turismo

Domingo, 20 de octubre de 2013

SANTA CRUZ. A CABALLO EN EL CALAFATE

Veinte años después

La historia de Gustavo, un pionero que llegó hace más de veinte años a las orillas del lago Argentino y se quedó para siempre. Allí fundó un centro ecuestre y levanta casas ecológicas, entre una cabalgata y otra por las desiertas estepas santacruceñas.

 Por Graciela Cutuli

Hace algo más de veinte años, El Calafate todavía conservaba el aspecto de un pueblito de pioneros, con un puñado de casas al borde de una única calle plantada con pequeños pinos que le peleaban al viento y al frío para crecer. Pocas casas, poca gente y todavía muy pocos turistas acudían a ese lejano confín de la Patagonia para ver los glaciares. Sin embargo, ya eran suficientes como para que existieran algunas excursiones, un bote sobre el lago y algunos hoteles, como el Mirador del Lago, que acababa de abrir.

Fueron sólo veinte años: un tiempo que puede cambiarlo todo, como enseñó la novela de Alejandro Dumas. Sólo veinte años, pero pudieran haber sido cincuenta o cien, tan grande fue la transformación de El Calafate. Los pinos crecieron y forman una hilera majestuosa a lo largo de la avenida principal, bordeada de negocios y de agencias de turismo. Los hoteles brotaron de la tierra como champiñones: las opciones de alojamiento se cuentan por decenas y cada temporada aporta su novedad. Todo cambió y está lejos el ambiente pionero que perduraba aún al comienzo de los años ’90. Hoy la villa es un moderno centro turístico que despacha un flujo ininterrumpido de visitantes hacia excursiones cada vez más diversas.

Veinte años después, sin embargo, hay algo que no se transformó demasiado. Es la silueta de Gustavo Holzmann, a caballo por las orillas del lago Argentino. Gustavo está aquí desde hace más de dos décadas, establecido desde los tiempos en que sólo venían los privilegiados o los aventureros. Llegó por una de esas vueltas de la vida, no se fue más y se convirtió en uno de los personajes de la villa.

Gustavo junto a uno de los caballos con los que organiza salidas en la región de El Calafate.

EL CALAFATE A CABALLO “Llegué para encargarme de una empresa de insumos para la construcción. La empresa cerró y decidí quedarme, para cambiar de vida y no sufrir más el estrés y los problemas de salud que ocasiona. No fue siempre fácil y los primeros años fueron muy duros, pero este nuevo estilo de vida, en contacto con la naturaleza y los caballos, era lo que necesitaba, sin enfermarme nunca más”, cuenta Gustavo. El cambio desde San Isidro fue sin lugar a duda muy intenso para este hijo de inmigrantes húngaros que había pensado su vida en la administración de empresas.

Conservó de esta “vida anterior”, como se la podría llamar, un espíritu emprendedor y las ganas de abrir nuevos caminos. Fue el primero en organizar cabalgatas en El Calafate. Hoy en su centro ecuestre no sólo organiza salidas sino también clases de equitación para los chicos de la villa, partidos de pato, sesiones de equinoterapia y concursos de saltos y eventos ecuestres varias veces al año.

Su rancho es hoy toda una institución en El Calafate. Hace algunos años, todavía estaba afuera del núcleo urbanizado. Pero el pueblo creció tanto que desbordó hacia esa zona y el centro ecuestre está hoy entre las casas, al borde de la ruta que va hacia la Península Magallanes y el puerto de Punta Bandera, donde están las pasarelas para ver el Glaciar Perito Moreno y de donde salen las excursiones lacustres.

Gustavo Holzmann cuenta: “Hoy tengo unos 150 caballos y somos varios en guiar las salidas. A veces en temporada baja no sale ninguna, pero en temporada alta salimos dos veces al día para las cabalgatas cortas: por la mañana y por la tarde. Son dos horas por la estepa y por los alrededores de la villa, para tener lindos panoramas desde lugares adonde no se llega por ruta habitualmente”. Las salidas largas duran el doble, cuatro horas, y se sale a las 11 para hacer un recorrido más largo y parar a comer una vianda en el camino. Gustavo también organiza expediciones más grandes, a pedido de sus clientes, o cruces de los Andes hacia Chile y el Parque Torres del Paine.

“Los clientes que vienen para estas grandes salidas, que pueden durar una semana o más, son principalmente extranjeros –sigue contando–. Hace poco tuve un grupo de franceses que querían recorrer la estepa y perderse allí sin cruzarse con nadie. Creo que apenas visitaron el glaciar, buscaban más bien otra experiencia. Entre ellos había una señora de 80 años. Hizo toda la salida junto a sus amigos y se quedaron maravillados con las extensiones desiertas que tenemos. Como siempre en estas salidas, dormimos en carpa y comimos alrededor de fogones por la noche.” A pesar del gran desarrollo turístico de El Calafate, esta vida de pionero todavía se puede experimentar, aunque no tan radicalmente como lo tenía que hacer Gustavo en sus primeros años de calafateño, cuando debía salir de cacería varios días en las mesetas, en pleno invierno, para poder comer.

Gustavo Holzmann y un bloque de “ladribosta”, materia prima de sus casas sustentables.

LA CASA DE LADRIBOSTA De citadino a baqueano, la transformación fue completa para Holzmann, que ahora no dejaría El Calafate por nada en el mundo, y ni hablar de volver un día a San Isidro o a Buenos Aires... “Al principio no sabía nada de caballos. Tuve que aprender todo desde cero y hasta a colocar herraduras”, sigue recordando, sentado sobre el banco de material y revoque de la extraña casita redonda que levantó él mismo en medio de su centro ecuestre.

Podría ser una yurta mongol, un tipi de material, una cabaña rescatada del San Francisco del flower power de los años ’60. Pero es un poco todo eso a la vez: una construcción única que hace visitar con más orgullo que el centro hípico que erigió de la nada a lo largo de estas dos décadas pasadas.

“Las paredes exteriores fueron decoradas por un artista alemán que vino un día y se quedó un tiempo con nosotros aquí en el centro. Su idea era contar con un fresco cómo nació esta casita: con ladribosta que inventé y con métodos totalmente ecológicos de construcción por medio de materiales naturales y otros recuperados entre lo que la gente tira.” Por supuesto un caballo figura en medio del fresco: porque es el proveedor del principal material de construcción que se usó para levantar las paredes. “Los ladrillos están hechos de bosta de caballo secada y endurecida a través de un proceso que inventé. Es un material totalmente natural y muy sólido.” La “fábrica” se encuentra en algún rincón entre los corrales de sus caballos. Más sorprendente aún: no se usa cemento para unir estos ladrillos, sino una mezcla de lodo del lago con otros materiales naturales que Gustavo aprendió a dosificar. En lugar de ventanas se usaron botellas que forman como vitreaux multicolores para dejar pasar la luz, o más sencillamente las vemtanillas de viejos Citroën 2CV que encontró tiradas por ahí.

También en Las Grutas y otros lugares del país empezó a emerger una pequeña corriente de construcciones alternativas, como la de Gustavo. Sin embargo, él cuenta que no logró interesar a la gente “en este tipo de filosofía de edificación. Hago visitar mi casa y las demás construcciones ecológicas que armé en torno de la pista de entrenamiento y de salto, la gente se muestra interesada, pero por el momento nadie retomó la posta para seguirme la corriente. Los que sí se interesaron son los jóvenes que tengo regularmente aquí de huéspedes y pasan una temporada con nosotros. Varios de ellos participaron en la construcción de la casa. Recibo regularmente a europeos que vienen para trabajar en el centro ecuestre a cambio de poder vivir aquí algún tiempo durante sus viajes por el país o el continente. Tenemos aquí regularmente jóvenes de Francia, Suiza, los Países Bajos y varias nacionalidades más”.

La casa en cuestión es como un nido: redonda, acogedora, y siempre calentita gracias a un ingenioso sistema de calefacción. El calor y el humo del horno de leña se recuperan a través de un caño que corre bajo el banco de material dispuesto lo largo de toda la pared. Este sistema no sólo calefacciona toda la pieza, sino que contamina muy poco.

El revoque del banco y de las paredes es otra artimaña que desarrolló este pionero calafateño: una mezcla de arcilla, de bosta, de arena, de leche en polvo y de aceite de lino junto a engrudo cocido. Una receta que podría ser la preparación de un hechicero para alguna poción mágica... Una magia que para Gustavo Holzmann y su familia dura desde hace más de veinte años.

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Un cartel indica, en El Calafate, la distancia que separa al pueblo de otros glaciares.
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