turismo

Domingo, 21 de abril de 2013

SANTIAGO DEL ESTERO. RECORRIENDO LOS PUEBLOS DEL CAMINO REAL

Voz de la tierra santiagueña

Viejas postas, cuya historia está ligada al desamparo pero también a la superación permanente, atraen al visitante transformadas en nuevos pueblos turísticos. Con esencia de chacarera, la vida renace en distintos rincones del viejo Camino Real y se festeja en el Patio del Indio Froilán, todo un ejemplo del ser santiagueño.

 Por Pablo Donadio

Fotos de Pablo Donadio

“Incendio de soles en las siestas bravas, preludios de lunas en las noches claras. El huayra acarició tus sienes centenarias, poblando de misterios el mañana. El mayu puso brebaje a tus esteros que alimentó la sangre indiada”, recita Horacio Banegas en “Semblanza a Santiago del Estero”, del disco Alma Maternal (2002) del Dúo Orellana-Lucca. Esas palabras, y la obra de Banegas, son una buena forma de entrar sin prejuicios al atávico mundo santiagueño, hecho de poblados de algarrobo blanco y mistol, de religiosidad, mitos invencibles y lenguas escondidas.

El ingreso a La Banda, ciudad cuna de poetas y cantores, del otro lado del río Dulce.

A LA VERA DEL RIO Una forma obtener esa otra mirada de la provincia es recorrer su antiguo Camino Real, el sendero que supo unir el Alto Perú con el puerto de Buenos Aires. Allí se puede ir sin guía, para ir desmenuzando los distintos atractivos históricos y culturales que le dieron sustento a esa ruta. Un sendero que bordeaba el mítico Mishki Mayu, el río Dulce, inmenso lomo marrón que corre de noroeste a sureste de la provincia: allí se guarda la memoria de los tiempos de esplendor, cuando las postas santiagueñas fueron paradas de caudillos y hombres de pueblo; ejércitos patriotas, chasquis y conquistadores hispanos; arrieros, comerciantes y misioneros, dando vida con el tiempo a distintas capillas, monumentos y espacios hoy consagrados como sitios arqueológicos.

Gracias al impulso de algunas localidades, sus cooperativas y sociedades de fomento, un programa provincial comenzó a poner en valor estos rincones escénicos, tejiendo redes para dar a conocer sus voces quechuas, sus singulares festejos, su arte en el tejido y costumbres ancestrales que se mixturan con lo cristiano. “Hemos avanzado mucho en la mejora de cada localidad, y estamos contentos al ver las repercusiones. Desde principios de 2012 además hicimos varios cursos, como el de alpargatas de Sumamao, que luego fueron vendidas en la Feria Artesanal y Productiva de Upianita”, cuenta Florencia Sily, una de las participantes del programa que desde 2011 generó una mejora social, cultural, educativa, sanitaria y ambiental en cada paraje.

Para iniciar el camino hay que tomar la RN9 hasta el Ashpap Rimainyn (Voz de la tierra), el museo que nació, se organizó y hoy es atendido por los pobladores de San Pedro. Unos 30 kilómetros arriba se llega a Upianita, la feria que cada sábado se vuelve fiesta. Típico patio santiagueño donde se baila hasta el atardecer, allí hay música en vivo y puestos con productos elaborados por los pobladores, donde no faltan pasteles de charqui, chipacos, roscas calientes y cabritos. “Upianita ha insertado en el mercado laboral a decenas de familias, promoviendo la importancia del trabajo familiar y artesanal”, agrega Sily.

Manogasta, viejo pueblo precolombino, sigue paralelo a la ruta pero por tierra, con un curioso algarrobo en el centro del camino y a la altura de la capilla Santa Bárbara, donde aseguran que descansó el General San Martín. La nueva señalética y denominaciones como la de “Sitio Histórico” en varias postas han ordenado el camino desde nuestra última visita, y hecho más simple y accesible el recorrido. A pocos kilómetros está Tuama, escenario actual de trabajos de restauración en su capilla Inmaculada Concepción y en el cementerio, mientras Villa Silípica, un poco más adelante, sorprende por su veneración a la Virgen de Monserrat cuando las “Vivas” –carreras a pie de promesantes en homenaje a sus santos patronos– encabezan las procesiones levantando polvo al sonido de los erkes que allí mismo se fabrican. Atamisqui, Sumamao y Vinará, ya en nuestro regreso a la Capital, son otros buenos ejemplos de postas donde el programa avanza sin pausa para poner en valor la historia.

La Marcha de los Bombos, uno de los encuentros más emblemáticos de Santiago, organizado por el Patio del Indio Froilán.

DESDE EL CENTRO Una premisa local asegura que no se ha estado en Santiago si no se bailan chacareras en el Patio del Indio Froilán. Sede de emblemáticos encuentros como la Marcha de los Bombos, peregrinación de miles de bombistos caminando las calles locales, el predio del luthier suele ser un remanso de lunes a sábado, cuando en su taller las manos curtidas tallan, lustran y laquean el ceibo hasta darle forma de legüero. En esos seis días se preparan los bombos pedidos desde lugares remotos y para artistas de la talla de Mercedes Sosa, Shakira, Peter Gabriel y Lila Downs. En el patio anda José Froilán González, junto al Mini, Carlitos y el resto del equipo de fabricantes, riéndose con los chistes del Flaco Pailos, al calor de la leña y el mate cocido. “¿Otra vez aquí vos? Parece que te ha gustado Santiago, o muy poco trabajar”, dice bromeando Tere Castronovo, la compañera del artesano.

La entrada al patio es libre y gratuita, y los precios de bebidas y comidas son bien populares. Cerca del mediodía y sobre el escenario ungido por apellidos como Guarany, Palavecino o Banegas, se acomodan los músicos que animarán la jornada, de cara a las mesitas donde las familias arman el mate dispuestos a instalarse el día completo, cantando y bailando hasta la medianoche. Niños, jóvenes y adultos bien mayores comparten el placer de la chacarera y la zamba, y haciendo del patio un lugar de encuentro permanente con amigos de otros pagos, mientras el indio sigue dale que dale en su mundo, trabajando la madera. “Parece sencillo, pero un buen bombo lleva su tiempo, por eso hay que darle hasta la medianoche: la madera debe tener cierta edad y estar bien seca, y hay que trabajar en los aros de quebracho que unen el casco de ceibo y los parches de cabra y oveja, fundamentales para la acústica. Después se arman las cinchas, que tensan las partes hasta darles el sonido, al castigo del lapacho, la mejor madera para los palillos. Esas son, hijo, las piezas de un bombo de calidad”, explica. A su lado, unas niñas de trenzas negras coquetean con muchachitos de unos 12 años, y todo parece tan mágico y natural mientras bailan que no hay forma de dejar de mirarlos. Hoy tocan unos jóvenes que andan de gira por Loreto y parten a las termas de Río Hondo al terminar. Esas dos localidades son también pilares de la santiagueñidad, con espectáculos permanentes en la localidad de las reconocidas aguas curativas, mientras Loreto es famosa por sus rosquetes (una especie de donas azucaradas), su Concurso Nacional de Pesca del Dorado y la reciente peña Horus, el nuevo espacio joven para los artistas locales.

A lo lejos, la luna brilla sobre la figura colosal del Puente Carretero, la anaranjada mole de hierro que se eleva sobre el Mishki Mayu, el río que se ha llevado pueblos enteros en sus furiosas crecidas. Al otro lado, ajena al bullicio del patio y a los problemas que sufren los vecinos tras el avance del gobierno sobre sus tierras, La Banda espera con sus poetas y músicos, que siguen el camino de la gran Pocha Ramos y el emblemático Peteco Carabajal. Todo está impregnado de una singular providencia, y el santiagueño bien lo sabe, como afirma Banegas. “Durante un tiempo pasamos hambre en mi familia, pero puedo decir con orgullo que hemos conocido todo el interior de Santiago con mi hermano Coco, cantando en pueblitos con apenas algunos habitantes, simplemente para dar a conocer lo nuestro. Como dice Yupanqui, esta tierra nos ha señalado para nuestro sacrificio y no para nuestra vanidad. Santiago es pena y es sonrisa, y esos sentimientos los cantamos desde siempre”.

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La capillita reconstruida de Villa Silípica, una de las postas del Camino Real santiagueño.
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