turismo

Domingo, 3 de junio de 2012

BAHAMAS. CARIBE CON HISTORIA

Un día en Nassau

Nacidas en un Caribe de postal, las Bahamas tienen una pequeña capital donde anclan día a día los cruceros que recorren, como ciudades flotantes, las aguas cálidas del mar que fascinó a Cristóbal Colón y sus marineros. Por apenas unas horas, o si se tiene suerte por varios días, las islas son una porción de Edén en la tierra, que abren su historia al viajero de mirada más curiosa.

 Por Graciela Cutuli

En las islas del Caribe, el horizonte se confunde entre el cielo y el mar. Sobre las aguas profundamente azules, que al llegar a las playas de los archipiélagos la escasa profundidad torna completamente transparentes, navegan verdaderas ciudades flotantes. Son los cruceros que van de puerto en puerto con su carga de viajeros, de todas las edades y nacionalidades, en busca de descubrir los secretos de este mar cuya claridad permite adivinar el vaivén de peces y caracoles. Están, claro, los que eligieron subirse al barco en busca de alcohol y fiesta nocturna, que sumidos en un sueño profundo llegan al puerto y vuelven a partir sin darse cuenta. Y están las parejas, familias y solitarios que eligieron embarcarse como forma accesible de recorrer una isla tras otra, so pena de confundirlas un poco al regreso, pero guardando para siempre el recuerdo de sus brisas amables, su diversión acuática y sus perfiles urbanos desapareciendo a lo lejos a la hora del regreso.

Un paseo tirado por caballos, por las calles interiores de Nassau.

CIENTOS DE ISLAS Las Bahamas, que están a punto de cumplir cuarenta años desde su independencia de la corona británica en 1973, son un conglomerado de islas –alrededor de 700, incluyendo islotes y peñascos– de las cuales sólo están habitadas 24. Como gran parte del Caribe, dejaron atrás una larga historia de piratería, actividad que floreció en aquellos tiempos en que el mar era surcado por un vaivén continuo de galeones españoles y europeos que partían de América hacia Europa cargados con las riquezas del Nuevo Continente.

En una de las islas principales, Nueva Providencia, se encuentra la ciudad que avistan los viajeros temprano por la mañana cuando llegan a las Bahamas a bordo de algún crucero: Nassau, la capital, donde a primera vista cuesta descubrir los más de 200.000 habitantes permanentes. Sólo en una recorrida más profunda, alejándose un poco de la calle principal del shopping y el “tax free”, se empezará a delinear a grandes rasgos la Nassau cotidiana, pero para eso primero hay que desembarcar. Después de un día de navegación desde Miami –el punto de partida más habitual para los cruceros de tres días– es un cambio bienvenido en el horizonte la silueta del puerto que se dibuja mientras los pasajeros desayunan o se aprestan a bajar del barco. Un trámite rápido pero no tanto, considerando que los pasajeros son cientos, cuando no miles, y que todos quieren llegar a “descubrir” Nassau al mismo tiempo. Valga como consuelo que más complicada es la vuelta, alrededor de las seis de la tarde, cuando se termina la jornada en tierras y alineados en largas y pacientes filas los turistas van regresando como hijos pródigos a bordo del barco.

Muchos de ellos eligen pasar el día en el complejo turístico de Atlantis Resort, un conglomerado de hoteles, parques de agua y diversión que es una suerte de Las Vegas transplantada al Caribe en clave tropical. Aquí los amantes del lujo no se andan con chiquitas: sus Royal Towers, unidas por un puente convenientemente conocido como The Bridge, forman una suerte de portal que brilla como mil estrellas en el cielo nocturno. Mirarlo es gratis; alojarse no tanto: éste es uno de los hoteles más caros del mundo, con habitaciones que se ofrecen sin pestañear por miles de dólares la noche.

No hace falta aclarar que el Atlantis Resort, ofrecido habitualmente a bordo del crucero como excursión para pasar el día en Nassau, no está nada mal: sin necesidad de gastar tanto como propone el hotel, alcanza con un día en los toboganes para encantar a los chicos (y unas horas en el área comercial para fascinar a los compradores compulsivos dispuestos a superpoblar su camarote). Pero también podría estar en cualquier otro lado, de modo que para aprovechar algo más propio de las Bahamas bien vale la pena dejar de lado el complejo para simplemente recorrer un poco de Nassau, aunque sabiendo que en un tiempo tan corto sólo se podrá acceder a su costado más turístico.

Azul Caribe, en una punta de la isla Nueva Providencia cercana al puerto de Nassau.

NASSAU PIRATA La capital de las Bahamas tiene orígenes británicos: fueron los súbditos de la reina quienes la fundaron en el siglo XVII, aunque un tiempo después la destruyeron los españoles, en sus sempiternas batallas con sus enemigos de siempre por el control de los mares. Reconstruida en 1695, se la bautizó en homenaje a Guillermo III de Inglaterra, miembro de la Casa de Orange-Nassau. Es decir, la mismísima que sigue reinando hoy en Holanda, aunque tantos blasones no le impidieron a la naciente ciudad convertirse en poco tiempo en un auténtico refugio de piratas.

Lejos de los saqueadores, los turistas de hoy son recibidos apenas ponen un pie fuera del barco por los vendedores locales, que ofrecen remeras y las artesanías de la isla. Conviene sin embargo esperar al regreso, después de haber recorrido las calles comerciales y el minicentro de la ciudad, aunque en realidad es lo menos interesante, porque hay sobre todo negocios de moda y productos internacionales, como en cualquier otra parte del mundo. Una buena manera de tener un vistazo general de parte de Nassau –al menos la más próxima al centro– es tomar un paseo en un carro tirado por caballos, una suerte de sulky que a paso lento se va adentrando por las calles interiores, mientras los guías muestran los principales edificios administrativos e históricos. El paseo, que parte del muelle Prince George Wharf, dura alrededor de una hora (hay que tener en cuenta que al mediodía se interrumpen para permitir el descanso de los caballos). Mejor aún, desde Rawson Square sale el “Nassau Walking Tour”, que invita a desafiar el calor para conocer la ciudad histórica: para aprovecharlo hay que hablar inglés, pero se puede elegir entre tres itinerarios posibles. El primero de ellos pasa por la casa que tuvo el duque de Windsor en la isla, recorre las residencias históricas de East Hill Street y luego sigue hasta la Catedral y Vendue House, donde funcionaba el mercado de esclavos. El segundo toma Shirley Street para llegar hasta el Fuerte Fincastle y la Torre de Agua, en el punto más alto de la isla. Finalmente, se puede ir hacia el oeste para conocer la Galería Nacional de Arte, que exhibe lo principal del arte y la cultura locales. Esa cultura toma cuerpo también en el Junkanoo Museum, que celebra el festival más popular de la isla: es el Junkanoo, organizado cada año entre Navidad y Año Nuevo, para recordar a un esclavo que, impedido de celebrar las fiestas cristianas, se escondía y se disfrazaba con trajes vistosos para festejar igual. Este museo está en la parte histórica de la ciudad y hay otra exposición más pequeña junto al muelle: claro que lo ideal sería estar presente durante la celebración misma, cuando los jóvenes bahamenses compiten con sus coloridos trajes y carros decorados frente a un jurado que cada año elige un nuevo ganador.

Siempre en el casco histórico, cerca de la catedral y del mercado de artesanías (donde no hay que olvidar la regla de oro que obliga a regatear cada producto que se desee llevar de recuerdo, aunque no haya en realidad cosas de gran valor más allá de lo común en estos sitios turísticos), se puede dar una vuelta por el Museo Pirata. En la puerta, un falso pirata con muy buen humor prácticamente obliga a los transeúntes, a punta de pistola y arcabuz, a sacarse unas fotos con él: es la mejor introducción para luego recorrer el lugar en una visita autoguiada: aunque pequeño es interesante y permite conocer algo más de la actividad de aquellos saqueadores de los mares en tiempos pasados.

Durante un día en Nassau, suponiendo que el tiempo alcance, también está la opción de dejar un poco de lado la historia para disfrutar de la playa. Una vez llegados al puerto es posible tomar una lancha taxi y dejarse llevar hacia el lugar preferido –hay más y menos animadas, para todos los gustos, pero algunas son realmente la postal del Caribe que muestran los folletos– o bien probar una experiencia de nado con delfines, organizada tal como en otras islas de la región. En este caso, hay que prepararse para una pequeña charla introductoria, seguida de la inmersión con instructores que guían a los animales en sus proezas más vistosas, desde los saltos hasta el “foot-push” en que empujan al nadador con la trompa contra sus pies. Otra opción muy recomendada en Naussau es el Sea Lion Encounter en Blue Lagoon, una isla que ofrece diferentes actividades y, entre ellas, el contacto con lobos marinos: para el viajero que llegue desde la Argentina y haya visto los lobos marinos en hábitats naturales como los patagónicos no dejará de ser raro verlos en este contexto, pero nadie sale de ahí sin entusiasmarse con la experiencia vivida, como siempre pasa cuando hay contacto de primera mano con la fauna. Por lo demás, es un lugar de playa no demasiado grande, pero siempre disfrutable.

Finalmente, cuando empieza a caer la tarde es la hora de abandonar Nassau y regresar al barco. Lentamente, los viajeros hacen fila para volver al cascarón y, una vez que consiguieron subir a bordo, muchos se van a las cubiertas de las gigantescas embarcaciones para aprovechar una última vista de la ciudad iluminada, una visión romántica que será la imagen que guarden los ojos de un día pasado junto a los piratas del Caribe.

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El puerto de Nassau atiborrado de grandes y lujosos cruceros.
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