turismo

Domingo, 24 de marzo de 2013

LEGADO ABORIGEN EN IGLESIAS COLONIALES

Cimientos originarios

Uno de los circuitos clásicos de Semana Santa es el recorrido por los templos del microcentro cordobés, cuyos muros guardan vestigios de los aborígenes que ayudaron a levantar esas iglesias y conventos de los siglos XVI y XVII. Retablos, fachadas, esculturas e historias de vida resucitan en la Córdoba de las Campanas.

 Por Cristian Walter Celis

fotos de Cristian Walter Celis

La Córdoba de las Campanas abarca numerosos edificios religiosos coloniales que atraen visitantes en Semana Santa.

El reloj de la Catedral hace sonar las campanas, atrayendo la mirada a las torres del templo, construido tres veces entre los siglos XVI y XVIII. En una de las esquinas de las torres llama la atención un angelito en color ocre. Tiene una trompeta y alas, pero está ataviado con un vestido de plumas y en su rostro se evidencian rasgos aborígenes. En total, hay ocho angelitos músicos en las dos torres de estilo barroco colonial. Si bien esas figuras constituyen una huella del trabajo de los nativos en los templos, no es la única.

Altares, fachadas, retablos, esculturas e historias de vida se mezclan en este paseo que tiene como protagonistas a la Catedral y a las iglesias de Santa Teresa, Santa Catalina de Siena y la Compañía de Jesús. Templos de los siglos XVI, XVII y XIX que miran hacia el Este simbolizando a Cristo, “el sol del mundo”. Cada Semana Santa, esa argamasa de tradición y muros de calicanto constituye la Córdoba de las Campanas.

UN ALTAR AL TRABAJO INDÍGENALa Catedral de Córdoba tardó dos siglos en terminarse. Su obra comenzó hacia 1574. Por entonces, según dice Rafael Garzón en Córdoba viva, las autoridades pidieron colaboración a los vecinos para levantar el templo mayor, quienes decidieron “aportar” un indio y limosnas para los materiales. El edificio fue erigido por aborígenes y esta “colaboración” se repitió en varias oportunidades.

La iglesia de la Compañía de Jesús, que tuvo una labor relevante durante su permanencia en tierra cordobesa.

En la colonia era común que los indígenas ayudaran en la construcción de las iglesias. Dalmacio Sobrón cuenta en El arte como trascendencia que en 1634 el jesuita Muzio Vitelleschi le advertía en una carta a otro sacerdote que “se moderasen las iglesias de las reducciones concebidas grandes y costosas, y de mucho trabajo para los pobres indios”.

El actual edificio es el tercero que se hizo, tras derrumbes en los que fallecieron clérigos y fieles. En él confluyen el barroco español de las torres y las cúpulas; el arábigo de las ventanas; el románico español de las torrecillas; el barroco colonial y el neoclásico del frente. En la obra se destaca la labor de los arquitectos José González Merguete, el jesuita Andrés Bianchi y el franciscano Vicente Muñoz. En el interior, al mirar hacia el techo, se ven los frescos que Emilio Caraffa pintó en 1914. Dicen que los rostros de esas pinturas son los de la clase alta cordobesa de la época. En la decoración, predomina el dorado.

CON ADN JURI A pocos metros de la Catedral aparecen dos templos ligados a la sangre aborigen. Ambos fueron construidos por los Tejeda, familia emblemática del pasado religioso local. Hacia la izquierda está el monasterio de San José de las Carmelitas Descalzas y la iglesia de Santa Teresa de Jesús (1628), levantados por Juan de Tejeda. Junto a él se ve el Museo de Arte Religioso, una oportunidad para conocer el arte de los virreinatos del Perú y del Río de la Plata. “Hay piezas de las Escuelas Cuzqueñas y de la Misiones Guaraníticas como pinturas, talla en retablos, esculturas de ángeles y alfarería de los siglos XVII y XVIII. También estimamos que en la primera parte de la construcción de la casa de Tejeda ha intervenido mano de obra indígena local, de las encomiendas que le fueron otorgadas”, dice la profesora Fabiana Palacios. El Museo posee 12 salas y más de 400 piezas entre pinturas, imaginería, platería, mobiliario, textiles y objetos devocionales.

Hacia la derecha de la Catedral, el Pasaje Santa Catalina conduce a la iglesia y convento de Santa Catalina de Siena, creado por Leonor de Tejeda. Fue el primer convento de clausura de Argentina (1613). El monasterio, de fachada barroca, alberga más de 200 obras de arte y tapices del siglo XVII, donados por las novicias. Al lado está la iglesia de Santa Catalina (1890), de estilo neoclásico. Parte del templo colonial se aprecia desde el noviciado.

¿Pero cuál es el legado aborigen entre tantos santos y monjas de clausura? Parece curioso, pero en el punto de partida de esas iglesias hubo una indígena. Es que la abuela materna de Juan y Leonor de Tejeda, fundadores de estos templos, era nativa de los pueblos juríes, originarios de Santiago del Estero. “Esta mujer dejó un testamento que aún hoy puede consultarse en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba: legajo XIII, foja 2542, del 23 de septiembre de 1600. Era conocida por su nombre en español: María Mancho”, cuenta el guía de turismo Ariel Bustos, del servicio de visitas guiadas Pataparreando.

Dicen que María casi no hablaba castellano, sólo quechua y el jurí natal. Una curiosidad de esta historia ligada a la iglesia y convento de Santa Catalina es que su fundadora, Leonor de Tejeda, determinó que las niñas que aspiraban ingresar como novicias no debían tener sangre aborigen, aunque ella era nieta de una indígena.

FE EN LOS NATIVOS La Compañía de Jesús es el templo más antiguo del país, pero bien podría comparárselo con un museo de arte colonial. Fue construido entre 1640 y 1676 por jesuitas y aborígenes. Afuera, su estilo románico muestra austeros muros de piedra partida. Adentro, impactan su decoración y esculturas, de impronta barroca.

Detalle de uno de los angelitos músicos de rasgos aborígenes en las torres de la Catedral cordobesa.

Dalmacio Sobrón escribió que cuando llegaron los jesuitas a la Docta, en 1599, la aldea contaba con 40 vecinos encomenderos de indígenas y más de 6000 aborígenes. Los nativos eran libres pero debían darle tributo al rey con su trabajo (encomienda). Sin embargo, el abuso por parte de los españoles era notorio: desde un comienzo, los jesuitas se opusieron a ese maltrato y la orden, además de evangelizar, se dedicó a enseñarles a los aborígenes. Esa actitud fue rechazada por la población local, que dejó de darles limosnas a los religiosos para su subsistencia. Sin embargo, con el tiempo, los jesuitas lograron que los nativos recibieran una paga por su labor.

Actualmente, ese vínculo entre la orden y los aborígenes se sigue recordando al ver la bóveda del templo, ideada por Felipe Lemer. Su forma se asemeja a la quilla de un barco invertido. Cuentan que como en Córdoba no había maderos capaces de soportar la estructura, los troncos de cedro llegaron desde las Misiones Jesuíticas del Paraguay. Los nativos trasladaron los maderos por río y miles de leguas. Todo el interior impacta por el trabajo artesanal. Las luces tenues, el silencio y alguno que otro rezo en voz baja generan un clima de absoluta calma, que combina con las primeras señales del otoño cordobés.

Otro sector interesante es la capilla de Lourdes, a la derecha del templo, que en sus orígenes fue la Capilla de los Naturales, destinada a los aborígenes y esclavos africanos. Ariel Bustos comenta que en esa capilla funcionaba la Cofradía del Niño Jesús. “La cofradía estaba integrada por hombres y mujeres indígenas y mestizos de ese origen étnico –explica el guía–, a ella pertenecía María Mancho. Dos veces a la semana se los instruía en la fe, siendo la catequesis dominical vespertina la más destacada.”

Detrás de la capilla, por Caseros, es ineludible visitar la Capilla Doméstica (1644-1668). Al entrar a su nave de doce por seis metros, la bóveda hipnotiza. Angeles, escudos y guardas con motivos fitomórficos reflejan el estilo del Renacimiento. El tema central de su exagerada decoración es la Virgen. El exquisito retablo –al igual que el de la iglesia de la Compañía de Jesús– fue hecho en la Misiones Jesuíticas del Paraguay en madera dorada y policromada. Hoy es un fiel ejemplo del estilo barroco americano y un testimonio más del trabajo que los pueblos nativos le legaron a la fe de los españoles.

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El techo de la Catedral, con los frescos pintados hace casi un siglo por Emilio Caraffa.
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