habitaciones denotan al menos un siglo de existencia.

También los cuartos son enormes, con un sector de baño que es un verdadero museo de decoración hogareña antigua: mayólicas policromadas de estilo romano, una ducha de porcelana con forma de flor, una gran bañera con patas de león y un inodoro Briton original que es casi una pieza de museo conservada como nueva.

La casona Villa Julia dispone de sólo siete habitaciones y un gran espacio público con vitreaux multicolores, pisos de mosaico pompeyano, un comedor que se extiende hasta la galería abierta y un piano de cola que le da el toque final al ambiente de comienzos del siglo XX que emana de cada rincón.

En Los Cardales, una hostería con un toque colonial: Las Fraulis.

TAMBIEN EN TIGRE A pocas cuadras de Villa Julia hay otra casona antigua que ofrece alojamiento. Se llama La Ruchi y su perfil es diferente, ya que no es un hotel formal sino la casa de la familia Escaurisa, que tiene cuartos habilitados funcionando con la modalidad bed & breakfast. Esta casona está sobre la costanera frente a la estación fluvial –del otro lado del río– y fue construida en 1892. En total hay cuatro habitaciones dobles y triples (se comparte un baño por cada dos habitaciones), con balcón frente al río o a un jardín trasero con pileta. La principal ventaja de alojarse aquí es que se está en un lugar clave para hacer paseos en el día a las islas, ir al Puerto de Frutos sin apuro, al Parque de la Costa o visitar el nuevo Museo de Arte Tigre. Claro que no todo es salir, sino también descansar en la pileta rodeada de un jardín arbolado, aprovechar para hacer un asado íntimo en la parrilla bajo un quincho o pedir comida por delivery.

EN LOS CARDALES La hostería Las Fraulis, ubicada en la localidad bonaerense de Los Cardales, tiene un cierto aire de casco colonial y un jardín que invita a pasarse el día entero tumbado en una hamaca con buena lectura frente a la piscina. Quien quiera un poco de movimiento puede salir a cabalgar por las orillas del río Luján, andar en bicicleta por algún camino de tierra entre los campos cultivados, visitar la interesante reserva ecológica de Otamendi o también ponerle un poco más de adrenalina a la jornada e ir a volar en globo o en parapente. Por la noche el silencio es absoluto, aunque si se presta un poco de atención se descubre la infinita gama de matices combinados que produce el submundo de los insectos nocturnos. Las Fraulis está a menos de una hora del centro de Buenos Aires, a la vera de una ruta muy angosta y poco transitada que nace de la Panamericana. La zona es muy verde y proliferan las quintas de fin de semana, los campos sembrados y un barrio privado cuya garita de seguridad está justo frente a la entrada a la hostería. En total hay nueve habitaciones dobles que dan a una galería en forma de “ele”, bordeando la piscina.

El antiguo casco de la estancia San Pablo, en San Miguel del Monte.

ESTANCIA ART NOUVEAU A fines del siglo XIX –en el tiempo de las “vacas gordas”– San Pablo era una estancia de 3000 hectáreas con un casco principal levantado según los lineamientos más modernos de la época: el estilo art nouveau. Hoy en día los terrenos de esta estancia, ubicada en San Miguel del Monte fueron loteados, pero sus dueños no se desprendieron del casco, al que han convertido en un refinado hotel de campo con restaurante. La vieja casona es una suerte de reliquia familiar para los Egaña, quienes llevan cinco generaciones creciendo y disfrutando de la casa que construyó el abuelo del actual dueño.

Uno de los rasgos más atractivos de la casona de tres plantas es su diseño art nouveau. Los techos a dos aguas son de chapa inglesa. Dos de las habitaciones tienen una terraza-balcón con vista al jardín, y en lo alto de la fachada hay un reloj a cuerda circular de origen parisino, con una campana que antaño marcaba el horario del trabajo en el campo. La decoración interior también es un reflejo de aquellos tiempos refinados. Junto a una escalera de madera cuelga del techo una lámpara Imperio al estilo napoleónico. En el salón de la biblioteca, unos antiguos sillones invitan a la lectura junto a una chimenea a leña también de estilo imperial, con enchapados en forma de palmas victoriosas tomadas de los romanos, y aquellas cariátides que habían fascinado al emperador francés. Las paredes del comedor están revestidas con roble de Eslavonia.

En los cuartos, el antiguo esplendor reluce en las camas y lámparas con las formas más nuevas del art déco, bajo techos de cinco metros de altura. Pero lo más deslumbrante son los ventanales con vista al frondoso parque que rodea el casco. Este parque es obra del célebre paisajista francés Carlos Thays, quien también diseñó los bosques de Palermo. Su especialidad era mezclar las especies autóctonas con aquellas de origen exótico que tuvieran un gran valor estético. En la estancia, el resultado es una proliferación de palmeras egipcias como en un oasis, palmeras pindó de Entre Ríos, magnolias europeas y araucarias. Entre las rarezas, llaman la atención una camelia de 150 años, un rincón de cactus norteños entrelazados y “un árbol de Constantinopla” que en primavera florece con hermosos pompones de color rosa.

En los 15 kilómetros de boulevares arbolados que rodean el casco hay hileras de plátanos y casuarinas que forman verdaderos túneles vegetales. Lo ideal para compenetrarse con el ambiente de campo es salir a caballo para recorrer las arboledas, los bosquecillos de flora autóctona con talas y acacias, y las lagunas que rodean la zona.

Al pie de la Sierra de las Animas, en Tandil, paz criolla en Las Acacias.

CASONA CRIOLLA La casa, levantada en 1890 en la ciudad de Tandil, es un típico ejemplo de arquitectura criolla con reminiscencias europeas y toques coloniales. Su nombre actual es Las Acacias y tiene una galería abierta a un tranquilo jardín, un piso en damero de granito, un aljibe y techos bordeados con cenefa de chapa recortada. El estilo de las casas de campo “a la europea” se refleja en el hermoso jardín de invierno vidriado con muebles franceses reciclados, donde se puede tomar el té o disfrutar en silencio de la buena lectura. El predio de tres hectáreas está amurallado por una pared de ligustro, pinos y eucaliptos. La ubicación al pie de la Sierra de las Animas, en una zona de casas muy espaciadas, evita el ruido de los autos.

Tumbado en una hamaca, el visitante puede observar en paz la variedad de acacias que le dan nombre al lugar: la francesa, la falsa acacia, el aromo y la de Constantinopla. Además, hay varios tipos de pinos, seis frondosos nogales, olivos y abedules. Las nueve habitaciones dan a la galería con vista al parque. Sus puertas y ventanas, entonando con el estilo criollo, fueron adquiridas a diversas estancias de la zona para ser recicladas. Cada cuarto tiene televisión para los días de lluvia y hay una videoteca. Pero también la buena música es otra virtud de Las Acacias, que fue pensada para que cada cual se sienta como en su casa, y cuando lo desee se instale en el living, se sirva un trago y ponga un CD en el equipo de música. La variedad incluye a Dino Saluzzi, Ella Fitzgerald, Luis Salinas, J. S. Bach, Nat King Cole y una selección de óperas famosas.

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