turismo

Domingo, 1 de diciembre de 2013

LA RIOJA. EN 4X4 A LA LAGUNA BRAVA

Brillos cordilleranos

La excursión en 4x4 a la reserva de vicuñas Laguna Brava y El Volcancito es una de las más espectaculares del sector argentino de los Andes. En pocas horas, con una logística sencilla, es posible alcanzar el máximo esplendor cordillerano a 4350 metros de altura.

 Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

Por lo general, el placer de disfrutar los puntos más altos de la Cordillera de los Andes en un privilegio para aventureros con una costosa logística. Son paisajes llenos de color y totalmente yermos, sin caminos pavimentados, carteles ni señal de teléfono, donde un “viento blanco” le haría perder el rumbo a cualquiera. Una asombrosa excepción es la excursión que se hace desde la ciudad riojana de Villa Unión por una zona con todas las contras anteriores, pero que gracias a la cercanía y a los prestadores turísticos permite ir y volver en el día a uno de los puntos más altos de nuestros Andes, a los que se puede llegar en vehículo: la Laguna Brava y El Volcancito.

Se podría ir con el propio vehículo 4x4, pero es fácil perderse y por lo tanto se necesita un guía. Además, la seguridad requiere ir con dos autos, por si uno fallara. Varias agencias en Villa Unión ofrecen esta excursión, que despliega ante los viajeros una variedad asombrosa de paisajes en apenas ocho horas de paseo.

Gráciles vicuñas de terso pelaje observan a los intrusos con inocencia y sin temor.

EXTRAÑOS PARAJES Partimos al clarear el alba desde Villa Unión y a las dos horas llegamos al pueblo de Vinchina, con sus casas bajas de adobe de frente rectangular y antena de televisión satelital, situadas a ambos lados de una calle de varios kilómetros. El pueblo tiene 2000 habitantes y solamente dos farmacias, que están ubicadas una frente a la otra en su extremo norte, acaso la condición ideal para la verdadera competencia de mercado. A una cuadra queda el cementerio.

Si alguien desea ver una pirámide gigante no escalonada tiene dos opciones en este mundo: Egipto –que está complicado por estos días– o la Quebrada de la Troya, en la que nos internamos al salir de Vinchina luego de cruzar el río Bermejo. Es ver para creer y, si no, está la foto que acompaña este texto. La gran diferencia es que esta pirámide es de origen natural. Desde la ruta de tierra se ve su frente perfecto, con líneas rectas que terminan en ángulo agudo. Hay por supuesto un componente de efecto visual, porque se trata de una placa que se desprendió de la montaña con esta forma y no es precisamente una pirámide sino un triángulo sin profundidad, que parece esconder su volumen cuando se la mira de frente.

La Quebrada de la Troya mide siete kilómetros y medio de largo que hacemos cuesta arriba entre montañas, en paralelo al río. Pasando la pirámide aparece otra rareza: el río da una vuelta perfecta en U bordeando un gran peñasco y regresa por donde venía, trazando una línea paralela a su propio curso a pocos metros de distancia.

El siguiente pueblo no desentona con las otras rarezas. Este sector del noroeste de La Rioja es desértico y reseco como pocos lugares del país. Y tiene ríos de existencia tan efímera que reviven, allí donde parecería imposible, apenas unas horas al año en época de lluvia. A cada margen de este potencial río se levantan las casas de adobe del pueblo de Alto Jagüe, donde la gente cierra puertas y ventanas para que no ingrese el calor. Entonces parece un pueblo fantasma sin nadie a la vista durante gran parte del día. Cada tanto un baqueano a caballo surca con su perro esa única calle con las casas elevadas sobre dos farallones terrosos de hasta dos metros de altura: se trata de un lecho seco erosionado, muy cada tanto, por un torrente de agua.

En la única calle de Alto Jagüe está la oficina del Cuerpo de Guardaparques de la Reserva de Vicuñas Laguna Brava, donde compramos la entrada y nos registramos. Los guardaparques controlarán que regresemos y si eso no ocurriera irían a buscarnos. Pasar la noche en el vehículo averiado, en medio de la extrema amplitud térmica que tienen los Andes a gran altura, podría ser muy peligroso.

Los flamencos de la Laguna Brava, manchones rosados inmutables a pesar de las camionetas.

MONTAÑAS DE TERCIOPELO A partir de aquí el paisaje parece cobrar vivacidad, no por la vegetación –que es cada vez más escasa– sino por los colores de una cordillera ya desnuda, con sus minerales a la vista. Se trata de ondulaciones muy lisas, ya que sobre estas montañas pasó el hielo de los glaciares aplanando todo con su potencia descomunal. Es como si un rodillo gigante hubiera pasado sobre las alturas. No se ven siquiera rocas pequeñas, porque la amplitud térmica las hace estallar, convirtiendo todo en un fino pedregal con maravillosos cromatismos en degradé.

Avanzamos por la Quebrada de Santo Domingo surcando suaves lomadas, ya a 4000 metros de altura y sin asomo de vegetación. A la distancia las montañas parecen cubiertas por mantos de terciopelo azul, verde, naranja, violeta, gris, blanco, rosa y amarillo.

Allí donde no crece la vida vegetal llega sin embargo la animal: frente al camino –en una pampita de altura– nos cruza una manada de vicuñas de terso pelaje marrón, que se detiene a observarnos a la vera del camino. Esta desolación es un paraíso para las vicuñas, que después de años de cacería para usar su pelaje, ahora están protegidas por ley.

Más adelante los suris o ñandúes hacen su mágica aparición, con una pareja que huye de nosotros como un rayo cuando nos divisan al trasponer una lomada. Llegamos a los 4350 metros y la altura nos late en las sienes.

LA LAGUNA AZUL La camioneta desciende por un gran valle y aparece de repente una laguna azul zafiro rodeada de volcanes nevados de 6000 metros de altura, que se duplican invertidos en el espejo de agua. Allí se espejan también centenares de flamencos que picotean las aguas buscando alimento.

Detenemos el vehículo ante la imponencia demoledora del paisaje y un viento helado nos sacude la camioneta. Es tan fuerte del lado izquierdo, que cuesta mucho abrir la puerta.

A pesar del viento, el paisaje parece inmóvil porque no tiene nada que sacudir. Pero de repente la serenidad se rasga cuando la totalidad de los flamencos abre sus alas al unísono y remontan vuelo formando una nube rosada que se pierde detrás de un cerro.

El guía pregunta si nadie está apunado por la altura, y como estamos bien seguimos todavía más alto, hasta un surrealista géiser conocido como El Volcancito. Mientras trepamos a pie su forma cónica hasta el borde del cráter, nos cuentan que no se trata de un volcán sino de un manantial cuyo cono se forma desde hace milenios por la acción del agua, que brota cargada de minerales desde las entrañas de la Tierra.

En la Quebrada de la Troya, una pirámide que parece perfecta sorprende tras una curva.

Y SIN EMBARGO LA VIDA Camino de regreso, el chofer se detiene al observar la conducta extraña de una vicuña: “Ellas nunca se mueven así”, sentencia con certeza de etólogo. Y así es: por la ventana vemos al animal solitario pariendo a su cría. El proceso lleva muchos minutos, hasta que la madre se echa en la tierra y la vicuñita termina de nacer, iniciando una tortuosa lucha por levantarse. Una y otra vez la cría lo intenta y cae ante la mirada de su madre, que cada tanto le acerca el hocico como dándole besos. Hasta que la recién nacida se pone de pie y comienza a mamar, despertando conmoción en nuestra camioneta.

Al recorrer la extrema desolación de la cordillera riojana cabe preguntarse si no habrá sido así la Tierra poco después de su origen, al apagarse la gran bola de magma que supo ser. Este desierto parece el resultado de un apocalipsis de fuego, donde todavía se ven al fondo los volcanes que por millones de años tuvieron a este sector de la Tierra convertido en un infierno con ríos de lava. Por suerte aquí ya no hay humo ni fogonazos, sino un gran cementerio geológico donde, por contraste, se impone la paz más absoluta del universo.

Pero cuando aparece al trote una manada de gráciles vicuñas sobre un oscuro pedregal, su etéreo andar eleva el contraste del paisaje hasta el paroxismo, otorgándole una inusitada vida al inhóspito reino de la desolación. Es el misterio mismo de la vida brotando una y otra vez en medio de la nada, contra todo pronóstico, allí donde parecería imposible.

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El cráter de Volcancito, con su agua pura y transparente, hace olvidar la altura.
 
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