turismo

Domingo, 6 de abril de 2014

MARRUECOS Y JORDANIA RUINAS DE VOLUBILIS Y GERASA

De Roma al mundo

Las huellas del Imperio Romano revelan la grandeza de los enormes dominios conquistados por Roma en su período de esplendor. Algunos de los mejor conservados no están en Europa, sino en el norte de Africa y Medio Oriente, donde se puede revivir la gesta romana.

 Por Juan Ignacio Provéndola

Fotos de Mirta Perriconi

No hay que ir a Roma para poder medir la magnitud del Imperio Romano. Por el contrario, lo mejor es alejarse de ella. Es que no sólo importa la perspectiva histórica sino también la geográfica. Estamos hablando de uno de los imperios más grandes y poderosos en toda la historia de la humanidad, lo cual, entre tantas otras cosas, supone una abrumadora extensión de territorios. Y entonces uno puede estar en lugares tan lejanos de la actual capital italiana como el noroeste africano o el corazón de Medio Oriente, y así y todo cruzarse con vestigios de aquel pasado descomunal.

A lo largo de sus cuatro siglos de vigencia, el Imperio Romano fue ampliando sus dominios alrededor del Mediterráneo, alcanzando su máxima extensión bajo el poder de Trajano, en el siglo II. En ese entonces, Roma se arrogaba la propiedad de una vasta región que abarcaba desde el Océano Atlántico al oeste hasta parte de lo que es Inglaterra al norte, pasando por los mares Caspio y Rojo al este y el desierto de Sahara al sur. Sus anexiones estaban respaldadas por la soberbia de su poderío militar. Sangre, muerte y dolor signaban cada empresa bélica, tras las cuales quedaban poblaciones amasijadas, mutiladas o sometidas. Multitudes de hombres esclavos y mujeres cautivas, riquezas expropiadas y culturas subyugadas al influjo romano eran los escenarios devastadores que el Imperio dejaba a su paso. Ese era el combustible de su grandeza, la misma que hoy podemos certificar a través de las ruinas que sobrevivieron al paso del tiempo en distintos rincones del mundo. Como las de Volubilis, en Marruecos, y Gerasa, en Jordania.

Basílica del siglo II en la antigua ciudad romana de Volubilis, en Marruecos.

AFRICA MÍA No sólo lo hizo para dominar las dos costas del Mediterráneo. El desembarco de Roma en el continente respondió también a la necesidad de sofocar una de sus principales sombras comerciales y militares: Cartago, en la actual Túnez. Una vez que hizo pie en Africa, el Imperio siguió avanzando hacia el Océano Atlántico, donde se encontró con la ciudad de Volubilis, en el año 42. Perteneciente a la provincia de Mauritania Tingitana (en lo que hoy es el norte marroquí), Volubilis no era su capital pero sí su ciudad más importante. Roma no escatimó en gastos de obra pública para preservar uno de sus enclaves africanos más importantes (que llegó a tener más de 20.000 habitantes), ya que desde allí se enviaban aceite, trigo, animales destinados a los circos y moros que eran enrolados forzosamente en el ejército.

Tras la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476, la ciudad fue sucesivamente conquistada por bereberes, griegos y sirios. Algunos emigraron a Tánger, hacia el norte, y los que quedaron usaron las partes deshabitadas como cementerio. Más tarde, el emir Idris I hizo de Volubilis el epicentro del islamismo en la región, aunque su esplendor comenzó a desvanecerse en el siglo XVIII, cuando el terremoto de Lisboa la hizo añicos. Sus restos fueron luego saqueados para utilizarlos como material de los palacios edificados en Meknes, nueva capital de la región.

Sepultada bajo tierra, la vieja ciudad fue redescubierta por arqueólogos franceses que comenzaron a excavarla a partir de 1915. Esas tareas lograron sacar a la luz la mitad de sus 40 hectáreas, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco luego de que muchos de sus restos fueran llevados al Museo de Arqueología de Rabat, o directamente robados.

La ciudad más próxima es Mulay Idris, a cinco kilómetros, desde donde se puede ir caminando. También están cerca Meknes (33 kilómetros) y Fez (70 kilómetros). Como no hay transporte público hacia Volubilis, la única forma de llegar es en taxi o alquilando un auto, con la opción de contratar un chofer dispuesto a contar la historia del lugar. De todos modos, en las ruinas hay varios guías que ofrecen sus servicios a bajo costo. Los tours suelen incluir la visita como escala en el viaje entre Rabat y Fez.

En la entrada del predio arqueológico (uno de los mejor mantenidos de toda la Africa árabe) hay una serie de esculturas al aire libre. Se ingresa por el Decumanus Maximus, la calle principal, que aún se conserva pavimentada y va desde la Puerta de Tánger hasta el Arco del Triunfo, hecho de mármol en 217, para agradecerle al emperador Caracalla la concesión de la ciudadanía romana a los habitantes de Volubilis. El foro, la basílica del siglo II (que servía como Bolsa de Comercio y Palacio de Justicia) y el templo de Júpiter, situados los tres en la parte alta, eran el centro de la vida pública de la ciudad.

El altar de sacrificios y los baños también forman parte de los edificios públicos. Al lado de las letrinas comunales pueden verse las termas romanas con sus sistemas de calefacción. Las residencias particulares encontradas siguen el plano habitual romano con atrios e impluvios, especie de bañaderas que conservaban el agua de las lluvias y servían también para dominar las temperaturas en épocas de calor. Mayormente, los edificios fueron construidos con piedra caliza gris o azul, extraída de la cantera cercana de Zerhoun. Pero lo más atractivo de las casas son los mosaicos, que ornamentaban las residencias de los ricos. Algunos fueron encontrados íntegros y fueron bautizados con nombres tales como “Las pruebas de Hércules”, “El baño de las Ninfas”, “El acróbata”, “Baco y Ariadna”, “El Baño de Diana” o el erótico “Abducción de Hylas por las Ninfas”.

Entre las grandes obras públicas, aún persiste el acueducto y una muralla de 2800 metros con 40 torres y ocho puertas que delimitaba la ciudad y la protegía, aunque jamás fue asediada ni atacada violentamente.

Fuera de Roma, las ruinas están bien conservadas, como esta casa de gente adinerada.

EN EL LEJANO ESTE... Le dicen la Pompeya de Oriente por el sorprendente estado de conservación de sus ruinas. La región es nombrada en la Biblia, en el pasaje donde Jesús exorciza a un endemoniado, aunque algunos estudios revelan que la geografía del lugar no coincide con la descripta en esos Evangelios. Se registra presencia humana desde hace por lo menos 5000 años, y eso se debe a la fertilidad del suelo. Los países semidesérticos comparten una frase concluyente: “Donde hay agua hay vida”. Se cree que fue fundada como ciudad por Alejandro Magno, pero su era dorada fue bajo control de Roma.

Conquistada por el Imperio en el 63 a.C., fue parte de la provincia de Arabia, que incluía actuales territorios de Siria, Egipto, Israel, Palestina y Arabia Saudita. Pero su referencia administrativa es en realidad con la Decápolis, conjunto de diez ciudades romanas en Medio Oriente, entre ellas, dos actuales capitales: Siria, de Damasco, y Ammán, de Jordania. A diferencia de Volubilis, que ofrecía importantes beneficios económicos, la virtud principal de Gerasa estribaba en su ubicación geopolítica, ya que funcionaba como freno ante todo lo que estaba más allá del desierto. Por eso siguió vigente incluso cuando el Imperio Romano se dividió en dos, siendo uno de los principales bastiones del de Oriente. Tras la caída del Imperio, estuvo controlada por bizantinos y omeyas, aunque en el siglo VIII la devastaron algunos terremotos que redujeron su población a una cuarta parte.

Después de siglos de olvido, Gerasa fue encontrada en 1806 por Ulrico Seetzen, un orientalista alemán que recorrió el mundo árabe y apareció envenenado cinco años más tarde en extrañas circunstancias. Pero su aporte sirvió para recuperar esa vieja ciudad e iniciar tareas de restauración que permitieran interpretar cómo era la vida en los dominios romanos de Asia. Las ruinas se ubican 50 kilómetros al norte de Ammán, con la cual Gerasa se comunica por micros de línea que transitan hasta media tarde. Algunos turistas aprovechan la visita también como excusa para hacer una escala intermedia en el viaje entre la capital jordana y el Mar Muerto.

La entrada principal es a través del Arco de Adriano, puerta por la que originalmente pasaban sólo personalidades importantes. Ese monumento fue erigido en honor al emperador que más viajes realizó por los dominios del Imperio. Su visita a Gerasa sirvió para impulsar otras obras como la Plaza Oval, el Teatro Norte y los templos de Zeus y Artemisa. La plaza es el punto de referencia actual, con sus imponentes columnas, mientras desde el aforo se puede lograr una alucinante vista panorámica donde confluyen la vieja Gerasa y la actual, en la que viven más de 100.000 habitantes. Los templos, por su parte, están parcialmente desenterrados y nada queda de sus espectaculares esculturas.

No son las únicas obras que de un modo u otro se conservan en el presente. También se aprecia la puerta tallada del Templo de Dioniso (que en el siglo IV fue reemplazada por una iglesia), la Fuente de las Ninfas y el magnífico Teatro del Sur, con capacidad para 3000 personas e inscripciones personales en los asientos. Rodeadas por los caseríos de los viejos aldeanos se encuentran el circo y el hipódromo, reconstruidos casi a nuevo para alojar carreras y espectáculos que recrean la época romana. A todos estos lugares pueden accederse transitando el Cardo Maximus, la calle principal, que no sólo se mantiene con el empedrado original sino que incluso guarda aún el recuerdo de las huellas de los carruajes, cuando pasaban por Gerasa las caravanas por el desierto. Algo que sólo podrá ser observado agudizando la vista, esmero necesario para poder viajar en el tiempo e interpretar las cosas en su tiempo y espacio.

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Columnas del Cardo Máximus, la calle principal de las ruinas del Gerasa, al norte de Amman.
 
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