turismo

Domingo, 14 de julio de 2013

TUCUMáN. DE SAN MIGUEL A FAMAILLá

Historia con sabor

Un paseo por el centro de Tucumán, ciudad histórica cuyo patrimonio cultural se concentra en torno de su plaza central y la Casa de la Independencia, para luego salir entre plantaciones de caña de azúcar rumbo a Famaillá, la localidad donde cada año la Fiesta Nacional de la Empanada invita a probar los mejores sabores de la provincia.

 Por Graciela Cutuli

Tucumán es una ciudad de “doble vida”, una diurna que remite a los monumentos y la historia de la ciudad –asociada para siempre a los días de la Independencia– y otra nocturna cuyas horas, lejos de ser tranquilas, son de pura salida y animación. El centro patrimonial de San Miguel se concentra en torno de la plaza Independencia, donde la Estatua de la Libertad esculpida por Lola Mora se levanta en medio de los lapachos y laureles que convierten el paisaje en una gloria urbana durante la primavera. Sin olvidar la doble hilera de naranjos que, instalados hace un siglo y medio, ponen en el aire el perfume y color típicos de la deliciosas naranjas tucumanas. Está claro que ésta es tierra de cítricos, y sin duda ningún guía dejará de recordar que Tucumán es líder mundial en exportación de limones. En todo caso, ese dato se podría adivinar recorriendo las rutas provinciales, donde los limoneros y las cañas de azúcar parecen alternar por igual acidez y dulzura.

Sobre la plaza Independencia se levanta la Casa de Gobierno, rodeada de muchas otras mansiones y edificios significativos, desde el Museo Casa Padilla (donde se puede ver la colección de arte decorativo que perteneció a la familia propietaria) hasta la Caja Popular de Ahorros de la Provincia, gran promotora de la actividad de los ingenios azucareros. También el ex cine Plaza; el tradicional Jockey Club con sus tres pisos de líneas francesas; el ex hotel Plaza; la Casa Helguera, con un patio interior de espléndidas mayólicas y jardines, o el Museo Histórico Avellaneda, conocido como “la casa de las cien puertas”... un número abundante y preciso que, curiosamente, se correspondía con la total ausencia de ventanas. Este museo es uno de los pocos que se conserva prácticamente intacto, con una serie de salas dedicadas a exponer en documentos, imágenes y monedas la historia de la provincia. Aquí hay también una colección de carbonillas realizadas por Lola Mora.

Las cúpulas de la Catedral, uno de los edificios distintivos del área histórica.

CATEDRAL Y CASA HISTORICA Una mirada circular sobre la plaza Independencia alcanza para recorrer también las siluetas principales del patrimonio religioso tucumano. Empezando por la iglesia y convento de San Francisco, que fuera recibido por los franciscanos tras la expulsión de los jesuitas y donde se alojaron varios de los congresales de 1816. Su larga historia le valió también sucesivas reformas, que terminaron por darle el carácter ecléctico que surge de la combinación de elementos barrocos y neoclásicos. El convento –que forma parte de la llamada “manzana de los franciscanos”– es un capítulo aparte, con grandes altares dorados a la hoja: desde aquí salía además una serie de túneles que conectaban con distintas zonas de la ciudad.

Por su parte, la iglesia de la Merced o parroquia de la Victoria fue la tercera establecida en Tucumán, y pasó de ser una humilde capilla al elegante edificio de colorida cúpula que se ve hoy: en realidad, esta construcción es de 1950 y se levantó sobre el lugar de la iglesia original, donde en el siglo XIX Nuestra Señora de la Merced fue declarada patrona del Ejército del Norte comandado por Manuel Belgrano. Los episodios de aquellos años de las guerras de la Independencia están retratados en los frescos del interior, realizados por Giuseppe Bercetti un siglo después de la batalla de Tucumán.

La Catedral cierra, finalmente, lo principal del circuito religioso céntrico. Además de sus imágenes religiosas, conserva objetos históricos como el reloj que perteneció al Cabildo de Tucumán, placas conmemorativas de la obra del obispo Colombres –el fundador de la industria azucarera local– y el famoso Cristo que alguna vez pareció llorar, hasta que finalmente se supo que el “milagro” se debía a la exudación de sustancias propias de la madera, que salían de los ojos de la escultura.

La recorrida del centro histórico tucumano merece mucho más tiempo, pero si no lo hay, el primer y tal vez único lugar por donde no se puede dejar de pasar es la famosa Casa Histórica de la Independencia, que ocupa un lugar central en el imaginario histórico argentino, y acompaña la vida diaria desde el reverso de las monedas de 50 centavos. Esta casa, que no escapó a la trabajosa historia que acompaña a nuestros edificios históricos, fue el escenario de la jura de la Independencia: lo que se ve hoy es en realidad una reconstrucción de mediados del siglo XX, pero sus salas ofrecen un verdadero viaje al pasado y una evocación auténtica de los acontecimientos de 1816. Aquí funciona el Museo de la Independencia, y en sus patios y jardines se realiza un atractivo espectáculo de luz y sonido.

En las manos de Estela Pachado, empanadas tucumanas campeonas en sabor artesanal.

HACIA FAMAILLA Apenas un ratito hace falta para dejar la capital y enfilar, entre paisajes jalonados de caña de azúcar que remiten a lo más propio del campo tucumano, hacia la cercana Famaillá. La ciudad, rodeada también de plantaciones de palta, pimiento y arándanos, está ubicada a orillas del río del mismo nombre, un afluente del Balderrama, y es el punto de partida para recorrer el circuito sur de la provincia. Pero quien pase por aquí sobre todo la identificará antes que nada con la empanada, ese pastelito de carne que tiene un lugar de privilegio en la mesa argentina y que cada provincia se empeña en defender con su “denominación de origen”, a fuerza de ingredientes particulares y “secretitos” para la masa.

Decir Famaillá es hablar de la Fiesta Nacional de la Empanada, el multitudinario evento que se organiza todos los años en septiembre, y de donde sale la campeona nacional que dará que hablar –y comer– a los vecinos y turistas durante todo el año. Lo que no siempre se ve es el esfuerzo que hay detrás de la fiesta y de cada una de las “empanaderas” que se presenta, con su técnica, su receta y esa “mano” especial que no hay libro de cocina que pueda transmitir. Estela Pachado, que tiene su patio de empanadas sobre la Ruta 38, es una de ellas, y tal vez una de las más conocidas, porque su cara sonriente y su promesa de sabrosas empanadas tientan desde los carteles a los transeúntes y automovilistas. El suyo es un emprendimiento familiar que creció con los años a fuerza de espíritu emprendedor, tan fuerte que la llevó de vender algunas pocas docenas en fiestas patronales y populares a las 500 empanadas que pueden salir de aquí cualquier día común.

Estela es catamarqueña, pero vive en Famaillá hace 36 años, y lo cuenta en una charla en que cada recuerdo la emociona, entremezclado con palabras quechuas que heredó de su madre y su abuela. En su emplazamiento actual está desde abril del año 2000, cuando empezó la venta de empanadas con una inversión en tres kilos de carne, sin luz y con una conservadora casera. Los comienzos –cuenta– no parecían muy prometedores: apenas ocho empanadas en dos semanas. Hasta que un grupo de visitadores médicos de Tafí y Yerbabuena, a los que recuerda casi como ángeles salvadores, volviendo de Catamarca, se pararon en su puesto, probaron y empezaron el fenómeno “boca a boca” que dura hasta hoy. Desde entonces Estela –cuyo patio incluye un monumento a la empanada realizado por su hijo, Miguel Angel Nazar, aficionado a la escultura en madera y ahora en proceso de tallar a Atahualpa Yupanqui a caballo por el Tafí– es la famaillense más emblemática para los visitantes de paso, consagrada subcampeona nacional en la famosa fiesta (donde perdió el primer puesto por apenas un voto) y cocinera cuidadosa de cada detalle. Para comprobarlo, hay que probarlo: basta con llegar a los alrededores y consultar “por lo de Estela Pachado” para llegar a destino. Y allí disfrutar, sin hacer caso del consejo de Estela, que confiesa que al cocinar “uno siempre pellizca algo, pero hay que tratar de hacer dieta”.

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Frente a la Plaza Independencia, Mercedes Sosa, eterna, evoca la música tucumana.
 
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