turismo

Domingo, 23 de febrero de 2014

LA RIOJA DE LA CAPITAL A SANTA VERA CRUZ

Fiesta de agua y almidón

Un nuevo febrero chayero le dio brillo propio a la provincia, que sostiene el espíritu carnavalesco llenando las calles de harina y albahaca. Los días de festejo en la ciudad, y un recorrido por los pueblitos costeros de la sierra donde el descanso, la historia y los sabores regionales son protagonistas.

Texto y fotos de Pablo Donadio

“Una chinita riojana, la falda mojada de agua y almidón.”

“Chayita del vidalero”,

Ramón Navarro

Aún vuela harina en La Rioja. Sus granos livianos esparcidos al aire y a mansalva siguen firmes como una lluvia prodigiosa. Todos nos bañamos en ella por estos días, a los saltos y al ritmo de una música que contagia hasta al más serio y patadura. Nos llevamos también la albahaca, el almidón, los deseos de un año mejor y la cultura compartida, aunque más de uno tendrá que sacudirse con entusiasmo para que lo vuelvan a reconocer en casa. Desde esa capital radiante de alegría nos animamos a imaginar el festejo en pueblitos de “la Costa” que pronto visitaremos; allá por Chamical, Olta, Tama y Patquía, pagos de célebres caudillos; y en la propia Talampaya, el gran atractivo turístico de este suelo. Nadie habrá de perderse los festejos chayeros, popularizados a nivel nacional por su festival, pero expresados con autenticidad en muchas casas de familia.

FIESTA DE POSTAS Llegar a La Rioja en febrero sin saber nada sobre la chaya es un riesgo, en varios sentidos. El primero tiene que ver con que aquí se celebra, quizá como en Santiago del Estero o Corrientes, mucho más en las casas de las familias emblemáticas y en las propias calles que en el festival que le da prestigio nacional. También que hay que llevar ropa que jamás se ha de volver a usar, ya que a la espuma carnavalera se suman harina, agua y témperas coloridas, de los pies a la cabeza. Por su parte, la lluvia puede cambiar, una y otra vez, los lugares de festejo. “Parece mentira que ahora en una semana llueva semejante cantidad, cuando en la provincia llovían 300 milímetros al año. Pero es cierto que para la Chaya siempre cae agua, de arriba o de abajo, jeje”, contaban con un poco de humor negro en la organización del festival, que al regreso de este cronista ya había suspendido y reprogramado tres de sus cinco noches. Pero no fue impedimento para el festejo. “Aquí se sigue una tradición de cinco generaciones. Esta casa es de mis viejos, y festeja desde hace más de 75 años, así que debe ser la más vieja de la capital compartiendo este encuentro único, que viene de nuestros antiguos pobladores cuando se reunían a agradecer la cosecha a la Pacha. Esa es su esencia, porque la Chaya no tiene ni siquiera una danza: sólo se salta y se suelta la alegría. Es puro sentimiento hermano”, cuenta Quique Alamo junto a un toldo improvisado para aguantar la lluvia. Hacia todos los costados, parientes, vecinos, amigos y desconocidos como nosotros intentamos reconocernos en las nubes espesas de almidón, tratando de no chocarnos con vasos de vino patero y fuentes de un locro irresistible.

Una de las alegorías más cercanas de este festejo es el Camión de Germán. Toda una forma sintética para resumir la peña callejera de dimensiones colosales a orillas del canal, con un gentío por cuadras, así como una canción que se erige en su nombre y es, quizá, la más famosa de estos tiempos. “La historia nace con el camión que le choreábamos a mi viejo para cortar la calle de mi barrio y festejar con los vecinos. El Pica (Juárez) armó una letra hermosa con esa historia, y gracias a él ha corrido por todos lados. Ahora el camión es simbólico, y sirve para decir que aquí festejaremos hoy”, relata el propio Germán, al que saludan como un auténtico rockstar. Cerca, dos tucumanos se reparten tarea y fiesta. Uno arma las bolsitas con harina conseguida en una dietética, y el otro expone las espumas de “nieve loca”. El acuerdo es sencillo: el primero que llegue a 10 se va a chayar un rato.

Dejamos el tumulto y nos vamos a comer al restó del chef Hugo Véliz, experto en platos regionales. Orígenes, su local, es parte del nuevo Paseo Cultural, un predio que perteneció a una escuela histórica del centro. Para variar, hay quienes están encantados con el nuevo polo comercial y edilicio que se levantó allí, mientras otros no quieren saber nada con la destrucción de un nuevo patrimonio histórico. A pocas cuadras la fiesta parece nunca terminar. Como una carrera de postas, la noche chayera cede el testimonio por la mañana en casas de familia y peñas siesteras, hasta dar inicio, cíclicamente, a los cantos y enharinados nocturnos. Otro clásico es el “topamiento”, que consiste en el encuentro emblemático de mujeres y varones en las calles, y tiene incluso una competencia barrial por vestimentas y coreografías, para concluir a puro baile. Natalia Barrionuevo, Sergio Galleguillo y Pica Juárez, los nombres de la música folklórica riojana actual, también tienen su chaya, a la que miles llegan promediando el segundo y tercer día, esperando que la lluvia deje al festival igualar los encuentros caseros y populares que le dieron vida.

ENCADENADOS El festejo se extiende hasta la Costa riojana, que no tiene playa (salvo en el dique Los Sauces), pero sí una serie de pueblitos encantadores. Su microclima los hace más frescos que la capital, y sus pinos, nogales y álamos un paraíso. El silencio, los sabores regionales y mucha historia completan su atractivo.

El primero de los que visitaremos, ya distante 30 kilómetros de la capital, es Sanagasta. Allí se muestra con orgullo la iglesia consagrada a la Virgen de la Morenita, que popularizó Jorge Cafrune en uno de sus temas. En la avenida de entrada hay bustos de varios personajes célebres del pago: oh ironía, la del Chacho Peñaloza, tal vez el hombre más querido de La Rioja, tiene de vecino a la figura de Carlos Menem. “Me los encargaron dentro de una misma lista, y los hice. Ocurre que al ex presidente lo han roto varias veces, por eso está así, medio emparchado”, explica José Omar González, su escultor, mientras trabaja en su taller la figura de Facundo Quiroga.

Las Peñas sigue la ruta costera, y tras él Agua Blanca, donde nos detenemos. Visitamos el tambo caprino Finca el Huayco, del francés Michel, enamorado del valle más que ninguno aquí. Al llegar de su pueblo, cerca de Bordeaux, compró un pedazo de tierra y se vino con su mujer. Empezaron a trabajar juntos haciendo quesos y dulce de leche, lejos ya de esa Buenos Aires caótica que los sedujo fugazmente y de la que huyeron a tiempo. Pese a la distancia con la ciudad, las inclemencias del tiempo y los cambios que sufrieron las ventas del sector, se arregla bastante bien. Está levantando una cabaña para ofrecer hospedaje a las visitas, y terminando el restaurante para su mujer, gran cocinera. Pero su mayor logro, dice, es Ulises, su hijo de nueve años, adoptado en 2013 y más inquieto que los cabritos.

Seguimos camino a Pinchas, pago de doña Frescura, una campesina experta en telar: “Ya estoy viejita y con Parkinson, pero voy a seguir haciendo estas cositas hasta que muera. Por suerte me doy mis gustos, como haber ido a Cosquín las nueve lunas, y regresar a las ocho de la mañana cada día”. Con más de 2500 telares realizados, su trabajo viajó de este humilde pueblo hasta lugares lejanos como Rusia. El pueblo de Chuquis y su museo, y la cabecera del partido, Aminga, invitan a detenerse, aunque Anillaco nos atrae. Pueblo que llegó a la fama en los ’90, pequeño, verde y tranquilo, extraña las visitas curiosas de otros tiempos. “Teníamos lista de espera. La gente nos dejaba el teléfono para que le avisáramos si se liberaba alguna habitación. Hoy nos visitan muy pocos”, dice Marta Nieto, administradora de la Hostería Anillaco, concesionada al ACA y puerta de entrada a los viñedos de la zona.

El recorrido final nos conecta con Santa Vera Cruz y una visita de antología. En pleno monte, frente a la sierra, sobresale el Castillo de Dionisio. Hombre ligado a la naturaleza y su energía de manera singular, llegó desde Santa Fe buscando su lugar en el mundo, y parece que lo halló en este rincón. Levantó con sus propias manos y durante treinta años una edificación excéntrica, cargada de símbolos hindúes, cristianos y criollos, como extensión de sus pensamientos. “Comparto su filosofía pero no su forma de vida. Creo en algunas cosas que él pregonaba, pero eso de dormir en un catre no es para mí”, dice Pedro Armando Fernández, con la sonrisa del que juega a la mancha con los aviones. Actual propietario, Fernández abrió la casa al turismo e hizo una recopilación de los textos del antiguo dueño. Mientras pegamos la vuelta vemos desaparecer la sierra tras las nubes. En La Rioja capital llueve, una vez más. Parados en un semáforo un vendedor de harina nos la ofrece con un eslogan infalible: “Compra ahora chango, o espera hasta el año que viene”. Es que el riojano tiene presente esa chaya que afirma: “Tres días hacés muna-muna, y después te vas”. Muna-muna en quechua quiere decir “amague” o “tiempo corto”. Por eso hay que festejar. Llueva, o truene. ¿O acaso a eso no hemos venido?

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El febrero chayero se vive en las calles y en las casas, bajo el sol o la lluvia.
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