turismo

Domingo, 2 de junio de 2013

PERú. DE PUNO A LAS ISLAS DE LOS UROS

Un mundo entre totoras

Aparentemente alejadas en tiempo y espacio de la realidad del continente, un grupo de islas flotantes son la atracción central de los turistas que llegan a Puno, sobre la costa del lago Titicaca. La historia y el presente de su etnia, su organización política y su deslumbrante trabajo de manipulación de los juncos, que los protegen y transportan.

 Por Pablo Donadio

Fotos de Pablo Donadio y Maria Clara Martinez

El vaivén del suelo nos muestra la figura de Iván como al trasluz de una borrachera épica. Lo que se mueve en realidad es Sumatica, su isla flotante, una de las 75 que conforman la comunidad de los uros del Titicaca, el espejo de agua navegable más alto del planeta, que baña y a la vez divide parte de Bolivia y Perú. Allí hay un clima barrial como en cualquier pueblo, con muchos vecinos, un par de escuelas, un hospital, una iglesia y hasta un gran restaurante, donde la trucha se sirve fresca y sabrosa. La única diferencia es que no hay calles. Aquí es el agua la que oficia de conexión entre las islas, distanciadas apenas por metros, como las manzanas de una urbanización cualquiera. Por esas “calles” acuáticas marchan, a lo Venecia, los barcos de pasajeros y las curiosas barcazas locales hechas de totora, como sus islas. Sumatica es un ejemplo de ese entramado del junco que crece en las orillas lejanas del lago, que los uros llaman khili y se renueva semana tras semana debido a la degradación de su capa inferior por el contacto con el agua. Construida por el abuelo de Iván y con unos 50 m2, ahora él es quien la dirige y comparte con otras familias, que se acomodan en sus casitas cerradas también con láminas tejidas de totora, rodeadas por asientos fabricados con esa misma rama enfardada. En los muelles esperan las pintorescas embarcaciones, quizá la muestra más fehaciente de la maestría de estos pobladores para trabajar la planta. Toda una muestra de la superación del hombre y la apropiación ecológica y sustentable del alrededor. Y es que pese a la dimensión turística que han alcanzado, a diferencia de otros destinos que parecen casi un montaje escenográfico para el afuera, los uros son la muestra más cabal de una forma de existir abierta naturalmente a las visitas.

Un grupo de recién llegados escucha de boca de la guía local la historia de las islas.

DESDE PUNO Puno es una linda ciudad, colorida y muy ordenada para la media peruana. Hay indicaciones claras y servicios para pasarla bien con poca plata. En general se llega desde la cercana Juliaca, por ser el aeropuerto más cercano, o desde Copacabana (Bolivia), por el paso fronterizo de Desaguadero, en travesías ascendentes para conocer más el país o simplemente en busca de la mística del lago que, dicen, dio vida al primer inca. Más allá de eso, sus aguas tienen un papel decisivo en la vida cotidiana de la región, y las imágenes previas a la ciudad muestran ya la fertilidad de los suelos donde nacen la papa, la quinoa, el trigo, las habas, las arvejas y otros alimentos encajonados en cuadrículas junto a casitas de techos marrones, la mayoría de adobe y paja. Los mejores sembrados ocupan las porciones más llanas del suelo, inundados tibiamente por las crecientes, pero los cerros son buscados específicamente por humedad y riego para determinados productos: entonces todo parece un huerto enorme y permanente. Al pasar el último cerro la carretera descubre una ciudad desparramada en una bahía del lago como una pintura sublime, encendida por los azules del agua, los naranjas de los techos de tejas y esos verdes relucientes del campo. Como si fuera poco, llegamos para finales del carnaval, y los encuentros de comparsas y clubes en la avenida central vuelven a Puno un gran corso bailable, que celebra a la Virgen de la Candelaria. En la calle Grau, a metros de la peatonal Lima donde todo ocurre, los carnavaleros se ponen en fila y ensayan los pasos finales, mientras amontonan sus instrumentos musicales y ropajes hasta la puerta de entrada del hotel Tierra Viva. Al salir de allí, no bien damos un paso quedamos atrapados por los ritmos que llevan hasta la Plaza de Armas, donde el show se aprecia por la comunidad puneña campesina y urbana, desde las gradas de la iglesia. Si bien la ciudad tiene varios sitios históricos y arquitectónicos para descubrir, como la iglesia de San Juan, el parque Pino o el espacio cultural La Casa del Corregidor, la atracción que ejerce el lago es irresistible.

Para llegar al puerto hay que cruzar Puno por el medio, caminando once cuadras y ladeando la vía del Perú Rail, el tren que conduce a Machu Picchu. Aprovechando las márgenes de la vía se alza el gran mercado de frutos y alimentos callejero, donde las montañas de chuño (papas disecadas) blancas y marrones lo dominan todo, entre millones de frutas y cholitas que a los gritos anuncian ofertas, acompañando el camino de carnavaleros y visitantes lejanos. En el puerto las caras ya no son tan locales, y los grupitos de turistas cotejan precios y chequean las mejores posibilidades para los tours. Y es que las alternativas para conocer el lago y sus comunidades son varias, con salidas de uno y dos días, que además de los uros proponen las comunidades lejanas de las islas Amantani y Taquile. Nuestra visita será la más corta, y constará de la sencilla compra del ticket en el puerto para iniciar una navegación en lancha colectiva durante una media hora. Ese rato nomás alcanza para conocer el carácter del lago en días de viento, cuando sus olas se asemejan más a las de un mar interior que a las de un calmo espejo de agua, y los juncos del canal abierto para ingresar a las islas de los uros se sacuden sin tregua.

Islas, casas y embarcaciones construidas con totora, en las sorprendentes islas del Titicaca.

SOBRE LOS JUNCOS Desde hace unos años, cuando la creciente llegada de turistas les dio la posibilidad de hacerse de unos soles extras más allá de la pesca, almacenando alimentos y adquiriendo ciertos productos modernos (celulares por ejemplo), el pueblo de los uros se reunió en asamblea y decidió abrirse del todo al mundo exterior. Lo primero que hicieron fue establecer otro canal de ingreso limpiando las totoras, e instalando una islita que oficia de administración. “Allí se planifica la rotación para que las lanchas con pasajeros lleguen a todas aquellas islas que lo deseen, porque algunos pobladores no quieren recibir al turismo, y eso se respeta”, cuenta Iván, uno de los líderes nativos. A su isla llegamos un grupo de 20 personas, y nos sentados sobre el colchón de totoras meneantes a escuchar su historia, impactados por la destreza de sus manos para manejar el junco. Por extraño que parezca, esa delgada silueta de las totoras es mucho más que una planta acuática que les sirve para hacer casas, embarcaciones y hasta el propio “suelo”. Es su patrimonio, parte de su esencia cultural. Además de su uso práctico para lo cotidiano, también arman con ella objetos de decoración que venden a los visitantes, como colgantes, réplicas de animales y de sus barcos.

Al otro lado de la isla hay un pequeño jardín con plantas aromáticas y una cocina, ubicada sobre cerámicas para no iniciar un incendio, junto a una pantalla solar con la que adquieren energía. Si hay un rasgo común en las islas, fuera de su construcción, es la presencia de niños y su irrefrenable algarabía, lo que le otorga mucha vida a la comunidad. Además de ir a la escuela, los chicos acompañan a sus padres en las tareas turísticas y navegan el lago con más destreza que los adultos. Más allá de los colores, las vestimentas, las comidas típicas y las construcciones de totora, la organización política es otro aspecto sorprendente de la comunidad. Las medidas que se toman se discuten permanentemente, con representación de un presidente por cada isla, junto al representante general de todas ellas (una especie de intendente que discute en igualdad de condiciones con sus pares de Puno). A su vez cada isla tiene una secretaria, que es la mano derecha del presidente, elegido cada año para ser la voz de las cuatro a ocho familias que viven por isla. En la de Iván son seis los grupos familiares, y hay 22 niños: “Aquí los jóvenes van armando su casita cuando ya dejan de ser niños. Entonces el varón trae a la mujer de otra isla, a la que seguro ha conocido en épocas de fiestas o matrimonios. Ahí comienza todo: se baila, se canta, y si después nos gustamos, se empieza el romance y los paseos en barco...”, cuenta.

Cocina, jardín con aromáticas y una pantalla solar: islas con esencia antigua y modernidad.

LA ISLA MISTICA Una propuesta clásica, para no seguir en la lancha que nos trajo, es visitar una de las primeras islas que se armaron, donde hay un restaurante y pequeñas casitas para hospedarse. Para esa travesía se reserva el famoso Mercedes Benz, un gran bote de totora con capacidad para 20 personas, perfecto para “el paseo de enamorados”, dice con picardía la secretaria del presidente, que le sonríe una y otra vez. Antes de salir, las madres que se quedan tejiendo y ordenando saludan a los visitantes con cantos en varias lenguas (aymara, quechua, español, inglés, chino e italiano), aprendidos de tantas visitas de extranjeros. En ese instante, uno de los changuitos locales salta de la isla al bote y se transforma en guía, indicando con autoridad al capitán por dónde ir. La isla que visitamos es muy buscada por los turistas que desean pasar la noche, y su proveeduría de alimentos sirve a otras islas también para las compras más simples. “Así como el hombre y todas las cosas tienen energía femenina y masculina, la Tierra no es ajeno a esto. Su polo masculino irradia desde las cumbres de los Himalayas, y su polo femenino emerge y fluye desde este lago sagrado. Sus aguas cristalinas son el cielo de ciudades intraterrenas, de puertas secretas a túneles que lo comunican con otras ciudades sagradas como el Cusco, y sus espumas dieron a luz a los primeros fundadores (Manco Capac y Mama Ocllo) de la cultura inca. Hoy es la fuente que vierte la energía femenina, desde las entrañas mismas de la madre Tierra”, afirma Sebastián Bustos, un argentino estudioso del folclore regional y la cultura inca, que ha visitado el lago en otras oportunidades. Nosotros pensamos que pasar la noche allí y compartir más experiencias con sus pobladores es una cuenta pendiente para la próxima visita: si su vida en las islas nos sorprende tanto, cuánto más la historia que relata la forma en que vivían los primeros uros sobre los propios barcos, antes de afincarse y crear sus fantásticas islas flotantes.

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Uno de los líderes de la comunidad y los clubes, que llegan en cada carnaval a alegrar el pueblo del Titicaca.
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