turismo

Domingo, 24 de febrero de 2013

RIO NEGRO. VIAJE POR LA RP1 JUNTO AL GOLFO SAN MATíAS

Un mar de loros

Un recorrido por la Ruta Provincial 1 de Río Negro, que bordea la costa del golfo San Matías y pasa por una serie de balnearios y sitios donde se puede avistar y fotografiar la muy variada fauna marina y costera que la habita. Sobre todo la mayor colonia de loros barranqueros que existe en el mundo, una curiosidad poco conocida de estas playas.

 Por Graciela Cutuli

La Argentina tiene más de 4500 kilómetros de costas, pero solamente algunos cientos de kilómetros de rutas que las bordean “silueteando” su largo trazado. La más extensa de ellas es la Ruta Provincial 1 de Río Negro, que va de Viedma al puerto de San Antonio Este, siguiendo el recorrido de las playas y acantilados a orillas del golfo San Matías. Es una ruta de balnearios y de escenarios naturales, que resulta ideal para combinar avistajes de fauna con tardes de playa. Totaliza unos 200 kilómetros que, durante mucho tiempo, fueron como una fruta prohibida: la ruta no estaba bien mantenida y no se la podía transitar en su totalidad con autos comunes. Pero en la actualidad hay una dotación de vialidad provincial que la mantiene en buen estado, sobre todo luego de tormentas y vientos fuertes, cuando la ruta resulta invadida por la arena en las zonas de médanos que atraviesa. Solamente un tramo está asfaltado, entre Viedma y Lobería. El resto es un camino que alterna ripio y arena, que se puede transitar sin usar autos especialmente preparados.

El recorrido empieza en las afueras de Viedma, donde ya aparecen las primeras sorpresas a la vera misma del camino. Sigue luego por El Cóndor, el segundo balneario de la provincia (el principal es por supuesto Las Grutas, la playa más concurrida del sur argentino) y otros balnearios muy pequeños, que son como secretos para iniciados con sitios de avistajes de fauna en medio de paisajes costeros bellísimos.

Ejemplares juveniles de loros que aún no tienen su nido “hacen tiempo” en los cables junto al faro emblemático de la zona.

FRANCISCANAS Y TONINAS Viedma y Carmen de Patagones fueron en su origen dos barrios de una misma colonia, durante mucho tiempo la más austral del país. En realidad fueron la misma ciudad, fundada dos veces. Una inundación del río Negro sobre su costa sureña obligó a los colonos españoles a ubicarse en la ribera de enfrente, más elevada. Con el tiempo los dos “barrios” se diferenciaron y adquirieron caracteres muy distintos. Viedma se convirtió en capital provincial y es una próspera ciudad que vive de la administración y los servicios públicos. Carmen de Patagones, mientras tanto, conservó la memoria de ambas y tiene un espíritu más rural. En su pequeño centro histórico se pueden ver varios edificios históricos, así como las cuevas en las cuales vivieron los colonos en los primeros tiempos de su instalación en estas tierras. Ambas siguen sin embargo conectadas por puentes y por un servicio regular de lanchas fluviales. Viedma, más particularmente, es una ciudad que vive de cara a su río y decidió aprovecharlo a pleno. La costanera está equipada con espacios verdes, balnearios, muelles y clubes náuticos. Se puede empezar así el viaje para empalmar con la Ruta 1 al salir de la urbanización: en apenas 30 kilómetros se llega a la desembocadura del río en el mar y al balneario El Cóndor. Pero hay que estar atentos en el camino. Aunque la ruta sea muy transitada en verano, es muy común ver por la mañana algunas familias de maras pastando o disfrutando del sol. Bajando de los autos con un poco de precaución, se las puede ver alejarse con pequeños saltitos y esconderse en el monte. También es muy común ver ñandúes en los campos al borde del camino.

El Cóndor está sobre la costa, en la desembocadura del río Negro. Se puede ver inclusive cómo las aguas marrones del río forman un hilo –cada vez más tenue hasta desaparecer por completo– en las aguas azules del mar. En este mundo, donde se encuentran las aguas dulces y las aguas saladas, vive uno de los delfines menos conocidos y menos numerosos del mundo. Es la franciscana una especie endémica de las costas poco profundas del Atlántico Sur, desde la Argentina hasta el sur de Brasil. Se diferencia de las demás especies de delfines por una trompa muy larga. Como vive en las aguas más turbias de la desembocadura no es fácil avistarla, pero hay que intentar los días de poco viento y oleaje, cuando el mar está “planchado”. El acantilado del Faro, adonde la ruta nos lleva luego de conocer el centro de El Cóndor, es un buen apostadero para intentarlo con largavistas. La franciscana no es la única especie de delfín que vive en la zona; también se pueden avistar toninas y muchas especies de aves marinas. Se encuentran asimismo lobos marinos que remontan el río hasta frente a los balnearios y los clubes de las dos ciudades.

Dos loros barranqueros vuelan sobre los acantilados que bordean la costa, típicamente patagónica, en la RP 1.

EL ACANTILADO DE LOS LOROS El Cóndor rebosa de gente y actividades en verano. El resto del año es solamente un tranquilo pueblo costero que vive al ritmo de la naturaleza. En invierno se les da la bienvenida a las ballenas, que llegan cada vez más numerosas a las aguas del golfo, mientras en otoño y primavera las playas ven el paso de las grandes bandadas de aves migratorias que viven el verano en el sur y el invierno en el Hemisferio Norte o en la zona de los trópicos.

El balneario tiene una población propia y servicios para el turismo: hotel, restaurantes y casas de comidas, terreno de camping y hasta un casino. La playa se ensancha o se achica al ritmo de las mareas y está protegida por un acantilado de varios metros. De hecho, todo el primer tramo de la costa es acantilado y la Ruta 1 se conoce también como Ruta de los Acantilados.

El Cóndor tiene una historia muy singular, que merece ser contada. Fue creado por daneses a fines del siglo XIX, cuando un barco de ese origen que navegaba hasta el Pacifico encalló en la costa frente al río Negro. Sus marineros bajaron a tierra en busca de ayuda y se toparon con los únicos colonos de esta zona, que eran también daneses... Uno de los marineros decidió quedarse y casarse con la hija de los colonos y creó el pueblo gracias a su muy prolífica descendencia. En cuanto al nombre, viene del mascarón de proa del buque encallado, que se llamaba Cóndor y representaba el ave andina. Los Kruuse –así se llamaba este marinero pionero– siguen reuniéndose cada año para conmemorar la llegada de su antepasado a la costa rionegrina. Algunos siguen viviendo incluso en El Cóndor.

Gracias a sus extensas playas y a los vientos que soplan a menudo en la región, el balneario se forjó una especialidad en deportes como el carrovelismo, el kite buggy o el kite surfing. Es también un buen pescadero, donde se pueden capturar desde la costa o embarcado tiburones bacota de varios metros de largo.

A pesar de todos estos atractivos, El Cóndor sigue siendo un balneario de alcance muy regional, a diferencia de Las Grutas, que ya atrae a visitantes de todo el país. Sin embargo, es conocido en el mundo entero por ornitólogos y naturalistas, y no es por sus playas, sino por su colonia de loros barranqueros. Se la considera la mayor del mundo, con una estimación de 35.000 nidos activos.

Los loros encontraron el lugar ideal para cavar sus nidos en las rocas sedimentarias blandas del acantilado. La colonia se extiende a lo largo de una quincena de kilómetros. Pero desde las playas del balneario se los puede avistar y pasear al pie mismo de la pared rocosa donde anidan y desde donde vigilan a los seres humanos.

En ciertos momentos del día, cuando salen a comer o regresan a sus nidos en bandadas, forman verdaderas nubes. Son miles y miles, y sus gritos logran incluso cubrir el ruido de las olas.

Los loros barranqueros son comunes en todo el país hasta Comodoro Rivadavia, pero prosperaron más especialmente a lo largo de este tramo del acantilado rionegrino. Tienen una vida social muy desarrollada y compleja; además vuelven siempre al mismo nido, que cavan ellos mismos con sus picos y que limpian de plumas y excrementos varias veces al día.

Se los diferencia de los demás loros comunes en toda la Pampa por su tamaño más grande, sus plumas de cola más largas y sus colores: verde sobre el cuerpo y con alas de puntas azules, rojo y amarillo en el pecho.

Los loros barranqueros están presentes en la costa entre septiembre y el fin del verano. En otoño migran hacia el norte de la región pampeana. Como es la colonia de loros más grande del planeta, vinieron científicos de todo el mundo para estudiarla y en la actualidad un grupo del Instituto Max Planck de Alemania y de biólogos locales está trabajando para concientizar sobre la protección de la colonia e impulsar la creación de una zona natural protegida. El Proyecto Loro Barranquero es fruto del trabajo de Juan F. Masello y Petra Quillfeldt, de la Justus Liebig University de Giessen, en Alemania, y la Wildlife Conservation Society (WCS) de la Argentina, que financia el proyecto de investigación, educación ambiental y ecoturismo.

Porque si bien es numerosa, la colonia está amenazada por los cultivos intensivos que empezaron a darse en esta región de transición entre la Pampa y la Patagonia. Los cultivos atraen a las aves y les proveen comida, ya que la vegetación original que los alimentaba fue desmontada. Pero los productores ven a las aves como una amenaza para estos mismos cultivos, y las persiguen de varias maneras.

Aves en vuelo sobre los acantilados y la playa, la vista más frecuente desde la RP 1.

DESEMBARCOS NAZIS La Ruta 1 deja el centro del balneario para pasar delante del faro. Es el más antiguo de la Patagonia y fue inaugurado en 1887 para guiar a los barcos en la zona de la desembocadura del río Negro. ¡Qué bien le hubiera venido al barco Cóndor! Pero en 1881, cuando encalló, el faro no había sido construido todavía.

Desde el acantilado del faro hay una linda vista sobre el paisaje y los colores de las aguas dulces y marinas que se van mezclando. Es un buen sitio para ver a los loros desde otro ángulo, esta vez desde arriba. Al atardecer, los cables de luz del faro sirven de dormitorio para bandadas de jóvenes loros que no formaron familia todavía ni cavaron su propio nido.

Luego del faro la ruta sigue con asfalto por unos kilómetros más hasta Lobería, el segundo balneario en importancia de esta ruta. Es mucho más chico que El Cóndor y cuenta con un mínimo de servicios, únicamente en verano. Se accede a las playas desde un tajo en el acantilado, por donde pasan también los rieles de un montacargas para llevar y traer sombrillas a la arena.

Si El Cóndor debe su nombre a un barco y no a un ave, Lobería debe su nombre a una de las más importantes colonias de lobos de toda la costa atlántica, que está a poca distancia de las playas. Hay unos 30 kilómetros entre los dos pueblos, pero todavía se siguen viendo loros barranqueros. La colonia de El Cóndor no llega hasta aquí, sino que hay grupos que anidan sobre el acantilado de la zona. Desde ese acantilado hay un mirador para ver la colonia de lobos, con cuidado: la erosión del viento y de las lluvias va gastando la roca del acantilado y provoca desmoronamientos. Le tocó el año pasado sufrir este percance al mirador, que fue hecho a nuevo hace muy poco.

Si no hay mucha gente en la playa se acercan las aves marinas, algo que no ocurre en El Cóndor, donde la presión humana es mucho mayor.

La ruta sigue, ya sin asfalto, bordeando el mar para llegar a Bahía Rosas. Es sólo un punto en el mapa, sin construcciones ni instalaciones. Allí el acantilado cede lugar a una costa baja. Bahía Rosas es un pesquero de buena reputación entre los habitués de la Ruta 1. Es también una gran playa donde se pueden grandes bandadas de aves marinas, sobre todo gaviotines y algunos petreles. En invierno es uno de los mejores sitios de toda la región para ver ballenas desde la costa. Por la profundidad del agua se acercan lo suficiente como para verlas de cerca, un poco como ocurre en El Doradillo, en las afueras de Puerto Madryn.

La parada siguiente en la Ruta 1 es Bahía Creek, que podría definirse como el balneario más pequeño y menos conocido de toda la Argentina. Otra vez la costa tiene acantilados en esta zona, donde el caserío está formado por un puñado de pequeñas casas rudimentarias que se usan sólo en fines de semana o durante el verano. El pueblo está construido al borde de un gran campo de médanos: es allí donde el mantenimiento de la ruta resulta crucial, ya que la arena avanza constantemente y, si no pasaran las máquinas, no se podría transitar con autos comunes. Es muy recomendable informarse sobre el estado de este tramo si se quiere pasar luego de grandes tormentas o cuando hay vientos fuertes, que mueven los médanos y pueden desplazarlos sobre la ruta.

En Bahía Creek, como en Lobería, se accede a la playa por un camino que enfila por una quebrada del acantilado. La playa no es muy concurrida, ni siquiera en pleno verano. Es un lugar por demás tranquilo, donde sin embargo se cuentan todavía historias de desembarcos nazis que supuestamente ocurrieron luego del final de la Segunda Guerra Mundial. Se dice que se veían sombras en el agua, que podrían haber sido submarinos que traían criminales de guerra que se escapaban de Europa. ¿Mito o verdad? Lo cierto es que aparecieron chapas marcadas con la esvástica en un campo de la región. Se las puede ver en el pequeño museo del refugio de vida silvestre El Jagüel, en las afueras de Las Grutas.

La Ruta 1 no llega hasta allí, pero sí bastante cerca, hasta San Antonio Este. En su último tramo (Bahía Creek está más o menos a mitad de camino) la ruta se aleja un par de veces de la costa, sobre todo para contornear la Caleta de los Loros, una reserva natural con numerosas aves. Finalmente el camino de ripio se topa con la ruta asfaltada que une el puerto de San Antonio Este con la ciudad de San Antonio Oeste. Ambos están sobre las dos puntas que encierran la bahía de San Antonio. Al oeste la ciudad, al este el puerto. En línea recta son muy cerca, pero hay que hacer un desvío de más de 50 kilómetros para bordear toda la bahía y llegar de uno a otro. Antes de finalizar frente a las instalaciones portuarias, la Ruta 1 pasa a lo largo de playas cubiertas por caracoles, que se fueron acumulando a lo largo de millones de años. Estos lugares sirven de refugio y de parada a las aves migratorias en otoño y primavera. Luego de San Antonio, el viaje puede seguir hasta Las Grutas y más al sur hasta Playas Doradas, para terminar de conocer todos los balnearios de Río Negro. Es un recorrido que se hace por la RN 3, que desgraciadamente no tiene el mismo encanto ni ofrece vistas tan hermosas como la Ruta 1.

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Atardecer sobre el acantilado y la playa en una de las rutas más hermosas de la Argentina.
Imagen: Mauricio Failla-WCS
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