turismo

Domingo, 3 de noviembre de 2013

CóRDOBA. EL HOTEL EDéN EN LA FALDA

Un gigante derrotado

En 1898 se inauguró en un rincón de las sierras de Córdoba un hotel con los fastos de la belle époque, destinado al ocio de la oligarquía porteña, que también le escapaba a la tuberculosis. El hotel, cuyos dueños eran amigos personales de Hitler, cerró en 1965 y aún mantiene en pie su majestuosa decadencia.

 Por Julián Varsavsky

Fotos de Sandra Cartasso

En un bosque de las sierras de Córdoba existe un hotel en desuso que –no es exagerado decirlo– tuvo algo que ver con la irrupción del nazismo en Alemania. Su dueño fue el matrimonio Eichhorn, que en 1924 viajó a su Alemania natal y en un bar de Munich conoció a un cabo egocéntrico que los cautivó con su discurso delirante. Así nació una profunda amistad entre los Eichhorn y Adolf Hitler, a tal punto que, una vez instalado el dictador en el poder, los dueños del Hotel Edén tenían la prerrogativa de acceder al área de residencia del Tercer Reich sin necesidad de una audiencia previa.

Semejante privilegio –explican hoy en la visita guiada al hotel– tenía una razón: el apoyo financiero que le dieron a Hitler esas dos personas desde La Falda, durante el origen mismo de su aventura fatal. Según documentos desclasificados en 1995 por el FBI, un despacho con información de inteligencia firmado por el ex presidente Herbert Hoover sobre los Eichhorn daba la siguiente información: “Antes de que los nazis obtuvieran el poder, ella colocó en su cuenta bancaria 30.000 marcos a disposición de Goebbels”.

A medida que el paseo avanza por el Salón Imperial para fiestas –con sus blancas columnas de hierro y arcadas– los visitantes se enteran de que en un documental realizado por la argentina Cuini Amelio Ortiz para la televisión alemana, en 1995, se presentaron las cartas de Hitler a su matrimonio amigo, donde en 1933 el Führer decía: “Querido señor Eichhorn y querida señora: me permito otra vez en este momento agradecerles por la ayuda financiera que otorgan y que me quita y alivia una parte importante de mis preocupaciones”.

Con ese apoyo, Hitler compró un pequeño avión que utilizaba para su campaña electoral y un Mercedes-Benz que probablemente tuvo un papel logístico importante antes de la toma del poder.

El 15 de mayo de 1935 los Eichhorn fueron invitados a la Cancillería del Reich, donde los condecoró Hitler en persona y recibieron un diploma que decía: “Querido camarada Eichhorn: desde su ingreso en 1924, usted junto con su esposa han apoyado al movimiento nacionalsocialista con enorme espíritu de sacrificio y acertada acción, y a mí personalmente, ya que fue su ayuda económica la que me permitió –en el verdadero significado de la palabra– seguir guiando la organización”.

Esos fondos se recaudaron, principalmente, en las fastuosas cenas de gala que los Eichhorn organizaban para apoyar a Hitler en los salones del Hotel Edén, que se vino abajo junto con el nazismo en Europa.

Dos leones tallados a mano, junto a una fuente de mármol de Carrara, custodian el Hotel Edén.

EL ORIGEN Frente al par de leones tallados que custodian la entrada del Edén, el guía explica el origen del complejo. En 1895 un ex oficial del ejército alemán llamado Roberto Bahlcke recorrió a caballo un sector de las sierras de Córdoba y dos años después adquirió 900 hectáreas de la estancia La Falda de la Higuera, para levantar un lujoso hotel. Para ello formó una sociedad y recibió un crédito del Banco Tornquist. En 1898 el hotel, a medio construir, comenzó a recibir a los primeros pasajeros. Pero sus dueños sufrieron duros inconvenientes económicos para pagar la hipoteca.

En 1911 el matrimonio formado por Walter e Ida Eichhorn compra el hotel y decide al mismo tiempo lotear los terrenos de la estancia para su venta, ya que de otra forma no era posible terminar de pagar las deudas generadas por la construcción de semejante mole, aislada de todo. Como resultado de la venta de estos lotes surgiría la ciudad de La Falda.

La majestuosidad del hotel era inimaginable para la época, especialmente en un lugar tan apartado: pese a su ubicación, llegaba mucha gente, incluso desde Europa. El Edén tenía 100 habitaciones con picaportes de bronce, que compartían ocho baños. Había agua corriente, calefacción central, generador eléctrico, fábrica de hielo y cremas heladas, y era autosuficiente en todos los alimentos –incluyendo carne y verduras– salvo las bebidas.

En los jardines del Edén había un patio cervecero de tradición alemana con una hermosa glorieta, exclusivo para los hombres. Las mujeres tenían su patio para tomar el té a la sombra de los fresnos. En dos patios internos con techo corredizo se leía y conversaba en sillones de mimbre. Una cava resguardaba 10.000 botellas de vino fino de origen europeo y había incluso un servicio postal propio para que los huéspedes no perdieran contacto con la familia y sus negocios. El personal vivía en casas anexas y llegaron a ser 250 empleados, es decir, uno por huésped. Entre los servicios había una lavandería con plancha eléctrica –muy de avanzada para la época–, secarropas y esterilizadores, un detalle muy importante para combatir al bacilo de la tuberculosis.

La edificación de dos plantas fue diseñada con un eclecticismo ítalo-francés. En su arquitectura y decoración se puede leer un esoterismo basado en extrañas mitologías que eran admiradas por el nacionalismo alemán: las torres tienen ocho lados, las columnas del primer piso son ocho, los baldosones forman muchos ochos y los vidrios de las ventanas estaban divididos en ocho piezas. Además aún se ve hoy su decoración presuntuosa, con los leones de la entrada junto a la fuente de mármol de Carrara y las ánforas rematando el edificio. En última instancia, el hotel era un templo germánico donde rondaba la idea de la procreación de una raza superior.

Al ingresar al gran comedor del hotel el guía cuenta que allí se hacen hoy eventos sociales. En sus tiempos de gloria, cuando la aristocracia porteña se instalaba aquí por largas temporadas, comían 250 personas a la vez disfrutando de lujosas cristalería y platería, y suntuosas alfombras con cuadros de pintores europeos y estatuas, mientras oían refinados conciertos de piano e incluso importantes orquestas. A las cenas era obligatorio asistir de smoking y se bebía vino del Rin y agua de manantial.

Los atractivos principales eran por supuesto el ocio, la vida social y galante, las conquistas amorosas y acaso también los negocios que se tejían a la par de la amistad. Pero otra de las razones principales por las cuales los sectores más ricos de Buenos Aires buscaban huir hacia el verde de las sierras era la fatal epidemia de tuberculosis que afectó a Buenos Aires durante años.

El tren tenía una parada a 1500 metros del hotel y a los huéspedes se los llevaba primero en carromatos a caballo y más tarde en una flota de autos Ford T que surcaban un camino jalonado por eucaliptos.

Uno de los entretenimientos principales de los huéspedes era la caza del zorro, para la cual había una caballeriza con 60 caballos. También se disponía de cancha de tenis y de bochas, un campo de golf, jardines de invierno, peluquería, galerías cubiertas, una piscina con agua de una vertiente natural y una antena para radiorreceptores que supuestamente sintonizaba los discursos de Hitler e incluso –según la leyenda– permitía transmitir información secreta hacia Alemania.

En el salón de fiestas se exhiben hoy algunas hojas del antiguo álbum de pasajeros. Allí figuran apellidos notables de la oligarquía porteña, como Martínez de Hoz y Anchorena. El guía recita un poema de Rubén Darío escrito en el hotel en 1901 y luego cuenta que tres presidentes disfrutaron las mieles del lugar: Julio Argentino Roca, Agustín P. Justo y Roberto Ortiz. Además se alojaron miembros de la baja nobleza europea, como los príncipes de Gales y Humberto de Saboya, futuro rey de Italia. Una tarde de 1925 Albert Einstein pasó por el hotel. También algunos sobrevivientes del naufragio del submarino nazi Graf Spee trabajaron aquí.

INEVITABLE DECADENCIA Toda “época de oro” se dirige hacia la decadencia. En el caso del Hotel Edén, su decadencia coincidió con la del nazismo. Si bien la dictadura militar de comienzos de los ’40 era proclive al Eje en la Segunda Guerra, tres semanas antes de su final, Argentina le declaró la guerra a Alemania. El apoyo a los nazis por parte de los dueños del hotel los dejaba muy mal parados, y se les impuso una suerte de contrato de alquiler obligatorio para convertirlo en una cárcel de lujo para los diplomáticos japoneses.

En 1947, Perón le devolvió el hotel al matrimonio Eichhorn, quienes rápidamente lo vendieron y se fueron de la ciudad. La fama de cueva de nazis no fue una buena publicidad para el hotel. Pero también comenzaron a cambiar los lugares de veraneo de la oligarquía porteña, que vio sus lugares exclusivos “invadidos” por el turismo sindical y la irrupción de las clases trabajadoras en lugares como la provincia de Córdoba y Mar del Plata, donde también el Hotel Bristol se encontró con el mismo problema. Para colmo apareció la solución a la tuberculosis, así que el hotel fue pasando de mano en mano hacia una inexorable quiebra y cierre definitivo en 1965.

Sumido en el abandono, fue saqueado y vandalizado durante varias décadas. Hasta que en 1998 la municipalidad lo adquirió y lo declaró Monumento Histórico. En 2007 fue concesionado y comenzaron las visitas turísticas, con cuyos ingresos se viene haciendo un lento y sostenido proceso de recuperación.

Actualmente el Edén renace de a poco, aunque está lejos de volver a funcionar como en sus comienzos. Lo habitan, por supuesto, fantasmas, incluso el de Hitler, ya que hay ex empleados que aseguran que estuvo viviendo allí un tiempo. Sin embargo, quien probablemente haya estado aquí en cuerpo y alma fue Adolf Eichmann.

La majestuosa decadencia del Hotel Edén vive un extraño reflujo en este momento, ya que sin dejar de ser un ex hotel –aún ruinoso en ciertas partes– el tiempo parece ir de a poco yendo hacia atrás, en busca de sus antiguos esplendores, aunque queriendo sepultar al mismo tiempo su aura insoslayable de reducto nazi.

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Un antiguo aviso, de cuando la oligarquía porteña se refugiaba del calor y la tuberculosis.
 
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