turismo

Domingo, 30 de diciembre de 2012

CORRIENTES. ESTEROS DEL IBERá

Paraíso de agua brillante

Las localidades correntinas de San Miguel e Ituzaingó son nuevos puntos de partida para visitar el magnífico ecosistema correntino del Iberá, un paraíso de aves y fauna acuática sobre una de las mayores reservas de agua del mundo. Bienvenidos al reino del yacaré, las garzas y el ciervo de los pantanos.

 Por Soledad Barruti

Espejos de agua que brillan colándose entre las lagunas de camalotes, algas y flores; comunidades enteras de animales que pasean a sus anchas mientras se los mira de cerca; la inmensidad del campo desplegado en verde fosforescente hacia el horizonte infinito; el atardecer, los pájaros, las estrellas. Todo está ahí: la naturaleza se extiende por los esteros del Iberá, en Corrientes, cada año con más ímpetu. Es que los esfuerzos por devolverle al lugar su fauna original y su paisaje autóctono mostraron este año sus mejores resultados con la apertura de dos nuevos portales desde donde se puede ingresar a disfrutar uno de los ecosistemas más bellos de nuestro país. Ubicados a dos horas de distancia uno del otro y de Carlos Pellegrini, el clásico lugar de acceso hasta ahora, San Miguel e Ituzaingó son las dos localidades que abrieron sus tranqueras para empezar a trazar la ruta escénica completa de los esteros, sumando motivos a esa idea que cada vez se expresa en voz más alta: por qué no crear aquí un Parque Nacional.

Olegario, gaucho en pleno trabajo de campo. La cara rural del entorno del Iberá.

CORRIENTES ADENTRO San Miguel es, entonces, uno de los diez municipios que bordean este vergel al que llegaremos en un rato. Pueblo jesuítico con su plaza central prolija y bien arreglada, sus fachadas coloniales se entremezclan con las casas que fueron surgiendo con el crecimiento de la población, que hoy se censa en casi diez mil personas. Un par de posadas familiares se muestran entusiastas con la llegada de nuevos turistas que antes pasaban por ahí sólo para seguir de largo. Son muchos los que sueñan con la oportunidad que implica ser de pronto visitados por tanta gente (en Colonia Pellegrini, el portal que se ofrece como ejemplo por seguir, la apertura al ecoturismo se traduce en la visita de 40 mil personas al año, y da trabajo directo e indirecto al 90 por ciento del pueblo).

En estos parajes de Corrientes hacia adentro la tonada se cierra un poco más, y el mate todavía es más gustoso. Aunque para disfrutar del todo del camino que nos dejará en la reserva San Nicolás –como se llama el portal de San Miguel– haya que hacer la vista gorda y atravesar los destructivos emprendimientos forestales sin verlos de cerca. Los miles de pinos implantados no sólo son disruptivos para el paisaje sino que constituyen una de las amenazas más importantes que tienen los esteros: es tanta el agua que necesitan para crecer que la están absorbiendo como esponjas en los bañados, al mismo tiempo que acidifican el suelo y lo contaminan. La naturaleza recién restablece su orden varios kilómetros después, cuando los pájaros vuelven a surcar el cielo, a posarse sobre esos pastos que los protegen y los dejan anidar. Hacia los costados del camino, el agua empieza a surgir del suelo, brillante y cada vez más abundante. Pero no hay que esperar estridencias: los esteros son sutiles y delicados, como un campo encantado, repletos de formas de vida tímidas que de a poco se van acostumbrando a la cercanía de las personas. Entre los más difíciles de contemplar por mucho rato están los ciervos de los pantanos, animales prácticamente extintos unos años atrás pero que ahora engalanan la vista llevando casi siempre un pajarito a cuestas. Del otro lado están los carpinchos, gordos graciosos que se posan sobre el camino donde hay que esperarlos para ver cuándo se mueven. Se los ve siempre tan a gusto que para moverlos casi hay que empujarlos. Esa situación puede convertirse en la primera oportunidad para bajarse del auto y escuchar el silencio hondo que se ensancha con el viento.

La parada obligada para anunciar la visita es en la seccional del guardaparques, en el mismo lugar que las comodidades abiertas al público donde se puede descansar, hacer picnic o incluso un asado. Luego es inevitable animarse a alguno de los senderos que atraviesan los pastizales y bosquecitos. Caminar sobre el suelo húmedo, por momentos encharcado, y dejar que la mirada se pierda en pájaros que quienes conocen saben que se llaman monjitas dominicanas, capuchinos y baritú. No hay que hacer ningún esfuerzo por encontrarlos: hacia donde posemos la atención encontraremos algo que no vimos antes, animales coloridos y de formas exóticas que emiten sonidos raros y cantos preciosos.

Antes de dejar San Nicolás, el paseo obligado es en una canoa botador por el arroyo Carambola. Es una experiencia inolvidable recorrer el camino serpenteante entre plantas acuáticas de flores amarillas, violetas y blancas por las que se asoman peces saltarines y yacarés que abren sus bocas enormes como los perros cuando tienen calor. El arroyo Carambola parece un laberinto de agua clara sin fin. Pero tiene una desembocadura, tan sorprendente como mágica: una laguna inmensa de centro indefinible en la que se respira tanta tranquilidad que uno daría cualquier cosa por quedarse en ese barco a dejar que pase el día.

Para llegar a la otra orilla hay que pasar la noche en San Alonso. Una estancia clásica y sencilla, como lo que espera del lujo un turista exigente que llegue hasta acá. Sin luz eléctrica, ni señal de ningún tipo, la estancia ganadera reconvertida al turismo ecológico es vecina de un único lugareño que vive acá hace más de 60 años. Cuando llega el atardecer, en San Alonso se practica el “escuchaje”: se trata de dejar que la orquesta de bichitos, pájaros, ranas, monos, zorros y hojas que se mueven con el viento se desplieguen por todo el espacio colmándolo completamente. Así se encienden la imaginación, las ganas de compartir historias. Bajo un cielo intenso y sin luna, los lugareños aseguran que por las noches se ven luces raras, en forma de plato volador, y hay quien no duda en arriesgar que los esteros comparten esa energía que tiene el Uritorco en Córdoba. “Ya va a ver en unos años, cuando lleguen acá a buscar extraterrestres”, dice muy en serio uno que lleva su propio registro de ovnis. Y los lobos aúllan y los monos gritan y uno piensa por qué no, si nada puede ser tan raro como que todo esto exista.

Recorriendo el Carambola, desde la reserva San Nicolás, en una silenciosa canoa a botador.

CAMBYRETA A dos horas en auto de San Nicolás (o de alguno de los micros regionales que conectan los municipios de San Miguel con Ituzaingó), el portal Cambyretá también fue abierto hace pocos meses con la idea de atraer turistas a los esteros. El desafío en estos lugares es alto: los esteros del Iberá se componen de 553.000 hectáreas delimitadas como reserva provincial y 150.000 que fueron compradas por The Conservation Land Trust (CLT), fundación conservacionista dirigida por el multimillonario Douglas Tompkins que tiene como misión recuperar corredores biológicos y transformarlos en reservas naturales. Tanto el portal Carlos Pellegrini como San Nicolás y el que visitaremos en un rato surgieron del trabajo de la Dirección de Parques y Reservas de la Provincia de Corrientes en conjunto con esta fundación.

Actualmente la propuesta de CLT es donar esas tierras, sumarlas a las de la provincia y convertir los esteros en una Reserva Nacional.

El proyecto se basa no sólo en sumar un nuevo atractivo turístico a nivel internacional, sino en la necesidad de darle mayor protección a este frágil ecosistema que representa nada menos que el 30 por ciento de las especies silvestres de la Argentina y uno de los reservorios de agua dulce más importantes que tenemos, preservándolo para siempre de cualquier emprendimiento productivo que pudiera afectarlo, algo que no está del todo contemplado si la reserva es sólo provincial.

La nueva fase del recorrido nos lleva entonces a Ituzaingó, el balneario paranaense por excelencia. Hiperconvocante en verano, su playa es visitada por tanta gente de diciembre a marzo que en sus costas por momentos no cabe un alfiler. En ese contexto, los esteros son un remanso de codiciada tranquilidad para escapar del bullicio adolescente, o para planear unas vacaciones que tengan la mezcla perfecta de desconexión ruidosa y naturaleza virgen.

De todos los portales, Cambyretá es el que está más en construcción. La seccional de guardaparques todavía funciona como un necesario espacio para mantener a raya la caza furtiva y como una buena dosis de presencia humana amansadora de animales desconfiados. En Cambyretá también hay una infinidad de pájaros de todos colores y guazunchos, zorros, armadillos, gatos monteses, carpinchos y lobitos de río. Aunque todavía no se pasean como dueños del lugar, como hacen en Carlos Pellegrini o en San Miguel, y para encontrarlos hay que armarse de paciencia. Será cuestión de tiempo. Entre tanto, aventurarse hacia uno de los bosques frondosos y conocer a alguna de las familias de monos carayá que cuelga de los árboles, o lanzarse hacia un safari fotográfico se convertirán en excusas suficientes para pasarse un día en este lugar, y volver. Quién sabe si en unos años ya estarán reincorporados los yaguaretés a la zona, que junto con los osos hormigueros y los venados de las pampas empezarán a ser devueltos al lugar de un momento al otro, restableciendo finalmente el equilibrio de este tesoro natural que merece ser cuidado para siempre.

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Atardecer sobre el arroyo Carambola, un laberinto de agua clara y sin fin.
 
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