turismo

Domingo, 17 de febrero de 2013

SANTA CRUZ. EL CALAFATE Y CHALTéN

De hielos, rocas y bosques

Crónica de un viaje santacruceño uniendo El Chaltén con El Calafate, de la estepa a la Cordillera de los Andes, para andar en 4x4 por la montaña, caminar sobre el hielo o por los bosques andinos y navegar entre los témpanos del glaciar Upsala. Un mundo de torres de roca y hielo, que le ponen relieve a la inmensidad de la Patagonia.

 Por Julián Varsavsky

En un viaje para conocer los glaciares de Santa Cruz, lo común es comprar un paquete de dos noches en El Calafate. Un par de días que permitirán a los viajeros ver uno de los paisajes más espectaculares de la Tierra, el glaciar Perito Moreno, pero que resultan insuficientes para llegar hasta uno de los destinos más hermosos del país, El Chaltén, que está en la misma región pero requiere tiempo por las consabidas grandes distancias. La provincia de Santa Cruz cabe casi dos veces en la isla de Gran Bretaña, así que sería posible pasar semanas surcando sus inmensidades, pero lo mínimo recomendable para ver lo fundamental de El Calafate y El Chaltén son seis días.

Desde el aeropuerto de El Calafate partimos directo hacia El Chaltén internándonos en la estepa patagónica. En plena dimensión esteparia de la Patagonia las ráfagas de viento sacuden los vehículos y la ruta traza una recta perfecta que rasga la planicie por la mitad. Adelante y atrás, a derecha e izquierda, el paisaje es el mismo: tierra plana, un salpicado de pastos ralos y ningún árbol. Todo parece estar a la vista pero no hay nada para ver. Salvo una lengua de asfalto que se va desenrollando frente al parabrisas, cruzando el infinito para continuar por el espejo retrovisor, donde se pierde en otro horizonte sin fin.

Agua y hielo, pura inmensidad que empequeñece a los visitantes ante la grandeza del paisaje.

EL CHALTEN En los 225 kilómetros separan El Calafate de El Chaltén se observa la diversidad casi completa del paisaje patagónico, en el que la aridez semidesértica de la estepa se convierte en un tupido bosque al llegar a la Cordillera de los Andes. En el camino se puede visitar el Bosque Petrificado La Leona, contratando un guía en el parador del mismo nombre.

El Chaltén es un idílico poblado cordillerano con casas de techo a dos aguas, en medio de un valle glaciario que semeja un anfiteatro de piedra rodeado de picos nevados. Al llegar nos detuvimos un instante ante su icono principal: el severo perfil de granito del Cerro Fitz Roy, de 3448 metros, con su filoso pico apuntando al cielo como una flecha descomunal.

Lo primero a tener en cuenta si uno se queda unos días en El Chaltén –en lugar de tomar una excursión en el día desde El Calafate– es que aquí se viene a caminar. El pueblo es considerado la Capital Nacional del Trekking por la variedad de caminatas, que abarcan una serie de complejidades que satisfacen a toda clase de viajeros. Algunas excursiones son simples caminatas que puede realizar cualquier persona sin mayor esfuerzo ni guía. Y existen alternativas extremas como la Vuelta al Hielo Continental, una travesía de seis días que ingresa 90 kilómetros en el Campo de Hielo Sur, un virtual viaje al tiempo de las glaciaciones.

A la mañana del segundo día en El Chaltén hicimos la excursión más espectacular del lugar: la navegación y trekking al glaciar Viedma (se puede solamente navegar si uno lo desea). A la hora y media de navegación el barco llegó frente a la pared del glaciar, una gran muralla blanca y agrietada de 2,5 kilómetros de ancho.

A simple vista el glaciar Viedma semeja un gran alud de nieve que llegó por detrás de las montañas y se petrificó de repente –con su plano inclinado– cuando estaba por caer al lago. Parece que una invisible pared sostuviese aquel maremágnum blanquecino, cerrándole el paso a una fuerza arrasadora que, si se soltara de cuajo, devastaría media Tierra.

Detrás de la escarpada pared del frente glaciario se entrevén millares de picos de hielo, como cúpulas amontonadas en forma caótica, una tras otra. Incontables catedrales transparentes parecen sepultadas bajo el hielo, vislumbrándose apenas la forma puntiaguda de sus ruinosas cúpulas. También hay torres de hielo que quedaron a medio caer, como la Torre de Pisa. A sus pies flotan infinidad de fragmentos de hielo y grandes bloques. La potencia del paisaje alimenta la necesidad de desembarcar.

En el glaciar Viedma hay dos alternativas de trekking: uno corto y otro largo que dura dos horas. Nosotros optamos por el largo y nos colocaron los filosos crampones bajo las botas para partir en un grupo de 15 personas avanzando en fila india. Pero los primeros pasos de robot sobre el hielo eran algo torpes, con las dentadas suelas clavándose en el glaciar.

El aspecto más fascinante de la superficie glaciaria es su irregularidad. Cada metro cuadrado es distinto del otro y surgen las más extrañas formaciones que se pueda imaginar. La sensación es la de atravesar un sinuoso laberinto con lomadas de hielo y filosos picos que, a veces, forman pirámides casi perfectas. Pero de repente se abren grietas de hasta 40 metros de profundidad, al fondo de las cuales corren caudalosos arroyos virginales del agua más pura que pueda existir.

Lo más asombroso del glaciar son sus efímeros túneles de hielo abiertos por los pequeños cursos de agua. Estos túneles aparecen y desaparecen de manera azarosa, y nosotros tuvimos la suerte de encontrar uno que atravesamos por una de las bocas para salir por la otra, como por un gélido socavón de un metro y medio de alto.

En cierto momento los guías detuvieron la caminata por la Era del Hielo para tomar algo caliente frente a un gran sumidero. Este fenómeno consiste en profundos hoyos azules en la superficie del glaciar que miden de tres a diez metros de ancho, cuya profundidad va desde los tres a los 40 metros.

Agua y hielo, pura inmensidad que empequeñece a los visitantes ante la grandeza del paisaje.

AL CERRO TORRE El tercer día lo dedicamos a hacer la otra gran excursión de El Chaltén: un trekking de 30 kilómetros ida y vuelta por la montaña hasta la base del Cerro Torre, donde se camina sobre otro glaciar. Si bien la experiencia de la caminata sobre este glaciar es similar a la del Viedma, tanto una como la otra excursión valen la pena (de las caminatas sobre el hielo alcanza con hacer una sola).

Como decidimos llegar hasta la Laguna Torre –sin caminar sobre el hielo–, salimos a media mañana sin guía, siguiendo los carteles en los senderos. Este es un trekking de exigencia media donde el tramo más esforzado es el primero, subiendo la ladera de la montaña por cómodos senderos entre bosques de lenga y ñire. A las dos horas de caminata llegamos al campamento base Thorwood, cercano a la laguna Torre, donde hay baños y carpas. Quienes siguen hasta el glaciar Torre se colocan allí los arneses y continúan caminando hasta el nacimiento del río Fitz Roy, que se cruza con la técnica de la tirolesa. A partir de entonces comienza una espectacular caminata bordeando una gran hoyada con el lago Torre abajo. En una hora se llega al glaciar y todos se colocan los crampones para caminar sobre el hielo por tres horas, incluyendo una escalada en una pared congelada. La diferencia entre los trekkings sobre los glaciares Viedma y Torre está en la modalidad de llegar: a uno se va caminando y al otro navegando. Y aunque no se vaya a caminar sobre el glaciar Torre, la caminata hasta allí otorga varios de los mejores paisajes de El Chaltén.

Un alto en la caminata sobre el hielo: es la hora de tomar temperatura con chocolate caliente.

EL CALAFATE El primer día en El Calafate partimos en la mañana para hacer la navegación al glaciar Upsala, una excursión muy diferente de las demás por los inmensos témpanos que pasan a los costados de la embarcación. Para muchos ésta es su excursión favorita en El Calafate, y para otros la mejor es el trekking sobre el glaciar Perito Moreno, que nosotros no hicimos por haber hecho uno en El Chaltén, que es exactamente igual.

La excursión al glaciar Upsala partió desde Puerto Bandera en un cómodo catamarán que se deslizaba por las aguas diáfanas del lago Argentino. En la lejanía apareció el resplandor del glaciar y un silencio reverencial se apoderó de los pasajeros. A un costado iban pasando el primero, el segundo y el enésimo témpano, que triplicaba el tamaño de la embarcación. El bloque de hielo era como un galeón celestial de 30 metros de altura con traslúcidas paredes, que reproduce su tamaño seis veces por debajo del agua.

Las formas, tamaños y colores de los témpanos son tan caprichosos y cambiantes como las nubes. Los hay de varias puntas, con forma de pirámide casi perfecta, y están los que parecen un submarino que se insinúa apenas en la superficie del agua con su periscopio. Otros se asemejan a una meseta que nace en las profundidades del lago, y está aquel con insinuaciones helicoidales. Más atrás, de un témpano sumergido asomaba un pequeño triángulo, como la aleta de un tiburón. Algunos se acercan ocultos con el sigilo de un cocodrilo y otros parecen barquitos de juguete meciéndose a la deriva.

El Laberinto de Piedra, en los alrededores de El Calafate, un paisaje lunar con raras formaciones de arenisca.

POR LA MONTAÑA El último día en El Calafate hicimos en la mañana una excursión en 4x4 por los alrededores de la ciudad. El paseo llamado Balcón del Calafate trepa unas montañas en los terrenos de la estancia Wiliche, bordeando la estancia llamada Anita, tristemente célebre por ser el epicentro de los fusilamientos de la Patagonia Rebelde. Al pasar por allí uno toma conciencia de lo que significan estos campos en el universo patagónico: una inmensidad vacía que, en el caso de Anita, alcanza las 70.000 hectáreas y encierra a 25.000 ovejas cuidadas apenas por quince personas.

La primera parada es en el Balcón de El Calafate, en el borde de una escarpada meseta desde la cual se ven el lago Argentino y las cumbres nevadas de la cordillera de los Andes. El punto culminante llega en el Laberinto de Piedra, donde extrañas formaciones de arenisca cinceladas por la lluvia y el viento le otorgan al paisaje un inconfundible aspecto lunar. Pero no es la luna sino el período cretácico de hace 85 millones de años lo que está en exhibición, que había sido tapado por sucesivas capas de sedimento a lo largo del tiempo. Hasta que la elevación de la cordillera dejó en exposición aquella remota superficie.

Sobre el final del paseo aparece uno de los fenómenos geológicos más curiosos de la Patagonia. Se trata de unas rocas esféricas que surgieron del fondo del mar, llamadas concreciones. Su origen se remonta a los tiempos en que la superficie de la cordillera de los Andes –que todavía no se había elevado– era el fondo del mar. En esas profundidades subacuáticas se generaban campos magnéticos que atraían partículas de óxido de hierro. Esas partículas se agrupaban, formando esferas que moldeaban las corrientes de agua. A su vez, las esferas eran tapadas por sucesivas capas de sedimento y, si nada inesperado hubiese ocurrido, hubieran permanecido aprisionadas dentro de otra roca hasta la eternidad. Pero cuando la placa de Nazca se acercó por debajo del Pacífico hasta chocar con el continente americano, el fondo del mar se levantó y la cordillera surgió sobre las aguas. Entonces los sedimentos submarinos pasaron a ser las rocosas laderas de las montañas que, a lo largo de millones de años, fueron erosionadas por la lluvia y el viento. Así comienzan a quedar al descubierto las extrañas rocas ferrosas, ya que al ser de metal no sufrieron la erosión. Y ahora se las ve a simple vista, con media esfera saliendo de una roca más grande, rodeadas por un círculo que les da forma de sombrero. Cuando la erosión termine su paciente trabajo, llegará el día único y acaso prefijado en que la esfera se desprenderá por fin y caerá con un golpe seco en la superficie de la tierra (hay varias que ya han caído y parecen grandes balas de cañón).

RADIANTE FINAL Por la tarde visitamos el glaciar Perito Moreno, para terminar el viaje bajo un rojo atardecer. De lejos llegaban los ecos de tiroteos y cañonazos de esas guerras secretas que parecen librarse en lo profundo del glaciar cuando el hielo se rompe.

El Perito Moreno estaba radiante, con las puntas de aguja de sus catedrales transparentes chisporroteando por los rayos del sol. La gran muralla blanca traslucía entre unas hendijas sus entrañas azules, mientras su cuerpo combado se perdía viboreando como una lengua de hielo hacia los fondos de un gran valle.

Todo era paz y contemplación, hasta que oímos un tremendo crac y una columna de hielo de 50 metros se desprendió del frente del glaciar, cayó en cámara lenta hacia adelante como un árbol, se hundió completamente en el lago y emergió como un submarino convertida en un témpano que se alejó flotando hasta perderse en la lejanía.

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Tirolesa sobre el nacimiento del río Fitz Roy, para luego seguir caminando en las cercanías del lago Torre.
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