turismo

Domingo, 7 de julio de 2013

CATAMARCA. AL TRANCO DE LA RN40

De incas, valles y telares

Belén y Londres son la referencia catamarqueña de la Región Oeste para la famosa ruta que recorre el país de punta a punta, plagada de pueblitos desperdigados en la montaña, evocados en los relatos históricos y canciones folclóricas. La primera es cuna del poncho y tierra de los gaznates; la otra, la segunda ciudad más antigua de nuestro territorio, poseedora de un importante sitio incaico.

 Por Pablo Donadio

Fotos de Pablo Donadio

“Pasaré... por Hualfín, me voy a Corral Quemado. A lo de Marcelino Ríos, para corpacharme con vino morado”, reza la “Zamba de los Mineros”, de Jaime Dávalos, describiendo parte del recorrido que por estos pagos trazan el asfalto, la tierra y el ripio de la RN40. Ese “corpachar” mencionado representa el acto de “dar de comer” a la madre tierra, acaso como retribución por tanta naturaleza convertida en riqueza por el hombre, perceptible e intacta en estas localidades ubicadas a la vera de una ruta que las desnuda. Referencia turística destacada, Belén es la ciudad donde los telares se integran a las casas como el patio o la cocina. Y cerquita, Londres saca a relucir su pergamino de segunda ciudad más antigua del país, donde también descansan las ruinas incas del Shincal.

El cartel indica la cercanía con los dos poblados catamarqueños, ubicados en estos valles.

LA OTRA LONDRES Aquí no reina la moda occidental ni los turistas se rinden ante la exuberancia del Támesis, aunque esta Londres tiene sus motivos para ser visitada. Primera localidad fundada por la colonia española en la provincia, y segunda en el actual territorio argentino (luego de Santiago del Estero), “Londres de la Nueva Inglaterra” nació como un apéndice de aquella ciudad natal de María Tudor, esposa del rey Felipe II de España, con quien el monarca se casó en 1553. Por esas cosas curiosas del colonialismo, cinco años después la reina obtendría una réplica de su tierra en este vasto y desconocido mundo situado al otro lado del Atlántico. “La otra Inglaterra... qué culiados”, dice en inconfundible cordobés José Fossat, eximio reportero gráfico nacional, mientras mira con asombro las paredes de adobe y el monumento a Juan Pérez de Zurita, su primer fundador. Su lente inspecciona la placa como si quisiera situarse cinco siglos atrás, antes de disparar su cámara ante la iglesia consagrada a la Inmaculada Concepción. Cuentan aquí que la ciudad tuvo cuatro refundaciones posteriores, alguna en actuales territorios de provincias vecinas. Pese a ello, mantiene desde siempre la vigencia de dos cuestiones incluso anteriores a la Colonia. Una de ellas es la maestría de sus telares, que ha colocado al pueblo y al municipio como productor destacado en tejidos, y destacada a nivel cultural por esa tarea manual, que lleva tanto conocimiento como intensa dedicación. En muchos hogares aún se encuentran telares familiares donde se tejen bellísimos ponchos, pullos, mantas, caminos y otras prendas de lana de oveja o alpaca. El otro punto fuerte y relacionado con su historia tiene que ver con la preservación de las ruinas del Shincal, el mayor vestigio inca en suelo argentino. Ubicada a 15 kilómetros de la ciudad de Belén, cabecera del departamento homónimo, y a 1558 msnm, la urbanización de Londres ha ido creciendo a la par del trazado vial, como ocurrió en muchos pueblitos de esta ruta, desarrollando comercios de paso para el viajero, algunos hospedajes y puestos con regionales como aceitunas, salamines y quesos, para deleite de quien anda de paso. Asimismo, la ruta convertida en calle corriente una vez ingresada al pueblo es la que une los sectores sur o “de abajo”, donde reluce su plaza y la Iglesia de San Juan Bautista, y el norte o “de arriba”, coronado también por una plaza y la iglesia blanca. Su andar viboreante cruza también el río Quimivil, que como todo cauce de montaña puede parecer un arroyito triste en invierno, pero correr con furia desatada en verano, sirviendo las acequias que riegan algunos campos del valle. Ese espectáculo se ve no bien se pasa el río, cuando comienza el desparramo del pueblo sobre las laderas más provechosas y “no urbanas”, donde algunos campesinos trabajan los frutales, elevando a Londres también como Capital regional de la Nuez. Silenciosa y discreta, ideal para siestas otoñales, sus paisajes en rojo y verde atestiguan un clima menos cruel que el de otras ciudades vecinas, donde apenas la uva y la aceituna pueden con su aridez. En la esquina de la plaza norte, un cartel indica el sendero de llegada a las ruinas incas, donde se inician las 23 hectáreas de su reserva. Si bien algunos aseguran que el lugar es diaguita y no inca, la guía del Museo Arqueológico donde se exhiben vasijas, puntas de flechas, urnas, utensilios y herramientas, no lo duda, y así lo hace saber. “Aquí se puede caminar durante horas, pero si están de paso les recomiendo visitar la plataforma oriental, así ven el dominio inca que se establecía sobre el valle”, nos propone. Caminamos con Fossat unos 20 minutos por un sendero guiado, rodeados por más de setenta recintos poco perceptibles entre la vegetación del monte, pero que denotan su estratégica ubicación. Ya sobre el cerro ceremonial, uno puede imaginar aquellas celebraciones como la del Inti Raymi, la fiesta del sol inca que hoy sigue conmemorándose en el mes de junio, y que indicaba la mitad del año así como el mítico origen del Inca.

La blanca fachada de la Iglesia Inmaculada Concepción, en la plaza central de Londres.

CUNA DEL PONCHO Quince kilómetros al norte se llega a Belén, reconocida por la calidad, y tiempo atrás, la cantidad de ponchos que surgían de sus patios de adobe, donde se montaban telares de madera como un elemento más de la casa. Así como ocurre con ciertos modismos familiares o con las recetas de los abuelos, el oficio se trasmitía de padres a niños, por lo que todo el mundo sabía tejer. En los últimos años ese saber se ha recuperado en parte, revalorizado como patrimonio, aunque sólo los viejitos atesoran algunos secretos que temen que mueran con ellos. Lo bueno es que todavía es posible visitar a algunos artesanos en sus propias casas, donde la cocina, el patio o el living mutan a talleres, según sea la necesidad. Allí, además de oírse buen folclore y saborearse mates exquisitos, se elaboran ponchos y también mantas, caminitos y cuanta cosa permita la lana. Además, algunos enseñan el arte en el telar, el misterio de los distintos entramados y grosores, se aprende sobre calidades y teñidos naturales. Toda Belén está enmarcada por las montañas y sus paisajes serranos son más verdes que otros sitios. Llamada así en honor a la Virgen de Belén, continúa su fuerte impronta religiosa con distintos templos cristianos levantados con adobe, paja y madera, a los que acuden diariamente gran parte de sus habitantes. Atravesando la plaza central, epicentro del encuentro juvenil de las escuelas cercanas, llegamos a la Biblioteca Popular Obispo Esquiú, donde Sergio Moreno nos muestra el acta de fundación del lugar, y tesoros literarios del pago como los que evocan al poeta, ensayista, historiador y filósofo Luis Leopoldo Franco. Allí algunos viejos escritos a pluma, en tiempos de Internet y redes sociales, parecen un patrimonio casi arqueológico que se resguarda con amor incondicional. Bajamos las escaleras de la biblioteca y estamos ya sobre el camino que lleva a la cima del cerro donde comienza un Vía Crucis hasta llegar a los 200 metros. Ese mismo sendero lleva al enorme mirador donde se ubica el monumento a la Virgen, y donde se ve íntegramente el valle, rendido ante su imagen de 17 metros. Por sus ricos suelos, en Belén sobresale también la producción de vinos, y de otro producto considerado un atractivo turístico, que si bien es un talento catamarqueño en general, después de saborearlo puede ser considerado bien belenisto, en particular: los gaznates. Maestros en la preparación y la posterior presentación, los pasteleros dejan impecable la masa anisada, unida por los extremos opuestos y rellena de dulce de leche, hasta que se deshace en los paladares extasiados de todo viajero. Para el final, la visita recomendable es el Museo Provincial Cóndor Huasi, interesante por la colección de objetos de cerámica de los cuatro períodos de las culturas diaguitas, parte de lo recogido en sus múltiples yacimientos arqueológicos en inmediaciones de la cuenca del río Belén. Desde ese cauce, dejando atrás el valle belenisto y tomando nuevamente la 40, los paisajes alternan rojos de montaña con grises de arenas, enmarcadas por la Cuesta de Belén, antes de entrar en los colosales Valles Calchaquíes, donde otra historia (¿otra?) comienza.

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La escalinata en roca inca de la plataforma oriental, uno de los sitios de vigilancia en el pucará de Shincal.
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